domingo, 7 de abril de 2013

Y al décimo año, Bowie resucitó


El ‘padre’ de Ziggy Stardust rompe una década de silencio y rescata modismos sonoros de los 70
'The next day’ demuestra su habilidad para burlar a medios, industria y fans

DIEGO A. MANRIQUE Madrid 28 FEB 2013




El cantante David Bowie en una imagen promocional del videoclip 'The stars'. / FLORIA SIGISMONDI (AFP)

Ya lo decían aquellos músicos hirsutos de Liverpool: “Hace ahora 20 años que el Sargento Pepper enseñó a tocar a la banda”. En el caso que nos ocupa, conviene doblar la cifra. The next day sale el próximo 12 de marzo pero, a primera vista, podría tratarse de una colección de canciones concebidas hace 40 años y acicaladas con mínimos toques de actualidad.

No es el caso. De hecho, según las abundantes entrevistas concedidas por el productor Tony Visconti, el primer álbum de David Bowie tras 10 años de silencio se elaboró ex novo y al viejo estilo. En noviembre de 2010 se ocupó un diminuto local de ensayo del East Village neoyorquino para registrar maquetas. David, Tony y un par de músicos musculosos se juntaron para trabajar sobre años de balbuceos chez Bowie, letras escritas a mano y rudimentarias grabaciones caseras. En una semana, un puñado de temas adquirieron forma provisional. David se quedó con el resultado y siguió puliendo el material.

En mayo de 2011 entraron ya en un modesto estudio profesional, Magic Shop, en el SoHo de Manhattan. Dos semanas de músicos tocando juntos hasta que sintieron en las tripas que allí estaban los cimientos de un álbum. Ese verano, Bowie se fue citando en casas de diferentes colaboradores para esbozar más temas. En septiembre de 2011, hubo otras dos semanas de trabajo a pleno rendimiento. En 2012, similares espasmos de creatividad: añadidos de otros instrumentos, retocar determinadas pistas. Mientras, el resto del mundo especulaba sobre las terribles enfermedades que sufría el músico.

Son varias y valiosas las enseñanzas de The next day. La primera, las ventajas del secretismo: extraordinaria la discreción de los implicados a lo largo de más de dos años. Todos firmaron contratos de confidencialidad, pero pesó más el sentido de lealtad: entra dentro de lo milagroso que también sus empleados, novias, mujeres, hijos o amigos mantuvieran el mismo silencio. De hecho, la única filtración vino de un convocado que no llegó a acudir: Robert Fripp, el antiguo alquimista de King Crimson contó en su blog que su amigo David le llamó para tocar en Nueva York pero no pudo viajar. Se levantó la liebre pero, caramba, nadie se enteró.

Segundo: no es cierto que habitemos en un inmenso patio de vecinos. En la segunda década del siglo XXI, si realmente deseas mantener la discreción, simplemente evitas las redes sociales y procuras esquivar a los paparazzi (es decir, todos los poseedores de un moderno teléfono). Esas celebrities que se consideran víctimas de la Red son o bien descerebrados o, más probable, torpes maquiavelos que se creían capaces de ceder exactamente una onza de su vida para alimentar la trituradora de carne.

Tercero: el pausado ritmo de elaboración revela que The next day estaba concebido como un disco clasicista. Nada de buscar al último beatmaker, nada de contratar al más reciente chico prodigio de los estudios. Bowie retrocedió hacia sus nutrientes de los sesenta: Dancing out in space parece retratar el momento en que las bandas británicas de rhythm and blues descubrieron al Bob Dylan anfetamínico, How does the grass grow sugiere la asimilación irónica de las vocecitas del doo-wop; Heat reconoce el impacto de la lustrosa voz de Scott Walker (y algún corte extra muestra igualmente la sombra de Jacques Brel). El tema If you can see me le sugiere modismos del jazz-funk a Tony Visconti pero cualquiera lo confundiría igualmente con un devaneo del primer prog-rock. Saltando ya a los setenta, I’d rather be high podría ser un tema para posible uso de sus protegidos de Mott The Hoople.




