domingo, 22 de septiembre de 2013

El hombre de azúcar

El cantante Sixto Rodríguez es el símbolo de la música como himno de batalla y. ancestral alimento del alma

Por Carlos Boyero







CUENTAN DE Sixto Rodríguez que se movía como un fantasma y siempre caminando por las calles más lumpen de Detroit, la ciudad de los coches. Cuentan que actuaba a principio de los años setenta en un garito donde el humo hacía invisible a todos los que estaban allí y que solo aceptaba citas para posibles trabajos en las esquinas y los callejones de su barrio, que no jugaba coquetamente a ser misterio ocultándose detrás de sus permanentes gafas negras sino que verdaderamente lo era y que sus canciones desprendían inmediata fascinación para su escaso público. Oyes esa música y esas letras y piensas inevitablemente en Bob Dylan. No hay intento de plagio, Rodríguez es genuino, pero el tono y la calidad de esa escritura te recuerdan ciertas épocas del inmenso creador de Blonde on blonde. Y Rodríguez grabará dos discos que no escuchará ni dios en Estados Unidos. No se volverá a saber nada de aquel enigmático y lírico chico que prometía tanto, aunque circulan rumores convenientemente desgarrados de que el incomprendido puso telón final a su fracaso quemándose a lo bonzo en un escenario o que la palmó de una sobrédosis. Pero resulta, por esas poéticas paradojas de la vida, que alguien llevó esos discos a la Sudáfrica del apartheid poco después de ser editados. Y el personal flipó, esas canciones se convirtieron en el cotidiano himno de batalla de todos los que renegaban del estado de las cosas, se enamoraron a perpetuidad del tal Rodríguez y transmitieron esa pasión a sus hijos. Este es el hipnótico arranque del precioso documental Searching for sugar man. Y luego ocurren cosas que te colocan un nudo en la garganta, un retrato conmovedor de la dignidad y la capacidad de resistencia en un universo que valora tanto la autodestrucción de sus legendarios héroes, de la afirmación en la vida cuando los sueños se han roto injustamente. Posee el aroma de esos cuentos que se atreven con algo tan poco prestigioso como empeñarse en certificar un final feliz. Pero el autor no se ha inventado nada, todo lo que nos están narrando afortunadamente es real.

Nunca sabremos lo que hubiera llegado a componer Sixto Rodríguez si su música hubiera encontrado eco en Estados Unidos, si la supervivencia no le hubiera impuesto aparcar aquello para lo que estaba tan dotado. Pero sí sabemos gracias a Treme, esa serie tan original como fresca que ha creado un tipo extraordinario llamado David Simón, que es imposible renunciar a la música para muchos habitantes de esa devastada Nueva Orleans con la que se ensañó el Katrina y posteriormente el desdén del Gobierno hacia su tragedia. Siguen viviendo para la música, ancestral alimento de su alma, aunque tengan que buscarse otros oficios para intentar comer todos los días. Es muy revelador el capítulo en el que Elvis Costello acude a un garito que no está adulterado, sin concesiones hacia el turisteo, un templo en el que han desplegado su talento muchas generaciones de músicos. Alguien previene a un virtuoso sobre la personalidad del visitante, le revela que es una estrella del rock y que es posible que le contrate para su banda si le deslumhra esa noche. Pero este, que se siente felizmente ignorante de la fama de Costello, le responde a sus colegas que el no concibe su existencia fuera de ese bar en el que lleva tocando durante toda su vida la música que le gusta, rodeado por su gente, que se la suda la pasta y el prestigio que podría conseguir con Costello si tiene que renunciar a su ambiente. Treme habla con profundidad, gracia, cercanía emocional, complejidad, humor y ternura de la gente cuya existencia solo adquiere sentido gracias a su irrenunciable matrimonio con la música.

Imagino que la música sigue representando algo fundamental para mucha gente joven. Aunque aparezcan noticias tan desalentadoras como que en una encuesta realizada en la Universidad de La Rioja solo uno de cada cuatro estudiantes sabe qué es Wilco, o sea, la banda que lleva casi dos décadas haciendo una música destinada al clasicismo. Pero es probable que ninguno ignore a qué se dedican los edulcorados y facilones Coldplay.

También es mosqueante que en las tiendas de discos (exagero, ya han cerrado casi todas, solo quedan los departamentos de música de las grandes superficies) la escasísima gente que ojeamos discos estemos cercanos a la tercera edad, con inevitable aire de náufragos. Supongo que es un anacronismo gastar dinero en música cuando puedes conseguirla gratis a través de Internet, o que te la traigan en un aséptico paquete a tu casa por medio de Amazon. Aquella costumbre tan gozosa de dar una vuelta, para rastrear discos, libros y películas en tiendas especializadas en esos impagables materiales ya pertenece a la inútil melancolía.

Y los grandes músicos con los que hemos crecido varias agradecidas generaciones dosifican durante demasiado y angustioso tiempo sus nuevos inventos. David Bowie ha tardado diez años en volver a parir, pero escuchas algunas canciones del anhelado The next day, como las extraordinarias Love is lost y Were are we now, y reconoces las viejas y maravillosas esencias de este tío. Y aunque el último disco de Van Morrison, Born to sing: No plan B, no ofrezca motivos para entonar el aleluya hay canciones como Open the door y Goin down to Monte Carlo en las que te encuentras con el hombre que creó los inmortales Moondance y Astral weeks. Y puedes oír muchas veces y con placer progresivo el Tempest de Bob Dylan. No es mucho, pero sí consuela. Algo queda del esplendor en la hierba.

El Pais Babelia 20.04.13

Los Beatles al servicio de la radio pública


La historia nos ha legado la imagen de unos Beatles triunfadores, lideres juveniles. Pero antes tuvieron que pasar por el aro y ejercer como leales servidores del show business.

DIEGO A. MANRIQUE 16 SEP 2013


La historia nos ha legado la imagen de unos Beatles triunfadores, lideres juveniles a la par que dominadores de las secretas técnicas de Abbey Road, tirando del resto de los artistas pop. Digamos que esa fase imperial corresponde a la segunda mitad de los sesenta. Pero antes tuvieron que pasar por el aro y ejercer como leales servidores del show business.

Entre otras concesiones, eso suponía grabar sesiones para la BBC, que entonces monopolizaba la radio en el Reino Unido (curiosamente, ya había televisión comercial desde los años cincuenta). Vigilada por el poderoso sindicato de músicos, que limitaba la cantidad de discos que podían emitirse, la BBC conservaba los antiguos hábitos: ofrecía actuaciones en directo, aunque frecuentemente, por cuestiones de agenda, estaban previamente registradas en sus estudios. Estudios elementales, donde se grababa en mono.

El inconveniente para muchos artistas era la velocidad con que trabajaba, sin margen para adecentar pistas o disimular pequeños errores. Pero los Beatles lo consideraban un desahogo. Para sobrevivir en los clubes de Hamburgo y Liverpool, podían tocar durante horas sin repetir canciones. Paradójicamente, convertidos en estrellas, sus shows se encogieron: solo podían interpretar sus éxitos y algunos rocanroles.

Así que las sesiones para diferentes programas de la BBC nos permiten conocer cómo sonaba su repertorio de batalla, más allá de las pulcras versiones que George Martin autorizó para rellenar elepés. Como ocurría con todos los conjuntos de la época, que pocas veces se atrevían a componer, resultaba vital contar con un cancionero polivalente, que además les diferenciara del resto.

Paul McCartney ha explicado su metodología. Intentaban escuchar los singles estadounidenses que salían en el Reino Unido, incluyendo las caras B; aquello de que tenían acceso a discos raros que traían los marineros de Liverpool es leyenda urbana. McCartney rompía la heterodoxia seleccionando piezas como Luna de miel, de Mikis Theodorakis (“se la escuché en la tele a Marino Marini, un cantante italiano”) o Bésame mucho (que conocían de los Coasters pero que adaptaron a su gusto gamberro).

