domingo, 23 de marzo de 2014

Young


Para Neil Young las canciones nacen de un sentimiento y su desarrollo se puede extender en el tiempo o limitarse a un relámpago

DAVID TRUEBA 3 JUL 2013 -




Neil Young sostiene que lo peor para componer una canción es pensar. Y hay que fiarse siempre de quien hace bien su trabajo, pero se quita de encima la palabrería que lo suele acompañar. Para él las canciones son como conejos, a los que les gusta asomar fuera de la madriguera cuando nadie los ve. Para Neil Young las canciones nacen de un sentimiento y su desarrollo se puede extender en el tiempo o limitarse a un relámpago. Son comentarios de su reciente biografía. Conviene tenerlos en cuenta porque vienen de alguien capaz de componer Ohio al calor de las protestas estudiantiles y legarla como un himno inmarchitable.

Aunque dice no someterse a la dictadura del cerebro cuando agarra la guitarra, es de agradecer que un personaje tan fanático de las manualidades y los trenes en miniatura, siga concediendo importancia capital a la calidad técnica. A Neil Young una de las obsesiones que más le zarandea en el tiempo que vivimos es la mala calidad de la reproducción musical. Ahora que sabemos que la gran mayoría de los jóvenes consumen música siempre comprimida en las distintas evoluciones del MP3, un músico veterano como él se lamenta de que con todos los adelantos del progreso los más apasionados tengan una experiencia de escucha mucho peor que la que tuvo él en su juventud.

Incapaz de quedarse de brazos cruzados se involucró en un proyecto llamado PureTone y más tarde Pono. Convencido de que las propuestas actuales, de Apple a Spotify o la novedosa y elegante Deezer, suplen el viejo modelo de radiocasete y escucha de urgencia, pero no más, está empeñado en perfeccionar un modo de reproducción digital masivo que alcance los niveles que un músico sueña. Con el horizonte de lograr una reproducción de 384 kHz resulta encomiable que alguien que puede retirarse a exprimir giras puntuales y conciertos de gloria, pretenda aún enfangarse por amor al oficio de hacer canciones y darlas a oír en alta fidelidad. En su caso, quizá la pasión por los viejos coches recuperados también le impulsa a no rendirse al beneficio fácil que ha sacrificado la calidad auditiva sin que parezca importarle a nadie un comino.

El hombre que va a contracorriente


Se edita en español ‘El sueño de un hippie‘, autobiografía de Neil Young
El rockero, mito de los sesenta, se retrata como una persona llena de claroscuros

DIEGO A. MANRIQUE Madrid 20 MAR 2014



Neil Young en el retrato que aparece en la portada de sus memorias.

Vivimos tiempos de incertidumbres. Nieva en verano, podemos achicharrarnos en invierno, pero algo no fallará: Neil Young siempre irá a la contra. Es miembro destacado del Club de los Incongruentes.

El canadiense vituperaba al presidente Richard Nixon por matar estudiantes en la canción Ohio, pero quince años después aplaudía el belicismo de Ronald Reagan. Es el detractor del mp3 que hace una semana lanzaba un publicitado reproductor de alta calidad, —al que ha llamado Pono—, a la vez que registra un disco en lo que es definitivamente una grabadora de baja fidelidad, el Voice-O-Graph.

Tal vez lo recuerden: maquinas similares estuvieron disponibles en España y circulan historias un poco patéticas de personajes que luego se confeccionaban una portada para ir presumiendo de haber grabado un disco profesional.

Entrabas en una cabina similar a las telefónicas y cantabas lo que se te ocurriera; a continuación tenías un vinilo con tu voz. Jack White, ex The White Stripes, dispone de uno de esos artefactos vintage en las oficinas de su sello Third Man Records en Nashville. Y allí se fue Neil, con su guitarra y armónica, para inmortalizar una colección de clásicas del folk de los sesenta, A letter home.

Hay truco, obviamente. Aquellas máquinas sólo captaban dos o tres minutos y Young ha hecho un álbum. Aparte, Jack White colabora en algún tema y se hace imposible imaginar a dos personas en semejante espacio. Pero, sin duda, se trata de audio vérité: el sonido va directo al surco. Así que lo único previsible de su libro es que, efectivamente, sorprende. Editado en inglés a finales de 2012, nos llega ahora su traducción: El sueño de un hippie (Malpaso).

