miércoles, 24 de mayo de 2017

Tácticas de supervivencia


En tiempos de YouTube y Spotify, los libros especializados ayudan a recuperar la verdadera dimensión de artistas y movimientos musicales

DIEGO A. MANRIQUE
19 MAY 2017



 
David Bowie durante una actuación en 1973. CHRIS WALTER WIREIMAGE

Oigo decir que salen demasiados libros de música. Si se refieren a la música pop, respondería que tenemos demasiados libros poco fiables o nada ambiciosos. Un ejemplo: la extensa bibliografía sobre Joaquín Sabina prioriza al personaje sobre su obra. Felizmente, en el reciente Sabina. Sol y sombra (Efe Eme), su discografía es aquilatada canción a canción. Estamos ante un tomo “a favor de”, lo que no impide a su autor, Julio Valdeón, dinamitar de pasada algunos de los mitos fundacionales del sabinismo.

En la página 25 se cuestiona que lanzara un cóctel molotov contra la sucursal de un banco en protesta contra el Proceso de Burgos (“Joaquín tiene muchas virtudes, pero el coraje no está entre ellas”, reflexiona un íntimo). Unas líneas más adelante se sugiere pudorosamente que es imposible que el cantautor militante pudiera tener la revelación del poder del rock viendo a los Stones en Hyde Park: ese concierto ocurrió un año antes de su fuga a Londres. Elemental, me dirán, pero nadie se había tomado el trabajo de comprobar esa y otras leyendas sabinianas. Que no disminuyen su grandeza, pero ayudan a entender su metodología.

Hay que tener un perverso sentido del humor para titular una autobiografía Aún no estoy muerto (Aguilar). Pero eso ha sido parte de la coraza de Phil Collins, cuyo libro pretende reforzar su imagen de hombre bonachón, asombrado de que la fortuna le vaya proporcionando las mejores cartas. Los primeros capítulos constituyen un embriagador testimonio de la irrupción del pop en la sociedad británica, con la consiguiente ascensión de mozos laboriosos que estuvieron en los lugares oportunos y en los momentos justos: la entrada en Genesis, la oportunidad de relevar allí a Peter Gabriel como cantante, su lanzamiento como solista, las ofertas para hacer cine.

Ya en los años noventa, todo descarrila. Cambios de pareja, serias dolencias, unos patinazos creativos tanto más evidentes tratándose de un músico multitarea que antes compatibilizaba sus principales obligaciones con proyectos paralelos (Brand X) y trabajos de producción (Clapton, John Martyn, Philip Bailey). Resulta chirriante que no comparta explicaciones, aparte de la perplejidad del qué-cosas-tiene-la-vida. Hasta que, en los agradecimientos, nos enteramos de que en la redacción del tomo ha intervenido un negro, el periodista Craig McLean. La sensación de ocultamiento agria finalmente la jovialidad del texto.

Cierto que, si se buscan conclusiones rotundas, mejor acudir a un libro sobrio, como Cowboy Song. La biografía autorizada de Philip Ly­nott (Es Pop Ediciones). Graeme Thomson evita la retórica tipo “aquellos a los que aman los dioses mueren jóvenes”, aunque la trayectoria de Lynott tiene dimensiones épicas: hijo ilegítimo y mestizo, criado por su abuela en una Irlanda que seguramente se merecía el título del país más retrógrado de toda la Europa Occidental. Sin ser un gran instrumentista, convirtió su capacidad de adaptación en el pasaporte para salir de Dublín, una ciudad que no exportaba música rock hasta que Phil encontró la ruta de salida, vía Londres.


Seductor y carismático, Lynott alcanzó el estrellato por casualidad (gracias a una versión improvisada de la melodía folclórica Whisky In The Jar) y cayó en todos los tópicos de rockstar. Cantidades industriales de drogas legales e ilegales, el creerse inmune a la curiosidad de la policía, el cambio de guardia que supuso el punk rock. Hay momentos que parecen extraídos de una versión irlandesa de This Is Spinal Tap: su (desastroso) último concierto se realiza en Marbella, en un club llamado Disco Cuba, a las tres de la madrugada y entre nubes de cocaína. Tenía 35 años y su cuerpo se apagaría en pocos meses.

