martes, 8 de enero de 2013

El Jazz en 2012: una suite en 12 movimientos



Por: Yahvé M. de la Cavada | 18 de diciembre de 2012


1. Wadada Leo Smith: 10 veranos para la historia.
Pocas veces el aficionado se da de bruces con una obra tan apabullante como Ten Freedom Summers: 19 composiciones repartidas en cuatro CD compuestos a lo largo de 35 años sobre un tema grande, los derechos civiles en Estados Unidos, e interpretados por uno de los grandes: el trompetista de free jazz Wadada Leo Smith. La música, entre la improvisación y la composición contemporánea de cámara, figura interpretada por sus bandas estables, el Golden Quartet y el Golden Quintet, así como por la formación de Los Ángeles de clásica Southwest Chamber Music. La obra, como el asunto que trata, es emocionante y sombría.

2. ECM, cuestión de personalidad
2012 termina para el sello alemán con un homenaje en Munich, que alberga desde el pasado 23 de noviembre y hasta el próximo 10 de febrero una exposición titulada “ECM: una arqueología cultural”. Su catálogo no muestra desgaste y en 2012 jugó dos bazas ganadoras: la recuperación de material inédito de dos formaciones emblemáticas (el cuarteto europeo de Keith Jarrett en “Sleeper” y el Magico de Charlie Haden, Jan Garbarek y Egberto Gismonti en “Carta de Amor”) y excelentes nuevas entregas de algunos artistas de la talla de Tim Berne, Billy Hart, Eberhard Weber, Bobo Stenson o el dúo Food, formado por Thomas Stronen e Iain Ballamy.


3. Chicago, capital del jazz.
Sigue siendo el secreto mejor guardado del jazz norteamericano. Mientras Nueva York acapara los focos, la escena de Chicago se mantiene como la más rica y creativa del país. Este año, la revista Chicago Magazine ha incluido al portentoso Ken Vandermark entre sus "ciudadanos destacados", al mismo tiempo que el histórico sello Delmark ha producido varios de los mejores discos del año, como los de Jason Adasiewicz, Fred Lonberg-Holm, Jeff Parker o Jason Stein. Un año más, Chicago fue the real thing.

4. Europa se mueve
Un año más, el viejo continente demuestra que posee una escena rica y ecléctica. El disco de composiciones inspiradas en David Lynch del guitarrista finlandés Kalle Kallima, el nuevo proyecto del fascinante teclista británico Alexander Hawkins o el incontenible talento de Waclaw Zimpel son sólo tres ejemplos de un jazz con múltiples identidades y mucha proyección. En lo discográfico, sellos como Not Two (Cracovia), Rogue Art (Paris), Smalltown Superjazz (Oslo), Tum (Helsinki), Clean Feed (Lisboa) o No Bussiness (Vilnius) volvieron a hacerse imprescindibles.


5. Rolf y Joachim Kühn se homenajean a sí mismos en Impulse!
En 1967, los hermanos Kühn viajaron desde Europa  hasta el bullicioso e hiperactivo Nueva York, donde grabaron un histórico álbum para el sello Impulse! tres días después de la muerte de John Coltrane. 45 años más tarde aparece “Lifeline”, de  nuevo para Impulse! Tomando prestada la asombrosa sección rítmica del cuarteto de Wayne Shorter (John Patitucci y Brian Blade), lanza un guiño al pasado sin dejar de ser un álbum moderno y arriesgado. No es la primera reunión de estos hermanos, ni mucho menos, pero tal vez sí la más especial.

6. The Cherry Thing… con un poco de ayuda de tus amigos
Como un absurdo plan trazado de madrugada, entre cerveza y barras de bar, la colaboración del beligerante grupo europeo The Thing con una vocalista parecía una insensatez. Sin embargo, su encuentro con Neneh Cherry ha resultado un revelador crossover, donde el rock, el free-jazz y la spoken word conviven afablemente. Su directo en el Heineken Jazzaldia reafirmó la propuesta como una de las más excitantes del año.

7. Peter Brötzmann, otro año de vanguardia
Rebuscando entres las novedades de los sellos dedicados a la improvisación, cada poco tiempo aparecen nuevas grabaciones del saxofonista alemán, casi todas muy destacables. Además, este año la prestigiosa revista Wire le dedicó portada y entrevista antológica; un mes después, la revista volvió a dedicarle páginas mientras Brötzmann anunciaba el cese indefinido de una de sus formaciones más emblemáticas, el Chicago Tentet, y una nueva grabación con la misma. Como si le faltasen proyectos.


8. Christian Scott, la nueva certeza del jazz
Sus ademanes chulescos, sus amistades en el star system y su insistencia en conjugar el jazz con sonidos más populares han provocado que algunos no le tomen en serio. Pero este año el trompetista ha dado un puñetazo encima de la mesa con un doble disco estupendo en el que presenta signos de madurez y un estilo personal. Que no es poco.

