sábado, 24 de agosto de 2013

Dark Side of the Moon por Aardman Animations




El director Darren Dubicki de la empresa de animación Aardman Animations (creadores de Wallace & Gromit y de muchas películas) celebran el legendario álbum de Pink Floyd "Dark Side of the Moon" con un trailer/suplemento elegante collage de 3 minutos en un original drama para la radio basado en el album y escrito por Sir Tom Stoppard, que se estrenará en la BBC Radio 2 el 26 de Agosto.






El disco más odiado del pop


Dylan ajusta cuentas con ‘Self portrait’, el mayor fracaso de su carrera

DIEGO A. MANRIQUE Madrid 21 AGO 2013

Bob Dylan publicó 'Self portrait' en 1970. / EL PAÍS

Posiblemente, se trata del disco más vilipendiado de la historia del pop. Self portrait, doble álbum publicado en junio de 1970, causó consternación entre los ejércitos de Bob Dylan. El mismo autor, en contra de lo habitual, ha intentado justificarse en entrevistas y en su libro Crónicas. Ahora, se publica una versión alternativa, Another self portrait (Sony), que viene a argumentar que fue una idea correcta pero mal ejecutada. Que lo mejor no se usó, como en otros momentos de su carrera.


A estas alturas, convertido Dylan en incombustible icono cultural, resulta difícil hacerse una idea de la intensidad de la tormenta que desató Self portrait. Imaginen que Gabriel García Márquez, tras Cien años de soledad, hubiera editado un best seller tipo Love story. En términos cinematográficos, sería como si Ingmar Bergman, tras lanzar El séptimo sello, hubiera intentado imitar una de las comedias de Doris Day y Rock Hudson. Con total seriedad.

En realidad, convenientemente depurado y explicado, Self portrait habría resultado un elepé sencillo aceptable. Un bajón evidente tras los nueve discos anteriores de Dylan, desde luego, pero la percepción general no sería la de una traición generacional.

Sin embargo, sus rellenos y sus oropeles tenían sentido para Dylan. Tras los vertiginosos años 1965-1966, se había retirado a las montañas de Nueva York, en los alrededores de un pueblo con tradición bohemia, Woodstock. Secretamente, había decidido consagrarse a su familia y, esencial, huir de su papel de portavoz de la juventud insurgente. “El Gran Buda de la Revuelta, el Sumo Sacerdote de la Protesta, Zar de la Disidencia” se burla en Crónicas. Le espantaba ese papel, en un país acostumbrado a los asesinatos políticos: los Kennedy, Malcolm X, Martin Luther King. Demasiado joven para morir: todavía era un veinteañero.

Así que rompió con el rock anfetamínico que le encumbró sacando dos elepés atípicos: el ascético John Wesley Harding (1968) y el vaquero Nashville skyline (1969). Pero aun así, le siguieron hasta su escondite. Hubo tantos allanamientos de morada que se hizo con armas de fuego (y preguntó qué pasaría si disparaba a dar). De hecho, la contracultura estuvo a punto de presentarse en masa, en la forma del Festival de Woodstock (que finalmente se celebró en una localidad cercana).

Quiso espantar definitivamente a los moscones. ¿Cómo? Grabando un disco que se alejara radicalmente de la cultura rock. Con arreglos countrypolitanos y coros femeninos. Usando una voz cálida, despojada del veneno hipster. El repertorio sumaba canciones folkóricas, hits de todas las épocas, composiciones de cantautores, livianos temas originales.

Una teoría poco explorada es que Dylan pretendía reciclarse en crooner, un cantante sin complicaciones ni grandes ambiciones sociales. En su discográfica, Columbia, abundaban los ejemplos: Robert Goulet, Andy Williams, Tony Bennett, Johnny Mathis. Su matiz particular sería que venía delfolk. Pero, ah, estos vocalistas no sacaban discos dobles. Y, desde luego, no utilizaban portadas como la suya: un autorretrato elemental.

La tercera clave es su carácter de cajón de sastre: el modelo de Dylan-canta-los-éxitos-de-ayer-y-hoy se rompía con la inclusión de temas instrumentales o procedentes de su actuación en el festival de Wight de 1969, con el fondo circense de The Band. Ahí, me temo, le perdió la ira: se había quedado boquiabierto —e indignado— ante el descomunal éxito de Great white wonder, un doble bootleg que abrió el mercado a los piratas. ¿Queréis discos desgalichados, grabados aquí y allá, sin coherencia estilística? Pues también os voy a dar eso.

Tanto rencor no podía ser bueno. Self portrait tuvo ventas aceptables pero la reacción crítica resultó brutal. Greil Marcus iniciaba su reseña en Rolling Stone con contundencia: “¿Qué es esta mierda?”. Dylan recibió el mensaje. En la boca del estómago. Y se apresuró a rectificar, sacando al poco New morning: canciones propias, sonido unificado, letras enigmáticas. Un año después, incluso volvía al debate político con George Jackson, oda al militante negro muerto en un intento de fuga.

Con el tiempo, Dylan consiguió que se disculpara aquel desliz. Reconocía andar entonces muy despistado. Tanto que, tras huir de Woodstock, decidió residir en el Village neoyorquino, lo que le puso al alcance de seguidores aún más peligrosos. Como A. J. Weberman, que revisaba su cubo de basuras y construía su teoría del “Dylan vendido al establishment”, convocando manifestaciones ante su domicilio.

Asumiendo tan desdichados antecedentes, sorprende que la nueva edición de sus bootlegs oficiales tenga como objetivo rehabilitar Self portrait. Según su responsable, Steve Berkovitz, trataban de remasterizar el doble elepé cuando descubrieron montones de descartes que lanzaban nueva luz sobre aquel Dylan desnortado. Lo que se publica como The bootleg series vol. 10. Another self portrait (1969-1971) cubre también restos de Nashville skyline y tomas alternativas de New morning, aparte de muestras de una relajada sesión con George Harrison y otros cabos sueltos.



El cantante y compositor Bob Dylan.

El argumento para la rehabilitación, reforzado ahora por un Greil Marcus arrepentido, insiste en que Dylan estaba en buena forma. La pifia ocurrió en Nashville: las prístinas grabaciones de Nueva York —voz y guitarras— fueron desvirtuadas en la capital del country, cuando se añadieron otros instrumentos, arreglos orquestales y coros. Se evade, sin embargo, la pregunta del millón: ¿cómo Dylan aprobó ese Frankenstein? Dos posibles respuestas, a cual más incómoda: era más o menos lo que quería o, uy, ni se molestó en escucharlo.

Los testigos para la defensa, en el documental que respalda el lanzamiento, son David Bromberg, Al Kooper y Bob Johnston. Bromberg, un prodigio en los instrumentos de cuerda, presenta a un Dylan apasionado por recrear el cancionero folk; recurría a Sing out!, revista que publicaba material ancestral y la producción de cantautores. A la hora de New morning, asegura Kooper, estaba resabiado: rechazó dos temas a los que se añadieron orquestaciones, ahora recuperados.

Johnston se aprovechó del extraordinario respeto hacia Dylan. Los músicos no rechistaban y se creaba un vacío a su alrededor. El productor era un tejano cordial y exuberante, que llenaba el hueco con su entusiasmo. No entendía lo que se esperaba de Dylan pero creía que coincidían en espíritu irreverente. Según Crónicas, parecía deleitarse en la idea de presentar a Columbia un producto que rompería sus esquemas.

Se intuye el Dylan que han aprendido a querer (¡y temer!) músicos y productores. Un falso autista, que desconfía de cualquier preparación y prefiere la espontaneidad. Aburrido de las especulaciones con su legado, ahora deja hacer a sus empleados: no hay noticias de que haya intervenido en la presente operación.


El Pais 21.08.2013


“Van Morrison mató a mi marido. A disgustos”


El norirlandés echa chispas al saber que Warner va a reeditar uno de sus discos más populares, 'Moondance', en versiones ampliadas

DIEGO A. MANRIQUE Madrid 20 AGO 2013



Portada del segundo volumen del recopilatorio 'The Bert Berns story'. / EL PAÍS

La última de Van Morrison: el norirlandés echa chispas al saber que Warner va a reeditar uno de sus discos más populares, Moondance, en versiones ampliadas. Según Van, “mi compañía de management regaló esa música hace 42 años y ahora siento que me la vuelven a robar de nuevo”.

