jueves, 16 de octubre de 2014

Beatles y Stones contra los tópicos


Un libro revisa los mitos sobre las dos bandas. La inclinación por una u otra podía revelar opciones de mayor calado, tanto políticas como vivenciales

DIEGO A. MANRIQUE



John Lennon y Mick Jagger. / RON GALELLA / WIRELMAGE

Produce cierto sonrojo:en 2014, seguimos repitiendo la cantinela. Cincuenta años llevamos planteando, masticando, respondiendo la misma pregunta: “Pero tú ¿eres/eras de los Beatles o de los Rolling?”. Se discute, urge reconocerlo, algo más que preferencias estéticas: ambas opciones encarnan estereotipos eternos. Resume John McMilliam: “Los Beatles pueden describirse como apolíneos y los Stones dionisiacos; los Beatles pop, los Stones rock; los Beatles eruditos; los Stones viscerales; los Beatles utópicos, los Stones realistas”.

Tan peliaguda es la cuestión que el inevitable libro sobre semejante locus classicus, Los Beatles vs. los Rolling Stones, ha tardado medio siglo en materializarse y es obra de un historiador. Un académico cuya anterior obra estudiaba la prensa underground (una especialidad que le permite demostrar aquí que ambos grupos proporcionaron gasolina a la insurgencia universitaria de finales de los sesenta) y que evita escrupulosamente pronunciarse.

Quizás a McMilliam le falte picardía: desecha la atracción sexual del manager, Brian Epstein, por John Lennon, olvidando las vacaciones que los dos se tomaron en España en 1963. Tampoco afina al valorar cuestiones puramente musicales, como la atribución de las etiquetas de rock o pop. Los Beatles podían rockear con tanta o más intensidad que los Stones. Se suele olvidar que los Stones tienen una riquísima producción pop; si hubieran desaparecido en 1967, como parecía desear el establishment al condenarles a penas de cárcel, ya habían acumulado méritos suficientes para figurar en el panteón del mejor pop británico. Se libraron, claro, y en 1968, con Beggars banquet, consolidaron el concepto de rock.

¿Importa eso? De alguna manera, aunque el rockismo ya esté desprestigiado, sus ecos privilegian la idea de que los Stones eran auténticos y los Beatles unos vendidos al show business. Sobre el historiador recae la obligación de cuestionar los mitos que encajan con sospechosa perfección. Y McMilliam arremete con gusto contra los tópicos. No, los Beatles —con la excepción de Ringo— no procedían realmente del proletariado. Y superaban ampliamente en experiencia musical y vivencias salvajes a unos aprendices de bohemios como los Stones. Los Beatles se forjaron tocando hasta la extenuación y solo la tenacidad de su representante permitió romper la muralla de prejuicios de la industria musical londinense. Por el contrario, beneficiarios del cambio de paradigma impuesto por los de Liverpool, los Stones ascendieron con asombrosa rapidez. En 31 prodigiosos días de 1963, ven publicada su primera crítica positiva, adquieren un potente equipo de management (Andrew Loog-Oldham y Eric Easton), reciben la bendición de los Beatles y son fichados por Decca Records con un contrato extraordinariamente generoso.

McMilliam enfatiza la anomalía cultural que suponía que un grupo procedente de una ciudad lejana y empobrecida tomara por asalto la capital del reino. El esnobismo londinense queda en evidencia con juicios como el del fotógrafo David Bailey, que trabajó con ambos grupos: “Veía a los Beatles como una boy band, algo muy prefabricado en sus inicios, mientras que los Stones parecían crecer orgánicamente”. En realidad, la superioridad creativa de los Beatles quedó reafirmada según avanzaban los sesenta. Con más o menos reticencia, era asumida por los Stones: Lennon y McCartney les echaron varios cables. Desde proporcionarles una canción, I wanna be your man, para su segundo single, mostrándoles de pasada —prodigiosa revelación— lo fácil que les resultaba componer, a reestructurar We love you, el tema con que los Stones daban las gracias a los fans que les apoyaron en su calvario de 1967.