La obra 'David Bowie' de Terry O' Neil expuesta en la galería Tate de Liverpool. / EFE

Cuidado: no se trata de un disco retro. Sí gratamente reconocible en las melodías, en los ambientes marca de la casa. Un disco fresco en su sonido pulcro, aunque David Bowie no se ha resistido a su conocida atracción por los guitarristas abrasivos, esos que lo mismo se ponen estupendos que se empeñan en imitar a un brontosaurio.

También resultaría igualmente audaz intentar descodificar misivas personales en las letras: aquí no hay, rara vez ha habido, un poeta rellenando folios con sangre extraída del brazo izquierdo. Visconti enfatiza el peso de las lecturas de Historia contemporánea a la hora en que David escribe textos. En Where are we now? se detectan vivencias melancólicas en su evocación del Berlín del Muro y aquel último desmadre antes del sida; Dirty boys podía retrotraernos a las confusiones del glam, con sus machotes emperifollados. Y Valentine’s day reflejaría la preocupación de un padre cualquiera ante la estadounidense moda de las matanzas en institutos.

A la espera de paladear The next day con más calma, el disco se perfila como una jugada maestra. En 2004, cuando el corazón se le rebeló, Bowie llevaba demasiado tiempo aguantando la humillación de ser ignorado. La cruel prensa británica le llamaba The Dame, como si fuera una anciana excéntrica, empeñada en ignorar su fecha de caducidad.

Ahora, a punto de convertirse en objeto de museo, en el Victoria & Albert londinense, se ha destapado como el control freak capaz de tomarnos por sorpresa. Él impone las reglas. Puede actuar en directo... o no. Deja las tareas de comunicación al productor o a sus músicos. Puede ser un amateur en pintura pero nos recuerda sutilmente que forma parte troncal del máximo logro artístico del Reino Unido en la segunda mitad del siglo XX: la reelaboración de hallazgos musicales ultramarinos en el gran lenguaje universal del pop.

Y disculpen la mención inicial al Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band de los Beatles. Pertenece al ambito privado entre Bowie y Visconti: cada vez que comienzan un nuevo proyecto, se animan entre sí asegurando: “Este va a ser nuestro Sgt. Pepper”. Con The next day no han llegado, ni de lejos, pero basta con saber que David Bowie vuelve a la competición.


El Pais 28 de febrero 2013

Amurallado entre 100.000 discos

El periodista musical Jesús Ordovás confiesa su adicción irrenunciable al pop español y publica Los discos esenciales




"Todo lo guardo y lo meto en cajas: casetes, revistas, fotos. No me atrevo a deshacerme de nada de eso", cuenta Jesús Ordovás. Foto: Samuel Sánchez



