martes, 6 de octubre de 2015

John Coltrane, una experiencia religiosa


'A Love Supreme', una cima del jazz, cumple 50 años El sello Verve ha anunciado una edición conmemorativa para noviembre

FRANCISCO CAMERO / SEVILLA




Mucho más que un mero disco, es uno de los actos de expresión espiritual más sinceros, intensos, crudos y abrumadoramente bellos que produjo el arte del siglo XX. Si lo usásemos, habría que quitarse el sombrero y ponerse en pie para hablar de él; o más bien simplemente ahorrarse toda palabrería, arrodillarse y alzar la mirada hacia el cielo. Que es el estado de exaltación en el que lo grabó John Coltrane durante la noche y la madrugada del 9 de diciembre de 1964. "Dios respira completamente a través de nosotros", escribió él en una de sus notas para el álbum; A Love Supreme fue la suite-mantra con la que dio forma a ese soplo divino, a esa creencia que veneraba como el logro más hermoso e importante de su convulsa vida. No es el único disco grandioso de Coltrane -ni siquiera puede afirmarse que sea el mejor de los suyos si recordamos que su obra constituye una galaxia en sí misma- pero debates subjetivos al margen, es sin discusión posible una de las cimas absolutas del jazz, además de la creación más especial y la más querida por el legendario saxofonista.

Si A Love Supreme es una de esas excepcionales obras con aura específica, si ofrece una experiencia que llega tan hondo, tan lejos, hasta convertirse en un disco para toda la vida, si dura poco más de 30 minutos pero al acabar tenemos la impresión de que algo entre las notas ha ensanchado y trascendido el tiempo empleado en comunicarlo, es porque compendia realmente las vivencias más íntimas no ya de un genio de la música y un revolucionario de su instrumento y de su género, sino de un hombre. La historia es bien conocida: a finales de los 50, tras superar su adicción al alcohol y la heroína, el músico experimentó lo que él mismo llamó un "despertar espiritual". Alice, su esposa, lo recuerda llegando a casa tras casi una semana sin haberse dejado ver por allí. Estaba alegre, tranquilo, convencido: "Como Moisés bajando de la montaña". "Ésta es la primera vez que me ha llegado toda la música que quiero grabar; la primera vez que lo tengo todo, todo listo...", le dijo él. Tres meses después, fruto de esas meditaciones, de esa inmersión total en el fondo de sí mismo, entró en el estudio para grabar una profesión de fe en toda regla.

A Love Supreme vio finalmente la luz, nunca mejor dicho, en febrero de 1965, hace por tanto 50 años, y para conmemorar el aniversario Verve Music Group acaba de anunciar la publicación, el 6 de noviembre en Estados Unidos, de una edición especial del disco. Un pack abultado y con toda probabilidad bastante caro que incluirá el original junto con todos los masters de las sesiones de grabación, además de un breve ensayo de Ashley Khan (autor de otro mucho más amplio, publicado en España por Alba en 2004, A Love Supreme y John Coltrane: la historia de un álbum emblemático), fotografías inéditas y conversaciones de los músicos en el estudio, partituras y notas manuscritas de Coltrane y un concierto del mismo año 1965. En fin, la consabida edición de lujo...

El acontecimiento presenta un alto y justificado interés musical; lo tienen de forma evidente las tomas de la segunda jornada de grabación, en la que participaron el saxofonista Archie Shepp y el contrabajista Art Davis, de cuya existencia no se supo hasta hace algunos años y sólo parcialmente; así como ese concierto de 1965, la única vez que el disco fue interpretado íntegramente en público por el artista, habituado ya entonces a las opiniones polarizadas, muchas de ellas prácticamente en el terreno de la burla, que suscitaron los trabajos de esa década, para él la última de vida (murió en 1967, con 40 años, víctima del cáncer) y la más radical en el grado no pocas veces extremo que imprimió a sus ingadaciones sonoras. Pero a nadie se le escapa que este mismo acontecimiento conecta igualmente con toda esa parafernalia de la Industria de la Efeméride, esa rama particularmente rutinaria del Turismo Cultural de Prestigio. En última instancia, como siempre, la conmemoración no es más que una excusa, tan válida como literalmente cualquier otra, para volver al único y verdadero lujo de todo este asunto: la música, solamente la música.