Olviden las biografías cronológicas: enfrente tienen una miscelánea de vivencias, ordenadas al buen tuntún. Más o menos, está todo, aunque —discreto— raciona las historias sobre los proyectos democráticos en los que se alistó, sean Buffalo Springfield o el supergrupo Crosby Stills Nash & Young.

Tampoco sirven las comparaciones con las Crónicas dylanianas. Aquí no hay rastro de las ambiciones literarias de Bob (sí, Young se refiere a sus colegas por su nombre de pila). Neil no lee libros, por sospechar que pueden interferir con su proceso creativo.


De hecho, hay momentos en que El sueño de un hippie huele a mofeta, a cinismo de superestrella. Recomienda a sus amigos famosos que le imiten: “Escribir [un libro] es muy cómodo, tiene pocos gastos y es una forma estupenda de pasar el tiempo”.

Sin embargo, finalmente Neil es el hijo de su padre: Scott Young, un periodista deportivo y novelista prolífico. Y le va cogiendo gusto. Cierto que no asume la necesidad de revisar, corregir o reescribir su texto: desde luego, nadie le acusará de haber usado un negro, un escritor profesional.

Así, inserta numerosas cuñas publicitarias sobre un sistema de sonido digital llamado PureTone…que, mágicamente, al final del libro rebautiza Pono. Sin explicaciones.

Nada que asuste a los seguidores de su obra. Ya sabíamos que es híperproductivo pero que se rebela ante el concepto de control de calidad. Que lleva como medalla el haber sido demandado por Geffen Records a raíz de sacar discos “no característicos”. Que tiene magia para las melodías pero que no filtra los clichés en sus letras. Que pertenece a esa rara especie: el perfeccionista torpe, el obsesivo que no remata.

El sueño de un hippie, nos recuerda, está escrito en estado de sobriedad, tras décadas consumiendo cantidades de cocaína, marihuana y tequila. Y no lo proclama como una hazaña de redención: simplemente, tras demasiados sustos, decidió atender el consejo de su médico. Lo que le preocupa es que —suele ocurrir en casos como este— la traicionera inspiración parece haberse evaporado.

Habla a veces de “la musa”, como en “la musa no tiene conciencia”, cuando tiene que despedir a alguien. Reconoce, a toro pasado, que se equivocó al desechar ideas de colaboradores difuntos, como Danny Whitten o David Briggs.


Sobre el libro planea la sombra de Shakey, la áspera biografía de Jimmy McDonough, que retrataba a Neil como un tirano contracultural, un misántropo con escasa empatía por los que están fuera de su círculo inmediato. Son los inconvenientes de ganar demasiado dinero, alega Neil. Cuando arde Pocahontas, su famoso autobús de gira. Young hace que lo trasladen a su rancho en los alredores de San Francisco, donde los restos son enterrados con los honores reservados a un viejo guerrero.

¿Vamos a escandalizarnos con las prerrogativas de un rock star? Apasionado de los trenes de juguete, adquirió un gran paquete de acciones de Lionel LLC, uno de los principales fabricantes de trenes a escala y sus accesorios, empresa que —naturalmente— aceptó encantada sus sugerencias de usuario. Es también un enamorado de los classic cars, aquellos curvilíneos barcos-de-Detroit que surcaban las autopistas estadounidenses: acumula varias docenas en sus garajes.

Discografía selecta

Buffalo Springfield (1966)
CSN&Y Déjà Vu (1970)
Harvest (1972)
Zuma (1975)
Rust Never Sleeps (1979)
Everybody's Rockin' (1983)
Ragged Glory (1990)
Sleeps with Angels (1994)
Mirror Ball (1995, junto al grupo grunge Pearl Jam)
Greendale (2003)
Psychedelic Pill (2012)


Un niño, gruñirá alguien. No exactamente: un adulto que, con 68 años, se enfrenta con su mortalidad, tras haber superado la polio, episodios epilépticos y un aneurisma. Y no puede olvidar la genética: la demencia asedió a su padre; dos de sus tres hijos nacieron con parálisis cerebral.