Mil veces pirateadas, esas grabaciones de la BBC —que se empezaron a rescatar en 1994— tienen un atractivo extra. Conservan retazos de las presentaciones y conversaciones con los locutores, que revelan que —a diferencia de muchas figuras— no se sentían intimidados por la BBC. Hay destellos de su humor, aunque esa faceta queda mejor reflejada en otros discos que nunca han tenido lanzamiento oficial: los enloquecidos singles navideños que enviaban a los miembros de su fan club. Ya llegaran, no teman.

El Pais 16.09.13

sábado, 21 de septiembre de 2013

Jazz con sabor francés

Nació en Nueva Jersey, pero creció escuchando los poemas de Baudelaire. Con un estilo lírico y sensual, Stacey Kent pone voz y el acento justo al jazz francés en su nuevo disco Raconte-moi... “Es cierto que hay como una epidemia francesa entre las cantantes americanas. Supongo que lo francés ejerce un atractivo exótico”, asegura


Stacey Kent, la más afrancesada de las cantantes de jazz. Foto: Nicole Nodland


Por Chema García Martínez

LLEVA EL PELO CORTADO a lo garçon, lee a Baudelaire y cuenta con una Medalla de las Artes y las Letras de Francia. Stacey Kent (Nueva Jersey, 1968) canta jazz y no es francesa..., aunque por poco: “Soy americana de pasaporte y francesa de corazón”, confiesa. La más afrancesada de las cantantes de jazz en ejercicio publica Raconte-moi..., su primer disco completamente en francés, con versiones de Benjamin Biolay, Paul Misraki, André Manoukian... y los textos de crédito, únicamente, en el mismo idioma. “Ahí yo no he tenido que ver”, aclara.

PREGUNTA. Uno siempre tiene la duda con usted de si es una cantante francesa que nació en Estados Unidos o una cantante estadounidense a la que le gusta la nueva cocina de Francia.
RESPUESTA. Soy un poco de todo. En estos momentos tengo mi base en Londres por razones prácticas, teóricamente vivo en América, y en realidad el país en el que paso más tiempo es Francia.
P. Un amor, el suyo, por lo francés que no es un idilio pasajero...
R. Mi abuelo paterno, que era de origen ruso, me imbuyó del espíritu francés. Él sólo me hablaba en francés, me hacía ver películas francesas, incluso me recitaba los poemas de Baudelaire, pese a que yo no comprendía una palabra. Él fue quien me puso los primeros discos de Serge Gainsbourg..., al final era como si no viviera en América. Ahora entiendo que he sido una privilegiada: la mayoría de mis compatriotas no tienen el menor interés por lo que ocurre en el resto del mundo.
P. Algunas de sus compatriotas, como Madeleine Peyroux, Dee Dee Bridgewater o Melody Gardot, también han hecho sus pinitos en el idioma de Molière.
R. Es cierto que hay una “epidemia francesa” entre las cantantes americanas. Supongo que para nosotros lo francés ejerce un atractivo romántico y exótico..., de todas formas, ellas y yo hemos seguido caminos diferentes. Yo he nacido y crecido en América, pero al mismo tiempo he estado inmersa en la cultura francesa desde niña.
P. Se entiende que grabar un disco en francés ha sido para usted un acto natural.
R. En ningún momento me planteé grabar un disco por el mero hecho de hacerlo en francés. Para mí, cantar en francés es una obviedad, y una bendición, porque la cultura francesa es todo un mundo.
P. Aparte del idioma, ¿tenía alguna idea previa acerca del repertorio?
R. Raconte-moi... es el álbum más personal e íntimo de mi carrera. Mi idea era reproducir una atmósfera precisa que me permitiera explorar el fondo de armario de la poesía francesa, su dulzura y su ternura. En realidad, en este disco estoy contando mi propia vida de una forma metafórica. Por ese motivo no quise seleccionar 12 canciones que sonaran bien sin más, sino que estuve literalmente “inmersa en canciones” hasta elegir las que encajaban perfectamente, y estoy orgullosa del resultado.
P. ¿Sería posible un disco como éste en otro idioma que no fuera el francés?
R. Cada lengua tiene su propia personalidad, no son sólo los textos, también la pronunciación, el ritmo..., incluso físicamente, el acto de cantar en un idioma u otro es distinto. El francés, por ejemplo, es un lenguaje tierno y sensual. Pero siempre hay que entender lo que uno está cantando. Reproducir las palabras fonéticamente es un recurso demasiado pobre. Hay que penetrar en el idioma hasta alcanzar el inconsciente. Ahora mismo estoy con un profesor de portugués con vistas a mi próximo proyecto.
P. Supongo que tiene que ver con su interés por la bossa nova. En Raconte- moi... ha incluido una versión de Águas de Março, de Jobim, traducida por Moustaki.
R. Pero eso no quiere decir que haya cerrado el “capítulo francés”, de hecho, ahora estoy trabajando en nuevas canciones, y mantengo las del disco en mi repertorio.
P. En su página de Facebook puede vérsela radiante acompañada por Moustaki.
R. Es que, cuando le vi ahí, junto a mí, no me lo podía creer. Fue un honor cantar junto a él.
P. El disco incluye un tributo a Henri Salvador, con su interpretación de Jardin d’hiver.
R. Únicamente coincidí con él en un espectáculo televisivo, y por supuesto quería recordarle, pero, sobre todo, es que es una canción de amor a la naturaleza muy hermosa, aunque no sea suya, pero formaba parte de su repertorio.
P. Si tuviera que elegir una canción del álbum como single, ¿cuál seleccionaría?
R. Raconte-moi..., sin duda. Es la canción de amor perfecta. Habla del mundo interior de la pareja, lo que ocurre de puertas adentro, y cuando los amantes salen al exterior y se enfrentan al mundo real. Cada vez que la canto cierro los ojos y veo a dos personas amándose. Que una simple canción me permita hablar de algo tan íntimo y tan bonito me parece lo más hermoso del mundo.
P. En su caso, trabajo y amor van unidos. Raconte- moi... está producido y arreglado por su marido, el saxofonista Jim Tomlinson.
R. Entre nosotros hay una compenetración casi telepática, derivada, creo yo, de la vida en común. Jim me ha ayudado a crecer como artista, con él siento que estoy en buenas manos. Pero no es sólo él, también los músicos que me acompañan. Porque una cosa es tocar con un músico y otra tener en torno a ti a un grupo de personas capaces de escuchar las ideas de los demás.
P. ¿Qué se siente cuando su país de adopción le concede a uno la máxima distinción artística?
R. Fue algo inesperado y grandioso. Ni por lo más remoto podía haberme imaginado que el Ministerio de Cultura me había “echado el ojo” y, de repente, me vi convertida en “embajadora de la música”. ¡Yo no tenía ni idea de que estaba haciendo algo por alguien! Y ahí estaba la ministra Christine Albanel en persona imponiéndome la medalla en reconocimiento a mi trabajo llevando la música francesa fuera de Francia.
P. Steven Tyler, líder de Aerosmith, la citó entre sus dos cantantes favoritos junto a Willie Nelson.
R. Pues para mí constituye todo un honor, porque ¡adoro a Steven Tyler! Cuando me llegó la noticia, me dejó fuera de combate. Entiendo que puede resultar extraño que alguien como Tyler escuche mi música, pero la música es la música y ya está. Al final, lo que queda es la emoción. Hay músicas para todos los estados de ánimo, yo puedo en un momento sentirme como Maria Callas y en otro como Steven Tyler. Mi sensibilidad es obviamente jazzística, vivo en un mundo distinto del de él, pero eso no significa que no disfrute con su música, ¿por qué no habría de hacerlo? 
Stacey Kent actuará en el teatro Häagen Dazs de Madrid el próximo 25 de mayo, www.staceykent. com. www.facebook.com/StaceyKent.






