lunes, 24 de junio de 2013

Ray Manzarek, el órgano esencial de The Doors



Definió el sonido del grupo californiano y aportó los ingredientes europeos a la volcánica expresión de Jim Morrison.



DIEGO A. MANRIQUE Madrid 21 MAY 2013 - 11:29 CET57

John Densmore, Robbie Krieger, Ray Manzarek y Jim Morrison. / AP

 Todos los grupos tienen su mito fundacional y el de los Doors parte de Venice Beach, entonces un apéndice bohemio de Los Ángeles. Allí, en 1965, se encontraron Jim Morrison y Ray Manzarek, que se conocían por haber coincidido durante tres años en la UCLA, estudiando cinematografía. Pero Hollywood era un castillo inexpugnable y ellos no tenían paciencia para el meritoriaje. Morrison le canturreó algo que había compuesto, “Moonlight drive”. Y tenía más, aseguró. La idea saltó inmediatamente: “hagamos un grupo”.

Desde el principio, The Doors sonaban diferentes. El trío instrumental tenía algo de banda de club nocturno, de animadores del hall de hotel: estilemas de jazz y bossa nova. Y el órgano: en vez de un aparatoso Hammond, Manzarek prefería un Vox, fácilmente transportable. Fue Ray quién, tras una experiencia frustrante con una bajista, sugirió que podía suplir la ausencia del bajo, como lo hacían los entonces populares tríos de órgano jazzístico.


Manzarek, nacido en Chicago en 1939, pertenecía a una familia de origen polaco que insistió en que tomara clases de piano. Ese bagaje le iba a servir en la aventura de los Doors, igual que su curiosidad intelectual: había estudiado meditación trascendental en un centro de Los Ángeles, donde conoció a John Densmore, su futuro baterista.

Para bien y para mal, los Doors no se parecían a nadie. Podían ser pretenciosos, desde luego, y no ayudó el creciente alcoholismo de su carismático vocalista. Hablaban la lingua franca del momento, el blues de Chicago, pero su discurso no se quedaba en Howlin' Wolf y Muddy Waters: estaba salpimentado con referencias a Godard y Nietzsche, Husley y Brecht. De éste último tomaron una desgarrada canción a la que puso música Kurt Weill: Alabama song, perteneciente a la ópera Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny.


La dramática historía de The Doors es bien conocida. Esencialmente, fue una serie de malabarismos entre los compromisos de una banda de éxito y la beoda voluntad subversiva de Morrison. Tras la misteriosa muerte del cantante en 1971, los instrumentistas intentaron lo imposible: mantener el grupo sin su llama sagrada. Sólo duraron dos penosos discos, donde Ray cantó y tocó incluso guitarra.

Todavía un treintañero y con muchas inquietudes, Manzarek fue el más activo de los supervivientes. Dirigió el grupo Nite City en los setenta y editó discos bajo su nombre. Le distinguía su entusiasmo: consiguió que el suspicaz Carl Off le permitiera modernizar su Carmina burana, en complicidad con Philip Glass. Muy sociable, trabajó con bandas de discípulos, como X, aspirantes a sintetizar un nuevo sonido de Los Ángeles.


La mitificación de los Doors se inició con el uso de “The end” en Apocalypse now (1979), aceleró al año siguiente con la publicación de No one here gets out alive, biografía de Danny Sugerman, un asociado del cuarteto, y culminó con The Doors (1991), el biopic de Oliver Stone.

Allí fue cuando el fenómeno se desbocó. De repente, The Doors eran un negocio mucho mayor que en los sesenta. Debieron contratar a un mánager para que gestionara la avalancha de propuestas. Por ejemplo, quince millones de de dólares por usar el torrencial “Break on through” en un anuncio de Cadillac. Todos querían firmar, antes de que la agencia cambiara de opinión. Excepto el baterista, John Densmore, que bloqueó el acuerdo recordando la ira de Jim Morrison cuando se quiso hacer algo parecido.

De la misma forma, Densmore impidió que sus compañeros volvieran a girar como The Doors; tuvieron que recurrir a variaciones sobre ese nombre. El asunto, como no, llegó a los tribunales, donde prevaleció la postura irreductible del baterista. Que sí permitió la publicación de abundantes directos que reflejaban la turbulenta existencia del cuarteto: desde la frialdad del escaso público de San Francisco que acudió al club Matrix en 1967 a los alborotos incitados por un Morrison mesiánico. Hoy, los Doors son un grupo perfectamente documentado, con documentales y una extensa bibliografía.