En el swinging London se insistía en que Beatles y Rolling Stones eran amigos, no competidores. Que su enfrentamiento respondía a estrategias de los gestores de sus carreras. En realidad, los implicados se miraban con recelo. Y todos sabían quién marcaba el rumbo. Un anonadado Lennon se quejaba: “Todo lo que hacemos, los Stones lo repiten cuatro meses después”. Los Beatles fueron decisivos en otros aspectos: aquí se atribuye el desquiciamiento de Brian Jones, hasta entonces purista del blues, al encuentro con la beatlemanía y su irrefrenable deseo de disfrutar de esa adoración. Y, desde luego, su desembarco triunfal en Decca derivó directamente de la equivocación al rechazar a los Beatles en 1962, responsabilidad del directivo Dick Rowe, que no quería repetir su error.

¿Y cómo fue que los exquisitos, los revoltosos, los señaladores de tendencias, terminaran inclinándose por los Stones sobre unos Beatles que, incluso en estado de descomposición, eran capaces de facturar un Abbey Road? En el parteaguas que fue 1968, John Lennon se posicionó contra el sarampión izquierdista con Revolution. Tras ser reconvenido por The Black Dwarf, la revista de Tariq Ali, dio un giro completo y subvencionó al dudoso agitador negro Michael X, aparte de entregar dinero al IRA. Los Stones se contentaron con retratar la turbulencia juvenil en Street fighting man, tan celebrada por la contracultura, que en realidad contenía una cláusula de escape: “¿Qué puede hacer un pobre chico / excepto cantar en una banda de rock and roll? / En el somnoliento Londres / no hay lugar para un luchador callejero”.

Además, los Stones recurrieron a un maquillaje de satanismo. Tras leer El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, Jagger desarrolló una canción definitoria, Sympathy for the devil. Añadan todas las fantasías de orgías, drogas y desdén por la autoridad: los seguidores más inquietos miraban a los Stones esperando reconocerse. Querían y todavía quieren adquirir ese narcisismo de forajidos, sin advertir que carecen de la red de seguridad que protege eficazmente a esos músicos-aristócratas (recuerden: Brian Jones muere cuando ya está fuera del grupo).

Queda la sensación de que Los Beatles vs. los Rolling Stones se cierra prematuramente. McMilliam prefiere analizar la interacción entre ambas bandas cuando las dos estaban en activo; después, la competición se sitúa entre el bonito cadáver de nuestro recuerdo (Beatles) y la máquina que desafía las previsiones de la edad y la rentabilidad (Rolling Stones). Así que si les colocan ante el famoso dilema, respondan como yo: “Ni los Beatles ni los Rolling; soy de los Kinks”.

John McMilliam. Los Beatles vs. los Rolling Stones. Traducción de Ricard Gil Giner. Ediciones Urano. Barcelona, 2014. 286 páginas. 19 euros.


El Pais Babelia 11.10.14

viernes, 10 de octubre de 2014

The king of flamenco reina otra vez


Un festival recuerda en Pamplona a Sabicas, el guitarrista que internacionalizó el arte gitano