Stacey Kent
Raconte-moi...
Blue Note / EMI

STACEY KENT podría pasar por una de estas americanas chifladas por el Viejo Continente como aquella Audrey Hepburn que desembarcaba en París a la búsqueda del “enfaticalismo” y acababa vestida por Givenchy. Como prueba de esa querencia continental y francófona, aquí nos viene con este álbum íntegramente en francés y como marca de la casa, el acento jazzy que le imprime su marido, saxofonista y productor, Jim Tomlinson. Aunque no es todo jazz lo que reluce ni tampoco chanson lo que acaba por ser, Kent consigue salirse con un trabajo muy personal donde sus hilitos de voz acaban por llenarlo de un perfume sensual y lírico, y con estas armas logra trazar la regla de tres imposible de hacer algo sofisticado y a la vez de una sencillez prodigiosa. En el menú francés, selección exquisita, las Aguas de marzo de Jobim pasadas por la versión que en su día hizo Moustaki, temas añejos como L’etang que cantara allá por los años cincuenta la actriz Danielle Darrieux, el Jardin D’hivern de Henri Salvador, Les vacances au bord de la mer de Michel Jonasz, un músico que debería tener mejor suerte entre nosotros y una versión de punto de cruz, delicada y emocionante de Le mal de vivre de la siempre añorada Barbara. Toda una declaración de amor tricolor. Carles Gámez


EL PAÍS BABELIA 15.05.10

viernes, 20 de septiembre de 2013

Mayer Hawthorne, corazón de ‘soul’





Por Carles Gámez

DICEN LAS MALAS lenguas que Mayer Hawthorne es en realidad el hijo y fruto secreto de una noche de pasión entre Smokey Robinson y Curtis Mayfield. Cierto o no, la verdad es que en esa primera fila de los Golden Boys y embajadores del nuevo soul, situemos en puestos destacados a Aloe Blacc, Raphael Saadiq, el exrapero Ben Drew (Plan B) o el atómico Ellis Paperboy Reed, Hawthorne se lo está ganando a pulso. Desaparecida —y añorada— la nueva Edith Piaf del R&B, y Amy Winehouse, las posibles vacantes femeninas ya cuentan con apartado de solicitudes para ponerse esa corona. Ahí están las Adele y otras chicas de la banda intentando atrapar el espíritu errante de Dusty Springfield. Por la parte masculina la cosa de momento queda más repartida mientras las viejas leyendas, Al Green, Lee Fields o una Marvin Staples de vez en cuando dicen esta boca es mía por si lo habíamos olvidado. Metidos como estamos en tiempos de crisis, moral y económica, el soul devuelve ese aliento de vida y emoción que parece faltar en otros territorios. Y para todas las generaciones. Hawthorne, como otros compañeros del alma, reescribe el espíritu del soul, respetando el canon del género. Sin complejos ni culpa. Así que no le llamen vintage, llámenle pasión por la vieja música de corazón inmortal. Cuando Mayer Hawthorne salta a la pista con el tema A Long Time, sabe que no tendrá detrás a una escudería vocal como The Blossoms cubriéndole las espaldas o que su voz no podrá alcanzar las pulsaciones o llamaradas sexuales de un Marvin Gaye o un James Brown en sus tiempos mozos, pero consigue que sus canciones nos devuelvan a ese paraíso perdido que fueron los años de la Motown, de la Stax, entre Detroit y Memphis. Es entonces cuando aparece el chico más listo de la clase que revive los mejores sonidos de la factoría musical en canciones como The Walk como si Smokey Robinson y sus Miracles estuvieran pisándole los talones. Otro tanto pasa con Hooked, que hace que este muchacho con cara de secretario de club de fans de Sandra Dee hubiera hecho un máster impartido por Lamont Dozier Brian y Eddie Holland. Y con los Four Tops como profesores titulares. En temas como You Called Me hasta saca genio y figura y hace que bailen aquellas Martha and The Vandellas que pusieron el patio patas arriba c
on sus danzas callejeras. Si además les digo que como invitado ha te- nido a una leyenda como Dennis Coffey, componente de los Funk Brothers, que a sus setenta años acaba de sacar disco musculoso, un músico que con su Gibson conseguía que la Motown entrara en éxtasis mientras el animoso de Edwin Starr lanzaba su grito de guerra, ya ven que este chico no tiene ni un pelo de tonto.

How Dou Yo Do está editado por Universal Republic Records. mayerhawthorne.com

Camarón Integral (Universal)




ESTA CAJA recoge los 17 discos que grabó Camarón, desde que en 1969 comenzara con Al verte las flores lloran, acompañado por Paco de Lucía, hasta ese Potro de rabia y miel, con el que, en 1992, cerró su andadura profesional en estudio. Posteriormente saldrían a la venta otros cuatro discos más, con grabaciones antiguas hasta completar los 21. La escucha de estos discos permite ver la evolución de su arte, desde el jondo más clásico hasta La leyenda del tiempo que revolucionó el flamenco y creó un nuevo estilo, el flamenco-rock, manantial del que abrevaron muchos artistas. Camarón le daba a todos los palos y en todos dejaba su impronta; sabía ser bullicioso, alegre, barroco, pero siempre intenso y profundo, desgarrado, adecuando su voz a los temas que cantaba. Amelia Castilla

El Pais Babelia 24.12.10

Sharon Jones I learned the hard way (Nuevos Medios)




LA HISTERIA y los focos de medio planeta se los lleva Beyoncé, o similares cantantes de relumbrón con curvas pero nula chicha artística, pero la música, el verdadero soul, la raza, la pone Sharon Jones, 53 años, natural de Georgia, tierra de James Brown y Otis Redding. Ex funcionaria del sistema penitenciario y feroz vocalista, Jones ha registrado un disco que supura tradición y un brillante ímpetu musical, puro alegato vitalista para el género, mucho menos plastificado que lo mundialmente vendido por Amy Winehouse. Asociada con los Dap-Kings, Jones ofrece maravilloso soul-funk, como sacado de los 60, en un recreo de ritmos con vértigo, que recuerda al sonido de Filadelfia en su esplendor en vientos y cuerdas en los arreglos. Jones no es una muñeca, cierto, pero domina lo que realmente importa: la música y las emociones. Fernando Navarro

El Pais Babelia 24.12.10

Un ángel con maracas



El tango es prostibulario, decía Borges. Baile pecaminoso: expresión vertical de un pensamiento horizontal. Foto: Patrick Zachmann / Magnum

La música popular no se entendería sin la llegada de millones de africanos y europeos al Nuevo Mundo. Allí se encontraron y mezclaron en un prodigioso sincretismo cultural

Por Carlos Galilea

UN ÁNGEL Y UNA maraca no eran cosas nuevas en sí. Pero un ángel maraquero, esculpido en el tímpano de una iglesia, incendiada, era algo que no había visto en otras partes. Me preguntaba ya si el papel de estas tierras en la historia humana no sería el de hacer posibles, por primera vez, ciertas simbiosis de cultura”. Lo escribió Alejo Carpentier en su novela Los pasos perdidos.

A los puertos del Nuevo Mundo arribaron barcos cargados de africanos esclavizados y blancos de toda condición. David Byrne apunta que las músicas generadas por la diáspora africana han sido las más poderosas e influyentes del siglo XX. Los esclavos fueron desembarcados en Veracruz, Cartagena de Indias, Portobelo o Valparaíso, iniciándose con su llegada un proceso de transculturación de siglos. Los más dotados para la música no tardarían en aprender a tocar valses, cuadrillas o polcas para sus amos, aportando un sentido muy acentuado del ritmo. Y libertos iban a ser muchos grandes músicos americanos. El poeta Augusto de Campos habló de “la capacidad de romper con la tradición, la natural inclinación por la improvisación y la experimentación, rasgos que —según John Cage— distinguen al músico americano del europeo o del asiático, más apegados a una tradición cultural”.