El tañido de gong, el serpenteante saxo desperezándose y el tono atmosférico del comienzo de Acknowledgement (Aceptación), el primero de los cuatro movimientos de la suite, delimita inmediatamente las coordenadas litúrgicas del espacio sonoro, mental y anímico creado por el músico. Según recordarían más tarde los otros tres fantásticos intérpretes que participaron en ella -el pianista McCoy Tyner, el contrabajista Jimmy Garrison y el batería Elvin Jones-, Coltrane alentó una dinámica abierta a la improvisación -rebajó las luces del estudio a una semipenumbra y los invitó a entenderse sólo con gestos y miradas-, pero a la vez amoldándose en todo momento a sus meticulosas indicaciones respecto a la estructura que debía encauzar ese magma. Existe toda una literatura en torno a la composición de A Love Supreme, asombrosamente precisa y prefigurada en contra de lo que sus raptos volcánicos y encabritados pueden llevar a pensar. Baste decir que entre sus claves internas hay numerosísimas pautas musicales que responden a números y símbolos relacionados con las Escrituras y con su propia biografía, o que el saxo en Acknowledgement viene a ser una suerte de recreación melódica de los sermones con los que los predicadores de los viejos tiempos trataban de llevar a su auditorio a un estado de éxtasis, incluidos los instantes de afonía y aliento entrecortado por el ímpetu puesto en el trance.

Aunque en este aspecto el secreto más conmovedor es el que encierra el final. Resolution (Propósito) y Pursuance (Dedicación) son también prodigiosos, pero es al llegar a Psalm (Salmo), el cuarto movimiento, cuando se aprecia una vibración distinta, una música que desborda el apellido que se le haya puesto, ya sea be-bop, post-bop, vanguardia o jazz modal. Todo este movimiento es, literalmente, una transcripción musical, nota por nota, verso a verso, de una oración escrita por el propio Coltrane. Ese saxo, que de repente pasa a ocupar un total primer plano en la pieza y a sonar con una respiración distinta, como en ese punto en el que después de un gran esfuerzo se mezclan el cansancio y el placer, esas notas con destellos de dolor, alegría y agradecimiento, están proclamando una convicción -más que profunda- sagrada. Sobra decir que no es preciso compartir la ardiente fe de Coltrane para estremecerse con la belleza torrencial que, a modo de ofrenda a Dios, extrajo de ella.


Malaga Hoy

lunes, 5 de octubre de 2015

15 discos para el otoño

Complejo de Napoleón

El tercer trabajo de Florence + The Machine es el ejemplo perfecto de artista de éxito atrapado en su propia realidad creativa. La banda liderada por Florence Welch anunciaba en primavera que este iba a ser un álbum más calmado, menos bombástico, épico y melodramático que sus anteriores y extremadamente exitosos dos largos. Florence Welch, líder total del combo y mezcla casi perfecta entre Kate Bush, Annie Lennox y Marianne Faithfull, había sufrido un revés sentimental y una crisis de identidad. Eso, advertía, iba a resultar en una colección de canciones más íntimas y sencillas. Pues no. Este disco vuelve a ser una superproducción en la que todo se enseña, nada se sugiere. Lo que se dice, se dice bien claro. Lo que suena, no puede sonar más alto. Por XAVI SANCHO.

Foto:Ilsand/Universal


 Sufjan Stevens, la canción de la madre ausente

Resulta absurdo pretender que se conoce a un creador por su obra. Pero es un error en el que se cae a menudo. En el caso de Sufjan Stevens, el error lo provoca su voz: posee un timbre tan cercano que podría recitar la lista de la compra y emocionar. Además, durante más de una década ha ido soltando discos que nos hicieron creer que hablaban de él. Recorridos fascinantes por sus obsesiones. Por paisajes desconocidos que terminan resultando familiares. Pero no ha sido hasta 2015, el año en que Stevens cumplirá 40, que ha llegado Carrie & Lowell, un álbum realmente autobiográfico. Y así hemos descubierto que no sabíamos apenas nada de su vida. La Carrie del título es su madre, una persona con problemas mentales y adicciones variadas que les abandonó a él y a su hermano en varias ocasiones. La primera, Sufjan tenía un año. La segunda era un poco mayor y es uno de los recuerdos que aparecen en las canciones. “Cuando tenía tres. Tres, quizás cuatro, nos dejó en el videoclub”, canta con una candidez asombrosa en la bellísima Should Have Known Better. Por IÑIGO LÓPEZ PALACIOS.
Foto:Asthmatic Kitty/PopStock