LINO PORTELA Pamplona 30 AGO 2014

Sabicas, en un festival de flamenco en 1984. / BERNARDO PÉREZ

El número siete de la calle Mañueta, en pleno corazón de Pamplona, es una antigua casa de tres pisos a escasos 20 metros del Mercado de Santo Domingo. Allí nació Agustín Castellón Campos y ese es el escenario en el que uno de los más geniales e internacionales de los guitarristas flamencos se ganó su peculiar sobrenombre. Cuentan que el pequeño Agustín era un vicioso de las habas y de camino al mercado metía mano en la cesta de la compra para comérselas crudas, con cascara. Le llamaron el niño de las habas. El niño de las habicas… Corría el año 1917 y ya el Niño Sabicas con cinco años aprendía a tocar la guitarra. “Nunca tuve maestro”, dijo en una entrevista el artista, que estos días recibe un homenaje en su ciudad en forma de festival. “Cogí la guitarra, me puse a tocar y ahí seguí”. Cuando en 1990 falleció en Nueva York a los 78 años, este gitano de Pamplona se había convertido en The king of flamenco, el más conocido guitarrista jondo de EE UU, y tenía una vida de película: compartió escenario con las estrellas flamencas de los años veinte y en 1936, al comienzo de la Guerra Civil, se marchó de España —donde nunca más vivió—; triunfó en Argentina, México y en EE UU donde residió y grabó sus discos más importantes. Llenó teatros de Broadway, tocó para Chaplin, Marlon Brando y Gary Cooper e inventó involuntariamente la fusión entre el rock y el flamenco. Pese a que hasta mediados de los setenta fue casi un desconocido en su país de origen, se convirtió en maestro “por correspondencia, a través de sus discos”, como decía Morente, de multitud de flamencos. Sobre todo de Paco de Lucía. “Nosotros somos los transmisores de Sabicas y de su genio. El sonido de esa guitarra es exagerao. Todos le debemos mucho”, dijo el ya desaparecido guitarrista, nombrado por nuestro hombre como “auténtico discípulo”.

Pamplona ajusta estos días cuentas con Sabicas. Desde el martes y hasta mañana la capital navarra rinde homenaje a su embajador en el festival Flamenco On Fire, que ha contado con las actuaciones de Sara Baras, Tomatito, Arcángel, Niña Pastori y José Mercé. Hoy actúan Estrella Morente —que siendo niña cantó para Sabicas—, Josemi Carmona y Pepe Habichuela. Mañana, Kiko Veneno, Tomasito y Los Evangelistas cerrarán este nuevo festival que pretende consolidarse en la ciudad y que curiosamente está organizado por los hermanos Morán (Miguel y José), creadores del más representativo certamen de pop-rock de los últimos 20 años en España: el Festival Internacional de Benicàssim (FIB). “Aprendí a valorar el flamenco cuando trabajé de camarero en Casa Patas en los ochenta”, cuenta Miguel Morán, hasta ahora más acostumbrado a lidiar con artistas de rock independiente que con flamencos. “La figura de Sabicas y su vida servirá como hilo conductor de las próximas ediciones que pretendemos celebrar”.

Y con razón. Porque la biografía del maestro da para mucho. Sabicas fue de aquellos pioneros flamencos que tocaban a pulmón, sin micrófono, porque no había; que con 10 años alegraba las juergas de los señoritos en el tablao Villa Rosa de Madrid, adonde fue a buscarse la vida. Allí se hizo con un nombre y acompañó por toda España a las figuras del momento: la Niña de la Puebla, Imperio Argentina, Estrellita Castro... Hasta 1936. Al comienzo de la Guerra Civil española, Sabicas prefirió poner tierra de por medio antes de ser llamado a filas. “No me fui a América como exiliado”, explicó en una entrevista posterior. “Me fui porque me contrataron. Yo nunca he sabido nada de política, ¡ni quiero saber!”.

Desembarca en Argentina para actuar con la bailarora Carmen Amaya, con la que forma pareja artística y sentimental durante unos años. Triunfan en México, donde el guitarrista tiene dos hijos y se casa con una mexicana (“Me costó dinero y salió por peteneras”, confesó). De 1940 a 1945 viaja por primera vez a trabajar a EE UU con Carmen Amaya. Vuelven en 1956 y Sabicas se queda a vivir en Nueva York. Allí se le conoce como The King of Flamenco y arranca su rica y abundante carrera discográfica (55 discos). Sabicas se hace entonces grande en EE UU mientras que en España pocos recuerdan su nombre.