JESÚS ORDOVÁS no ha tirado más que un solo disco en toda su vida. "Lo lancé por la ventana de un coche en marcha. Fue más un acto poético que de desprecio al disco o algo por el estilo", dice. Esto no sería relevante si esta memoria viva del pop español no hubiera recibido por correo miles de maquetas y música editada en todos los formatos a lo largo de los 25 años que dirigió y presentó el programa de radio Diario Pop (Radio 3). E incluso mucho antes, si nos remontamos a sus inicios en la prensa musical de 1972, cuando colaboraba desde Londres con Diario Exprés. "Tengo un síndrome un poco warholiano. Todo lo guardo y lo meto en cajas: casetes, revistas, fotos. No me atrevo a deshacerme de nada de eso". Como podría imaginarse, su piso en el centro de Madrid está atiborrado de estanterías y armarios llenos de discos y otros materiales suficientes como para reconstruir completa la historia de la música pop desde los años sesenta hasta la fecha. Todo bastante ordenado. Autor de varios libros sobre temas musicales, ha publicado ahora Los discos esenciales del pop español (Lünwerg), un centenar de reseñas y una selección cuidadosamente elaborada a partir de su propia colección. "Es muy complicado elegir cien discos entre cien mil", comenta, "pero he optado por los que marcaron un cambio significativo tras su aparición, como Los Brincos, Paco de Lucía, Camarón o Kiko Veneno. Cada uno de los discos abre un camino. No los he elegido porque me gustaran o no, me he basado en encuestas de varios medios para decidir".
Ordovás tiene un auténtico rincón para trabajar, entre un antiguo flipper y una rochóla, junto a una ventana en pleno barrio Centro. Guarda a sus espaldas una figura publicitaria de cartón recortado de los años sesenta cuya modelo fue la entonces desconocida y joven actriz Joan Collins. Ordovás fue una de las figuras principales de la llamada movida madrileña. Él era uno de los que supo reconocer la fuerza y el talento de unos jóvenes a contracorriente que experimentaban con todo. "Hay gente que idealiza la época de la movida, pero había muy pocos locales y malas condiciones para actuar. Hoy en Madrid puedes encontrar cualquier día como veinte actuaciones, muchas de grupos españoles", explica. Diario Pop salió de antena en 2007 con la jubilación de Ordovás, pero él es incapaz de dejar o cambiar esa forma de vida. Sigue atendiendo a los nuevos músicos, asiste a conciertos, ejerce de dj y mantiene activo su MySpace con las últimas novedades. "No hay manera de desengancharse de esto", admite. "Me parece que nunca voy a jubilarme de la música". Fietta Jarque •

EL PAÍS BABELIA 31.12.10

sábado, 6 de abril de 2013

NICK HORNBY: HINCHA TOTAL




DIEGO A. MANRIQUE

Nick Hornby tiene lo mejor de ambos campos. Calvito y con unos cuantos kilos de más, este inglés, casado, nacido en 1957 podría representar el prototipo del "hombre nuevo" que intenta adecuar su sensibilidad a los valores del feminismo. Pero ostenta gustos de 'new lad', que es como llamaron en el Reino Unido al estereotipo de chaval vociferante, gamberro y hedonista (si quieres ponerle cara, piensa en Liam Gallagher antes de emparejarse con Patsy Kensit). Ocurre que Nick Homby es un hincha del fútbol y un fanático del pop y sabe argumentar brillantemente ambas pasiones. Sobre "el juego maravilloso" publicó en 1992 'Fever pitch' (en español, 'Fiebre en las gradas'), que explica la importancia del fútbol en su vida y que se ha convertido en la Biblia de muchos británicos de su generación. 'Fiebre en las gradas' ha dado alas a todo un movimiento de reapropiación del fútbol, que busca rescatarlo de sus más bajos instintos —xenofobia, violencia—. Un movimiento que en el Reino Unido se expresa a través de 'fanzines' peleones y de la soberbia revista 'When Saturday comes'. Cierto que Homby también tiene detractores, que le responsabilizan de la legitimación del fútbol para la clase media, que ahora sienta sus posaderas en los caros asientos de los estadios mientras que el público proletario se conforma con ver los encuentros en los 'pubs'.
Tres años después del impacto de 'Fever pitch', Hornby dio en la diana con 'High fidelity', novela sobre la desdichada vida amorosa de Rob Fleming, propietario de una tienda de discos en el norte de Londres. La novedad de 'Alta fidelidad' reside en que sus protagonistas masculinos pertenecen a una subcultura inédita en la literatura: los eruditos del pop, coleccionistas obsesivos de discos, cuya existencia está dominada por la música hasta extremos malsanos.