 Las confesiones en piloto automático de James Taylor

En la segunda mitad de los sesenta, James Taylor destacaba entre la tropa del rock. Puro WASP, bostoniano con raíces sureñas, hijo de un estimado doctor y una cantante de ópera; tales criaturas del establishment no iban por los tugurios del Greenwich Village interpretando sus canciones. En aquel mundillo bohemio pilló una afición a la heroína que le atormentaría durante 20 años, aunque lo ocultó bien. Guapo, educado, sensible, con dinero en el bolsillo, todas las puertas se le abrían. Incluso en el sanctasanctórum del Londres pop: estuvo entre los primeros fichajes del sello Apple. Por DIEGO A. MANRIQUE.
Foto:Concord/Universal

Muse, la especie invasora o lo que sobrevivió del punk

Hará unos tres años saltó la noticia de que un cangrejo de origen norteamericano se había instalado en el delta del Ebro. La especie había llegado hasta allí de forma accidental. Se descartaba que el animalillo hubiese cruzado el Atlántico a nado. Estaba claro que había sido el hombre quien había, de manera fortuita, introducido en la zona una especie invasiva y voraz que amenazaba el ecosistema y que podía dañar seriamente la producción de mejillones y ostrón. “Es un gran resistente, puede sobrevivir a salinidades y temperaturas muy diversas”, advertía entonces un biólogo local. Hará unos 40 años se inventó una cosa llamada punk rock. Desde las alcantarillas de Nueva York cruzó al Atlántico a puñetazos y llegó a Londres para instalarse allí y tratar de terminar con las especies musicales entonces preponderantes, sobre todo, con el rock sinfónico. Por XAVI SANCHO.

Foto:Warner
 ‘FFS’, unión de seres dispares

Existen dos tipos de grupos de pop: los que, llegado un punto, solo son capaces de sonar como ellos mismos y los que, en un momento de sus carreras, solo son capaces de sonar como todo lo demás. Al combo escocés de revival pospunk Franz Ferdinand y al mítico dúo norteamericano Sparks hace ya años que les pasa lo primero. A los de Alex Kapranos, porque arrancaron cuando el pop llevaba medio siglo en marcha y la posibilidad de encontrar un espacio libre donde aparcar era ya harto complicada. Lo encontraron, pero desde entonces viven acongojados con la idea de que vuelvan Talking Heads o Roxy Music a reclamar el espacio como suyo. A los segundos, porque habían creado algo tan personal que la tentación de convertirse en actores interpretando el papel de ellos mismos era demasiado sugerente como para ser descartada. Por XAVI SANCHO.
Foto:Domino


Extremo hermoso

Extremoduro ha sido, todavía es, el gran fenómeno del rock español en lo que va de siglo. Sin promoción, sin apenas presencia en medios, con pocas giras muy medidas, solo con el boca a boca de sus fieles, sus discos se colocan una y otra vez como aplastantes números uno. Lo que empezó en 1987 como una banda de rock urbano, guitarras afiladas y letras tan ingeniosas como canallas se ha ido refinando, avanzando en ambición instrumental y en cuidado de los textos. Ahora Robe Iniesta, su cantante y compositor, emprende un disco en solitario. Desde el primer corte —la delicada ‘Un suspiro acompasado’, de nueve minutos— se entiende por qué se establece por libre: porque ahora sus versos se arropan de violines, clarinete, saxo, acordeón o piano, sonidos que le han aportado músicos de su tierra extremeña. Las canciones tienen su sello personal, pero se envuelven en el folk, con guiños latinos, flamencos, árabes y hasta zíngaros. La evolución de lo suburbial a lo bucólico no sorprende tanto, pues sigue la línea iniciada en La ley innata (2008), con su 'Dulce introducción al caos', su álbum de madurez, y continuada en Material defectuoso (2011). Por RICARDO DE QUEROL