En Buenos Aires, junto al puerto, en los conventillos del barrio de San Telmo, se acomodó el tango. Se fraguó en torno a la guitarra primero y, más tarde, a ese bandoneón traído de Alemania y considerado por el clero fuelle del diablo. El tango es prostibulario, decía Borges. Baile pecaminoso: expresión vertical de un pensamiento horizontal. También a finales del XIX, en la región oriental de Cuba, surgió el son. “Lo más sublime para el alma divertir”, cantaba Ignacio Piñeiro. Llegó a las calles de Santiago desde el campo ya con la impronta hispanoafricana. Y de la mano del tres, el güiro y el bongó superó el rechazo de las clases dominantes. Conviene saber que en el oriente de Cuba vivían miles de colonos franceses huidos de Haití con muchos de sus esclavos y con sus contradanzas.

Escribe el antropólogo Fernando Ortiz: “Los cubanos hemos exportado con nuestra música más ensoñaciones y deleites que con el tabaco, más dulzuras y energías que con el azúcar”. El primer bolero, alimentado por la habanera, el danzón o la romanza operística, sería Tristezas, que compuso allá por 1885 el mulato santiaguero Pepe Sánchez, sastre de profesión. El bolero, definido por César Pagano como “ese gran corruptor de mayores”, se diseminó por el mundo de habla española. Y tuvo en México un centro neurálgico impulsado por figuras como Agustín Lara.

El proceso de modernización de las ciudades, y la posibilidad de una difusión masiva de la música, permitieron la fiebre del mambo y el chachachá. El poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo señala que, a partir de 1930, tangos, boleros y rancheras como Cambalache, Aquellos ojos verdes o En el último trago, propaga- dos por los discos, la radio y el cine, modelaron la forma de sentir de generaciones de latinoamericanos.

Otro testimonio de sincretismo musical, compartido por los habitantes de Cali, Caracas, San Juan, Lima, Guayaquil o Miami, es la salsa. Expresión urbana, que agrupa músicas bailables antillanas, y en la que está siempre presente la clave, compás que se marca con el golpeo de dos palos cilíndricos de madera —tres golpes, pausa, dos golpes—. Creció en las esquinas del Barrio de Nueva York —afirma el periodista Enrique Romero que la esquina es a los latinos lo que el ágora fue para los griegos—. En 1964, el abogado judío Jerry Masucci y el músico dominicano Johnny Pacheco fundaron la discográfica Fania, que arrancó a lo pobre —ellos ofrecían los discos de tienda en tienda y se convirtió pronto en paradigma salsero.

“El problema al intentar definir la cultura latina es que se pone un énfasis tremendo en la raza, como si los latinos fuesen una raza. Al hablar de latinoamericanos, se está hablando de una unidad cultural”, opina Rubén Blades, autor de Pedro Navaja, esa canción que le hubiera gustado escribir a García Márquez, que aseguró que Cien años de soledad no era sino un vallenato de 400 páginas. En la misma costa atlántica de Colombia, y también simbiosis de tres culturas, se desarrolló la cumbia. Con La piragua o La pollera colorá franqueó las fronteras nacionales desde la década de los cincuenta y tomó forma renovada en México y Perú. Música híbrida adoptada por las villas miseria la de esa cumbia villera que se asentó, con sus letras descarnadas, en el Río de la Plata. Tan denostada por su procacidad o su violencia, como el exitoso reggaeton —cóctel tropical con dosis de merengue dominicano, plena y bomba boricuas, son cubano, reggae y hip hop—.
Quizá sea el rock latino el que mejor ha sabido acercar a los jóvenes. Un rock en español que, en sus casos más felices, se empapa de las señas de identidad de la cultura de cada país. Cuando, como escribe Diego A. Manrique, deja de ser simple traducción de los mitos anglosajones y asume el candombe, el son, la milonga o la ranchera como parte de su código genético.

El 1 de octubre de 1993 nacía la MTV Latina que vía satélite, y en palabras irónicas de los escritores chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez, hizo realidad el sueño de Bolívar de una Latinoamérica unida. Un año después, Caetano Veloso reunió en Fina estampa canciones argentinas, paraguayas, peruanas, venezolanas... memoria de su adolescencia y mano tendida al imaginario común. La hermandad a la que cantó Mercedes Sosa. En 1967, el brasileño ya había grabado para su primer disco Soy loco por ti, América, de Gilberto Gil y Capinan: “Voy a traer una mujer playera / Que su nombre sea Martí / Tenga como colores la espuma blanca de Latinoamérica / Y el cielo como bandera”.

El Pais Babelia 28.11.2009

jueves, 19 de septiembre de 2013

Mil "blues" (y una armónica)

Por Diego A. Manrique

CADA AÑO que pasa, más grabaciones rotundas pasan a dominio público. Eso indigna a las discográficas propietarias de añejos catálogos pero, aleluya, también permite recopilaciones tan monumentales y baratas como ABC of the blues. Un cofre fabricado en Alemania con 52 discos, más de mil canciones interpretadas por unos cien artistas; en la primera tirada, hasta se regala una simpática armónica Hohner. No se van a creer el precio: poco más de un euro por CD. ¿Hay truco? Desde luego. ABC of the blues cojea en información: no esperen listados de músicos, sellos o fechas. Son discos mondos y lirondos, más un cuaderno donde el coleccionista Samuel Cameron esboza biografías de los creadores, en tono risueño y fantasioso: en el reverendo Skip James, ve un antecedente de Antony Hegarty. Y aquí está el encanto de ABC of the blues: la selección rechaza marcar el paso de las ortodoxias habituales. Generalmente, los artistas interpretan 10 o 20 temas (medio CD o un CD entero). Los grandes nombres no siempre tienen derecho a discos completos: Muddy Waters o John Lee Hooker ocupan medio disco, como si el compilador pensara que el comprador potencial ya posee abundantes grabaciones de ambos gigantes. Queda reflejado el legendario desplazamiento vital de los bluesmen, desde el delta del Misisipi al gueto de Chicago. Y su consiguiente evolución estilística: del profundo blues rural —Robert Johnson, Son House, Charley Patton, Bukka White— a los exuberantes pistoleros urbanos y eléctricos, tipo Buddy Guy, Magic Sam, Otis Rush. ABC of the blues enriquece la narración convencional. Hay espacio para la música de Nueva Orleans, que se desarrolló aparte de la corriente principal: aquí brillan Huey Piano Smith, Profesor Longhair, Smiley Lewis, Cousin Joe y Snooks Eaglin. Este último, virtuoso guitarrista ciego, no desmerece al lado de los míticos Blind Blake, Blind Willie McTell o Blind Willie Johnson. También está bien representado el sofisticado rhythm and blues californiano: Roy Milton, Amos Milburn, Percy Mayfield, Pee Wee Crayton, Charles Brown, Wynonie Harris. Vocalistas de traje y corbata, con metales y piano, el latido de la Central Avenue de Los Ángeles, tal como la retrató Walter Mosley en sus novelas. Locales que conoció el único blanco presente en la antología, Johnny Otis, descendente de griegos que saltó al otro lado de la barrera racial. La caja tritura el viejo concepto izquierdista del blues como expresión atormentada de la experiencia afroamericana. Había mucho de eso —miserias amorosas, miserias sociales, miserias existenciales— pero, ante su público natural, el bluesman debía facturar igualmente música para bailar, música de desafío, música de incitación erótica. Así, se rescatan diez temas de Blue Lu Barker, a la que Billie Holiday consideraba su “mayor influencia”. Ambas fueron extremadamente precoces pero, mientras Billie se transformó en el ruiseñor de alma atormentada, Blue Lu Barker siguió animando clubes nocturnos donde, en vez de lamentos agonizantes, se celebraban números picantes como Préstame tu marido o El blues del trombonista. En ABC of the blues se cuelan pillos que no encajan en el canon purista. Bo Diddley, desde luego, pero también Richard Berry, autor de Louie, Louie o Have love, will travel. Y ese ganso llamado Slim Gaillard, cuyo swing guitarrero y exuberancia verbal fascinaron a Jack Kerouac (y que llegaría a rodar una película con David Bowie). El orden alfabético propicia algunas yuxtaposiciones divertidas, junto a otras que tienen mucho sentido: comparen CD los dos intimidantes bluesmen conocidos como Sonny Boy Williamson, el que murió asesinado en Chicago en 1948 y el que vivió hasta 1965, a tiempo para educar a los Animals y los Yardbirds, aterrorizados conjuntos que le acompañaron en giras británicas.