EL TOP FIVE
Nada gusta más a Rob y sus empleados que confeccionar listas de canciones por el puro placer de exhibir su inmensa cultura pop o —más preocupante— para aliviar los dolores reales de la vida fuera de la tienda. A su modo, 'Alta fidelidad' responde a cinco preguntas esenciales: (1) "¿Me dio por escuchar música porque estaba triste o es que estaba triste porque escuchaba música?". Rob/Nick se plantea si la música es sólo sana terapia o si la utilizamos perversamente para reemplazar la vida real. (2) ¿Cómo compatibilizar la búsqueda de la pareja perfecta con la pulsión sexual masculina? Escribe Hornby: "Desde los 15 años he pensado con el pene y resulta que tiene la inteligencia de un mosquito". (3) ¿Se puede crecer emocionalmente cuando tu educación sentimental se basa en experiencias cantadas por otras personas? La música te mantiene en un estado de adolescencia perpetua mientras tu reloj biológico te impulsa a la madurez. (4) ¿Cuál es el papel del hombre en una sociedad que tiende hacia la emancipación de la mujer en todos los campos? Suspira Rob: "A veces no me alegro de ser un tío a finales del siglo XX". (5) ¿Es posible mantener una relación con una mujer que simplemente tolera tus devociones musicales y que además, horror, no se siente agredida por los balidos de Phil Collins o los pasteles de Mike Oldfield?
Los hombres que pueblan 'Alta fidelidad' son arquetipos universales, pero sus circunstancias son muy británicas. David Bowie, famoso admirador de Hornby, contaba que se fue de vacaciones con su esposa Imán y terminó leyéndole 'Alta fidelidad' en voz alta. "Se rió tanto que al final terminó casi llorando. Me dijo que había aprendido más sobre el carácter inglés en ese libro que en todos los años que llevaba conmigo". Así se puede entender el rugido de los devotos de Hornby cuando se supo que 'Alta fidelidad' iba a ser filmada en Chicago, no en Londres. Chicago es similar a Londres en su clima antipático. El frío es buen campo de cultivo para los coleccionistas de música. No es casual que cuente con excelentes tiendas para coleccionistas. Eso es muy importante: el coleccionista de a pie no se identifica con Elton John —que tiraba de talonario para adquirir de golpe miles de discos—, sino con Peter Buck, el guitarrista de REM, que aún se humedece recordando las gangas que consiguió a finales de los ochenta, cuando el ascenso del compacto hizo que se malvendieran millones de elepés en tiendas de segunda mano.
Championship Vinyl, el reino de Rob en la película, es la destilación de 10 tiendas auténticas de la ciudad. Una reconstrucción hecha con la minuciosidad de la industria hollywoodiense. Hornby se pasma de que los decoradores dedicaran semanas a la persecución de piezas únicas, negociando con coleccionistas para conseguir que se los vendieran o se los alquilaran: "Hubo gente que se negó a pesar de que ofrecían miles de dólares; al final, consiguieron que les permitieran escanear las portadas —o las galletas, en el caso de que fueran 'singles' sin portada— y así se fabricaron copias en facsímil que son las que de-coran las paredes de la tienda".

TERCER LIBRO
Garantes europeos de la fidelidad al espíritu del libro fueron el productor ejecutivo Mike Newell y el director de fotografía Seamus Mc-Garvey, un irlandés que ha participado en docenas de vídeos musicales. Y el realizador, Stephen Frears, aunque sea más afín a la música clásica. No pasa nada, explica Hornby: "Esta historia no es exclusiva del mundo de los coleccionistas de rock y pop sino, que es aplicable a los hombres que tienen, digamos, más de veinticinco años, que aman la música o el deporte aunque lo que realmente quieren es encontrar a la mujer de su vida. Stephen demostró en 'Mi maravillosa lavandería' que sabe hablar del sexo británico, igual que 'Los timadores' trata tangencialmente del sexo en Estados Unidos".
La versión filmada de 'Alta fidelidad' tiene un 'score' a cargo de Howard Shore, aunque hay espacio para que suenen fragmentos de hasta ¡sesenta! canciones. Una cuarta parte de ellas están recogidas en la banda sonora (editada por Hollywood Records, distribuida en España por Edel), magnífica colección donde dominan los artistas de culto, desde The Kinks hasta Stereolab, representados por temas nada obvios. El autor agradece esa selección, aunque no pudieran pillar el tema que encabeza su Top Five' de canciones masculinas para amortiguar rupturas de relaciones, 'Te odio (pero llámame)', de los Monks.
Asi que Springsteen sale en la película y se oye su The river* pero no está en el disco. "De la misma forma que se ha prescindido del tema de Queen, que no representa nada para la vida de los protagonistas". Hornby espera con calma el rodaje de su libro de 1998, 'About a boy' (en castellano, 'Érase una vez un padre', y publicado, como los anteriores, por Ediciones B). Ha sido adquirida por la productora de Robert de Niro y transcurre en 1994, en los días previos al suicidio de Kurt Cobain: "Se habla de otras muchas músicas, de los Pet Shop Boys o de Joni Mitchell, pero el título está sacado de una canción de Nirvana".