Apuesto a que Morrison ya no recuerda el inmenso alivio que sintió en 1968 cuando firmó con Warner. La pequeña compañía que le lanzó como solista estaba de capa caída. Su fundador, Bert Berns, había muerto de un infarto (para la viuda, consecuencia directa de los disgustos que le causaba Van). Su contrato pasó a unos acreedores, caballeros amenazadores de apellidos italianos.

Cierto, cuesta aceptar que una disquera de éxito entrara en números rojos. Se supone que Bertrand Russell Berns (1929-1967) tenía el toque del Rey Midas. Nacido en el Bronx, de padres rusojudíos, había desarrollado pasión por la música afrocubana, llegando a vivir en La Habana prerrevolucionaria. Algo de esa querencia latina aparecía en su primer gran impacto, el Twist and shout de los Isley Brothers, luego universalizado por los Beatles.

Ace ha editado dos volúmenes de The Bert Berns story que explican minuciosamente sus ocho años de actividad, con gloriosos trabajos para Solomon Burke (Cry to me, Everybody needs somebody to love) y otras figuras de Atlantic, como The Drifters, Esther Phillips, Wilson Pickett o Barbara Lewis. Aportó piezas esenciales para el cancionero de Janis Joplin, como Piece of my heart (originalmente grabada por Erma Franklin) y Cry baby (idem por Garnett Mimms). Además, proporcionó material a los Animals, Lulu o Them. El cantante de estos últimos se llamaba Van Morrison.

En 1965, Bert Berns tenía suficiente estatura en el negocio para montarse su propio sello, Bang Records. Que dio sus primeros pasos con hazañas de los Strangeloves (I want candy) y los McCoys (Hang on Slooppy). Aunque el verdadero tesoro de Bang estaba en dos cantautores rockeros: un chavalito judío de Brooklyn, Neil Diamond, y Van Morrison. El de Belfast quería un éxito que le estableciera como solista, pero cuando lo consiguió —Brown eyed girl, 1967— le reconcomía que sonara en versión censurada. En Bang grabó su estremecedor T. B. sheets, 10 minutos donde exploraba su horror ante una antigua novia aquejada de tuberculosis. Y encajaba en el universo sonoro de Berns: su Chick-a-boom era un rock latinizado marca de la casa.

¿Cómo el contrato de Van terminó en manos de la Mafia? Solía ocurrir que las independientes, necesitadas de liquidez, pedían un préstamo a usureros; al no conseguir cobrar, estos se quedaban con activos de la compañía. Al menos, eso pensaba Joe Smith, futuro presidente de Warner Music. Indagó y se enteró de que los nuevos propietarios del contrato carecían de vocación por la industria musical y estarían encantados de cederlo por 20.000 dólares, en efectivo. No les caía bien Morrison: se había instalado en Massachusetts, pretendiendo esquivar sus compromisos con Bang.

Joe Smith lo cuenta como una secuencia de Martin Scorsese. Tras convencer a la cúpula de Warner de que Morrison es un artista estratégico, se cita en un desierto almacén neoyorquino con dos tipos. Ellos muestran el documento de cesión del contrato, él entrega su maletín lleno de dólares. Cuando se marcha, Smith se siente paranoico: quizá abajo le esperan unos cómplices para robarle el contrato... o peor. Abre una ventana y se tira desde el tercer piso (“Sabía hacerlo, estuve en los paracaidistas”). Solo respira tranquilo cuando pilla un taxi y se aleja. Pocas semanas después, Van Morrison entra a grabar Astral weeks, seguramente ignorante de que pudo terminar en el fondo del río Hudson.

El Pais 20.08.2013

Cedar Walton, discreto maestro del jazz moderno

Obituario

Pianista y compositor excepcional, tocó con Blakey, Golson, Hubbard, Gordon...

CHEMA GARCÍA MARTÍNEZ 21 AGO 2013



Walton, en el Festival de Vienne (Francia) en 2000. / DAVID REDFERN (GETTY)

Hizo lo posible por mantenerse fuera de los focos. Cedar Walton lo tenía todo para haberse comido el mundo, como pianista y compositor excepcional; sin embargo, prefirió mantenerse en un discreto segundo plano, hasta donde ello le fue posible. En junio de este mismo año le correspondió la difícil papeleta de sustituir a Mulgrew Miller, fallecido en mayo, en el concierto que este tenía programado en el Jazz at Lincoln Center de Nueva York. Apenas cuatro meses después, le tocó a él. Cedar Walton abandonó este mundo la mañana del lunes en su domicilio de Brooklyn, a los 79 años. La noticia de su fallecimiento, transmitida a través de los medios por el promotor Todd Barkan, no especifica las causas de su fallecimiento.

Cedar Anthony Walton, Junior, nació un 17 de enero de 1934 en la muy poco jazzística localidad de Dallas, Texas. Su madre, profesora de piano, y su padre, aficionado al jazz, le inculcaron la pasión por el género. Trasladado a Denver para completar sus estudios universitarios, Walton ocupaba las noches como pianista en un club de la ciudad. Allí tuvo la oportunidad de cruzar unos compases con algunos ilustres visitantes tales que Charlie Parker, Dizzy Gillespie o John Coltrane.

En 1955, el joven pianista trasladó su residencia a Nueva York, destino inevitable para cualquier músico de jazz con el ánimo de hacerse un hueco en la profesión. En nada, estaba tocando con los más grandes: el trompetista Kenny Dorham, el trombonista J. J. Johnson y el saxofonista Benny Golson, figura crucial de ese hard bop que Walton adoptó como su expresión identitaria después de escuchar la recomendación de Thelonious Monk: “Toca tu propia mierda’; ese fue su consejo. Y eso es lo que hago”.

A los seis años de su llegada a la Gran Manzana, recibió la llamada que todo hard bopper espera cual agua de mayo. El príncipe de los bateristas, Art Blakey, solicitaba sus servicios. Walton permaneció con los Jazz Messengers de Blakey entre 1961 y 1964 ejerciendo las funciones de pianista, arreglista y compositor. Con ellos grabó dos discos cruciales: Free for all y Mosaic. Hasta 1967 no grabó su primer disco como solista para el sello Prestige: Cedar!

La lista de solistas que han reclamado sus servicios resulta apabullante: de Etta James a Abbey Lincoln pasando por Gene Ammons, Eddie Harris, Lee Morgan, Freddie Hubbard, Milt Jackson, Frank Morgan, Dexter Gordon… a mediados de los setenta fundó Eastern Rebellion, junto con Clifford Jordan, a los saxos (sustituido por George Coleman y Bog Berg); Sam Jones, al contrabajo; y Billy Higgins, a la batería. Walton y Eastern Rebellion actuaron en nuestro país en locales no siempre acordes a la categoría artística de los artistas. Una constante en la carrera del pianista y en la del conjunto, de larga y accidentada vida.

En los ochenta, entró a formar parte de los Timeless All-Stars, junto con Harold Land, Bobby Hutcherson, Curtis Fuller, Buster Williams y, de nuevo, Billy Higgins. Elevado a la categoría de maestro indiscutible del jazz moderno, con un estilo a la vez sólido y complejo, teñido del más alto sentido poético, el pianista seguía guardándose celosamente de los focos en beneficio de sus compañeros de grupo. Si alguna vez pudo pensarse en él como en una estrella de jazz al uso, las circunstancias parecieron aliarse en lo contrario. Así cuando, en 1959, participó en la grabación de la obra maestra de John Coltrane, Giant steps, ninguna de sus interpretaciones fueron incluidas en la versión final del disco.

De su faceta como compositor, nos quedan algunos de los estándares más transitados del jazz contemporáneo: Mosaic, Ugetsu, Bolivia...

El Pais 21.08.2013

R.E.M: La banda que cambió todo



DIEGO A. MANRIQUE
En aquellos tiempos, y posiblemente ahora, se necesitaba un rompehielos. Es decir, el grupo que sirva de embajador para todo un movimiento, si ese movimiento pretende salir del underground. R.E.M. fue la cara más seductora del rock alternativo estadounidense, criado al calor del circuito universitario, condenado a los sellos indies y las ventas pequeñas. A no ser que se pactara con el diablo.