ABC of the blues. (Membran / Karonte).

El Pais Babelia 08.01.11

Copla eterna


Es una historia contada en tres o cuatro minutos —planteamiento, nudo y desenlace—, una suerte de “miniópera”, a decir de Plácido Domingo. Nuevas voces impulsan un género que se ha librado de los prejuicios del pasado

Por Javier Pérez Senz

LA COPLA RESURGE con fuerza. Tras tiempos confusos, marca-dos por el olvido, el desprecio o la indiferencia, una nueva generación de artistas está revitalizando el género con imaginación, frescura y talento musical. Clara Montes, Pastora Soler, Diana Navarro, Pasión Vega o Miguel Poveda aportan savia nueva y conectan con un público joven que se acerca sin prejuicios a la copla y disfruta sin complejos el encanto, la inspiración y la arrolladora fuerza expresiva de sus versos y melodías. La copla entra en el siglo XXI con otra sensibilidad, pero sin olvidar las raíces de un inmenso repertorio cuyas señas de identidad forjaron Concha Piquer, Miguel de Molina y otras voces de leyenda, en un desfile de estrellas que tiene hoy a Isabel Pantoja como reina indiscutible en los escenarios. Para recorrer su historia, nada mejor que leer el reciente y ya indispensable libro del poeta y novelista Manuel Francisco Reina Un siglo de copla (Ediciones B). O no perderse la serie documental sobre la historia de la copla que Castilla-La Mancha TV emite semanalmente todos los domingos desde el pasado 17 de enero, Suspiros de España, dirigida por Manuel Palacios y Pilar Pérez Solano.

Vive la copla un momento dulce, como demuestra el arrollador éxito del último disco del cantaor Miguel Poveda, Coplas del querer (Universal), con sorprendentes arreglos del pianista y compositor Joan Albert Amargós y la inspirada colaboración del guitarrista Juan Gómez. Un serio y ambicioso logro artístico que bebe los vientos del éxito por partida doble, tanto en el maltrecho mercado discográfico —a pesar de la crisis lleva vendidos más de 50.000 copias en menos de dos meses y ha sido nominado a los Premios Grammy Latinos— como en los escenarios: tras su puesta de largo el pasado diciembre en el Gran Teatre del Liceu, en un memorable concierto, el gran cantaor catalán pasea su pasión por la copla en una gira española que se abre con una doble cita, mañana y el lunes, en el Teatro Español de Madrid, a la que seguirán en febrero actuaciones en Las Palmas de Gran Canaria y Valencia.

Hay ecos de Manolo Caracol, Rafael Farina y Antonio Mairena en la garganta y en el alma flamenca de Miguel Poveda, pero, como señala con admiración Pedro Almodóvar, “tiene algo personal que sólo le pertenece a él”. Basta escuchar su versión de A ciegas, con arreglos de Alberto Iglesias, que cierra la película Los abrazos rotos, para admirar sin reservas su talento vocal, la delicadeza y la exquisita sensibilidad musical. “No me gusta el abuso, el grito, el falso desgarro”, asegura Poveda a la hora de explicar su forma de entender la copla. “Son un vehículo para expresar historias maravillosas, y hay que decirlas y cantarlas dándole el matiz necesario a cada palabra, a cada frase, sin abusos ni efectismos. Me gusta ir a la esencia de las cosas y, aunque suenen modernas, son profunda- mente respetuosas con un género que forma parte de mi vida”.

La clave de esa frescura musical hay que buscarla en la absoluta complicidad artística de Poveda y Joan Albert Amargós, autor de los arreglos. “Llevamos muchos años trabajando juntos y siempre me cautiva su generosidad y seriedad como intérprete. Tiene un certero instinto musical, enseguida sabe lo que quiere hacer, lo que conviene musicalmente a su forma de entender la copla, y la canta como se debe cantar, con emoción, entrega, ternura y calor expresivo”, comenta Amargós. “Nuestra idea de partida era lograr que el directo sonara igual que el disco, sin trucos, utilizando un quinteto integrado por violín, trompeta, contrabajo, batería y piano, con ellos se logra dar una frescura jazzística, un color distinto, una calidez que arropa el cante de prodigiosos matices de Poveda”.

Autor también de los arreglos sinfónicos del próximo disco de la Orquesta Nacional de España (ONE) junto a Tomatito —una visión sinfónica del flamenco que aparecerá el próximo mes en el mercado, bajo la dirección de Josep Pons—, Amargós es un músico completo, respetado tanto en el mundo del jazz como en el de la música clásica. Ahora mismo compagina la gira junto a Poveda, con la puesta a punto de su próximo reto musical, un Concierto para dos pianos y orquestas que Pons y la ONE estrenaran el 9 de abril en Madrid, con las hermanas Katia y Marielle Labèque. Y defiende la modernidad de la copla sin complejos. “Es un filón a descubrir para las nuevas generaciones, existen más de 50.000 coplas catalogadas y es un género más fácil para el gran público que el flamenco, gracias a sus melodías, que son preciosas, y a la fuerza de sus letras”.

Manuel Palacios también opina que hay nuevos públicos para el género. “La copla vive un resurgir claro. Ahora mismo la copla es moderna e interesa a un público joven que antes le daba la espalda. Y esto no pasaba hace diez años”, asegura tras más de un año inmerso en el universo de la copla, realizado más de 250 entrevistas y seleccionado miles de imágenes de archivos históricos. “Me he enamorado aún más de la copla y sus grandes mitos, como Concha Piquer o Imperio Argentina, me fascinan más que antes. Ha sido un trabajo arduo, pero maravilloso”, comenta el director de la serie Suspiros de España, Manuel Palacios, muy satisfecho con la gran aceptación que está consiguiendo.

“Si hay algo innegable en la consolidación del género es que ha formado parte de la educación sentimental, musical y cultural de muchas generaciones a lo largo de su azarosa vida”, escribe Manuel Francisco Reina en Un siglo de copla, un libro tan útil como necesario para redescubrir su historia, desde sus orígenes, a finales del siglo XIX a nuestros días, pasando por su consolidación en los años previos a la República, su valor simbólico durante la Guerra Civil —fue probablemente una de las pocas cosas en común que tuvieron los dos bandos enfrentados—, su apropiación por parte de la dictadura franquista, sus problemas con la censura, su declive tras la irrupción de la música pop en el paisaje musical español y su actual resurgir tras un largo letargo.

“Es que yo crecí escuchando a Manolo Caracol cantando zambras, haciendo esas coplas tan flamencas que me siguen emocionando. Más tarde descubrí que era un gran cantaor, pero fue esta música la que me llevó al flamenco”, recuerda Poveda. Le encantan Marifé de Triana, Rocío Jurado y, de forma muy especial, Isabel Pantoja. “Me gusta la frescura, esa forma de cantar, sin exageración, esa elegancia en el decir, es la reina de la copla, sin discusión”.

Por las páginas de Un siglo de copla desfilan cantantes, compositores, letristas, poetas, directores teatrales, en un retrato certero que pone el acento en el valor literario y musical del género —su autor ha compuesto canciones para Clara Montes y Aurora Guirado y es autor del guión del documental La España de la copla: 1908, de Emilio Ruiz Barrachina, que acompaña la edición del libro—, y acerca al gran público la aportación de sus grandes figuras; la Piquer, Imperio Argentina, Miguel de Molina, Estrellita Castro, Juanita Reina, Antoñita Moreno, Manolo Caracol, Antonio Molina, Rafael Farina, Lola Flores, Marifé de Triana, Juanito Valderrama, el Príncipe Gitano, Rocío Jurado o Isabel Pantoja. Músicos inmensos, como Manuel López Quiroga —no se pierdan las bellísimas transcripciones para guitarra de sus mejores canciones grabadas por Carles Trepat (Nuevos Medios)—, Juan Solano o Juan Mostazo; letristas dotados de la inspiración de los grandes poetas, como Rafael de León, miembro de la generación del 27, que formó, con Quiroga y Antonio Quintero la tríada referencial de la copla.