El Pais de las Tentaciones viernes 19 de mayo 2000

viernes, 5 de abril de 2013

Tequila

Rock desinhibido, canciones pegajosas, lenguaje descarado: Tequila revolucionó nuestra música. Veintiún artistas rinden homenaje a su grandeza 15 años después de la desaparición. Ariel Roth y Alejo Stivel cuentan la cara y la cruz del grupo que legitimó el rock español. Apura este buen trago.



Tequila, en un poster de la época. De izquierda a derecha, Felipe "Lipe" Rodríguez, Ariel Roth, Manolo Iglesias, Julian Infante y Alejo Stivel.



Texto: Diego A. Manrique

Verano de 1976. Primero llegó Ariel (Roth). Luego, Alejo (Stivel). Huían de la quema: la represión desatada en su Argentina natal por las hordas militares. Tenían muchos boletos para la lotería de los bárbaros: hijos de judíos, familias sospechosas ("más libre-pensadores que izquierdistas"), revoltoso temperamento juvenil. "En España todavía no se había desencadenado el cambio, pero se podía respirar", comprobó Ariel. La sorpresa de Alejo: "El primer día salgo a pasear con Ariel y ¡se para a pedir fuego a un policía! En Argentina, si te cruzabas con la cana, sólo se te ocurría callar, mirar al frente y rezar".
No eran, sin embargo, buenos tiempos para el rock español. Por lo menos, para el rock and roll que ellos tenían en mente: funcionaban algunas mixturas, como el jazzístico rock layetano o el andaluz rock con raíces; en Madrid, cierto rock urbano presumía de marginalidad.
Los Zipi y Zape porteños se juntaron con el guitarrista Julián Infante, el bajista Felipe Lipe y el baterista Manolo Iglesias. Traían un proyecto inusitado: cantar en castellano —todavía había gente que pontificaba que el rock sólo tenía sentido en inglés— y ser enormemente populares. Los respaldaba el haber crecido en la tradición del rock argentino, una música de rica trayectoria y grandes logros.
Miguel Ángel Arenas, Capí, cazatalentos, dio la voz de alarma: "He visto un quinteto de dos sudacas guapos al frente". Luis Soler y Vicente Mariscal Romero se fijaron más en su música oxigenante: los ficharon para el segundo volumen de Viva el rollo, recopilación a modo de cata en el empobrecido underground madrileño. Los dos temas que grabó Tequila alborotaron los despachos de Zafiro, que preparó un lanzamiento a lo grande.
Matrícula de honor fue el primer elepé de Tequila. En la portada, chicos malos de colegio en un aula diminuta; en la contraportada, fotos en ropa de calle y con exceso de maquillaje. Claramente, se les promocionaba como objetos del deseo adolescente. Por si estas compradoras potenciales no lo pillaban a la primera, se puso en marcha la tequilamanía. Las fotos de las primeras apariciones en El Gran Musical revelan una abundancia de pancartas desmelenadas, todas escritas por la misma mano misteriosa. Ariel: "Al no haber circuito ni canales para el rock, se lo inventaron todo".
