lunes, 22 de febrero de 2016

Es solo pop


'Yeah! Yeah! Yeah!', de Bob Stanley, es el libro más completo y excitante sobre la historia del género



John Lennon toca la guitarra ante los otros beatles y su mánager Brian Epstein en un hotel de París. Harry Benson (Getty)

KIKO AMAT
22 FEB 2016 

De todos los libros sobre música pop que he leído, Yeah! Yeah! Yeah! es el más importante. Pocos ensayos, aparte del reciente Música de mierda, de Carl Wilson (Blackie Books), serían capaces de lograr que un viejo partisano como quien les habla, herido (pero triunfante) en innumerables batallas pop y con más prejuicios que un junker alemán del XIX, se replantease —sin sufrir tortura medieval en sus glúteos— tantos conceptos estéticos y musicales. Lo crucial, creo, es que Bob Stanley nos ha retado a cambiar de idea en mil aspectos, a la vez que permanece de nuestro lado (el del pop universal) en muchos otros.

Hace un tiempo Stanley reseñó los documentales de Tony Palmer para The Guardian, y dijo: “Los escritores y documentalistas deberían recordar siempre que la vieja y boba música pop no merece ser tomada demasiado en serio, y a la vez que nada es más importante. Nik Cohn sabía esto; Tony Palmer no, ni tampoco Nick Kent (…). Cohn estaba enganchado a la imagen, al heroísmo, y siempre prefería ruido tosco a arte elevado”. Esta frase resume la visión de Stanley. Su libro lo afirma desde el prólogo: “¿Qué hace falta para crear pop de gran calidad? Tensión, antagonismo, progreso y miedo al progreso. Me encanta el tira y afloja entre la industria y el underground, entre el artificio y la autenticidad, entre los osados y los conservadores, entre el rock y el pop, entre lo bobo y lo inteligente, entre los chicos y las chicas”.

Pero Stanley no es un santón melindre con ínfulas de ecuanimidad: “Buena parte de la gracia [del pop] está en tomar partido”, advierte. Stanley es un crítico-fan serio pero subjetivo, y ahí reside parte de su punch. Asimismo, su autor ostenta la suficiente edad y generosidad —además de curiosidad— como para buscarle el lado bueno a estilos o bandas que no serían en principio de su persuasión (como el heavy metal).

 Es solo pop
Con Yeah! Yeah! Yeah! aprenderán que el contexto lo es todo (“es mucho más difícil hacerse una idea del impacto amenazador que representó [I Can’t Get no] Satisfaction o de la conmoción futurista de I Feel Love si no se comparan con sus coetáneos”). Que la autenticidad es irrelevante en el pop (“el uso de [términos como] ‘sincero’, ‘auténtico’ o ‘natural’ en el pop resulta problemático, pues tanta verdad encierra el I’m a Believer, de The Monkees (…), como la desgarrada Wish Someone Would Care, de Irma Thomas”).

Que los Beatles no eran tan mansos como se cree; que el deep soul es una de las cimas del arte contemporáneo; que el rock and roll de los cincuenta era “anti­aburrimiento”; que el pop es urbano por definición; que Abba o The Bee Gees son tan maravillosos y remarcables como los Rolling Stones o Dylan; que géneros denostados por los puristas-clasistas como el glam rock o el country soul son la monda; que el enemigo es el “rock clásico”; que la verdad está muy bien, pero en el pop la leyenda suele ser incluso mejor; que cuando alguien dice que un estilo no está muerto, está criando malvas y viceversa; que los fans del pop reluciente siempre escogeremos a The Turtles antes que a pelmas como Grateful Dead; que la perspectiva oficial suele estar falseada (el #1 en 1969 era Desmond Dekker, no Eric Clapton). Y un larguísimo, didáctico y ameno etcétera.