Su arte desafía el paso del tiempo —Ojos verdes, Tatuaje, La bien pagá son clásicos eternos que admiten, por ejemplo, versiones tan distintas como las grabadas por Poveda y Plácido Domingo, que en su disco Pasión española (Deutsche Grammophon) interpreta, acompañado por la Orquesta de la Comunidad de Madrid y Miguel Roa, clásicos del género con brillantes orquestaciones de Emilio Aragón, Juan J. Colomer y Gabriel Fernández Álvez—. La copla es siempre una historia contada en tres o cuatro minutos, con su planteamiento, nudo y desenlace, y en esta dimensión tiene puntos de conexión con la ópera, por ello acierta Plácido Domingo al considerar cada copla “como una miniópera que con el texto y la música trata de llegar profundamente a la gente. Esa historia hay que sentirla con pasión y hay que cantarla con un temperamento, con un calor, con un sentido... Aquí el texto y el sentido de las palabras es muy importante”, asegura el famoso tenor en la presentación de su disco.

Definitivamente, en la copla, la música brota de las palabras, son poesía hecha música. Por ello es tan importante la aportación de artistas como Martirio, el malogrado Carlos Cano, Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute o Joaquín Sabina, que han reivindicado el extraordinario valor de la copla, denunciando su apropiación por la dictadura franquista, y también, la mio- pía de muchos intelectuales que la han me- nospreciado por filias y fobias políticas. En esa línea también han sido decisivos los testimonios de dos escritores ya fallecidos, Manuel Vázquez Montalbán y Terenci Moix, del periodista Carlos Herrera o del ya citado Almodóvar. “Muchos intelectua- les de izquierda dieron la espalda a la copla asociándola con el franquismo, pero afortu- nadamente hoy se impone una visión del género libre de prejuicios en la que caben las propuestas más diversas, desde Marti- rio, Sabina y Serrat hasta Concha Buika”, explica Poveda. “Es curioso, en Argentina,Carlos Gardel es un mito; en Portugal, se cantan fados con reverencia, pero en España, se ha maltratado la copla de forma vergonzosa, por ignorancia y manipulación. La política no hace más que poner muros al arte y a la cultura”

Coplas del querer. Miguel Poveda. Universal. Actúa mañana y el lunes en el Teatro Español de Madrid; y en febrero en Las Palmas de Gran Canaria (Auditorio Alfredo Kraus, 18) y Valencia (Palau de la Música, 19). Pasión española. Plácido Domingo. Deutsche Grammophon.Un siglo de copla. Manuel Francisco Reina. Ediciones B. 390 páginas, acompañado del DVD La España de la copla: 1908, documental de Emilio Ruiz Barrachina. La serie Suspiros de España, dirigida por Manuel Palacios y Pilar Pérez Solano, se emite en Castilla- La Mancha TV.

Nunca es tarde

Por José Manuel Gamboa

YASMIN LEVY aprendió a cantar “en la cocina de su madre”. Poveda hizo confesión de fe y de escucha en La radio de mi madre, popurrí coplero de muchos quilates. Tú y yo lo sabíamos, la radio de su madre no se podía equivocar. El Disco de Oro que Miguel Poveda ha recibido por el reciente álbum Coplas del querer lo confirma.

Hasta que Joan Manuel Serrat se manifestó enamorado de la Piquer y de Valderrama, a pesar de habernos regalado un inmortal cancionero cuajado de giros copleros, nadie “moderno” osó atreverse a tanto. Tras su huella empezaba el reguero de declaraciones: “A mí la copla me va de siempre”. Poco antes, cuando era un diario escuchar en los más variopintos labios aquello de “yo soy demócrata de toda la vida”, igual de cotidiano surgía por doquier el fingido repelús ante la copla. Fue la época en que se nos marchó Rafael de León sin que le cantaran una triste glosa. Han pasado los años, han pasado chapuzas de amplio calado mediático cargándose el cancionero, voces inadecuadas que resultaron para algunos sordos la panacea del género, y aportaciones a contracorriente que empezaron a aceptarse después de mucho sufrir sus protagonistas —ole, Martirio—, que sí sabían lo que se traían entre manos. Hoy día proclama, y nunca lo ocultó, su rendida admiración hacia Rafael de León esa grande que es Mayte Martín.

En aquella Transición de marras surge una radio nacional con su tercer canal moderno-cultural, donde con archimiope criterio estrábico se rechazó el flamenco y la copla dándole tribuna al country —adviértase que nadie pretende quitársela—, que daríamos por la alternativa norteamericana de nuestra copla. Las recientes hornadas copleras han conseguido “elevar a la categoría de normal lo que normal es a nivel de calle”, que hubiese dicho Adolfo Suárez, completando la transición también en lo musical. Nunca es tarde si la copla es buena. Malas las hay, natural, como hay un cine de birria y otro de lujo, que es el que no emiten. Pero en nuestro tesoro abundan las menas luciendo entre las gangas. Hay donde elegir. Y hay que saber elegir.

El programa Se llama copla, en Canal Sur, ha resultado un éxito sin precedentes. A nadie le da vergüenza hablar ya con pasión encendida de las glorias de la copla. ¿Quién le iba a decir a Pepe Pinto que resucitaría su Niña Lola por boca de Concha Buika? Habrá de recordarse que aquel enorme cantaor, esposo de la eminencia flamenca conocida por la Niña de los Peines, fue figura también en toda España. Todos le recuerdan recitando: “María Manuela, ¿me escuchas?...”. Sí, ya está, reconocemos que hubo excesos. Es más, en el tintero de aquel cante se quedaron versos cantosos: “Se acabó enseñar las piernas, / y los brazos, y el escote, / y el rostro no te lo pintes / ni aunque te salga bigote”. Emilio el Moro, siempre atento a la actualidad, parodió la obra poniéndose, con perdón, más moro: “Ni tú eres una mora moderna, / ni quiero que lo aparentes (...) Te quiero sucia y peluda, / como yo te conocí, / no tienes que afeitarte / pa nadie más que pa yo”. Pero los aciertos rebosan. El actor Juan Diego, máximo sabio en los decires líricos, cuajó faena superando el brete de pasar con la necesaria credibilidad del verso a la prosa y viceversa al encarnar la figura de san Juan de la Cruz en La noche oscura (1989), de Carlos Saura. ¿Recurrió al método? No, se inspiró en Pepe Pinto.

EL PAÍS BABELIA 30.01.10

lunes, 16 de septiembre de 2013

La negritud ‘cockney’


Los Juegos Olímpicos de Londres alardearon de que la ciudad es una potencia de la música negra

DIEGO A. MANRIQUE 16 SEP 2013



Un momento de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. / DAVID GRAY (REUTERS)

Hablemos de los Juegos Olímpicos... de 2012. La ceremonia de inauguración, concebida por Danny Boyle, fue una celebración de lo mejor del Reino Unido, destacando la más vistosa exportación británica de los últimos 50 años: la música pop.

Ya sabemos que, esencialmente, el pop británico ofrece una estilización de los hallazgos de la música afroamericana. Descendiente de católicos irlandeses, Boyle acertó al enfatizar la importancia de la música negra made in UK. Desfiló la Nostalgia Steel Orchestra, una de esas agrupaciones londinenses que tocan steel pans. Sonó My boy lollipop, de Millie Small, que se grabó en Londres (1963), usando talento jamaicano y músicos locales. Se recordaron triunfales síntesis solo posibles en las orillas del Támesis: Back to life (1989), del colectivo Soul II Soul, y sus discípulos del Este de Londres, como Pass out (2010), de Tinnie Tempah, de padres nigerianos.