Matrícula se abría con Rock and roll en la plaza del pueblo. Resultaba una perfecta metáfora. Tequila irrumpía en una España un tanto pueblerina con la medicina adecuada: "Un poco más de rollo / no vendría mal, / si no estoy colocado / no puedo tocar. / El rock está en mi cuerpo, / saltar y desmadrarme, / me puedo liberar, / si el rock está en tu cuerpo / salgamos a bailar". Todo aderezado con guitarras aullantes, armónica, piano, saxo, un coro, derroche de adrenalina.
Barbudos y golpistas
Imagina: en la España de barbudos cejijuntos y militares golpistas, alguien que proponía el rock como liberación. El rock como tan-tan generacional, planteando problemas básicos: estar sin pelas, agobiado por la soledad, caliente, enfrentado con los padres y la sociedad adulta. Y todo ello gritado con lenguaje coloquial, con descaro, sin reprimirse un pelo.
De golpe, Tequila desvirgó a la España de Suárez en cuestión de rock. El sector femenino que la industria alimentaba con las babas de Los Pecos y similares saltaba al rock de guitarras. Un rock lo suficientemente auténtico para ganarse el aprecio de un público masculino que ansiaba que le contaran vivencias en su idioma. Y se convirtieron en estrellas.
Estaba luego el mensaje de hedonismo, el placer-por-encima-de-todo. Alejo: "No éramos conscientes de ello, sólo de que habíamos llegado a un país gris, donde la gente iba vestida de loden. Por eso nosotros llevábamos ropas de colores. Y, desde luego, no se follaba tanto como podría parecer al ver los quioscos llenos de revistas de destape". Ariel: "Éramos fans de los Faces, los Stones y los New York Dolls. Nos gustaba lo glamouroso, el raso, las ropas de chicas. ¡A veces parecíamos drag queens!".
Vivieron el rock and roll hasta el fondo: el anecdotario más salvaje del rock español tiene como protagonistas a uno, varios o todos los miembros de Tequila. Ariel: "Desde luego, apuramos la tríada de sexo, drogas y rock and roll. Éramos jóvenes, teníamos cuerpos sanos... ¡Calcula! Llegamos a Barcelona en la primera visita de promoción, estamos saludando a la chica de Zafiro y aparecen dos policías: 'Acompáñennos'. Habíamos fumado en el avión y llevábamos unos talegos en el equipaje. '¿Dónde está la mierda?'. Fíjate qué modernos eran. Terminamos en un centro para toxicómanos, después de las típicas fotos con los números debajo. Los cinco encerrados, el manager [Gay Mercader] intentando sacarnos, Zafiro anulando todas las citas".
Alejo intenta dar una idea del ritmo que llevaban: "La promoción para cada single eran 15 días en diferentes ciudades. Empezabas a las siete de la mañana en un programa para currantes y terminabas a las dos de la madrugada en el programa de enrollados, con petas y demás. Así que volvíamos al hotel con tres o cuatro horas para dormir y... ¡seguíamos la juerga! Ochenta galas en verano y el resto del año tocando los fines de semana. Me pasé unos cuantos años antes de poder ir unos días a Londres, que era un sueño mío. Pero no debo quejarme, ya que yo me ocupaba de dar la lata pidiendo más promoción, más vallas, más de todo".