También Manzarek llevó al papel sus recuerdos, con Light my fire: my life with The Doors (1998). Posteriormente, publicaría una novela, The poet in exile, a partir de la leyenda que asegura que Morrison fingió su muerte para vivir una existencia anónima. Ray asumió su papel de portavoz del grupo y colaboró con artistas iluminados, como Patti Smith o Iggy Pop. Estaba abierto a experimentos interculturales o trabajos que prestaban atención a la poesía.







Con su mujer de siempre, Dorothy Fujikawa, se instaló en el Valle de Napa, la zona vitivinicola del norte de California. Cuando le detectaron un cáncer en la vesícula biliar, probó diferentes tratamientos. Estaba internado en un hospital en Rosenheim, en Alemania, cuando el lunes le alcanzó la muerte.

Ray Manzarek y El Esplendor de los Doors por Diego Manrique. Una buena selección de videos.

El Pais 21 Mayo 2013

ADIÓS A UN REFERENTE DEL SON Y EL JAZZ


Muere Bebo Valdés, el mago de los ritmos cubanos
El músico muere a los 94 años en Suecia
Protagonista de varios momentos de oro de la música cubana, fue precursor del jazz latino

MAURICIO VICENT 22 MAR 2013 - 19:26 CET117




Bebo Valdés, músico cubano, entrevistado en el el Teatro Real de Madrid. / RICARDO GUTIÉRREZ

Ya se sabe que en la música cubana hay abundancia de genios y nombres imborrables. Sin duda, entre los que hay que escribir con mayúsculas está el de Bebo Valdés, fallecido en Suecia a los 94 años de edad, después de pasar los últimos años de su vida residiendo en Benalmádena (Málaga) enfermo de Alzheimer. Bebo fue protagonista de momentos de oro de la música cubana, además de ser precursor de las famosas descargas de jazz afrocubano y creador de un ritmo propio, la batanga, que arrasó en la isla en los años cincuenta. Era padre de otro pianista y compositor genial, Chucho Valdés, quien se traslado a Málaga a cuidarle en los últimos momentos de su vida. Hace aproximadamente dos semanas, los hijos de de su última esposa, la sueca Rose-Marie Perhson, que falleció el verano pasado, se llevaron a Bebo de Málaga a Estocolmo en contra de la voluntad de Chucho, pero esa es otra historia.

El verdadero nombre de Bebo era Ramón Emilio Valdés Amaro y nació el 9 de octubre de 1918 en Quivicán, un pequeño pueblo de guajiros y tierras rojas a 40 minutos de La Habana. Desde que nació Bebo llevaba la música en el ADN. Antes de salir de Quivicán fundó con un amigo de la infancia su primera banda, la Orquesta Valdés-Hernández, y desde entonces compaginó el piano con su vocación de arreglista y compositor.


En los años cuarenta, estando ya en la orquesta de Julio Cueva, compuso uno de sus primeros mambos, La rareza del siglo, en momentos en que la música popular cubana se modernizaba a toda velocidad.

A partir de 1948 y hasta 1957 trabajó en Tropicana, donde acompañó e hizo arreglos para la vedete Rita Montaner. Su orquesta, Sabor de Cuba, y la de Armando Romeu actuaban cada noche en el show del famoso cabaret y allí compartieron escenario con grandes artistas norteamericanos, incluido Nat King Cole, con quien llegó a grabar algún tema.

Por aquella época el jazz arrasaba en Estados Unidos y los músicos norteamericanos viajaban a la isla para descargar con sus colegas cubanos. Bebo participó en no pocas de aquellas legendarias jam session, que tenían como animador principal al percusionista Guillermo Barreto. En medio de aquel hervidero, el 8 de junio de 1952, con una banda de veinte músicos dio a conocer en los estudios de RHC Cadena Azul su nuevo ritmo, la batanga. Entre los tres cantantes que integraban aquella orquesta estaba el gran Benny Moré.


El bolero de Trueba y Mariscal
A finales de los cincuenta Bebo colaboró con Lucho Gatica, en México. En 1960, en medio de una gira decidió exiliarse en Estocolmo (Suecia), donde se caso con Perhson y rehízo su vida. Durante más tres décadas estuvo alejado de la música. Sólo amenizaba las veladas en el piano-bar de un hotel de la capital sueca cuando, en 1994, lo llamó Paquito D´Rivera y le invitó a grabar un nuevo disco, Bebo Rides Again, una colección de clásicos cubanos junto a temas originales de Valdés.