Stanley escribe sobre los perdedores y los triunfadores, los “profundos” y los “banales”, tiene tanto espacio para el Jive Bunny como para Stockholm Monsters, y sabe que Firework, de Katy Perry, es tan colosal como My Generation, de The Who; que no existe una diferencia cualitativa entre ambos. Que el pop tiene que ser emocionante, épico, tonto, salvaje, bailable, mágico, engañosamente sencillo, para tíos raros y marginados y también para todo el mundo, y que es el invento más maravilloso de la era moderna. No hallarán un libro tan completo y excitante sobre el tema como este.

Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno. Bob Stanley.Traducción de Víctor Vicente Úbeda Fernández. Turner Noema. Madrid, 2015. 745 páginas. 34,90 euros.



El Pais, Babelia 



domingo, 7 de febrero de 2016

Muere Maurice White, fundador de la banda Earth, Wind & Fire


El líder de la banda estadounidense Maurice White ha fallecido en Los Ángeles

DIEGO A. MANRIQUE
5 FEB 2016

Maurice White, baterista y fundador de Earth Wind and Fire, murió el jueves 4 en Los Ángeles. White, de 74 años, sufría la enfermedad de Parkinson y llevaba veinte años alejado de los escenarios; teóricamente, continuaba dirigiendo los negocios del grupo.

En el mundo musical, tienen ventaja las personalidades extravagantes y las trayectorias catastróficas. Eso explica, por ejemplo, que se venere a George Clinton y que existan varios libros sobre sus hazañas, algo que no ocurre con Maurice White. Aunque se podría afirmar que el proyecto de Maurice, Earth Wind & Fire, fue la versión triunfal de lo que Clinton intentó con Parliament-Funkadelic (y que sólo consiguió intermitentemente).

Es decir, tanto White como Clinton construyeron sus imperios musicales sobre mitologías particulares, que desarrollaban en sus portadas y en sus escenografías. En ambos casos, el sonido era proteico y subyacía una legítima intención de llegar tanto al público blanco cómo al negro.

También resulta inevitable señalar los paralelismos entre Maurice White y Booker T. Jones: eran amigos y crecieron en Memphis (Tennessee). Booker se convertiría en una de las armas secretas del sello Stax, mientras que White, emigrado a Chicago, trabajó entre bambalinas en Chess Records. Allí tocó en formidables discos de Etta James, Fontella Bass, Billy Stewart y muchos bluesmen.

Como Booker T, Maurice complementó sus ingresos de músico de sesión componiendo canciones e integrándose en una banda instrumental; en su caso, reemplazó a Red Holt como baterista de Ramsey Lewis, pianista que tocaba un jazz de amplio espectro. A su lado, descubrió la kalimba, el instrumento africano que le sugirió nuevas sonoridades y que estaría presente en sus futuras grabaciones.

En 1970, ya en Los Ángeles, White formó Earth Wind & Fire, una banda con metales que tocaba jazz, funk y soul con extraordinaria precisión. Tras dos elepés en Warner y la banda sonora para una película del director Melvin Van Peebles, White cambió de formación y fichó para CBS, donde tendría plena libertad creativa y cosecharía docenas de éxitos, recogidos en los dos volúmenes de The best.

Philip Bailey, carismático vocalista, facilitó que la oferta de Maurice White llegara a las masas. Le ayudaba también el productor y arreglador Charles Stepney, otro veterano de Chess Records, donde había cultivado su visión propia del soul psicodélico. Earth Wind & Fire podía tocar jazz exótico, a lo Weather Report, pero se notaba que había analizado atentamente las fórmulas ganadoras de Motown, Sly Stone o James Brown.

A partir de 1974, llegarían los pelotazos, que abarcaban desde baladas a llenapistas: “Shining star”, “Devotion”, “Fantasy”, “September” y su versión de “Got to get you into my life”, el homenaje de Paul McCartney al soul. En sus letras, se combinaban las enseñanzas del cristianismo afroamericano con ecos de filosofías orientales. Tras 1978, con la asunción de la disco music, llegaron celebraciones como “Boogie wonderland” o “Let’s groove”.