"Bueno, y ahora en serio..."
Eso suena a esclavitud, pero ellos lo soportaban con gusto y vacile. Alejo: "Lo que más recuerdo de los miles de entrevistas de Tequila era que, en un momento, el periodista o locutor decía: 'Bueno, y ahora en serio...". Ariel: "Teníamos un lenguaje propio, mezcla de cheli y lunfardo, para comunicarnos sin que nadie entendiera. 'Cool con el kía' era 'cuidado con ese tío'. Éramos como hermanos y como matrimonios, compartíamos habitaciones y nos podíamos tirar dos semanas viajando en una furgoneta. Un microclima muy viciado: surgían todo tipo de tensiones".
Fueron cuatro elepés en otros tantos años, con todos los complementos promocionales: vinilos de colores, maxis con versiones largas, regalos de pósteres y pegatinas. Alejo: "Quizá sí hubo una saturación de Tequila. Todo nos parecía poco". Ariel sugiere que en los ochenta cambió el decorado y Tequila quedó fuera de sitio: "Estaba la movida, y la compañía, que de repente pensó que era más respetable vender heavy tipo Obús o Barón Rojo. Los excesos nos pasaron factura. No teníamos estímulos, pero sí unas relaciones internas bastante desgastadas".
El final, en 1982, fue un anticlímax. Ariel: "Soltamos la bomba de que se acababa Tequila, y ni la compañía ni el manager ni los medios dijeron nada. Nadie sugirió: 'Tomaos seis meses de descanso'. Nuestra autoestima estaba por los suelos: para la nueva ola éramos carcas... ¡y teníamos 21 años!". Así que, en el proceso de grabar las maquetas para el quinto disco, se evaporó Tequila. Alejo piensa que fue "lógico". "Empezó como una aventura adolescente y nos habíamos hecho mayores. Teníamos casas, mujeres, hijos, problemas variados. Y las drogas hicieron bastante daño". Ariel remacha: "En aquellos días, la heroína no estaba mal vista socialmente y nosotros éramos Tequila, así que estaba presente en nosotros, como todas las demás".
No se hizo gira de despedida, ni se derramaron lágrimas: "Es curioso que apenas se nos mencione en las historias del rock español". Éste es un país ingrato, ya se sabe. Por eso les suena especialmente dulce esta reivindicación tardía en forma de disco de homenaje, Mucho tequila! "Los únicos que hicieron canciones de Tequila fueron Parchís, así que esto nos quita el mal sabor de boca". 

Mucho tequila! está editado por GASA.


ANGELES CAÍDOS
Como en todas las pesadillas del rock, Tequila comprobó al final que el dinero había volado. Los contratos de Zafiro eran famosos por poco productivos y, de hecho, sólo consiguieron la carta de libertad renunciando a sus royalties. Ariel Roth grabó dos discos como solista con la compañía y produjo a Pistones, Sergio Makaroff, Albania. Volvió a Argentina, donde conectó con Andrés Calamaro, se lo trajo a España y renació con Los Rodríguez. Julián Infante, que no ha querido ser entrevistado para este artículo, tuvo una trayectoria similar. Pasó por numerosos grupos (Pistones, Academia Parabuten, Glutamato) e hizo alguna producción. Huyó hacia la costa, pero volvió a tiempo de reengancharse en los gloriosos Rodríguez.
Alejo Stivel pasó la descompresión viajando un año por el mundo. A la vuelta hizo jingles y montó un estudio con Nacho Cano. Produjo artistas variados y ejerció de manager con Los Ronaldos. Asegura carecer de la vanidad necesaria para salir al escenario.
Felipe 'Lipe' Rodríguez fue el primero en apearse y lo pasó mal: "Nada te prepara para el bajón de quedarte en la calle después de ser una estrella". Pasó años en la heroína hasta que fue rescatado por Proyecto Hombre, donde ahora trabaja como terapeuta. También forma parte de dos grupos, Rafa & Co. y El Refugio, que ha editado Bajo el sol (First Riss Records).
Felipe siguió de cerca la tragedia de Manolo Iglesias: "Intentó reembarcarse en la música tocando con Paul Collins. Se fue a Mallorca; yo retomé el contacto cuando le descubrí en un hospital de Madrid, machacado por el sida y en estado terminal. Murió en junio de 1994". Respecto a la debacle de Tequila, Felipe afirma: "Tenía que pasar, ya que subimos demasiado rápidos. En el colmo de los despropósitos, firmamos el contrato en el retrete de una discoteca, tras 20 copas y otros tantos porros. Luego descubrimos que Zafiro había registrado el nombre y nunca lo devolvió, íbamos a negociar con ellos y sólo aceptaban la capitulación".