R.E.M. demostró que se podía firmar con una multinacional y mantener las exigencias estéticas, los compromisos ideológicos y la coherencia interna. No fue fácil y, de hecho, se fueron dejando jirones: el baterista Bill Berry, el manager original, hasta el más elemental enamoramiento con el espíritu del pop. Dejaron de interpretar en directo una de sus piezas más radiantes, Shinny happy people, por el hecho de que convocaba a un público equivocado, más fiestero que reflexivo.
Pero esa es la naturaleza del juego. Atraes a millones de personas por unos estribillos pegajosos y unos vídeos simpáticos; eso no significa que la mayoría asimile tus observaciones sobre la muerte o los excesos imperiales de tu país (y menos cuando se trata de un cantante/letrista tan resbaladizo como Michael Stipe). Superaron el mismo drama que aceleró la destrucción de su amigo Kurt Cobain: la sensación de que todo es un error, que estás actuando ante tus antiguos enemigos, ante gente que no entiende nada.... y que se revolvería si pillara el mensaje subyacente de disidencia política y libertad sexual.
Finalmente, entraron en el carrusel. El desinterés del gran público, las ventas decrecientes, los discos que inevitablemente eran proclamados como prodigios de resurrección... y no. Elegantes caballeros, supieron cortar antes de caer en el patetismo. A su reputación le espera una travesía del desierto, un periodo de digestión pesada. Un día, cuando se atrevan a —por ejemplo— reeditar los discos que enviaban a su club de fans, con medio centenar de canciones raras y caprichosas, tal vez comience la reevaluación, el nuevo descubrimiento de que R.E.M. era una banda aún más poliédrica de lo que creíamos, siempre dispuesta a bailar sobre la cuerda floja.

Hasta que eso ocurra, resulta tonificante saber que Peter Buck ha vuelto a los orígenes: el chico musiquero que trabajaba en una tienda de discos, que esperaba la llegada del New Musical Express para soñar con músicas inaccesibles, que se sabía parte de una clandestinidad internacional. Ahora toca detrás de sus colegas, prueba con grupos de capricho como Tired Pony, graba y edita discos propios sin grandes presupuestos ni promoción. Vuela por debajo del radar. Bendito sea: se lo puede permitir.

El Pais 17.08.2013

jueves, 15 de agosto de 2013

Abogados, pistolas y dinero: Atlantic Records


Por: Diego A. Manrique | 14 de agosto de 2013


El 29 de octubre de 2006, Ahmet Ertegun acudió al Beacon Theatre neoyorquino, donde los Rolling Stones iban a ser filmados por el equipo de Martin Scorsese. Ertegun se pasó por el backstage, donde saludó a Keith Richards, que unos meses antes había sufrido el famoso “accidente del cocotero”: le palpó la herida, se echaron unas risas. Unos minutos después, buscando el lavabo, Ertegun tropezó y cayó. Con tan mala fortuna que sufrió una lesión cerebral; moriría en diciembre.

Muchas lecturas posibles. Para los mitificadores, otra muerte más que atribuir a los Stones. Para los moralistas, un aviso sobre los peligros de alternar a los 83 años. Para los historiadores del pop, punto final a la epopeya de las independientes del rhythm and blues.
 



En realidad, Atlantic Records, la compañía que Ertegun ayudó a fundar en 1948, ya era irreconocible desde hace varios lustros. Y, aunque duela reconocerlo, eso permitió su supervivencia. Fue Ertegun quién facilitó su aggiornamento. Primero, sus antenas le avisaron del surgimiento del rock californiano: allí fichó a Sonny & Cher, Buffalo Springfield, Crosby Stills & Nash e Iron Butterfly (no se rían: el delirio de In-a-gadda-da-vida fue uno de los elepés más rentables del siglo XX).

Segundo, Ertegun descubrió el filón del rock británico. Lejos del modelo Beatles, allí había grupos sólidos cuyo único problema era también su valor principal: sonaban raros, mostraban altanería, resultaban difíciles de encajar en las radio-fórmulas. Se llamaban Cream, Led Zeppelin, Yes, King Crimson, E L & P, Genesis. Atlantic adquirió sus discos para Estados Unidos.

Curiosamente, le facilitó la tarea el hecho de que aquellos ingleses hirsutos eran fans de la música que puso los cimientos de Atlantic: Ray Charles, los Drifters, los Coasters, Ben E. King, LaVern Baker, John Coltrane, Charles Mingus. Demonios, hasta los Rolling Stones se fueron con Atlantic cuando pusieron en marcha su propia discográfica. La compañía tenía caché; además, contaba con Ahmet Ertegun como cabeza visible. Cabeza de búho, astuto y cool.

Ertegun, hijo bohemio del embajador de Turquía ante Estados Unidos, se movía entre la jet set pero tenía acceso a los tugurios de Harlem: un bon vivant que conocía mil anécdotas sabrosas de la industria músical, generalmente como observador o como participante. Le gustaban las mujeres hermosas y se intoxicaba como el que más. Además, era un disquero.

¿En qué consiste ser disquero? Esencialmente, en tener una intuición del gusto del potencial comprador y ser capaz de convencer al artista que no hay ninguna vergüenza en modificar la mezcla o sacar tal tema como single. Cualquier indocumentado puede dar sugerencias, claro, pero Ertegun había demostrado la perspicacia de su juicio en demasiadas ocasiones.

Aparte, para el disquero existe un deleite puro en cabalgar sobre la ola del comercio musical. En 1998, cuando vino a España para celebrar el medio siglo de Atlantic, Ertegun contaba la resurrección soul de Aretha Franklin con el mismo entusiasmo que el pelotazo de Hootie & The Blowfish. ¿Juti qué?, oigo preguntar. Un grupo perfectamente anémico que despachó millones y millones de un álbum llamado Cracked rear view, que cayó por casualidad en las manos de Atlantic. A caballo regalado bla bla bla.
Y la picaresca, claro. El primer estudio sobre Atlantic fue Making tracks (1975), una rigurosa investigación del estudioso Charlie Gillett. El libro fue eviscerado por el departamento legal de Atlantic, ya parte de Warner: no se podían destapar los detalles de la payola, los sobornos que engrasaban la rueda de los locutores que hacían éxitos. Puritanismo americano, escupía Ertegun: “¿es que alguien se cree que los generales del Pentágono no reciben regalos de todo tipo?”.

Con todo, Ahmet Ertegun exhibía cierto sentido moral. Como muchas indies de los años cincuenta y sesenta, Atlantic practicaba una contabilidad creativa: se aseguraba de que sus artistas (negros, en su mayoría) estaban en números rojos cuando iban a exigir sus ganancias. Ya en los ochenta, cambió radicalmente. Cuando murió Big Joe Turner, Atlantic se ocupó de pagar el entierro y liquidar la hipoteca que asfixiaba a su viuda.

La revelación de que una de sus estrellas, Ruth Brown, se hallaba en la pobreza hizo que la compañía estableciera royalties retrospectivas. Atlantic también donó cerca de dos millones de dólares a la Rhythm & Blues Foundation, una ONG que atendía a las necesidades más urgentes de aquellos músicos esquilmados.

Aceptaba que no, que no se portaron bien. Aunque otros eran peores: recordaba una conversación con directivos de la poderosa Columbia, que alucinaron al saber que Atlantic ofrecía royalties a sus artistas. A la vez, también confesaba que ellos mismos no eran conscientes del valor de su legado. En 1967, cuando vendieron Atlantic al grupo Warner, nadie imaginaba la llegada del CD, el mercado de la nostalgia, los derechos de sincronización para películas y publicidad.
En realidad, podían ser unos hijoputas despiadados. Casi cuarenta años después, todavía se le escapaba una risita cuando explicaba su acuerdo de distribución con un pequeño sello de Memphis, Stax. Se supone que era un contrato tipo pero se les coló una clausula que -abracadabra- transfería a Atlantic la propiedad de los masters de los discos que distribuían. Ese detalle envenenó las relaciones entre el Norte y el Sur: a los paletos de Tennessee no les hizo gracia que unos neoyorquinos les desplumasen.