Ya en los ochenta, el grupo perdió fuelle. Philip Bailey publicó discos en solitario, saliendo de la sombra de Earth Wind and Fire con producciones firmadas por Phil Collins o Nile Rodgers. Y el propio White, que también cantaba con el grupo, sacó un disco en solitario en 1985, aparte de derramar su polvo de estrellas en producciones para Barbra Streisand, Neil Diamond, las Emotions o Deniece Williams. Más que la dispersión de energías, lo grave fue el abandono de sus metales, los muy solicitados Phoenix Horns, en la urgencia por modernizarse con instrumentación sintética.

Hubo éxitos menores y reuniones con los músicos clave; hasta intentaron aproximarse al rap en los noventa. La muerte del saxofonista Don Myrick, tiroteado en 1993 por un policía antinarcóticos de gatillo fácil, vino a simbolizar que sus planteamientos de fraternidad universal habían periclitado. Con todo, gracias a su disciplina, Earth Wind and Fire se mantuvo como grupo de directo. Su mercado era internacional, algo que recalcaron con su exuberante Live in Rio.


El Pais


jueves, 4 de febrero de 2016

Zappa o el sarcasmo como una de las bellas artes por Carlos Boyero


Dos décadas después de su muerte, el controvertido músico 'resucita' en castellano con unas memorias apasionantes que hacen pensar y que destilan inteligencia y coraje

CARLOS BOYERO



El músico Frank Zappa, en una imagen sin fechar tomada alrededor de los años setenta. Michael Ochs (Getty)

Mi certidumbre de que las generaciones que nacimos en las décadas de los cincuenta y los sesenta hemos tenido la impagable suerte de vivir el esplendor absoluto y perdurable de las nuevas músicas que inventó el siglo XX y que no hay una herencia digna de ellas probablemente sea una exageración, una opinión caprichosa, desinformada y subjetiva (todas lo son), y basada en los estragos mentales que causa la senilidad, pero es la mía. Ya sé que casi nadie compra discos, que al parecer la mayoría de los melómanos escucha en Internet al alimento de su alma sin tener que descargarlo a través del streaming y de las plataformas digitales iTunes y Spotify, y que los músicos y cantantes pasan su existencia dando conciertos porque ha decrecido hasta casi la extinción el negocio de vinilos y CD que les hizo millonarios, que es muy raro que alguien se gaste entre 15 y 20 euros por un disco, algo que puede pillar a un precio mucho más razonable o gratis. Pero bueno, son mis onanismos mentales. Imagino que al morir Beethoven, Mozart, Bach, aquellos que los disfrutaron estarían seguros de que la gran música no tendría continuidad, que después de estos señores geniales todo se reduciría a la mala copia de estos o a la nada.

Solo escucho música de gente que la ha palmado, o supera los 50 años, o que a pesar del castigo y los placeres que han impuesto a su organismo llegaron a la vejez. O sea, a los de siempre, desde que era adolescente y joven. Y tiene que haber músicos extraordinarios pertenecientes al aquí y ahora, pero no he tenido la suerte ni las ganas de descubrirlos, con la excepción de Wilco; O, de Damien Rice, y los dos primeros discos de Antony and the ­Johnsons. Pero después de haber pasado más de 30 años de mi vida escuchando y disfrutando en directo, con gustos eclécticos pero idéntica pasión, a numerosos monstruos sagrados, descubro que solo voy excepcionalmente a una sala de conciertos o a un estadio para ver y oír a los de siempre. Exagero, una vez me llevaron al recital de un grupo que al parecer es muy popular y amado, llamado Cold­play, y el aburrimiento fue feroz. O sea, en los últimos años, las únicas actuaciones que me han motivado para salir de casa han sido Bob Dylan, Van Morrison, Leonard Cohen, Bruce Springsteen, Elvis Costello, Roger Waters, Lou Reed, Wayne Shorter y Keith Jarrett. Todos chavales y a la moda.