El Pais de las Tentaciones 15 noviembre 1996




Habanos Sónicos







Antes de agosto de 1988, un disco como Cuba I Am Time no hubiera podido editarse en Estados Unidos. Durante más de veinticinco años, y hasta que el Congreso decidió volver a permitir la importación de grabaciones realizadas en la isla caribeña, cualquier intento de vender discos cubanos en casa del Tío Sam era una actividad ilegal.
Cuba I Am Time —incluido un cuaderno de 112 páginas, fuente de generosa información— es una espléndida muestra en cuatro discos compactos de lo que ha sido la música cubana de este siglo. Se podían haber hecho otras selecciones igual de sugerentes (en este caso, 57 obras para cuatro horas y media de música apabullante), pero difícilmente mejores. El compendio está dividido en cuatro partes: Cuba Invocations, Cantar en Cuba, Bailar en Cuba y Cubano Jazz.
La primera parte se centra en la impronta de la santería, a través de voces como las de Merceditas Valdés, Los Muñequitos de Matanzas o Lázaro Ros. La segunda, Cantar en Cuba, permite escuchar las voces clásicas de Roberto Faz, Tito Gómez o el Cuarteto D'Aida, y contemporáneas, como las de Pablo Milanés, Pedro Luis Ferrer o Isaac Delgado.
La tercera parte, Bailar con Cuba, propone grabaciones —de fiesta está la cintura— que van desde Beny Moré (Qué bueno baila usted) o Arcano y sus Maravillas (Mulatica revoltosa) hasta llegar a los Van Van (¡Qué sorpresa!) y El Médico de la Salsa (La bola). Finalmente, en Cubano Jazz, el cuarto capítulo, están las luminarias de la música instrumental: Mario Bauza, Chico O'Farrill, Cachao, Irakere, Gonzalo Rubalcaba...

Una curiosidad: el diseño de Cuba I Am Time es la réplica de una caja de puros cubanos, motivo por el cual, en Estados Unidos, se vende no solamente en tiendas de discos, sino también en los estancos; un hecho que ha generado el interés de varias asociaciones de fumadores de habanos.
Lo cierto es que Cuba está de moda. Su música suena cada vez más. Y los estadounidenses no quieren quedarse al margen. Se están editando allí los últimos discos del trompetista Jesús Alemañy y del pianista Alfredo Rodríguez; y aunque el primero vive en Londres, y el segundo, en París; ambos han grabado en La Habana y Santiago. Sellos como Bembe Records y Round World ofrecen al público sus primeras referencias cubanas; mientras, una empresa californiana ya está distribuyendo videoclips de música cubana.
Las tres joyas discográficas de los británicos de World Circuit van a estar pronto disponibles en el mercado norteamericano gracias a su acuerdo con Nonesuch: los aficionados no necesitarán viajar a Europa para conseguir A toda Cuba le gusta —al estilo de las grandes orquestas cubanas de la década de los cincuenta—, Buena Vista Social Club —el feliz encuentro de Ry Cooder con Compay Segundo y otros músicos históricos— o Introducing... Rubén González —la sorprendente aportación de un pianista septuagenario—.

Negociando con el enemigo
Todavía a principios de los años noventa, las leyes estadounidenses prohibían la contratación de músicos de Cuba. Lo llamaban "Trading with the enemy". Hoy, sin embargo, mientras algunos cavernícolas de la poderosa e influyente comunidad cubana de Miami se empeñan en impedir cualquier actividad musical relacionada con la isla, el Departamento de Estado concede visados a los músicos de Cuba para actuar en Hollywood, San Francisco o Nueva York.
Por si quedan dudas, el joven trompetista de jazz Roy Hargrove ha grabado Habana junto al pianista Chucho Valdés o al timbalero Changuito, y en The sign and the seal, el saxofonista Steve Coleman cuenta con los batá —tambores sagrados de las ceremonias de los Yoruba— del grupo AfroCuba de Matanzas.
El encuentro de los años cuarenta y cincuenta entre los ritmos cubanos y el jazz proporcionó una de las músicas más fecundas del siglo XX. Un apasionado idilio al que puso fin la ruptura de rela-ciones diplomáticas.
Ahora, tras un tedioso letargo, las puertas entre Estados Unidos y Cuba parecen abrirse de nuevo. Al menos para la música.

Carlos Galilea

Cuba I Am Time está editado por Blue Jackel / Arpa Folk.


El Pais de las Tentaciones viernes 5 de septiembre 1997