Sobre el escenario del Estadio Olímpico actuaron Dizzee Rascal (madre de Ghana, padre nigeriano) y, bueno, Emili Sandé. Dado que Londres tuvo, durante siglos, reputación de urbe xenófoba, asombra la naturalidad con la que se asume el cambio del perfil de sus habitantes y la evolución del mítico Sound of London.

Era una historia que nadie había contado. Hasta que ha salido Sounds like London, de Lloyd Bradley. Un trabajo no exhaustivo, a pesar de sus más de 400 páginas: Bradley ha prescindido de Sade, Mica Paris, Carl Douglas y otros protagonistas quizás ya bien tratados en otros textos. Perfectamente justificable, dado que lo que le excita es iluminar zonas olvidadas.

Como el florecimiento del calipso en Londres. Aunque la emigración caribeña comenzó con el barco Almanzora, se prefiere conmemorar la llegada del Empire Windrush en 1948. Estaban esperando los noticieros y un calipsoniano listo como el hambre, Lord Kitchener, hizo como si improvisaba un tema titulado London is the place for me. Tiene lógica que ese calipso haya servido para bautizar una reveladora serie de compilaciones de música negra hecha en Londres, editadas por Honest Jon’s, el sello que patrocina Damon Albarn.

No todas son historias risueñas. El apartheid sudafricano empujó a Londres a un puñado de músicos, incluyendo al pianista blanco Chris McGregor. Ellos revolucionaron la escena del jazz con su joie de vivre y su habilidad para africanizar el hard bop. También abusaban de todo lo que la capital podía ofrecer y duele saber que la mayoría —McGregor, Mongezi Feza, Dudu Pukwana— murieron prematuramente, a veces en soledad.

Aunque la clave de la música negra en Londres es la hegemonía de los jamaicanos. Un poco como ocurre con los cubanos exiliados en Estados Unidos, han impuesto sus tendencias por la fuerza de su personalidad y, sin duda, la capacidad para reinventarse del reggae. Una música cada vez más localista pero que transmite enseñanzas rítmicas y verbales que son capitalizadas en Londres por descendientes de africanos y de naturales de otras islas caribeñas.

Aquí sí que se agradece el mapa de carreteras dibujado por Lloyd Bradley. De la interacción del house y el rave con el reggae (y, naturalmente, el hip—hop estadounidense) surge una catarata de sonidos donde cualquiera puede perderse: del jungle al drum ‘n’ bass, del UK garage al 2step (con el interludio del speed garage), del dubstep al grime.

Lo extraordinario, como explica Bradley, es que esas músicas unen a blancos y negros (más los colores intermedios). Y que sus creadores han desarrollado técnicas de supervivencia que les han permitido prosperar durante la crisis discográfica. En el peor de los casos, pueden ser autosuficientes, como ocurrió con el lover’s rock, rama romántica y londinense del reggae. Tienen una relación ambigua con el mainstream: saben que una gran compañía puede exprimirte y desecharte en un pispás. El punto es que artistas como los elegidos por Danny Boyle son ya el mainstream. De hecho, hasta la BBC ha creado una emisora en exclusiva para la urban music, denominada Radio1Xtra. Típicamente, en España se ha copiado el nombre —aquí es Radio 3 Extra— para dignificar lo que no pasa de ser un cajón de sastre.

El Pais 16.09.13

Adiós a Bobby Martin, arquitecto del soul de Filadelfia


Por: Fernando Navarro | 16 de septiembre de 2013




La evolución de la música afroamericana, desde los primitivos blues y jazz sureños hasta los más actuales hip-hop urbano y rhythm and blues electrónico, ha estado plagada de grandes e influyentes escenas creativas. Una de ellas, surgida a finales de los sesenta aunque consolidada en los setenta, fue la que se denominó como el sonido Filadelfia, un soul sofisticado que sirvió de elegante preámbulo para el funk y la música disco. Y uno de los sus más queridos creadores fue Bobby Martin, compositor, arreglista y productor, fallecido el pasado viernes 6 de septiembre a los 83 años en un hospital de San Diego, California, por circunstancias aún no aclaradas.

La repercusión de su obra fue casi inexistente en nuestro país, debido a nuestro tradicional desinterés por los sonidos de origen negro, pero en Estados Unidos este músico, natural de Ohio, gozaba de una destacada reputación. Era visto como una especie de gurú musical, llegando a ser considerado uno de los arquitectos del sonido Filadelfia. Sus más conocidas contribuciones al respecto así lo atestiguan. Martin, quien empezó en una banda como vocalista, estuvo detrás de los arreglos del éxito de 1972 de Billy Paul, Me and Mrs. Jones, o de la banda sonora de Fiebre del sábado noche, por la que ganó un Grammy en 1978. También le pertenecían los créditos de la canción del legendario programa televisivo Soul Train.

Pero si fue uno de los más lúcidos constructores de este soul suave y dulcificado (en ocasiones demasiado), muy sentimental y romántico, con cuidados ropajes instrumentales, que alcanzaba su clímax en emotivas baladas, se debió realmente a su amor por la elocuencia del jazz a través de los instrumentos. Si bien es cierto que Isaac Hayes abrió la puerta a este soul sinfónico con la música de la película Shaft, las innovaciones de Martin consolidaron el concepto, hallándose en ese gusto por tejer ambientes tan agradables como bailables, en los que la percusión jugaba un papel fundamental. Sus primeras aventuras con Patti LaBelle & The Blue-Belles, a las que él puso el nombre, ya muestran ese estilo muy definido, medio jazzy, medio soul, que le llevó a fichar por Philadelphia International Records, la casa del sonido Filadelfia.

Allí, rodeado de mejores medios técnicos, pudo desarrollar sus ideas con The O'Jays, MFSB, Harold Melvin & The Blue Notes, The Intruders o Lou Rawls, dando un paso importante en la evolución del soul. Su influencia fue tal que pioneros del sonido clásico como Wilson Pickett o Etta James pasaron por sus manos. Lo harían también Bee Gees, Dusty Springfield o, ya muchos años después, Whitney Houston, con el fin de impregnar sus canciones de ese toque especial. A finales de los setenta, el funk más ligero y la música disco se apoyaron para su eclosión en las ondas y las pistas de baile en los pilares del sonido Filadelfia. Incluso, hoy en día, hay destacadas voces del soul como Sharon Jones o Lee Fields que reconocen su deuda con este sonido.

http://blogs.elpais.com/ruta-norteamericana/

martes, 3 de septiembre de 2013

Soñando con una España lisérgica


‘Manhole’, de Grace Slick, es una de las grabaciones más extravagantes de los años de vacas gordas

DIEGO A. MANRIQUE 2 SEP 2013



Carátula de 'Manhole', de Grace Slick.

Históricamente, no ha tenido suerte Jefferson Airplane. Quizás por reciclarse en una banda comercial, Jefferson Starship, el Aeroplano nunca ha sido un grupo reverenciado, citado, exprimido. Quedan un par de temas, Somebody to love y White rabbit, utilizados en bandas sonoras para evocar la predisposición a amar y la experimentación química de los años hippies. Aparte, White rabbit da testimonio sobre la desatada pasión española de Grace Slick. En su autobiografía, Somebody to love? A rock-and-roll memoir(1998), explica que “durante un viaje de ácido, advertí que tenía una afinidad casi inquietante por lo español. No sé de dónde vino pero la música, la danza, la arquitectura, la cultura de la España renacentista todavía está grabada en mi psique como si hubiera vivido allí”.

Slick confunde el bolero (forma musical caribeña) con Bolero, de Maurice Ravel. White rabbit deriva de la escucha continuada —“cincuenta veces, un maratón de comportamiento obsesivo”— del Sketches of Spain, de Miles Davis. Era una fascinación compartida con los Grateful Dead, que solían improvisar sobre Soleá, pero fue Slick quien tuvo la genialidad de maridar ese ritmo acumulativo con las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Desde su altura de predicadora de la nueva cultura, recriminaba a los mayores sus hábitos farmacéuticos e invitaba a sus hijos a “alimentar la cabeza”.