En el año 2000 fue el cineasta Fernando Trueba quien le redescubrió y le invitó a participar en su película ‘Calle 54’. Bebo se reencontró entonces en un escenario con su hijo Chucho y también con sus viejos amigos Israel López Cachao y Patato Valdés. Tras terminar el documental, Trueba grabó a los tres el disco ‘El arte del sabor’, que obtuvo el Grammy al Mejor Album Tropical Tradicional en 2001, primero de los nueve que obtuvo Bebo en los años siguientes gracias a su colaboración con el cineasta español.

Poco después triunfó nuevamente con Lágrimas negras, un álbum de temas cubanos con alma gitana realizado con el cantaor Diego el Cigala, con el cual obtiene otro Grammy y tres discos de platino en España. Con Trueba hizo ocho discos y se convirtió en el protagonista de su documental El milagro de Candeal, rodado en la favela del mismo nombre en Salvador de Bahía con Carlinhos Brown. También hizo la música y sirvió de inspiración para ‘Chico y Rita’, la película de animación dibujada por Javier Mariscal que fue nominada al Oscar en 2012.

Su último disco fue Bebo y Chucho Valdés, Juntos para siempre’, un homenaje en el que padre e hijo repasaron juntos el repertorio y los ritmos de la música cubana que siempre tocaron juntos y que Bebo interpretó como nadie.

Anoche, la muerte de Valdés fue recibida por Mariscal con dolor pero a la vez con el recuerdo azul de su alegría y sobre todo de su elegancia. “Bebo era la esencia de lo mejor de Cuba: todo en él era especial, su forma de tocar, su manera de caminar, su risa, su elegancia para todo”. El diseñador recordó las charlas y momentos musicales que pasaron juntos con Trueba durante la preparación de Chico y Rita y cómo, a través de los recuerdos de Bebo, él descubrió de nuevo Cuba. “Yo estaba enamorado de Cuba desde pequeño, y conocía el país y sus gentes, pero redescubrirla a través de los ojos y de la sensibilidad de Bebo fue algo especial”, afirma. “Bebo representaba la esencia de Cuba y de lo mejor de su música”.

El músico de Quivicán fue una de las inspiraciones del personaje protagonista de Chico y Rita, un pianista de la época de oro de la música cubana atrapado por el amor de una mulata y aquella Habana mágica. Mariscal, que piensa en imágenes, asegura que Bebo tocaba como “si de pequeño hubiera metido en una lavadora todas las partituras de Lecuona y de los mejores compositores de la música cubana”, atrapando fragmentos deshilachados y notas de cada uno e “incorporándolos a su espíritu”.

El contrabajista Javier Colina, que en 2007 ganó un Grammy con Valdés por Live in Vllage Vanguard, disco que grabaron a cuatro manos durante una semana en el mítico club de Nueva York, asegura que “aquella semana fue “la más feliz de su vida”. “Bebo no tenía igual”, aseguró. Chucho Valdés, que se mudo a Benalmádena a pasar junto a su padre los últimos años de su vida y se opuso a su reciente traslado a Suecia, se despidió de su padre como el “más grande” y con la felicidad de haber hecho antes de morir el disco Juntos para siempre.

Lejos del paraíso

DIEGO A. MANRIQUE
Bebo Valdés sufrió el sino de tantos músicos cubanos. Tierra fabulosamente fértil en ritmos y melodías, sus artistas se ven obligados a emigrar, por conmociones políticas o, más frecuentemente, por la pura necesidad de ganarse un sustento decente, algo a veces imposible en un mercado tan áspero como el de Cuba.
Así nos encontramos con biografías guadianescas, pasmosas, como la de Bebo. Figura esencial de la explosión de la música habanera durante los rutilantes años cuarenta y cincuenta, funcionó como pianista, compositor, arreglador y líder de bandas. Habitual del Tropicana, fue convocado cuando llegó Nat King Cole para grabar en español.