Foto:El Dromedario Records

El flamenco que mira el jazz

La marca estandarte del sello alemán ofrece su tercera entrega con una grabación que reúne materiales tomados en directo en sendos conciertos en Berlín (2014) y Dortmund (2015). En su segundo y anterior volumen, ­Jazzpaña II (2000), se presentaba ya liderada por los músicos flamencos que más se acercan al formato jazzístico: el guitarrista Gerardo Núñez y el pianista Chano Domínguez, que se mantienen en este nuevo registro. Ambos protagonizan unos encuentros que, además de constituir los cortes más interesantes del disco, representan el espíritu de la experiencia, que no es otro que la interacción de lenguajes. Por FERMÍN LOBATÓN.
Foto:ACT Music



Father John Misty, pura ambición musical

La ambición puede ser un arma peligrosa. Puede, por ejemplo, empujar a un artista al ridículo o hundirlo en un galimatías. Father John Misty –seudónimo del exbatería de Fleet Foxes Josh Tillman- despliega pura ambición musical y artística en el segundo disco que graba bajo este nombre. Pero en este caso, la ambición triunfa porque ayuda a plasmar bien una obra que habla de la búsqueda de uno mismo, y que concluye con la bendición del amor. Todo ese proceso está reflejado aquí por canciones arregladas según estilos muy diferentes y sabiamente producidas por Tillman y el siempre deslumbrante Jonathan Wilson. Por RAFA CERVERA.
Foto:Bella Union / Pias

 Lo mejor de La Voz

El recopilatorio Ultimate Sinatra, editado para festejar el centenario del nacimiento de La Voz, sobresale entre las muchas y notables colecciones publicadas sobre su obra porque recoge canciones de toda su trayectoria. La que nos ocupa es la cuidada Digital Deluxe Edition (cien canciones en cuatro cedés, más una versión inédita de ‘The Surrey with the Fringe on Top’, de 1979, y un libreto de 80 páginas con un ensayo de Charles Pignone, abundantes fotos y notas del propio Frankie y de algunos de sus amigos). Tres composiciones (‘All or Nothing at All’, ‘I’ll Never Smile Again’ y ‘Street of Dreams’) muestran al Sinatra de las grandes orquestas: las de Harry James y Tommy Dorsey, con las que grabó de 1939 a 1942. Los años que trabajó con la discográfica Columbia (1943-1952) están condensados en una docena de títulos como ‘Night and Day’, ‘The Birth of the Blues’, ‘Time After Time’ y ‘Why Try to Change me Blues’, su último registro para ese sello. Por JAVIER LOSILLA.
Foto:Capitol / Universal.

Actualizando la idiosincrasia 'britpop'

Blur son tan británicos que el equilibrio de fuerzas y la idiosincrasia de cada uno de sus cuatro miembros es casi clavada a la que existe entre Inglaterra, País de Gales, Irlanda del Norte y Escocia. Damon Albarn, claro, es Inglaterra: quería un imperio global, y lo tuvo. Coxon es Escocia: quería irse, y se fue. Dave Rowntree podría ser el Ulster: desde fuera, irrelevante; desde dentro, tremendamente simbólico. Alex James es Gales: se divide entre reivindicarse y arrodillarse ante el rey, aunque no se sabe si hinca la rodilla por lealtad o porque tiene resaca y está cansado. Ahora, tras doce años sin editar nueva música, el reino retorna con un disco que no suena a pacto, ni a imposición. Esto no quiere decir que sea su mejor obra, pues sus mejores álbumes han surgido de la tensión y la confrontación, sobre todo, entre Coxon y Albarn, pero sí es un disco maduro en el sentido positivo del término, no en el que se reduce a escribir más baladas, servirse de menos instrumentos y hablar sobre hijos y divorcios. Por XAVI SANCHO.
Foto:Elektra / Warner