Hace unos días, Ertegun hubiera cumplido noventa años. Se le echa de menos. Me hubiera gustado preguntarle por sus sentimientos ante el hecho de que extraordinario tesoro de Atlantic vaya pasando al dominio público, lo que explica que ahora se encuentren chollos de Not Now Music como Tell me what'd I say: the Atlantic story o Up on the roof: gems from the Atlantic vaults. Me le imagino impaciente: “bah, eso no interesa. Lo que yo quiero es que Led Zeppelin se reúna. Y se me ha ocurrido una idea para Robert Plant entre en razón. Mira, le voy a decir...” 

Por cierto: aquella conversación mía con Ertegun tuvo lugar en el Ritz. El mismo hotel en que, unos años antes, había entrevistado a Robert Plant. El cantante y yo intentamos entrar al restaurante y no nos dejaron: “los señores necesitan corbata”. De haber estado presente Ertegun, lo habría arreglado en un plis-plas.


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lunes, 12 de agosto de 2013

Los dedos que reviven a Camarón


Tomatito contempló hace dos décadas cómo se desvanecía la llama de su mentor
Hoy, con ayuda de Paco de Lucía, ha recuperado el 'quejío' del mito flamenco en su nuevo disco
El guitarrista apuesta por un futuro en su arte aliándose con dos nuevos talentos: sus hijos

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME 25 ABR 2013



Tomatito, fotografiado en El Corral de la Morería, en Madrid. / CLAUDIO ÁLVAREZ

La tarde se esfumaba con timidez cuando el cadáver de José Monge Cruz, Camarón de la Isla, yacía en el Ayuntamiento de su natal San Fernando (Cádiz). Era el 3 de julio de 1992 y miles de personas lloraban al último príncipe gitano del cante jondo. Después de ayudar a transportar el féretro al Salón de Plenos, un hombre de 34 años, cabellera larga y ojos hinchados por el llanto, permanecía absorto en una esquina del lugar. Era José Fernández Torres, a quien todos llaman “Tomatito”. En ese momento solo él sabía qué pasaba por su mente, pero más de 20 años después, Manuel Fernández, su amigo desde la adolescencia, recuerda: “Dos veces lo he visto así, cuando murió su padre y cuando murió Camarón. Tomatito pasó muchos años tocando con Camarón. Era su hermano del alma o, incluso, algo así como su padre musical. Tanto le afectó su desaparición que tardó unos seis meses en volver a coger la guitarra”.

Más de 20 años después, también, el propio Tomatito suelta con nostalgia: “Ha pasado mucho tiempo sin él. Y he tenido que echar mano de su voz porque lo necesitaba.” Se refiere a que en su nuevo disco, Soy flamenco, ha revivido con ayuda de la tecnología los pulmones, la voz y el quejío profundo y bravío de José Monge Cruz. “Con la colaboración de Paco de Lucía hemos rescatado una canción de Camarón [Corre por mis venas] que estaba cantada por tangos y ahora la hemos convertido en una bulería. Y, sinceramente, se nota el cariño y el respeto con el que estoy escuchando su legado artístico”.

Es una tarde calurosa, “más de veranillo que de primavera”, y la voz grave de José Fernández Torres (Almería, 1958) resuena en una de las catedrales del arte flamenco: El Corral de la Morería, en el Madrid de los Asturias. No está el público que abarrota siempre el lugar, pero sí una mesa con platos y copas en donde le ofrecen un “menú de autor” que él disfruta con zorrería en los ojos.

Este instrumentista proviene de una familia de tradición flamenca. Aprendió a tocar la guitarra gracias a su abuelo y a su tío, a quienes les decían “Tomate”, y él debutó en una peña de Almería cuando era un niño de 10 años. “Tomatito”, lo llamaron, y el nombre se le quedó para el resto de sus días. Luego se fue a Málaga y ahí, en sus noches y en sus madrugás, aporreaba con fervor la guitarra, dice, para no caer en otras tentaciones. “Yo pienso que los tablaos y las drogas no deben llevarse bien. Eso es un tópico antiquísimo que no sé quién habrá sacao. Yo soy antidrogas. Las drogas están en cualquier lao. Están en los altos cargos, por ejemplo. El tablao se asocia con la música y con ser bohemio y las copas. Todo eso viene porque lo del tablao es de noche. Y tú puedes salir con la convicción de ir a escuchar música y pasártelo bien y no pasa nada. Pero si tú sales y te vas a otro lado y luego dices: 'Es que he salido del tablao'. '¡Joder, que no! Habrá sido de otro sitio”.

—Pero la tentación siempre ha estado ahí, y varios de los miembros de su generación no pudieron vencerla.

—Tienes razón: la tentación de las drogas siempre está. No digo que soy un santo y que no la conozco. Pero no yo la he vencido gracias a la música. Por poner la música ante todo. Por ejemplo, yo tenía un lema cuando era jovencito. Decía: “¡Hostia!, si ahora no duermo o me acuesto a las siete de la mañana, pues no voy a poder levantarme a las once pa estudiar la guitarra”. Porque así no se puede. Esto es una disciplina. Y el arte solo puede desarrollarse con disciplina.

Manuel Fernández es, además, el manager de Tomatito y cuenta que desde que lo conoció, en 1973, lo ha acompañado en las buenas y en las malas. “Nuestra generación tuvo años muy crueles. Pero las drogas no sólo estaban en el flamenco, estaban en todos sitios. En el rock, en el cine… en todo. Y Tomatito siempre ha sido antidrogas, ¿eh? Totalmente. Ha visto mucho y sabe que eso no es bueno. Quedó muy marcado por lo que ocurrió con Camarón y lo tomó en cuenta para no tener malas experiencias”.

“La vida es mirar y aprender”, dice Tomatito; y una y otra vez les recuerda esa lección a sus hijos Mari Ángeles y José, los siguientes en la “Dinastía Tomate”. “A los dos les gusta esto. Son muy jovencitos, pero ahí van. Y a mí me gusta que se fijen en la música tan hermosa que es el flamenco. Es normal que se interesen por esto porque lo escuchan desde siempre, todo el día con la guitarra, con las palmas. En mi nuevo disco canta mi Mari Ángeles. Y algunas veces mi niño, mi José, me acompaña en las giras. Hace poco me lo llevé y le daba entrada pa que hiciera un solito”, dice con el orgullo en la mirada.

Manuel Fernández considera que, aunque la música de Tomatito no se apagó tras la muerte de Camarón (“hizo conciertos, grabó discos”), el entusiasmo por el flamenco se volvió a apoderar de su amigo con el nacimiento de José. “Después de cinco hijas tuvo un niño y se alegró un montón. Y hoy está orgullosísimo de que su hijo esté siguiendo sus pasos. También ama a sus hijas, desde luego. Pero me da la impresión de que le encanta tener un guitarrista que será su sucesor”.

Tomatito es un “abuelo joven” de cinco nietos, que tiene en casa 60 guitarras (“bonitas, que no pesan mucho, que tocan bien, que me han enamorao”), que se sube a los escenarios acompañado por un percusionista, otro guitarrista, una bailaora y dos cantaores (“jóvenes, porque hay que aprender de la juventú”), que ha educado el oído a punta de discos de jazz, y que no cree —no encuentra algún motivo para creer— que el flamenco vuelva a tener una época de oro. “Porque ya no hay figuras como Camarón o como [Enrique] Morente. Eran dos genios y, aparte, aficionaos. Es decir: se preocupaban por los demás, por descubrir nuevos talentos y aprender de ellos. Y hoy no veo a gente preocupada por eso”, aclara el músico que en la funda de su guitarra (“la que más uso”) tiene grabado el rostro leonino de Camarón.

El Pais sabado 27.04.2013

Las décadas perdidas de Shuggie Otis



Tras 30 años de silencio, vuelve el prodigioso creador de ‘soul’ psicodélico con canciones inéditas

DIEGO A. MANRIQUE Madrid 11 MAY 2013

Shuggie Otis, hoy en Los Ángeles. / BOB SEIDELMAN

Quizá conozcan los cimientos de la leyenda. Shuggie Otis (Los Ángeles, 1953) fue niño prodigio: aprendió a dominar otros instrumentos antes de decidirse por la guitarra. Todavía era menor de edad cuando se colaba en los escenarios del gueto con su padre, Johnny Otis, y grababa con rockeros del calibre de Frank Zappa o Al Kooper. Sin embargo, más adelante, se supone que rechazó ser guitarrista a sueldo de los Stones o Bowie.