En realidad, Neil se asemeja más bien a un otaku: un coleccionista incurable pero creativo. Ha invertido millones en lo que ha patentado como Lincvolt, versión ecológica de un Lincoln Continental del 1959, con un motor híbrido que funciona con electricidad y etanol.

En 2008, el coche ardió en un almacén californiano, provocando risitas entre el lobby de la gasolina; Neil asegura que fue un error humano, no un fallo de su sistema eléctrico.

Lo esencial para él, con todo, sigue siendo la música: “El plan es volver a grabar. Meterse de lleno en la música. En ésas estoy. Siempre me ha sentado bien. Quiero volver a sentirla. Necesito sentirla en el cuerpo, cantar letras que hagan que me vuelque en pasajes instrumentales largos que sólo son posibles con los Crazy Horse” Ah, también sigue escribiendo. Cualquier año de estos aparecerá el volumen dos de El sueño de un hippie.


El Pais 20.03.14


Félix Grande: El flamenco más lorquiano


Sus ensayo Memoria del flamenco le valió el Premio Nacional de Flamencología
Ligó lo poético con lo antropológicamente social del flamenco en varias obras

Fallece el poeta Félix Grande

MANUEL FRANCISCO REINA 30 ENE 2014 -

Hijo de republicanos represaliados y nieto de guitarrista flamenco, como él mismo contaba en su Balada del Abuelo Palancas, se nos ha ido “como del rayo” el escritor extremeño Félix Grande “con quien tanto quería”. Considerado un “renovador de la poesía”, poemarios como Blanco spirituals (1967) y Las rubáiyatas de Horacio Martín (1978) marcaron un cambio de rumbo en el panorama poético español. Quizá por su abuelo y por su vivencia, el flamenco fue materia de aprendizaje y estudio en este autor. El cante jondo tiene ese algo de herida abierta en la consciencia del ser humano por la que hablan nuestros padres primeros de su historia antigua, del dolor y de la alegría. Por esa razón, este Premio Nacional de las Letras Españolas, difícilmente clasificable en esa generación visagra entre los Niños de la Guerra y los Novísimos que se llamó la Generación del 60 o del Lenguaje, tan silenciada ahora, dedicó gran parte de su obra, además de la poesía y la narrativa, a investigar en este campo. Fruto de ello están sus ensayos como la fundamental Memoria del flamenco, lo que le valió el Premio Nacional de Flamencología. Hacía suya una frase de Morente: “Nosotros no salvamos al flamenco, es el flamenco el que nos salva a nosotros”. La ligazón de lo poético con lo antropológicamente social del arte flamenco cristalizó en obras como Agenda flamenca (1985), Once artistas y un dios (1986), La calumnia (1987), y Paco de Lucía y Camarón de la Isla (1998). Fue precisamente de la admiración y amistad con Paco de Lucía donde nacería el disco Poema de amor con letra de Grande y música de Lucía. En su ensayo García Lorca y el flamenco (1992), Félix ahonda en el genio andaluz y en cómo “ni antes ni después de él hubo poeta que más profundamente haya captado el mundo y el espíritu flamenco”. Quizá esto mismo es aplicable al propio Félix Grande porque el flamenco en él ha sido Biografía y parte de su Libro de Familia, últimas entregas poéticas del más lorquiano poeta de Tomelloso. Félix se ha ido sin ruido, dejando la palabra a sus lectores, entregada como a su compañera, por poeta y cónyuge, Francissca Aguirre: “Contempla todo esto, mujer de tu hombre./ Pongo a tus pies mi oferta de alegría,/ lo que me queda por vivir, el arrepentimiento/agusanado, la gratitud florida. Tenme./ Pongo a tus pies lo que me queda./ Siempre fuimos más jóvenes que hoy:/ nunca tan juntos. Nunca tan destino./ Éste era el premio. Y aquí está. Y ahora:/ precisamente, arrugamente ahora./ Nuestra vida reunida, cauterizada, entera: mírala./ Mírale la carita a la palabra Ahora:/cinco letras omnipotentes./...Yérguete de la silla. Apóyate en mi brazo./ Ponte guapa, que estamos convidados/ a una pizca de tiempo inmenso.” Félix Grande se nos fue con la música a otra parte. La sociedad española se nos queda más huérfana de verdad, de poesía y de compromiso.


El Pais 30.01.14