9. Tres son compañía
Hay cosas que nunca cambian. 2012 ha sido otro año en el reinado del, tal vez, formato más emblemático del jazz: el trío de piano, contrabajo y batería. La lista es larga y excelsa: Django Bates, Myra Melford, Vijay Iyer, Enrico Pieranunzi, Fred Hersch, Matthew Shipp, The Bad Plus, dos álbumes de Brad Mehldau, el encuentro de Chick Corea con Eddie Gomez y Paul Motian o el apabullante directo de Medeski Martin & Wood, “Free Magic”, entre muchos otros. La aparente sencillez del trío clásico sigue dando alas a algunos de los proyectos más interesantes del panorama jazzístico.

10. El adiós de los gigantes
La era dorada del jazz va quedando diezmada por el paso del tiempo. Este año perdimos al celebérrimo Dave Brubeck, al icono de la vanguardia David S. Ware y al influyente saxofonista Von Freeman, pero también a músicos históricos como Ted Curson (genial trompetista, habitual de Charles Mingus), Pete LaRoca (uno de los grandes bateristas de los 60), Borah Bergman (héroe tardío de la vanguardia), Joan Saura (nombre imprescindible de la improvisación en Cataluña), John Tchicai (histórico saxofonista danés de free jazz),  Teddy Charles y Hal McKusick (músicos de culto muy activos durante los 50) o Eddie Bert (trombonista de altura con interminable hoja de servicios).

11. Y mientras tanto, en España…
Como casi cualquier actividad cultural en nuestro país, el jazz se mueve al ritmo de zancadilla. Los festivales se repliegan, el apoyo gubernamental desaparece y la escasa escena alternativa es un auténtico alarde de amor al arte. Veteranos como Agustí Fernández y Ramón López siguen produciendo obras trascendentes, con fuerte calado internacional, mientras que nombres como el grupo Duot (compuesto por Albert Cirera y Ramón Prats), Albert Vila, Moisés P. Sánchez y otros jóvenes músicos empujan fuerte para reclamar una escena que, aunque muy poco a poco, no deja de crecer.


12. El acontecimiento del año… que viene
No había terminado el Jazzaldia donostiarra y la organización del festival soltó la bomba: el saxofonista, compositor y productor John Zorn, una de las figuras más importantes de la improvisación en las últimas décadas, desembarcará en el próximo festival de San Sebastian con su mastodóntico Masada Marathon. Doce actuaciones de doce grupos de la escudería Tzadik (el sello de Zorn) que, a partir de la personal mezcla de música tradicional judía e improvisación desarrollada en los 90 por el saxofonista con su cuarteto Masada, han acabado formando un inabarcable universo creativo. Doce conciertos que prometen, al cierre de este 2012, ser el acontecimiento jazzístico de 2013 en nuestro país.


El Pais Muro de sonido

El ‘Thriller’ que enamoró al mundo

Cumple 30 años el disco de Michael Jackson que cambió las reglas del videoclip
Se convirtió en el más vendido del siglo XX

DIEGO A. MANRIQUE Madrid




Michael Jackson, en el videoclip de 'Thriller'. / CORDON PRESS

Como en todo lo relacionado con la música pop, resulta arduo encontrar cifras fiables sobre Thriller. Las estimaciones de venta oscilan entre los 60 y los 100 millones de copias; en todo caso, cantidades suficientes para establecer el sexto álbum en solitario de Michael Jackson como la grabación más vendida del siglo XX. Un récord quizá imbatible: con los nuevos hábitos de consumo, resulta difícil que se supere tanta pasión, certificada por esas multitudes que pasaban por caja.

Thriller no estaba predestinado a cifras tan vertiginosas. Durante la escucha del resultado final en un estudio de Los Ángeles, el productor, Quincy Jones, hizo un cálculo a la baja: dado que el mercado estadounidense estaba flojo, podía alcanzar unos dos millones. El berrinche de Michael fue histórico. Se lo tomó como una traición y amenazó con no editarlo hasta que recibió garantía de que su discográfica, CBS, iba a lanzarlo a toda máquina.

Michael y Quincy habían acertado con el anterior elepé, Off the wall (1979). En complicidad, habían desarrollado una cuidadosa estrategia para diferenciar al cantante de su primera etapa, como ídolo teen de la factoría Motown, y alejarle de la disco music, que últimamente había practicado con los Jacksons. Buscaron un material que enfatizara su mayoría de edad emocional; se necesitaba además un repertorio ecléctico para atraer al máximo de público. Era deseable ampliar su registro vocal, dosificando los falsetes.

Y funcionó: Off the wall comunicaba un deleite en confeccionar música explosiva; poseía la energía perdida por sus antiguos compañeros de Motown, Stevie Wonder o Marvin Gaye. Para Thriller, se trabajó sobre 30 canciones hasta centrarse en los nueve cortes elegidos, que incluían baladas, funk, algo de rock y varios llenapistas. Se contó con invitados prestigiosos, Paul McCartney y el guitarrista Eddie van Halen. Había incluso ecos de las vivencias del artista: una fan obsesiva inspiró Billie Jean, donde el cantante negaba la paternidad de una criatura. El título principal reflejaba la afición de Michael por las películas de miedo, algo mal visto en el seno de los Testigos de Jehová, la fe de la familia Jackson.