Su pasaporte para la gloria son tres discos que editó el sello Epic a principios de los setenta. Debió luchar para emanciparse de su padre, incluso económicamente: Johnny era una figura monumental, un descendiente de griegos que, llevado por el amor al rhythm and blues, se transformó en líder de la comunidad afroamericana.

Shuggie, que regresa estos días después de tres décadas de exilio voluntario de la música, hizo el camino en sentido contrario: a partir del blues, se empapó de pop psicodélico. Se le recuerda por piezas delicadas como Aht uh mi hed (que describe como su A day in the life; “adoraba a los Beatles) y Strawberry letter 23, convertida en éxito global por Quincy Jones en la versión de los Brothers Johnson: “¿Sonó en España?”, se preguntaba recientemente el músico. “Nunca he recibido derechos de autor de su país”.

En ese trayecto, sobre todo con Inspiration information (1974), Shuggie inventó un nuevo tipo de artista mestizo: dominador de todos los instrumentos, capaz de autoproducirse, practicante de un sensual funk psicodélico. Podría proclamar que fue el Prince original. Se lo argumento, pero lo entiende mal: cree que le acuso de copiar a Prince (cuyo primer elepé no salió hasta 1978). Se enfada: “Si tenía un modelo, eran las producciones de Sly Stone. Pero nunca le quise conocer, para no caer bajo su influencia”.

Hizo bien. Sly se despeñó por el abismo de la cocaína mientras que el problema de Shuggie pudo ser el alcohol. Ni lo confirma ni lo niega, pero eso explicaría su ausencia del negocio durante cerca de 30 años. Sugiere que cayó “en una lista negra”. “Ninguna compañía importante quiso saber nada de mí. Me querían poner a las ordenes de otros productores, me ofrecían acuerdos miserables”.

Que conste que Shuggie exagera su olvido. En 2001, David Byrne recuperó Inspiration information, para sus World Psychedelic Classics, en el sello Luaka Bop. Hoy, Otis abomina de Luaka Bop: “No se pusieron en contacto conmigo, licenciaron mi música a través de Epic”. Algunos testigos sugieren que Shuggie no estaba en buena forma y que su concierto de reaparición fue un fiasco.




Shuggie Otis en 1974 en Los Ángeles. / BOB SEIDELMAN

El misterio es cómo un hombre con familia pudo mantenerse en un periodo tan largo y descorazonador. “Me ayudaban los cheques de Strawberry letter 23. Y luego salió la moda del hip-hop y comenzaron a samplear mis temas”. No tiene simpatía por los raperos: “Me dieron de comer, pero no podía escuchar sus discos, eran demasiado groseros”.

También le mantuvo el blues. Su padre, autoproclamado fedatario del rhythm and blues, le llamaba para grabaciones con clásicos que residían en California. Más adelante, formó una banda que trabajó en el circuito del blues en Japón, “muy lucrativo”, insiste. “Aunque yo no mido mi felicidad por la cuenta corriente. Son cosas menos cuantificables las que te dan la vida”.

Hasta que el año pasado llegó la oferta que esperaba. La rama británica de Sony quería ficharle. El acuerdo comienza con una reedición de Inspiration information que incluye un segundo disco, Wings of love, con una docena de temas registrados durante sus años de destierro. “No puedo describirlo, es totalmente original: conscientemente, no escucho a nadie, para que no haya influencias; ni siquiera tengo radio en el coche. Es música de Shuggie Otis, sencillamente”.

El Pais Sabado 11.05.2013

domingo, 11 de agosto de 2013

Música a la mesa de una cocina

Emmylou Harris, la gran intérprete femenina del country, une su voz a la de Rodney Crowell para publicar un disco "dulce". Old Yellow Moon es toda una celebración de la amistad




Emmylou Harris and Rodney Crowell durante un concierto en París el pasado mes de mayo. Foto: David Wolff Patrick / Redferns via Getty Images

 Por Rafa Cervera
LA RELACIÓN ENTRE Emmylou Harás y Rodney Crowell se remonta a 1974. Desde entonces, y de manera intermitente, han trabajado juntos de una u otra manera. Crowell fue miembro de la Hot Band que acompañó a la cantante americana entre 1975 y .1991. Una estrecha relación artística que ahora se concreta en un álbum de duetos. "Ambos queríamos hacerlo desde hace tiempo", explica Emmylou Harris por teléfono. "Este punto de nuestras vidas en el que ambos nos encontramos era el idóneo para hacer un disco dulce, una celebración de la amistad". Así nació Old Yellow Moon, como un encuentro entre dos buenos amigos que se citaron un día para pensar en qué canciones querían grabar y cantar juntos. "El proceso de selección fue también sencillo. Nos reuníamos alrededor de la mesa de mi cocina con Brian [Ahem, productor] y lanzábamos propuestas que nos gustasen a los tres. Se trataba de elegir entre canciones que amábamos mucho. No tiene mucho sentido hacer un disco de estas características si no es así".

Old Yellow Moon es un disco de country que va del género puro a la mezcla con el rock, con canciones de autores como Waylon Jennings o composiciones que Crowell escribió en su día para Johnny Cash o la propia Harris. "Bluebird Wine porque es la primera canción que escuché de Rodney. Fue en 1974, cuando preparaba mi primer disco en solitario de country. Brian y yo llevábamos todo el día escuchando cintas de diversos compositores y no encontraba nada que me apasionara. Entonces Brian abrió un sobre que le acababa de llegar con cintas de un nuevo fichaje. Inmediatamente supe que quería cantarla. Rodney nunca había grabado esa canción en solitario. Era un buen momento para recuperarla y mostrársela al público". Tras un falso comienzo como cantautora folk, Emmylou Harris se dio a conocer como intérprete country a finales de los sesenta. Su gran oportunidad llegó en 1971, cuando Gram Parsons llamó a su puerta. "Buscaba una voz femenina para dar continuidad a esa tradición del country que son los duetos entre una voz masculina y otra femenina. Aprendí a cantar dándole la réplica a Parsons, por eso los duetos son importante para mí". El abanico estilístico del álbum se completa con Spanish Dancer, de Patti Scialfa. "La he grabado porque pienso que debería ser más conocida. Me resulta difícil creer que nadie haya hecho antes una versión de Spanish Dancer, y también que no haya sido un hit. Creo que es una canción que retrata perfectamente lo que es el corazón femenino. Además, Patti es una gran cantante. Podría pasarme horas hablando sobre ella. Cuando Linda Ronstadt y yo hicimos Western Wall: The Tucson Sessions, ya elegimos Valerie, otra canción de Patti".

Harris está comprometida de una manera natural con las artistas de su género. Participó en tres de las cuatro ediciones de Lilith Fair, el festival dedicado a las solistas y los grupos femeninos promovido por la cantante Sarah McLachlan. Y aunque el evento se encuentra actualmente congelado, Harris celebra la visibilidad del talento femenino. "Yo creo que estamos llegando, ¡al fin! Sarah tuvo una gran idea al organizar algo así, una fiesta de la música hecha por mujeres que fue visible en muchos puntos diferentes. Yo he sido afortunada, no he tenido que enfrentarme a muchos de los problemas que han tenido que sufrir compañeras mías. A mí se me abrieron rápidamente las puertas, ¡fue como si se me abriera el mar Rojo! Pero lucho por la igualdad. Y hay cosas que me repatean. Por ejemplo, cuando algunos periodistas hablan de una artista, a la mínima de cambio sacan a relucir su edad. No veo por qué hay que conferirle importancia a la edad de alguien como, por ejemplo, Lucinda Williams. ¿Es importante cuando se habla de Bob Dylan o de Willie Nelson? Yo estoy muy orgullosa de proclamar que voy a cumplir 66 años, pero no creo que la edad sea un factor que determine quién soy".

La voz de Emmylou Harris es sin duda la gran voz femenina del country, y también una de las grandes voces de la música popular. Con ella ha creado discos de esta categoría musical o que iban más allá de ella. Dylan, Orbison, Knopfler y Parton son solo algunos de los nombres con los que ha colaborado, además de jóvenes artistas como Ryan Adams o Connor Oberst. En septiembre se cumplirán 40 años de la muerte de su mentor, Gram Parsons. "Gram detestaba el término country rock, pensaba que el término implicaba algo menos importante que la suma de ambos conceptos. Por eso se refería a su música como cosmic American music. Como todo aquel que se adelanta a su tiempo, siempre será una influencia perdurable, puede que no lo sea de una manera obvia, pero es algo innegable".