Más avisos: Como un golpe de rayo, la última entrega de Simon Reynolds, peca por exceso. Su exploración del glam rock está escrita con la habitual pasión por el detalle revelador, sin caídas de tensión en su elocuencia de fan erudito. Pero Simon no puede parar y en su saco caen todos los artistas que usan elementos teatrales (¿Kate Bush?) o manifiestan alguna heterodoxia sexual (¡Grace Jones!). Mientras que la obra de referencia del estilo (Children Of The Revolution, de Dave Thompson) se centra en el periodo 1970-1975, Reynolds va hilvanando la vida y obra de David Bowie, antes y después de su época glam. Así que aquí se esconde un segundo libro, que convendría haber segregado. La edición de Caja Negra —que prescinde de la bibliografía y el índice— casi alcanza las 700 páginas.

Por aquello del contraste, un libro que sabe a poco: Cómo escuchar jazz (Turner Noema), de Ted Gioia. Historiador y jazzman, Gioia evita la terminología de especialistas y logra contagiarnos su entusiasmo. Muchos de los dilemas que se plantea —la globalización, el esnobismo, la fusión, el peso del legado discográfico— son comunes a otras músicas. Uno desearía que se resolvieran con la generosidad y el sentido común que Gioia demuestra aquí.



El Pais. Babelia

lunes, 22 de mayo de 2017

MÚSICA TIEMPOS AGRIOS, SONIDOS SOBRIOS Por Diego A. Manrique



 Robert Plant, al frente de los legendarios Led Zeppelin, en un concierto en directo de la que fue una de las bandas clave de finales de los años sesenta. 


Superada la psicodelia, el rock plasma las turbulencias sociales

Después del año de las flores, el año de los gases lacrimógenos. El rock, punta de lanza de la contracultura, durante 1968 es un fiel sismógrafo de la turbulencia generacional. En Revolution, John Lennon —que duda mucho y graba el tema con letras diferentes— polemiza con los nuevos radicales y apuesta por los cambios pacíficos y graduales. Por su parte, Mick Jagger se interroga en Streetfighting man sobre el papel del cantante de rock en épocas de turbulencia.

Los Beatles y los Stones superan el empacho psicodélico de 1967 con trabajos más pegados a la tierra, el doble blanco y Beggars banquet. Ambos grupos han descubierto que no son inmunes a la curiosidad policial y han visto que los excesos en el ácido se pagan: Pink Floyd se ve obligado a reemplazar a su máximo creador, Syd Barrett, convertido casi en un vegetal. Hasta la nomenclatura se hace más adusta: el nombre de Led Zeppelin hace referencia a un metafórico dirigible de plomo; el cuarteto, junto con Black Sabbath, otra criatura del 68, popularizará lo que luego se denominará heavy rock (rock pesado). Heavy es precisamente el título del primer disco del grupo californiano Iron Butterfly (Mariposa de Hierro), cuyo descerebrado e irresistible In-A-Gadda-Da-Vida es uno de los éxitos del underground; las emisoras más avanzadas presumen de programar un tema que dura ¡17 minutos! En las FM también se desgañita Janis Joplin al frente de Big Brother & The Holding Company, genuinos hippies de San Francisco.

Los excesos venden, pero el viento trae aromas rurales. Bob Dylan, que lleva cerca de dos años enclaustrado en el pueblecito de Woodstock, reaparece con John Wesley Harding un disco austero con resonancias bíblicas. Un trabajo registrado en Nashville, meca del country, a cuyos servicios recurre igualmente un escritor canadiense llamado Leonard Cohen, que ya ha colocado algunos temas suyos en discos de Judy Collins y que sueña con hacerse un hueco en el negocio musical. Por Nashville pasan también The Byrds, que dan un viraje a su carrera con Sweetheart of the rodeo, preclaro intento de hermanamiento entre rock y country. Una fusión de sensibilidades que escandaliza —el country es banda sonora de la América profunda, derechista y religiosa— y que fracasa, se convertirá en sonido dominante de los primeros setenta. Un cambio hacia lo intimista y lo campestre que será pilotado por Crosby, Stills, Nash & Young, banda que se forma en 1968 con músicos que abandonan grupos establecidos en busca de libertad. Es el signo de los tiempos. / Texto: Diego A. Manrique



Janis Joplin, líder de Big Brother & The Holding Company, edita Cheap thrills.


Leonard Cohen despierta pasiones con la canción Suzanne.