Para reivindicar sus dotes como bailarín, se recurrió a los vídeos musicales. Hoy parece obvio, pero entonces suponía multiplicar el presupuesto de mercadotecnia, con un resultado incierto: MTV, el canal dominante, prefería dedicarse a artistas blancos de pop y rock. CBS subió la apuesta con el clip correspondiente a Thriller, dirigido por John Landis (Un hombre lobo americano en Londres). Se trataba de un híbrido de cortometraje con vídeo promocional, con una duración de 14 minutos. Su coste fue casi tan alto como el propio elepé.

Discos y vídeos se retroalimentaron, creando el efecto bola de nieve. Lo nunca visto: siete de las nueve canciones se editaron como caras A de singles, convirtiendo el disco de origen en una referencia internacional, solo comparable al fenómeno Fiebre del sábado noche, que dominó el final de la década anterior. Pero Thriller se focalizaba en una sola persona, inmediatamente transformada en icono global, una figura reconocible y adorada en los cinco continentes.

De alguna manera, era la revancha del show business al estilo Los Ángeles. La prensa musical podía entusiasmarse con el punk y el techno pop que venían de Londres pero, se argumentaba, nada comparable a semejante exhibición de músculo y savoir faire: técnicos impecables, músicos gomosos, compositores eficaces. Y la mano firme de Quincy Jones, antiguo músico de jazz con el pulso del gusto popular.

Sin embargo, el mito de una relación paterno-filial andaba descaminado. Jackson detestaba la voracidad económica de Quincy, que se apuntaba como coautor de las canciones. Y creía que la propia leyenda del productor le eclipsaba: cuando se adivinó que Thriller cosecharía infinidad de premios Grammy, Michael intentó mover hilos para evitar que Jones se llevara el de mejor productor. Como le explicaba al jefe de CBS, “Quincy ya tiene muchos Grammy y, al fin de cuentas, quien produce soy yo”. Algo de razón tenía: cuando se publicaron las maquetas, se hizo evidente que Michael había anticipado la forma definitiva de muchos temas.

A la vez, el inmenso impacto de Thriller llevaba dentro la semilla del posterior desastre. Michael creía en la fuerza de la voluntad: pretendía ser el artista más famoso y, además, el más rico. Él había intuido la universalidad del disco. Acertó y finalmente tenía el mundo a sus pies; los medios que le racaneaban espacio ahora le ofrecían portadas y prime time.

Cuando Thriller llevaba 40 millones de copias despachadas, Jackson decidió que el siguiente alcanzaría los 100 millones. No le importaba que las coordenadas estéticas hubieran cambiado: estaba convencido de que, si se esforzaba, llegaría a los 100. Lo escribió en las paredes, lo comentó con los íntimos, se lo exigió a la discográfica. En tiempos de vacas gordas, se creía que el mercado era flexible: a mayor inversión, mayores ventas.

Bad saldría en 1987. Vendió toneladas pero, con semejantes expectativas, fue considerado un pinchazo. En los cinco años transcurridos, Michael había tenido una presencia constante, por motivos legítimos —el especial televisivo de Motown, We are the world, la gira con sus hermanos—, pero también por una pandemia de malentendidos, sospechas y rumores, muchos generados por la mente febril del artista. En ese periodo, la magia se fue evaporando, dejando en evidencia una desmesurada maquinaria industrial sobre la que se bamboleaba una criatura angustiada, que no transmitía precisamente felicidad.


Los más vendidos
AC/DC, Back in black (1980). Casi 50 millones. Su elementalidad sonora conquistó el mundo. Tríada clásica: sexo sin romanticismo, abundante alcohol y desafiante vida rockera.




PINK FLOYD Dark side of the moon (1973). 44 millones de compradores para reflexiones sobre la cordura o la depresión. La astucia de Roger Waters y compañía consistió en disimular la turbulencia conceptual bajo una producción reluciente, perfecta para equipos de alta fidelidad.




LED ZEPPELIN IV (1971). Ha vendido unos 44 millones, gracias a la combinación de crudeza de bárbaros y lirismo de bardos. El corazón del Zeppelin de Plomo estaba dividido entre las exhibiciones de artillería sonora de la pareja Boham-Page y el anhelo hippy de Robert Plant.




MEATLOAF Bat out of hell (1977). 43 millones de copias vendidas. Una destilación wagneriana del imaginario teen, concebida por el compositor Jim Steinman y materializada por el productor Todd Rundgren; por encima, un vocalista desatado que (literalmente) se desgarraba la garganta.




EAGLES Their greatest hits (1976). 42 millones de compradores obligaron al grupo a reunirse, algo que habían prometido no hacer “hasta que el infierno se congele”. Los Eagles captaron la promesa del sueño californiano y, en su propia historia, la deplorable degradación.



FLEETWOOD MAC Rumours (1977). Las crónicas de los zafarranchos amorosos dentro del grupo fascinaron a unos 40 millones de compradores. La adopción de Don’t stop como himno de batalla de Bill Clinton ha prolongado la vida comercial de un disco que haría enrojecer a un guionista de culebrones.






 El Pais domingo 9 de diciembre de 2012