El Pais Babelia 10.08.13


CHAMPÁN Y ROCK EUROPEO / Un día de 1965 Por Sabino Méndez



EL 15 DE JUNIO de 1965 Bob Dylan entró en los estudios CBS de Nueva York para grabar Like a Rolling Stone. El productor era Tom Wilson, hombre clave junto a Bob Johnston para darle el paso de lo acústico a lo eléctrico. La toma de sonido la hizo Roy Hale. La grabación ya es histórica y en todas las enciclopedias se destaca la guitarra de Michael Bloomfield y el adorno sonoro del órgano Hammond de Al Kooper, musculando el folk de Dylan hasta hacerlo ecuménico e imprescindible.

Esa es la historia más conocida, pero tiene una segunda parte que no se ha difundido tanto. Cuando terminó el trabajo, se quedó el batería Bobby Gregg, un gran sesionero. El técnico Roy Hale tenía una cinta de un tema acústico que un dúo llamado Simón & Garfunkel había grabado con él un año antes, en marzo de 1964. El disco había salido sin pena ni gloria y vendido dos mil copias. Entre Tom Wilson, Roy Hale y Bob Johnston le propusieron al batería que pusiera sus tambores sobre esa grabación para que sonara más pop. Como Michael se había ido, recurrieron a dos músicos de estudio que andaban por ahí: el guitarra Al Gorgoni y el bajista Bob Bushnell. La canción se llamaba The sounds of silence y el resultado fue espectacular; lanzó a Simón & Garfunkel hacia el éxito y es el principio de una carrera de muchos años.

Escuchando atentamente ambos registros, el denominador común luce meridianamente claro: en los dos, la guitarra está grabada de la misma manera, con la misma sonoridad de amplificación y la misma reverberación. El patrón de crescendo que sigue la batería desde el principio hasta el final (para otorgarle épica a la narración folk) es muy similar. En la mezcla de sonido están destacados casi igual. Era un día de trabajo y lo que había servido para uno bien podía funcionar para otros.

Es curioso pensar cómo esos dos temas que cambiaron el tono de la sensibilidad musical de toda una década, triunfando desde esquinas conceptuales diferentes, tienen el mismo corazón sonoro latiendo por debajo. Talentos sin cara, ni siquiera acreditados en muchas ocasiones, como le sucedió al propio Gorgoni en sus contribuciones para las producciones de Phil Spector (Leader of the pack de The Shangri-Las o My boyfriend's back de The Angels) y que también estuvo en el mundialmente famoso l'm a believer de The Monkees. Les debemos mucho a esos músicos anónimos (más de lo que creemos) de nuestros propios sueños e inolvidables emociones. Me inclino ante la pertinencia, para ese momento, de la mesa de mezclas, los micros, los amplificadores y la sonoridad de la sala A del estudio de la Columbia Broadcasting System en la séptima avenida; un equipo humano y un espacio inevitablemente hoy abolidos. Ecos sonoros de un momento concreto de vida humana que nos dan el aire de aquel tiempo. Es lo bueno de los ejercicios de comparatismo musical. Esa primavera de 1965 la temperatura fue agradable en Nueva York. Diecinueve grados centígrados por las noches y un máximo de veinticuatro o veintiséis al mediodía. Los músicos debían andar con el ánimo sonriente y pulsaban los instrumentos con arreglo a ese estado. El estado que luego fue de toda una época.

El Pais Babelia 10.08.13

martes, 6 de agosto de 2013

La enorme Yerbabuena y su memorable soleá


La bailaora pone en pie al público en el Festival de Las Minas

ANTONIO PARRA La Unión 4 AGO 2013



Eva La Yerbabuena, en su actuación en la Unión. / JOSÉ ALBADALEJO (EFE)

El baile flamenco actual se ha convertido con demasiada frecuencia en ruido; a veces, en un ruido rítmico y virtuoso, otras espantoso y repetitivo. Casi siempre en ruido mediático. Pero, afortunadamente, no siempre es así. Hoy también se hace un excelente baile, y lo demostró en la primera gala de la 53ª edición del Festival Internacional del Cante de Las Minas de La Unión Eva La Yerbabuena, que vive un momento de madurez y roza lo sublime, aunque hay que decir que la mayor altura de su personalísimo baile lo alcanzó, una vez más, al final del espectáculo con su memorable soleá.

Probablemente, no existe hoy en el cante jondo —si acaso la de Farruquito— una soleá como la que construye de la cabeza a los pies Eva Garrido, conocida por el arte como Yerbabuena. Decir esto no es retórico, porque, efectivamente, el baile de Eva está hecho con todo el cuerpo y, como ella misma, diría también con el alma. Hoy se da la sobreabundancia de pies, ya lo hemos dicho, el ruido con los zapatos y las botas chapeados, con el micro pegado al calzado para ensordecer más y buscar a continuación comprensibles desplantes a un público entregado de antemano.

Pero el baile de Eva La Yerbabuena es más silencioso, es un silencio que habla, que baila. Ella misma lo reconocía hace años en unas declaraciones para un libro del estudioso José Luis Navarro: “A mí me gusta usar el silencio, porque a veces un silencio dice mucho y obliga a observar o a escuchar”. El baile de la artista granadina sigue siendo íntimo, ensimismado, recogido, realizado en un angosto espacio, y no necesita de esos grandes paseos típicos de la danza flamenca a lo largo de todo el escenario. Y, sin embargo, es riquísimo y variado en movimientos y mudanzas que destilan el poso de la tradición combinado con la creatividad contemporánea.

En absoluto abusa de recursos fáciles, ahora tan recurrentemente utilizados, como los desplantes o las piruetas, pero a cambio la riqueza expresiva de todo su cuerpo es de una sobreabundancia hoy inigualable. Si acaso, habría que recordarle a Eva que el baile, la danza flamenca, como ella misma, no solo está hecha de tensión dramática sino también de alegría y luminosidad. El sol sale también de vez en cuando. Hay en ella algo de expresivo tremendismo desde la manera de vestir hasta la iluminación o su concepción trascendente del baile.

Pero todo eso queda olvidado cuando aparece su soleá luminosa en la oscuridad emocional que transmite. Con un dominio del tempo y el movimiento absolutos, con una delicadeza que pasma y con una contención que demuestra su sabiduría. Es una madurez vital que se concreta cuando cierra la soleá, no como tradicionalmente se hace con las bulerías de Cádiz, sino con un cuplé por bulerías: “Se nos acabó el amor de tanto usarlo”, le cantaban, y ella respondía sabiendo por qué se baila.

El baile flamenco es también sensualidad, casi erotismo, y todo eso estaba en ese cuplé final. Fue un momento majestuoso y memorable que el público agradeció, puesto en pie, con una larga y sentida ovación.

En la jornada precedente del festival se presentó el espectáculo Flamenco Roots, con un grupo integrado por cinco artistas flamencos y cinco indios rajastaníes, un mestizaje que afianza la vocación internacional del certamen.

domingo, 4 de agosto de 2013

Mick Farren, alma del ‘underground’ británico


Periodista, novelista y cantante, murió durante una actuación en Londres

DIEGO A. MANRIQUE 4 AGO 2013



Mick Farren, referente de la contracultura británica, en 1970. / KEITH MORRIS (GETTY)

Tenía que ser así, épico y patético. Michael Anthony Farren murió con las botas puestas. Estaba cantando con su grupo de toda la vida, los Deviants, cuando se desplomó en el escenario del club Borderline, en Londres; había sufrido un infarto y no pudo ser reanimado. Ocurrió el sábado 27 de julio. Exacto: al día siguiente de que Mick Jagger cumpliera los 70 años. Farren pertenecía a la misma generación —tenía 69 años— pero ya había avisado que no felicitaría a Jagger. Según él, era un traidor a la contracultura, “el equivalente a Fredo Corleone en El padrino”.