Los Rolling Stones abandonan la psicodelia en Beggars Banquet


Dylan publica un disco austero y espiritual: John Wesley Harding.



Sweetheart of the rodeo, fusión de rock y country de The Byrds.

El Pais Semanal Número 1.127, Domingo 3 de mayo 1.998

miércoles, 17 de mayo de 2017

La nueva vida de Annie por Diego A. Manrique


La diva de Eurythmics, el mítico grupo de los ochenta, acaba de publicar Bare, su tercer disco en solitario, lleno de tristeza por la ruptura de su matrimonio de12 años. Se trata del retrato de una mujer luchadora que se dice ajena a todo lo que no sea su arte y su familia. Por Diego A. Manrique. Fotografía de Lennox / Martin.


 Un día tórrido en Londres: los tabloides publican titulares como Más calor que en Marruecos. En el patio de un antiguo club privado reconvertido en hotel, Annie Lennox pasa inadvertida con sus gafas de sol y su pelo corto. Ella sabe mucho de tácticas de camuflaje: "La pérdida del aninomato es uno de los precios del éxito; si te pones ropa corriente, tienes muchas posibilidades de moverte tranquila sin más intromisiones que algún cazador de autógrafos; qué gente más pesada".

El entrevistador traga saliva: también traía algo para que Annie firmara. En 1980, ella vino por primera vez a España, en viaje de promoción al frente de The Tourists, su fugaz grupo de new wave.
Hay una foto de aquella visita: Annie y el presente periodista mirando serios a la cámara, ambos con chaquetas de cuero, como si fuera un concurso de los más duros del barrio.

Sonríe nostálgica: "Era mi etapa Chrissie Hynde. Ahora es una amiga, pero entonces me servía de inspiración. Verla al frente de los Pretenders... Se podía ser femenina y dirigir un grupo de rock sin tener que pedir permiso a nadie". La evocación de aquellos años invita a la reflexión: "Cuando eres joven, crees que dominas tu destino: 'voy a ser esto, voy a hacer lo otro'. No te das cuenta de que construyes tu vida por casualidades, por accidentes, por circunstancias sobre las que no posees control. Estás subiendo una colina y no te das cuenta hasta que llegas a lo alto, cuando adviertes que has pasado buena parte de tu vida en una sucesión de desastres y éxitos. Y te planteas cómo será el resto. Lo que quiero saber es si ahora podré tomar las riendas o iré rodando sin dirección".

¿Es consciente ella de que ha tenido una vida extraordinaria? Nació el 25 de diciembre de 1954 en Aberdeen, una ciudad costera escocesa citada en la literatura británica como uno de los lugares más deprimentes del reino. "Puede que se lo mereciera", se ríe Annie, "aunque mejoró con el petróleo del mar del Norte". Thomas Lennox trabajaba en un astillero y era miembro del Partido Comunista. "No tuvimos una relación muy cordial, yo era toda su descendencia y mantenía reglas muy estrictas. Pero tocaba la gaita y no puso pegas cuando vio que tenía dotes para la flauta. Me compró el Dansette, un tocadiscos muy barato, pensado para los jóvenes. No había en casa muchos discos, pero todos amábamos la música. En Escocia existe esa idea de que cualquiera puede cantar, como expresión personal".

El padre ya murió, pero Annie sigue en contacto con el clan Lennox. "Mis problemas no eran con ellos, lo que me molestaba era el ambiente mezquino. Fui a una escuela muy de clase media y yo destacaba, era hija de obrero. Así que me sentía singular, tímida, introvertida. No tenía una pandilla, únicamente una amiga. Destacaba... para mal. A la policía se le ocurrió visitar los colegios de Aberdeen preguntando por alumnos que podían estar tomando drogas. Y me pusieron la primera de la lista. Imagina el disgusto de mis padres. Yo siempre he sido contraria a las drogas, incluyendo el alcohol y el tabaco, ni siquiera me gusta tomar medicinas. Bueno, sí, hubo una etapa en que usé pastillas... Mi primer hijo nació muerto y eso fue muy duro". Mirada perdida, otro vaso de agua.
A la sombra, la hora de confidencias.



El SOUL. Annie, la cantante de ojos azules y piel blanca, como dice, se apasionó por la expresividad de esta música interpretada sobre todo por negros. En la foto, con Dave Stewart en 2000.