Como tantos otros instrumentistas de su generación, andaba fascinado por las posibilidades del jazz, desarrollando su versión de las jam sessions con las descargas. También intentó dar la respuesta al mambo que popularizó Pérez Prado, con su batanga. Pero, insisto, no se pierdan los exuberantes discos de populares artistas de aquella era dorada que llevan sus huellas digitales.
De repente, el tajo de la Revolución y la primera oleada del exilio. Bebo dejó a su numerosa familia en La Habana y se buscó la vida en México, con el espléndido Rolando Laserie. Hubo luego estancias en Estados Unidos y España. Parecía carecer de todo tipo de divismo: acompañaba a triviales cantantes de música ligera pero también a boleristas de nivel como Lucho Gatica. Había trabajo para alguien de sus habilidades pero pocas posibilidades para expresarse creativamente. Más aún, cuando los azares del corazón le llevaron a Estocolmo, donde ejerció de pianista de hotel, siempre sonriente y dispuesto a complacer peticiones.
Pero Bebo no se había perdido. Le podían borrar de los registros históricos del castrismo pero estaba localizado en la red global de músicos cubanos dispersos por Europa y América. A principios de los noventa, cuando la discográfica alemana Messidor apostó por el jazz afrocubano, a Paquito D'Rivera no le costó convencerlo de que protagonizara el disco Bebo rides again (1994), preparado y elaborado en pocos días. Nadie lo diría escuchando la finura de los arreglos, la energía de las composiciones y el deleite con que tocaban unidos exiliados y músicos residentes en Cuba.
El proyecto de Messidor no prosperó pero entonces aparecieron Fernando Trueba y Nat Chediak,- que le embarcaron en discos y documentales que demostraban sus variados recursos. El público se enamoraba de aquel saber estar, de los dedos esqueléticos que iluminaban las imágenes de Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004). Su vida inspiró Chico y Rita (2010), la película de dibujos animados de Trueba y Mariscal. Pero la realidad fue más asombrosa que cualquier guión cinematográfico: un octogenario Bebo se convirtió en estrella internacional gracias a su primorosa labor en Lágrimas negras (2002), la colaboración con el cantaor Diego El Cigala. En el frenesí de las giras, Bebo demostró su alta calidad humana. Y sí, terminó por reencontrarse con el más famoso de sus hijos, también pianista: Chucho Valdés. Las vidas cubanas, ya saben, son atípicas.


Bebo Valdes & Javier Colina: Lagrimas Negras


El Pais sabado 23 marzo 2013


Muere Bobby Bland, legendario cantante de blues


El artista fallece a los 83 años en Memphis
Estaba considerado como uno de los pioneros del sonido moderno del género

DIEGO A. MANRIQUE Madrid 24 JUN 2013 - 12:17 CET2



Bobby Bland, homenajeado en su entrada de la galería de la fama de la música de Memphis, en octubre de 2012. / NIKKI BOERTMAN (AP)

Cuesta imaginarlo pero, a mediados de los sesenta, Bobby Blue Bland competía con B. B. King por el cariño -y los dólares- del público negro. Artistas sureños ambos, habían dado un barniz urbano a su música, con arreglos de metales, que les permitía actuar regularmente en los guetos del Norte de Estados Unidos.

No hubo rencores: Bland y King se juntarían para grabar confortables discos live durante los años setenta. Pero ya sabemos que el público de B. B. se hizo interracial e internacional gracias a la fascinación por su elocuente guitarra eléctrica. Bobby, que seguía atentamente la carrera de King, tuvo punzantes guitarristas a su servicio -Clarence Hollimon, Wayne Bennett, Pat Hare- pero encarnaba un modelo menos vendible: el vocalista de peinados y trajes un poco anticuados, dominador de trucos teatrales, que se dirigía esencialmente al público femenino. Cuestión de sensibilidades: nunca entró en el mercado del rock, aunque los Grateful Dead incorporaron a su repertorio el arrollador Turn on your lovelight, que sonó en el festival de Woodstock... en una versión de 40 minutos.

Su biografía explica la destilación de su estilo. Robert Calvin Brooks había nacido en 1930, en un área rural de Tennessee;creció en Memphis cantando en las iglesias y estudiando los sermones del Reverendo C. L. Franklin, el padre de Aretha. Sin embargo, le atraían las luces de Beale Street, donde se estaban forjando nuevas músicas y públicos mixtos (hay fotos que le muestran en compañía de Elvis Presley). Tras pasar por otras compañías, firmó con el sello Duke, lo que le puso en las manos de Don Robey, un sinvergüenza de Houston que exigía firmar como coautor de los éxitos de sus artistas, usando el seudónimo de Ceadric Malone.