Farren no era “un turista en la revolución”, cómo definió al cantante de los Rolling Stones. De alguna manera, hoy la eclosión del underground forma parte de la crónica de los prodigiosos años sesenta, obviando que el nuevo movimiento encontró una rotunda oposición por parte del establishment británico. Ninguna broma, como recuerda incluso Jagger. Farren fue acusado de obscenidad por editar Nasty Tales, un tebeo que publicaba material de Robert Crumb, Gilbert Shelton o Spain Rodríguez, junto a dibujantes locales. Aunque fue declarado inocente, los gastos de la defensa acabaron con la revista.

Similar destino correría la publicación matriz, el periódico quincenal International Times, alias IT. Resulta extraordinario que Farren se librara de la inquina policial: era uno de los personajes más llamativos del mundillo underground londinense, con su peinado afro, gafas oscuras y su chamarra de motorista (más adelante, escribiría una historia exhaustiva de esa prenda, The black leather jacket, luego convertido en documental televisivo con locución de Dennis Hopper).

Y eso que Farren era altamente vulnerable. Con Lemmy Kilminster, fundador de Motörhead, compartía trapicheos de anfetaminas (en su momento, también firmó un libro al respecto, Speed-speed-speedfreak: a fast history of amphetamine). Pudo muy bien ocurrir que la policía le considerara un peso pesado político, con su empeño en establecer la rama inglesa del White Panthers Party, aquella ocurrencia de los radicalizados freaks de Detroit. Sometido a vigilancia, no cuadraba que Farren se enfrentara constantemente con los grupúsculos trostkistas y maoistas que intentaban pescar en el caladero de la contracultura. En realidad, su ideario pasaba por unificar los distintos fenómenos de rebeldía, desde los rockeros de los cincuenta a los jipis de los sesenta, sin olvidar al contingente beat o excrecencias tipo Ángeles del Infierno.

Reciclado como periodista musical en el semanario NME, publicó en 1976 una celebrada filípica titulada El Titanic zarpa al amanecer, que denunciaba la bancarrota musical y moral de las superestrellas surgidas en los sesenta, proporcionando combustible ideológico a la insurgencia punk, entonces apenas visible. Se podría afirmar que su intermitente proyecto musical, The Deviants, inicialmente The Social Deviants, eran punkis avant la lettre, con su sonido elemental y vocación provocadora.

En contra del tópico, Farren demostró tener una férrea ética del trabajo y gustos caros: “lo mío es el whisky de doce años, no cualquier matarratas”. Escribió docenas de novelas, entre lo gótico y el ciberpunk. Su particular trayectoria le daba credibilidad como historiador de los márgenes, con abundantes tomos especulativos sobre Elvis Presley, la contracultura o las actividades de la CIA y organizaciones similares. También publicó una autobiografía, Give the anarchist a cigarette.

En los ochenta se trasladó a Estados Unidos, estableciéndose en Nueva York y luego en Los Ángeles; diferentes revistas aprovecharon tanto su talento para la polémica como sus buenos contactos en la denominada izquierda psicodélica. Sin embargo, su mala salud le hizo volver recientemente al Reino Unido, donde sí tenía cobertura médica. Se movía en silla de ruedas y con una botella de oxígeno pero, ah, se ponía en pie para actuar con sus viejos amigos.

El Pais, 04.08.2013

jueves, 1 de agosto de 2013

"Made in Japan" cumple 25 años

El mítico álbum se reedita con todo lujo en su 25º aniversario. Deep Purple cambió la vida de muchos aprendices de músicos y sus discos se siguen vendiendo por toneladas. 
Por Diego A. Manrique

Ritchie Blackmore


Qué curioso: EMI se niega a dar las cifras de ventas de las reediciones en CD de los discos clásicos de Deep Purple. "Es embarazoso", me susurra alguien: "Venden por encima de los grupos de moda que ocupan las portadas de New Musical Express o Select".
En realidad, esas grabaciones incluso despachan ahora más copias que cuando salieron por primera vez. Paul Holland, responsable de reediciones en la EMI británica, no puede ocultar su pasmo: "Si mejoras el sonido de Revolver o Pet sounds, sabes que vas a atraer a varias generaciones: los Beatles o los Beach Boys hicieron discos icónicos. Pero artistas como Deep Purple te dan la sorpresa: tras remasterizar Machine head, ha vendido más en CD que lo que vendió en vinilo. Los nuevos compradores no lo ven como un disco antiguo; para ellos es simplemente un buen disco".

Lo que conviene saber sobre Deep Purple: que el nombre (Morado Oscuro) proviene de una canción de los años treinta, bastante más sugerente que el otro que manejaban, Concrete God (Dios de Hormigón). Cuando debutan, en 1968, lo hacen con seguridad: son músicos de culo pelado que, siguiendo la fórmula de Vanilla Fudge, creen asegurarse el éxito regrabando —pero en versiones dramáticas— temas estadounidenses: Hush (sí, la de Kula Shaker es una fotocopia), River deep, mountain high o Kentucky woman; Bill Cosby cree en ellos y son fichados para su compañía, Tetragrammaton.

Pero la leyenda comienza con la segunda encarnación del grupo: a Ritchie Blackmore (guitarra), Jon Lord (teclados) e Ian Paice (batería) se unen Roger Glover (bajo) e Ian Gillan (voz); este último combina Deep Purple con sus lucrativos compromisos con Jesucristo Superstar. Y hace bien en tomar precauciones: el primer disco de Deep Purple II, un Concierto para grupo y orquesta, es una impía mixtura de lo peor del rock y la clásica. Pero todo se enmienda con los tres siguientes discos de estudio, In rock (1970), Fireball (1971) y Machine head (1972).

¡Lección de historia! En los primeros setenta, se materializan las principales tendencias del heavy metal. El rollo de Led Zeppelin es místico y se basa en el blues y en el folk. Black Sabbath se inclina por la temática siniestra y un sonido más cerril, más de urbe industrial. Lo de Deep Purple es menos pretencioso en textos, pero más ambicioso en su arco de referencias. Jon Lord: "Eramos como ardillas musicales. Robábamos del jazz, de la clásica, del viejo rock and roll, de aquí y de allá". Y arrasan. Brotan figuras barrocas (Vivaldi, Bach) en los dedos de Blackmore y Lord, el órgano Hammond también da rugidos de jazz, Gillan se desgañita, hay solos implacables hasta de batería.

Roger Glover

El Made in Japan es una casualidad. En los primeros setenta, los grupos trabajan como remeros de galera: sacan un disco al año y se patean los mercados más apetecibles. Uno de ellos es Japón, adonde Deep Purple llega de mala manera (Gillan acaba de pasar una bronquitis). Tres conciertos que son grabados por su compañía nipona, "eso ayudará a vender otros discos del grupo". El primer día en Osaka, uh, están machacados; el tercer show, en Tokio, es potente, pero la acústica del Budokan no ayuda. Así que casi todo Made in Japan procede del segundo concierto en Osaka.

CINTAS ORIENTALES
Nadie presta demasiada atención a las cintas orientales; únicamente la sección de ritmo está presente en las mezclas. Lo del disco en directo como táctica dilatoria —para que el grupo pueda generar nuevas canciones— o como testimonio de una energía única todavía no se ha implantado en la conciencia de la industria. De hecho, Made in Japan sólo se edita fuera de Japón cuando aparecen en las tiendas copias importadas y EMI teme que ese material sea aprovechado por los piratas. Cuando sale, un doble elepé con siete temas —que duran de 7 a 20 minutos— lleva un precio especial: en el Reino Unido, 3,25 libras.

Mientras Made in Japan se convierte en un clásico, Deep Purple se descompone. En la siguiente visita a Japón, Gillan tira la toalla. El grupo todavía tiene combustible creativo, pero el clima interno se ha deteriorado, con un Blackmore cada vez más insoportable que en 1975 funda Rainbow. Luego, las rupturas, las reuniones, las enemistades eternas que se arreglan para pagar facturas. Todo un laberinto que vuelve loco a cualquier confeccionador de árboles genealógicos y que sólo dominan los muy fanáticos.