"Siempre he buscado lo positivo en cualquier experiencia. Recuerdo un baile en el que los chicos eran horribles y yo me convertí en la dj, poniendo los discos, especialmente A whiter shade of pale, de Procol Harum. Mucho tiempo después lo grabé en mi disco de versiones [Medusa, 1995]". Las canciones que curan, las canciones que embriagan, atraparon a la chica seria que intentó hacer carrera en la música clásica con su estancia en la Royal Academy of Music londinense. "Sin darme cuenta, me hice fanática de [los sellos] Motown y Stax. Sus singles llevaban fundas genéricas, sin fotos; lo extraordinario era verlos en los programas de televisión. Las Supremes, los Temptations, Smokey Robinson, los Four Tops, Marvin Gaye, Otis Redding... ¡Todos eran negros! El milagro era que me elevaba una música que estaba hecha a miles de kilómetros, en una sociedad que no tenía nada que ver con la mía. No tengo inconveniente en reconocer que soy una cantante de soul con ojos azules y piel blanca".

A pesar del gusto por la tecnología, tanto en Eurythmics como en sus trabajos personales, Annie se mantiene fiel a la visceral expresividad del soul. Muy valiosa cuando, como en su nuevo disco, Bare, explora abismos: trata de la separación de Annie y su segundo marido, Uri Frutchmann. Ella susurra que "no es un exorcismo. En realidad, me pregunté si podía volver a componer. Sólo tenía una canción; era absurdo pensar en un disco, acumular 11 o 12 temas me parecía un imposible. No había un concepto, un plan premeditado para tratar la ruptura de una pareja. Cuando terminé, entendí que transmitía sentimientos muy oscuros. No me reprimí. Tal vez no resulte comercial, pero me vi reflejada. En su mejor forma, una canción es un alma hablando".

¿Hay narcisismo en convertir experiencias tan íntimas en material público? "Vale, que me llamen narcisista o auto-compasiva. Todas mis canciones han sido autobiográficas. Las mejores poesías y novelas, las pinturas más profundas, son el resultado de artistas que se han sumergido en situaciones extremas y decidieron compartir sus sentimientos. Yo no puedo compararme, pero también necesito explicarme. Bare es el retrato de determinadas experiencias. No es un disco generacional, para gente de nuestra edad: nadie en el planeta se libra de enfrentarse con la pérdida, con la muerte, con las decepciones, con el miedo, con la angustia".

Annie ha ido alzando la voz hasta que parece a punto de romperse. Y se rompe. Una vez más se comprueba eso de que los hombres se sienten incapacitados ante las lágrimas femeninas. Retirada hacia el aséptico territorio de las preguntas musicales. Se recompone. "Con Stephen Lipson, mi productor, descubro el placer y el dolor de la artesanía de las canciones. Yo llego con una letra y una melodía, el esqueleto de una canción. Y él insiste en pasarla al nivel superior. Busca la razón psicológica de cada idea mía: de dónde viene, qué quiero hacer con ella, quién soy cuando estoy cantándola. Y no me da cuartel: no hay compasión si me atasco: 'te pagan por esto, guapa'. En verdad, no entiendo a los artistas que detestan grabar: es lo que nos hace pasar de meros aficionados a aspirantes a la grandeza".

No contaba con referencias a la hora de construir Bare. No sabía de los muchos cantautores, de los grupos que han explorado territorios emocionales similares. "Cuando llegué a los 40 años me desinteresé de la cultura pop. Hoy, la mayor parte de las publicaciones son revistas de estilo: te explican lo que tienes que oír, lo que debes leer, lo que te conviene ponerte, incluso qué comer o beber. Y ya no me interesaba estar en esa dinámica. Entré en mi fase doméstica, centrada en mis hijas".

Interludio para Lola y Tali, cuyas fotos muestra con orgullo. "Hacer un disco resulta una broma en comparación con la enormidad de educarlas. No intento adoctrinarlas, es arrogante creer que puedes manejar a tus hijas. Ellas tienen su propia agenda, por así decirlo. De hecho, intentar inculcar determinadas ideas puede ser contraproducente. Aprenden por tu presencia, por tu comportamiento. Cuando te das cuenta de ese proceso, te asustas: sabes que no eres perfecta, que tienes demasiados defectos. Ésa es la única lección digna de ser enseñada: que tu trayectoria está llena de defectos, de conflictos, de contradiciones".