 La fiesta de Sokolov

Enviar Imprimir Guardar Grigory Sokolov es un pianista de culto. Nunca ha necesitado campañas publicitarias ni el repique de campanas de una multinacional del disco para llenar los auditorios. Quien asiste por primera vez a un recital de este pianista ruso, que posee todas las virtudes de la escuela rusa de piano, pero ninguno de sus defectos, queda tan impresionado que ya no deja de seguir su atípica carrera. No graba desde hace dos décadas, y por ello este doble disco que recoge su recital en el Festival de Salzburgo, grabado en directo el 30 de julio de 2008, adquiere un valor extraordinario. Por MIGUEL PÉREZ SENZ
Foto:Deutsche Grammophon.


El tercer advenimiento de D’Angelo

Exageraba Questlove, líder de The Roots, al proclamar el largamente esperado tercer álbum de estudio de D’Angelo como el Smile negro? De aquel fabuloso disco oculto de The Beach Boys se tardó un mundo en tener una visión aproximada. La paciencia para recibir este Black Messiah sumó 14 años y ha traído maná, pues el talento del virginiano cuaja de nuevo en obra maestra. Lo fueron Brown Sugar (1995) y su entallado soul funk que llevó a comparaciones con Marvin Gaye. También Voodoo (2000), una vuelta de tuerca con extra de hip-hop para ahondar en la imagen de D’Angelo como autor que mira al pasado (encabezó la corriente neosoul) y desbroza el futuro. Voodoo y el cálculo erróneo. El vídeo de su single ‘Untitled’, con un D’Angelo de torso desnudo, proyectó una imagen como icono sexual que desvió el foco de su arte y le sumió en el abatimiento. El nubarrón creció con la muerte de varios amigos (entre ellos, J Dilla, influencia clave en Voodoo), la ruptura sentimental con Angie Stone, enganches y hasta un grave accidente de tráfico. No todo fue reclusión: hubo cameos, filtraciones de nuevos temas y, en 2012, la reaparición sobre los escenarios. Más un parto de los montes durante años que, admirablemente, no priva de cohesión a Black Messiah ni lo vuelve relamido. Así hasta que D’Angelo decidió adelantar meses su publicación, encendido por los sucesos raciales de Ferguson (Misuri). Por RAMÓN FERNÁNDEZ ESCOBAR.
Foto:RCA / Sony


 Krall se pasa al 'soft rock'

Con un tema de Bob Dylan titulando el álbum, Diana Krall versiona aquí parte del cancionero que escuchó en la radio durante su adolescencia y primera juventud. Y lo hace sin temor a adentrarse en un repertorio que, generalizando, la crítica detesta aunque adora el gran público que sobrepasa la barrera de los cuarenta: el soft rock. Esa escuela de canciones suaves y de presentación aséptica que hizo las delicias de las FM desde la década de los setenta (y ahora nutre las emisoras de oldies). De este modo recupera composiciones de ­Eagles, Elton John, 10cc, Paul McCartney, The Mama’s & The Papa’s, Gilbert O’Sullivan o el mencionado Dylan, y lo hace con sus armas habituales: piano y voz grave y sinuosa en primer plano. Por JUAN PUCHADES.



Foto:Verve / Universal.

 Todas las realidades de Xoel López

Xoel López, tras años afiliado al pop luminoso bajo la marca Deluxe, decidió en 2009 romper con todo: hizo las maletas y desapareció en Buenos Aires para, desde allí, recorrer el continente americano. Regresó con Atlántico (2012), refulgente primer álbum editado a su nombre y fractura con el pasado creativo. Un empezar de nuevo cargado con las experiencias y canciones acumuladas en ese periplo: era él (el imaginativo melodista, el compositor certero, el vocalista de escuela pop clásica), pero había mudado la piel, y abría la paleta sonora a Hispanoamérica, incluso asumía sin complejos la canción de autor. Por JUAN PUCHADES
Foto:Esmerarte