Ian Paice

Las grabaciones niponas son algo así como el vellocino de oro de Deep Purple. En 1993, se edita incluso un triple Live in Japan, que reúne casi todo lo que tocaron en 1972. Pero es ahora, coincidiendo con el 25° aniversario de su edición, cuando se vuelve a lanzar un Made in Japan remasterizado con mimo en Abbey Road, con el aliciente de un segundo CD con tres bises.
Rosendo Mercado tiene curiosidad por escuchar esta remasterización: "Hace mucho que no he puesto Made in Japan y me da cierto miedo, hemos acostumbrado el oído a mejores grabaciones y algunos de esos discos suenan espantosos en los noventa". El rockero quedó impactado por aquel disco en directo: "Era lo que más molaba entre músicos que nos intentábamos ganar la vida a la vez que asimilábamos aquellas barbaridades de Jethro Tull o Rory Gallagher. Tenía el aroma de lo prohibido: ni se oía en la radio ni en directo". Cuando Rosendo logra ver una actuación de Ritchie Blackmore, la decepción: "Actuó con Rainbow y estuvo odioso, rompió la guitarra y ni siquiera parecía que amara la música". ¿El encanto de Made in Japan? "Tres cuartos de chulería, un cuarto de borriquería musical. Pero yo no me colgué con Deep Purple, a diferencia de aquellos sevillanos de Storm. Con Leño yo no podía cantar lo bien que follaba la Woman from Tokyo, lo que deseaba transmitir era la mierda que suponía vivir en el Madrid del franquismo. ¿Mi postura personal? Ser fiel a mí mismo, no a la fantasía de imitar a Deep Purple u otros rock stars".

Ian Gilliam

EL PUNTO MACARRA
Julián Hernández, padre prior de Siniestro Total, no recuerda ser consciente del lanzamiento de Made in Japan. "Pero en aquellos años los discos duraban mucho y Deep Purple era uno de los modelos más citados por los compañeros de colegio: 'Mira, hacen en directo unas versiones superdiferentes de las de estudio'. Y era verdad". A Julián le divertía "el punto macarra" del grupo. Y le impresiona el gancho actual de aquellos peludos británicos: "En Vigo hay un Club de Adictos a Deep Purple que son auténticos fanáticos de lo que ellos llaman la saga. La última vez que vinieron a Galicia, llenaron el Coliseum de A Coruña. Ocho mil personas, lo que significa que convocaron público de varias generaciones".
Más de una vez Siniestro ha tocado Smoke on the water en directo, "hasta una versión descacharrante en ska". Los vigueses hicieron un homenaje oblicuo a Deep Purple con su disco de Made in japan. Aunque, qué cosas, se grabó en Memphis, Tennessee.

Fernando Pardo, de Sex Museum y Matadors, tiene una larga relación con Made in Japan y Deep Purple. "Hacia 1977 me prestaron el disco. En aquellos tiempos, mi padre, que era hincha del Atleti, se iba algunos domingos a ver el partido y aprovechábamos para oír música en su equipo, algo que nos estaba prohibido. Pero volvió antes de tiempo y se armó una gorda. No sólo por haber invadido su territorio, él decía que aquella música era una mierda. Pero a partir de entonces empezó a compartir con nosotros su colección de discos, ejercía de rockero de la vieja escuela y lo más moderno que le gustaba eran los Beatles".

Jon Lord

Él no se sintió entonces impresionado por Made in Japan, recuerda Fernando. Su reconciliación con Deep Purple tuvo lugar ya entrados los ochenta, cuando la new wave le impulsó a investigar en el rock británico de los sesenta: "De la primera encarnación, cuando ellos hacían Hush o Kentucky woman, no costaba mucho saltar al Purple más heavy. Desarrollamos la opinión de que no había tanta distancia entre Deep Purple y MC5 o los Stooges, lo que nos hizo impopulares en los ambientes cool. Hasta nos recomendaron que no lo mencionáramos: 'Os van a entrevistar periodistas modernos que acaban de esconder In rock o Machine head bajo la cama'. Pero no podíamos ocultar nuestra admiración: Deep Purple deliraba en directo, pero lo tenía todo controlado, no flojeaba. Lo que se veía como macarrismo era la misma agresividad de los grupos high energy más santificados por la crítica".

En 1995, Sex Museum pudo telonear a Deep Purple. En realidad se lo ganó: "Discutimos en el grupo si lo hacíamos o enterrábamos nuestra etapa Purple, tan mal acogida. Pero mandamos un CD nuestro a su manager y nos aceptaron. Fue fantástico: resultaron los músicos más normales del mundo. Nada que ver con Sonic Youth, que se subían a una furgoneta para recorrer los 50 metros que separaban los camerinos del escenario. Tocamos con ellos en varias ciudades, y daba gusto ver que comían en la misma mesa que sus técnicos y procuraban disfrutar de cada momento en vez de quejarse de no poder llenar un estadio".

PERIFERIA ROCKERA
Los ecos de Deep Purple llegan hasta la periferia del rock, a las parcelas patrulladas por sellos como Por Caridad Producciones. La compañía madrileña quiere iniciar su Colección Perversiones con un disco dedicado a recreaciones imposibles de Smoke on the water, "incluyendo alguna que prescinda de su famoso riff; se permiten las aberraciones". Habla Ajo, la cantante de Mil Dolores Pequeños: "Conocí a Deep Purple en casa de una amiga. Sus hermanos eran muy musicales, leían Vibraciones y oían a King Crimson. Me grabaron casetes y recuerdo machacarme con Smoke on the water mientras limpiaba la casa y mi tía se indignaba, 'no sé cómo aguantas una música tan ratonera'. Ocurría en Saldaña, provincia de Palencia". Ajo espera contar en el disco con un abanico amplio de intérpretes, de Enemigos a Pascal Comelade, "que ya grabó Smoke on the water como una miniatura, un haiku para piano". Y un detalle que viene a recalcar que el famoso riff ya forma parte del acervo popular, como un tema folclórico cualquiera: "Madelman no sabía qué cosa era Smoke on the water, pero reconoció enseguida la melodía, '¿eso era de Deep Purple?".
Made in Japan se ha reeditado en EMI.




HUMO SOBRE EL AGUA, FUEGO EN EL CIELO

Sol-si bemol-do, sol-si bemol-re bemol-do. O algo así. El 'riff' inicial de 'Smoke on the water' es lo primero que aprende a tocar el aspirante a guitarrista de rock. Cierto que el solo posterior era bastante más duro y que muchos no perseveraron: con gratificante candor, The Damned explicaban que ellos aspiraban a tocar cosas tipo 'Smoke on the water', pero carecían de la paciencia necesaria y se escaparon por el atajo 'punk rock'.
La más inmortal de las canciones de Deep Purple está basada en un hecho real. El 4 de diciembre de 1971 se incendió el Casino de Montreaux mientras tocaba Frank Zappa; ellos lo vieron desde la otra orilla del lago. No hubo víctimas mortales, pero el edificio —donde los ingleses iban a grabar— quedó arrasado y el equipo de las Madres del Ingenio se perdió (para Zappa no fue más que el preludio del desastre: seis días más tarde, un descerebrado le tiró del escenario al foso del Rainbow londinense, dejándole mal herido y amarrado a una silla de ruedas durante 1972).
Por el contrario, el Casino en llamas inspiró a Deep Purple ese 'Smoke on the water', que continuaba narrando cómo grabaron lo que luego sería 'Machine head', llevándose el estudio móvil de los Rolling Stones al desierto Grand Hotel de Ginebra. Inauguraban, sin darse cuenta, otra de las tradiciones del rock: la utilización de las andanzas de los músicos como materia para su propio repertorio. En 'Made in Japan', Gillan presenta 'Smoke on the water' con cierto orgullo, con el 'stiff upper lip' de los británicos que se crecen ante las adversidades. D. A. M.


Sobré estas líneas, la letra original de 'Smoke on the water'.Abajo, manual básico para tocar el mítico inicio de la canción:
1. Sol. Tocar al aire —sin pisar— la tercera y cuarta cuerdas, a la vez. La tercera marca la melodía, la cuarta la acompaña —esto se repite después en todas las notas—.
2. Si bemol. Pisar esas dos cuerdas en el tercer traste.
3. Do. Pisar las dos cuerdas en el quinto traste.
4 y 5. Sol si bemol. Se repiten los pasos 1 y 2.
6. Re bemol. Pisar las dos cuerdas en el sexto traste.
7. Do. Pisar las dos cuerdas en el quinto traste.






El Pais, viernes 27 de Febrero de 1998