Tiene gracia que Grace tropezara luego con la misma piedra que la generación anterior. Como sus padres, cayó en el alcoholismo y protagonizó demasiados incidentes con policías y bochornosos momentos sobre el escenario. Pero le ayudó su buena crianza. Evitó convertir su rehabilitación en espectáculo mediático. Y decidió que, pasados los 50 años, no había dignidad en cantar rock. Se retiró y ahora ejerce de pintora.

Insiste, eso sí, en su fascinación por lo español: “Me inclino a abrazar la teoría de la reencarnación. Tengo tal simpatía por España que debo de haber pasado varias vidas allí”. Lástima que la única referencia musical española que mencione sea un grupo... francés: “Si yo escuchara solo mi música favorita, serían los Gipsy Kings una y otra vez. Si tuviera la pasta de Bill Gates, contrataría a un tipo para que me acompañara, tocando flamenco todo el día”. Glup.

Como decía, Grace Slick nunca ha sido recuperada por los buscadores de rarezas. Y su primer disco en solitario, Manhole (1973), es un testimonio de cómo se las gastaban en los años de vacas gordas. Jefferson Airplane tenía un sello propio, Grunt Records, financiado por RCA. Presupuestos sin límites; nadie rechistaba si la cantante del grupo decidía grabar la banda sonora de una película inexistente. Con una portada amateur, obra de la misma cantante.

Theme from the movie Manhole ocupaba casi toda la cara A del elepé; debe ser una de las grabaciones más extravagantes de la época. ¿Se necesitaba un contrabajo jazzístico? Bien, Ron Carter volaba hasta San Francisco. ¿Una orquesta sinfónica? En la sala grande de los Olympic Studios londinenses se añadieron las orquestaciones, tocadas por la London Symphony Orchestra. Para la pieza final, media docena de gaiteros escoceses.

El punto rupturista del tema era su naturaleza bilingüe. No se crean, sin embargo, que Grace estudió español o que contactó con un poeta que dominara ambos idiomas. Grace iba con sus letras al bedel mexicano del estudio de San Francisco donde se hizo la mayor parte del disco.

Puede que el buen hombre detestara que le abrumaran en medio de sus tareas cotidianas. O bien ella no tomaba notas con diligencia. Seguramente, ambos bebieron demasiado. El resultado fueron pasajes como este: “Canta como si la libertad es suyo / convenir resuena para escapar / escuche viento norte, escuche / como corneta nevada, corneta cantar / alrededor vientoriente vientoriente / enrollar, desenrollar / cuerdas que gritan, cuerdas que cantan”.

En su libro, Grace interpreta Theme from the movie Manhole como un grito de libertad, un anuncio de su deseo de romper con su situación personal, profesional, creativa. No se entendió: Manhole pinchó y Grace terminó enrolándose en Jefferson Starship. Una decisión económicamente sensata, espiritualmente frustrante, que terminaría con su vocación musical.

El Pais 02.09.13

Larga vida a los reyes rumberos


Los Gipsy Kings celebran sus 25 años con un nuevo disco, ‘Savor flamenco’, que incorpora sonidos de Brasil

ROCÍO AYUSO Los Ángeles 2 SEP 2013




Los Gipsy Kings. / CHLOÉ VAN BERGEN

Fueron los reyes de la fusión antes de que el término se utilizara en el flamenco. Los padres del mestizaje musical, o simplemente otros héroes del world music. Se trata de los Gipsy Kings, la formación hispanofrancesa que fundió la guitarra flamenca y la rumba catalana con el pop, algo de rock y los sonidos de África y Latinoamérica, y que llevó su estilo donde nunca antes se había escuchado algo así.

Desde su formación hace 25 años, el grupo ha vendido cerca de 20 millones de álbumes en todo el mundo, ayudados por su salto sobre cualquier barrera idiomática con temas como Djobi Djoba o Bamboleo. Los Gipsy Kings celebran ahora su cuarto de siglo de éxitos con un nuevo álbum, el noveno de su carrera, después de siete años de silencio. Es también el primero escrito y producido en su totalidad por esta banda de hermanos y primos franceses, herederos de familias gitanas de origen español, que saben lo que es cantar para todos. Y el primero con una aparente falta de ortografía en el título: Savor Flamenco. “¡Puedes titular esta entrevista diciendo que los Gipsy Kings no saben escribir!”, dice a carcajadas Tonino Baliardo. Su primo, Andre Reyes, le secunda en las risas aunque aclara el malentendido. “Para nosotros sabor también se escribe con b”, explica. La uve de su nuevo álbum viene del juego francés de palabras entre savoir (saber) y savourer (saborear). “Pero también me vale si piensas que es esperanto”, continúan con la broma.

Un lenguaje que rompe las barreras idiomáticas con su ritmo, en esta ocasión con temas nuevos como Samba Samba o Caramelo, que continúan con las mezclas de los Gipsy Kings ahora incorporando los sonidos de Brasil y otros países latinoamericanos. “Los Gipsy Kings abrimos las puertas del mundo a la música flamenca y latina”, recuerda Tonino. Su frase es palpable cuando salen al escenario del Greek Amphitheatre de Los Ángeles, parte de su última gira por Estados Unidos.

Los espontáneos no esperan ni a la segunda canción para saltar al escenario: el público está dispuesto a bailar en cuanto los ve salir con sus guitarras y tocando palmas. “Nuestro secreto no se puede explicar. Hacemos la música que hacemos, tocamos, cantamos y esa es nuestra manera de transmitir. Y al público le gustó desde el primer día”, resumen ellos dos en nombre del grupo.

Así de sencillo. Su música es el único secreto de esta formación de ocho primos gitanos (Nicolás, Pablo, Canut, Patchai y Andre, de la familia Reyes; y Diego, Paco y Tonino, de los Baliardo) que en 1987 fueron bautizados como los Gipsy Kings. De casta le viene al galgo porque, como recuerda Andre, ellos son los herederos de otros gitanos, José Reyes y Manitas de Plata, a los que tanto deben y que contaron entre sus admiradores a nombres míticos como Pablo Picasso, Charles Chaplin y Miles Davis. Los actuales Gipsy Kings tienen entre sus seguidores a Joan Baez, al grupo Chicago —con los que hicieron su versión de Hotel California—, a los hermanos Coen y a medio Hollywood, como demuestra el frecuente uso de su música en películas (El gran Lebowski) o series (Glee, El séquito). Alrededor de este grupo la vida huele a trabajo, tabaco, café y whisky. Nada de divas. “Comenzamos muy jóvenes y no trabajamos tanto. De ahí que tardemos en sacar el álbum nuevo”, asegura Tonino recordando esos tiempos de chavales cuando junto a Nicolás y con una guitarra compusieron Djobi Djoba conduciendo a St. Tropez.

Hay más razones para la tardanza aunque hay que extraerlas con sacacorchos. El estado de la industria es una de ellas, con una piratería rampante que como a muchos otros les hace seguir de gira quizá más de lo que quisieran, ahora por Norteamérica, y en cuanto vuelvan a casa (Arles y Montpellier) por toda Europa, culminando en el Royal Albert Hall de Londres el año próximo.

La otra razón es la competencia, que en ocasiones lleva su sangre y sus canciones. Formaciones como Chico & The Gipsys o The Seven Kings, formadas tras diferentes escisiones familiares ocurridas a lo largo de estos 25 años. Pero como dicen los verdaderos Gipsy Kings en su página web: “Desconfíe de imitaciones”.

“Lo nuestro es simple: una guitarra, una silla, nuestra familia. Ese es nuestro estilo”, resume Tonino como si nada hubiera cambiado en este tiempo: “Hacemos música a nuestra manera y nada más. El resto es esa magia de los Gipsy Kings que contagia al mundo entero”.

El Pais 02.09.13