Las limitaciones del músico honrado

El artista honrado reconoce sus limitaciones. El músico de corazón anda inmerso en sus arpegios y desoye la codicia. Así es Mark Knopfler (Glasgow, 1949), confiable artesano cuyo fiel público ni siquiera imagina cuánto lo maldicen los esnobs. Amasada una impensable fortuna con Dire Straits, rumboso placebo rock de los ochenta, finiquitó la empresa para sentirse libre, dice, y poder trabajar a pequeña escala. Lo ha hecho en diversos frentes: sus bandas sonoras funcionan en pantalla, ha grabado con Bob Dylan, Emmylou Harris y Chet Atkins, y los discos a su nombre mantienen una línea constante, artística y comercial. El octavo alcanza un nuevo estadio en ese desvanecimiento del ego que el sedoso guitarrista protagoniza desde que en 1972 llega a Londres para hacerse músico profesional. Por IGNACIO JULIÀ
Foto:Mercury-Universal



El Pais Babelia 01.10.2015



domingo, 4 de octubre de 2015

‘The Joshua tree’, el asentamiento del mito


A partir de su creciente fascinación por la cultura estadounidense, U2 construyó en 1987 su disco más melodramático y universal

FERNANDO NEIRA 2 OCT 2015


U2, en concierto en Madrid en 1987. / RICARDO GUTIÉRREZ

Cuesta imaginar un disco en toda la historia del rock con un arranque tan majestuoso como el de The Joshua tree (1987). El álbum que condujo definitivamente a U2 a la estratosfera de la música popular acumula en estos 28 años unas cifras de vértigo: 25 millones de ejemplares vendidos, número 1 en 22 países, nueve semanas en lo más alto de la clasificación de Billboard, cinco millones de euros generados solo en derechos de autor… Pero más allá de ese aval estadístico queda el marchamo imborrable de las canciones. Y resulta difícil imaginar a un terrícola medianamente documentado que no pudiera tararear Where the streets have no name, I still haven't found what I'm looking for y With or without you, tres hitos consecutivos de la épica y el melodrama que aún hoy, y a buen seguro por muchas generaciones, conservan intacta su crepitante vigencia.

Había mucha más chicha en los ocho cortes restantes del trabajo, ya lo advertimos, y hasta en la nutrida nómina de caras B que florecieron durante la época (entre ellas, y por aquello de barrer para casa, la excelente Spanish eyes). Pero The Joshua tree, que se fraguó entre noviembre de 1985 y enero de 1987, supo condensar en sus 50 minutos la fascinación de aquellos cuatro veinteañeros por la América más poética, desolada y espectral. Aquel territorio de incertidumbres que Anton Corbijn supo capturar en esa portada icónica en el desierto californiano de Mojave. Fotografiados con el semblante cariacontecido, los irlandeses envolvían en blanco y negro sus canciones más orgánicas y temperamentales. Era evidente que a Bono le había cundido tanto su inmersión en la literatura estadounidense, como su viaje en julio de 1986 a Nicaragua y El Salvador, una traumática experiencia centroamericana que inspiraría dos de las piezas más doloridas del álbum, la furibunda Bullet the blue sky y la acongojada Mothers of the disappeared.

Durante muchos meses, The Joshua tree creció con el título provisional de The two Americas y la hipótesis de que acabara convirtiéndose en un disco doble. La banda había decidido repetir con Brian Eno y Daniel Lanois como exquisito tándem de productores, igual que en The unforgettable fire (1984), pero esta vez con el firme propósito de que la experimentación sonora no prevaleciera sobre un puñado de canciones directas, emocionales y bien definidas. Bono acababa de conocer a Bob Dylan y este le hizo notar la importancia de las raíces musicales estadounidenses, en particular el blues y el country, géneros que un dublinés amamantado en los años del punk apenas había olido.


The Joshua tree acabó superándolos a todos a golpe de carnalidad y sentimiento. El que trasluce Where the streets…, una pieza de construcción tan compleja (cambios de compás, la narcótica Infinite Guitar de The Edge, un insólito prefacio instrumental de 107 segundos) que ocupó el 40%  de las sesiones de grabación. El que animó a Bono a escribir One tree hill en memoria de su amigo y asistente Greg Carroll, fallecido en accidente de moto. Nunca un disco tan sombrío resultó al tiempo tan universal. El asentamiento de U2 como mito del rock era ya incontestable.


El Pais Babelia 02.10.2015