 Pero Bobby Bland tuvo suerte en Tejas: Robey le conectó con Joe Scott, un productor, arreglador y compositor que había estudiado las fórmulas de Ray Charles o Sam Cooke. Scott supo amalgamar gospel, blues y el naciente soul en un robusto tapiz sonoro que permitía a Bobby el máximo de expresividad. Así surgieron sus temas esenciales: I pity the fool, Cry, cry, cry, Further on up the road , Call on me, Ain't nothing you can do. Sin olvidar Little boy blue, que le proporcionaría su apodo.

Bobby Blue Bland se veía a si mismo como un artista sofisticado, un crooner negro que solía reservar un hueco para piezas de exhibición como Fever, St. James Infirmary o Stormy monday blues. Sin embargo, su voz sonaba demasiado áspera para el lucrativo circuito de clubes nocturnos. Las piruetas financieras necesarias para pagar las nóminas de una banda extensa y el alcoholismo le llevaron a parar a finales de los sesenta.

Sin embargo, muchos creían en él. La discográfica californiana ABC compró el catálogo de Duke Records para hacerse con su contrato. Así, durante los años setenta, vivió una etapa de mayor visibilidad, con discos confeccionados por el productor Steve Barri, el arreglador Michael Omartian e instrumentistas de Los Ángeles.

Le fue bien hasta que se implantó la disco music; fracasó un intento de reciclarlo en rey romántico de las pistas de baile. En realidad, Bobby era un todo terreno e igualmente probó con canciones country o standards. Le salvó Malaco, modesto sello de Jackson (Mississippi) que había descubierto un nicho en el mercado: el público sureño de cierta edad, que necesitaba su soul y su góspel al viejo estilo. Entre 1985 y 2003, Bobby facturó una decena de discos respetables, que le mantuvieron bajo los focos.

Las dolencias de la edad le relegaron a una silla de ruedas. Pero no se perdió la entrega del Grammy honorario o el ingreso en el Rock and Roll Hall of Fame e instituciones similares. También gozó ocasionalmente del patrocinio de Van Morrison para discos y directos; por su parte, Mick Hucknall -exvocalista de Simply Red- le dedicó un álbum entero, Tribute to Bobby. Falleció el domingo 23 de junio, en Memphis, con 83 años.

El Pais 22 junio 2013

Radio Futura tiene futuro

La reedición de ‘La canción de Juan Perro’, que consagró al grupo hace 25 años,
abre la posibilidad del regreso de la mítica banda de los hermanos Auserón
Estreno de la reedición de ‘La canción de Juan Perro’
IÑIGO LÓPEZ PALACIOS Madrid 23 JUN 2013 







“Jamás nos planteamos volver cuando Enrique estaba vivo. Jamás”. Dice tajante Luis Auserón. “Pero ahora... Vamos a ver, en principio la idea no me apasiona. Y eso es lógico. Pero si llega un momento que no tienes para pagar la luz, ¿lo harías o no?”. A Luis Auserón no le gusta vivir del pasado, pero con 58 años deja abierta la posibilidad de una vuelta de Radio Futura, el grupo del que fue bajista entre 1979 y 1992, y uno de los buques insignia de la primera generación de la nueva ola madrileña (lo que ahora se conoce como “la movida”).

 El martes se reedita su cuarto álbum, La canción de Juan Perro, un lanzamiento con el que, no podía ser de otra forma, tiene una relación ambigua: “Por un lado es como cuando te llega un aviso anunciando una gran fiesta estilo Rockola. Piensas: ‘¿de verdad alguien quiere revivir algo que pasó hace 30 años?’. Que lo hagan otros, no tú. Pero cuando ves el disco acabado... joder, es tan bonito...”.

El que fuera bajista del grupo abre y acaricia con cariño el librodisco. Contiene tres CD. En el primero está el álbum original de 1987. En el segundo, las maquetas de los 10 temas. “El disco lo grabamos en un mes en Nueva York. Nos parecía poco tiempo, porque generalmente pasábamos tres en el estudio. Así que esa vez decidimos llevarlo todo preparado. Estas demos son una especie de ensayo general”. El tercero contiene un directo grabado en Alcalá de Henares en 1988. “Tras la edición de La canción..., preparamos el disco en vivo. [Lo que en 1989 sería Escuela de calor: el directo de Radio Futura\]. Y probamos distintas cosas. Este lo hicimos con una unidad móvil que nos pareció cara en su momento y la descartamos. Pero ahora lo oyes y piensas ‘Cómo suena, ¿no?”.