Sus discos estaban dirigidos al mercado estadounidense (incluido Flamenco on fire, de donde coge el nombre el festival que ahora le homenajea). Entre ellos, Rock encounter, editado en 1970 y que, aunque al propio Sabicas le desagradaba especialmente, fue pionero de lo que ahora se llama fusión. Fue el primer experimento donde la guitarra flamenca de Sabicas se fusiona con el rock del músico Joe Beck. Una revolución, luego seguida por grupos como Smash, Triana o Pata Negra. El disco lo redescubrió en Francia el productor Ricardo Pachón, responsable del también revolucionario La leyenda del tiempo, de Camarón. Años después, Pachón coincidió con Sabicas en Nueva York durante un concierto de Pata Negra. “Ricardo, mira, yo no entiendo nada de esto”, apuntó. “Pues esto lo inventó usted, maestro”, replicó el productor. Sabicas, según cuenta Carlos Lancero en su libro sobre Camarón, levantó las manos al cielo y dijo: “Eso fue cosa de mis productores que eran unos peseteros. ¡Esos discos míos no valen un duro!”.

Las razones por las que Sabicas no volvió a vivir en España tampoco hay que buscarlas en la política. “La principal fue que tenía un miedo terrible a volar”, explica la periodista neoyorquina Estela Zatania, que con 15 años visitó a Sabicas en su casa de Manhattan. “Allí en EE UU ganó mucho dinero y vivía muy bien”. Solo con su guitarra, porque Sabicas nunca aprendió inglés: “Sólo sé tres palabras y no entiendo ninguna”, dejó dicho.

En 1967 por fin supera el miedo a volar y reaparece en España, que ya visitó frecuentemente. En los ochenta le organizan festivales, visita Pamplona y se relaciona con flamencos del momento como Morente, Paco de Lucía o el guitarrista Pepe Habichuela, que el jueves en una mesa redonda recordó su encuentro con el pamplonica: “Era un gitano antiguo. Tenía no sólo una imponente presencia tocando sino también andando por la calle. Le gustaba recordar los viejos tiempos”. José Mercé, tras su concierto del miércoles, también rememoró el momento en que se conocieron: “Yo tenía 13 años y estuvimos tocando en el Café de Chinitas. Era un gitano de postín. Todavía recuerdo el garbanzo de diamante que llevaba en la corbata. Su forma de tocar tenía una fuerza increíble”.


En los noventa, Enrique Morente consiguió el sueño por el que luchaba durante años: reivindicar en España a Sabicas y grabar un disco con él. En 1990 se publica una genialidad donde el cantaor de Granada improvisaba sobre la guitarra del ya enfermo gitano de Pamplona. En su exhaustivo libro La correspondencia de Sabicas (editorial El flamenco vive), el periodista José Manuel Gamboa cuenta que en esas sesiones de grabación, “entre helados y churros”, la pequeña Estrella Morente, con siete años, se puso a cantar una taranta. “Qué maravilla. Niña, cántala otra vez’, dijo Sabicas, que alucinó al escucharla”.

Sabicas no vio publicado aquel disco junto a Morente. El 14 de abril de 1990 murió en Nueva York y fue enterrado en Pamplona, muy cerca de ese lugar donde el genio le robaba las habicas a su madre de la cesta de la compra. El mismo al que Joaquín Sabina le dedicó un soneto: “Ese que va por la Quinta Avenida / con el orgullo de los desterrados / con la mirada del que nada olvida / esas seis cuerdas que tanto han llorado”.












Seis paradas en la profusa discografía estadounidense de Sabicas para sellos como Columbia, Elektra o MGM, que incluye éxitos históricos junto a Carmen Amaya y álbumes pioneros de la fusión de flamenco y rock, como Rock Encounter, junto al también guitarrista Joe Beck.

Pamplona-NY

Agustín Castellón Campos (Pamplona, 1912), Sabicas, se dio prisa en coger la guitarra: a los cinco años ya la tocaba, y a los 10 animaba las fiestas de los tablaos madrileños.
 En 1936 se marcha a Argentina, donde conoce a Carmen Amaya, que será su pareja durante años. En 1956 se afinca en EE UU. Allí se le conoce como The king of flamenco y graba algunos de sus discos más relevantes: Rock encounter (con el rockero Joe Beck) o el recopilatorio Flamenco on fire, entre otros.
 Reivindicado como padre del flamenco fusión por Smash o Triana, Morente graba con él Nueva York Granada. Será su último disco, editado tras su muerte en 1990.


El Pais, sabado 30 de agosto de 2014