Tengo muchos e imborrables recuerdos de actuaciones gloriosas. Hubiera dado cualquier cosa por ver en directo tocar el piano a Duke Ellington (tampoco me hubiera importado observarle dirigiendo a una orquesta) y a Bill Evans, haber sido testigo de cómo Coltrane extraía de su saxo los sentimientos más emocionantes, la belleza en grado extremo. No pudo ser. Tampoco he visto nunca a Tom Waits. Pero entre el resto de músicos que venero creo que he visto a casi todos, y a algunos múltiples veces, en ocasiones rutinarios o desganados, en otras geniales, dando al público lo mejor de sí mismos.


Había escuchado algunos discos de Frank Zappa con tanta curiosidad como admiración (en especial Hots Rats y Joe’s Garage) y había otros cuya audición me resultó complicada, demasiada mezcla de estilos, excesivo amor por su parte a la música dodecafónica que a mí me resulta frecuentemente chirriante y espesa. Aseguraban que sus conciertos suponían un espectáculo. Se me había escapado en las pocas ocasiones que actuó en España. Pero pude estar cerca de su escenario en el recital que dio en la primavera de 1988 en el Rockódromo de Madrid, lugar que no se distinguía por su modélico sonido. No sé si aquello fue un espectáculo. Sí que era sublime, que pocas veces la música me había provocado tanta hipnosis. Era una catarata de hermosura. Zappa no se reconocía como un guitarrista competente, pero lo que salió de ese instrumento durante la parte final del recital era asombroso. Pocas veces una actuación en directo me ha provocado tantas sensaciones memorables. Miles Davis, en varias ocasiones. No sabría definir la música que hizo Zappa aquella noche. Solo que me impresionó, conmovió, dio miedo, me hizo feliz.

Se cuentan mil historias pintorescas sobre Zappa, ese tipo que se atrevió a cachondearse del intocable Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band con un disco titulado Estamos aquí por la pasta. Zappa supuso la encarnación terrenal del demonio más pervertido para gran parte de sus compatriotas, los republicanos, pero también para demócratas poderosos como Al Gore, los telepredicadores, los defensores del puritanismo aplicado al sexo, los cruzados, los fanáticos de cualquier religión, los jueces ortodoxos, la policía como Dios manda, Ronald Reagan, incluso muchos militantes del universo de las flores.

Para evitar malentendidos, rumores, mentiras y manipulaciones, él decidió en el año 1989 hablar en primera persona contándonos su vida, sus creencias, sus fobias, su relación con la música y con el mundo, su visión del estado de las cosas. El resultado de estas apasionantes y muy divertidas memorias es La verdadera historia de Frank Zappa. Cada palabra, reflexión, crítica, narración llevan su identificable sello, aunque Peter Occhiogrosso le ayudar a ordenar ese material. Y el resultado es un libro que devoras de un tirón, aunque también te haga pensar.

Zappa utiliza el sarcasmo y la causticidad como una las bellas artes. Todo en él destila inteligencia, necesaria mala leche, personalidad, humor, sinceridad, coraje. Es un radical con causa, incapaz de sumisión ante la estupidez, el abuso, los farsantes poderosos, los políticos, los sindicatos mafiosos, la ignorancia satisfecha, los jefes del negocio discográfico. Le enchironaron, le pusieron demandas, se enfrentó varias veces a procesos en los que le acusaban de pornógrafo, de antipatriota, de blasfemo. Sus únicas drogas eran el café y el tabaco. No tenía amigos. Amaba a su eterna mujer y a sus cuatro hijos. Nunca dijo sí, aunque le conviniera, si pensaba que era no. Jamás eludió el combate. Se enfrentó a todo tipo de convenciones. Veneraba a Stravinski, a Varèse, a Boulez. En Joe’s Garage escribió cosas como esta: “La información no es conocimiento. Conocimiento no es sabiduría. La sabiduría no es la verdad. La verdad no es la belleza: la belleza no es amor. El amor no es música. La música…, la música es lo mejor”. Pregunto: ¿hay quién dé más?

La verdadera historia de Frank Zappa. Memorias. Frank Zappa con la colaboración de Peter Occhiogrosso. Traducción de Manuel de la Fuente Soler y Vicente Forés López. Malpaso. Barcelona, 2015. 352 páginas. 21,38 euros.

El Pais Babelia 30.01.16