Luis es el encargado de la promo de este lanzamiento. En las fotos del libreto aparecen cinco personas, pero la estructura real era distinta. “En aquel momento el núcleo del grupo éramos los tres. Desde que dejó la banda Solrac [apodo del batería Carlos Velázquez, componente de la banda desde 1980 a 1985] nos dimos cuenta de que cuando convocabas a un músico nuevo, por mucho que quisieras, no había participado en las experiencias previas. Así que estábamos los fundadores y los colaboradores. Pero el trato no era clasista. Tú comes lo mismo que yo y haces lo mismo que yo”.

Los fundadores eran tres: Enrique Sierra, guitarrista, fallecido en 2012 tras una larga enfermedad renal. “Bajo su aspecto del punk más destructor estaba la persona más educada que he conocido en mi vida. Un gentleman, le llamaban sir Henry". Con respecto a la posible vuelta, su recuerdo es el principal escollo. “No sé si sería bonito usar el nombre sin estar Quique. Tanto Santi como yo le tenemos un respeto profundo. Ha sido más que un amigo y un compañero. Es el hombre más bueno que he conocido en mi vida. No nos gustaría ofenderle, molestarle o perderle el respeto bajo ningún concepto a ninguno de los dos”.

El tercero de los componentes es su hermano Santiago. El vocalista y letrista no dará entrevistas para este lanzamiento aunque su alias para grabar después de la desbandada de Radio Futura en 1992 ha sido Juan Perro. “Fue algo que le espetó a Santiago una noche Ricardo Teixidó, batería de Danza Invisible, casi como una ofensa. “Tú eres un Juan Perro”. Y él le dijo: ‘Me encanta’. Un Juan Perro es un vagabundo, un don nadie, pero con estilo”.

La canción de Juan Perro
es un disco fundamental por muchos motivos. Para empezar fue un colosal éxito, vendió 250.000 copias. El álbum se distribuía no solo en tiendas de discos. Ocupaba estanterías enteras de los hipermercados, compartiendo espacio con el debut de Terence Trent D’Arby o Joshua tree, de U2, el disco más popular de aquel año, en el que el grupo irlandés miraba directamente a los sonidos y la iconografía de Estados Unidos, exactamente lo mismo que hacía en esas fechas el grupo madrileño. Un cambio estilístico para una banda que hasta entonces era totalmente anglófila. “Veníamos de las técnicas de producción inglesas. Eran estudios muy tecnológicos y lo desarrollamos hasta que nos dio placer, pero en esa época escuchábamos música americana, lo que nos hizo pensar en la posibilidad de un sonido más natural. Más orgánico”.

Esa intención inicial se hace más amplia. Entran en la ecuación la rumba, el funk, el blues, o ritmos caribeños. Se integran en canciones como La negra flor, 37 grados o Luna de agosto. Algo que no era usual en la época, y que habían intentado con mucha menos suerte comercial grupos como Los Coyotes. Era una vuelta hacia lo tradicional y lo propio, una tendencia que empezaba a asentarse. También se publicó en 1987, Camino Soria, de Gabinete Caligari, reivindicación de lo castellano. “Yo hoy no tocaría algo latino bajo ningún concepto”, dice Luis Auserón. “Entonces investigábamos sonidos populares que tuvieran que ver con nuestra cultura. Pero tú te curras un ritmo latino como A cara y cruz, y a los pocos meses es número uno Ven, devórame otra vez. ¿Es culpa mía? Pues entonces me vuelvo a Jimi Hendrix y de ahí no me muevo. Es cierto que muchos grupos han salido de lo que hicimos. Pero oyendo a la mayoría de ellos no es un listado en el que yo quisiera estar”.

Lo que sí asegura el bajista es que en ningún caso fue el ánimo del grupo entrar en el mercado latinoamericano. “A nivel comercial solo hicimos un viaje a México, y nos arrepentimos y volvimos. A nivel privado, Santiago tenía compromisos profesionales en Cuba, y volvió muchas veces. Yo iba mucho a Brasil, que era mi pasión… cuando tenía pasta”.


El Pais