En los años noventa, Lennox jugó al misterio. Con Diva (1992) alcanzó ventas y reconocimientos aún mayores que los logrados con Eurythmics. Sin embargo, renunció a las giras. "¡Algún concierto sí que di! Pero estaban las niñas. Y mi propia búsqueda. La sociedad quiere que encajes en tal grupo humano, que se define por sus hábitos de consumo. Al contrario, a mí me interesaba saber quién era yo exactamente. Así que, en vez de seguir las modas, empecé a estudiar mi interior, lo que significa ser un humano. No es nuevo, incluso hubo una época en que pensé en hacerme budista. Estuve a punto, pero nunca llegué a dar el salto por mi desconfianza ante las religiones organizadas, sean grandes estructuras o pequeños cultos. El budismo me ayudó a recuperar la perspectiva, pero también lo hizo Aretha Franklin y no me he declarado arethiana".

Annie acepta hoy que se mencione a Radha Raman, su primer marido, un haré krishna unánimemente detestado por todos los que trabajaban con ella. Ella comparte la responsabilidad por el desastre. "Cuando eres una estrella, crees que todo se resuelve mediante el dinero, el poder. Pero los haré krishna son gregarios y no encajan con un grupo en gira, que forma una comunidad muy insular. Aunque Radha era un maravilloso cocinero, mi gente insistía en hacer alardes de carnívoros. Y sus creencias regulaban todos los aspectos de la vida, incluyendo el sexual". (Risas).

Aprendió, claro que aprendió. "Tras Radha, ya no me considero una persona religiosa. Soy una persona, a secas. Un ser humano que intenta vivir y ser consciente de su vida. Estamos en un mundo muy complejo; cuesta hallar un sentido, mantener unos valores para resolver los sucesivos retos. En el día a día procuras ser la mejor persona posible. Pero tus criterios no pueden ser los de un hombre santo de hace mil o dos mil años".




Es de suponer que muchas personas se sorprendieron de que los dos maridos de Annie fuesen de origen alemán. "Sí, me lo señalan, a veces con maldad. Sobre todo en Escocia. Me parece provinciano, igual que esa ansia de algunos escoceses por independizarse. No soy nacionalista. Allí están mis raíces, pero no fue más que mi trampolín. He asimilado culturas que no hubiera descubierto en caso de quedarme en Aberdeen. Siento curiosidad inmensa por otros mundos: lo que comen, cómo viven, cómo hablan, cómo piensan, qué cantan".

Por ejemplo, España. "Tengo casa en Mallorca y paso en ella menos tiempo del que desearía: sería más feliz viviendo allí todo el tiempo; mi estilo de vida preferido es el mediterráneo, que tiene tantas capas de civilizaciones. Y España me fascina por su evolución desde el franquismo, por modernizarse sin renunciar a las costumbres tradicionales. Aunque también he firmado peticiones para evitar barbaridades urbanísticas en Mallorca y me asombra que los promotores sean nativos. ¿Están dispuestos a destrozar su isla para ganar un poco más de dinero?".

Hay un guiño de Annie hacia España en el nombre de una de sus empresas: La Lennoxa. También ha grabado en castellano parte de Bare, aunque las versiones -realizadas con el productor Phil Manzanera- no suenen naturales. Y antes de sus conciertos se oye una selección de música que incluye a Luz Casal y su almodovariano Piensa en mí. ¿Qué otros artistas españoles conoce? "Lamento confesar que no conozco a Luz: son canciones que me grabó una amiga de cuyo gusto me fío. Tampoco he visto ninguna película de Almodóvar; aunque creo que son pasionales y extremistas, sospecho que me gustarían. Mi atrincheramiento también se aplicó al cine. Sencillamente, dejé de sentir la necesidad de meterme en narraciones ajenas. Aunque el otro día, en un avión, me puse a ver esa película brasileña, Ciudad de Dios, y me quedé maravillada. Redescubrí la razón de que exista una cosa llamada cine".

Al ser tan visualmente poderosa, era inevitable que Annie desembocara en el cine durante los ochenta. Rodó con Robert Altman una versión de The room, la obra de Harold Pinten Y estuvo en una superproducción desdichada, Revolution, sobre la guerra de independencia estadounidense. "Allí me divertí y aprendí cosas importantes. Primero, que en el cine se derrocha el dinero. Alucinaba al ver centenares de personas paradas mientras los actores ensayaban una escena. También comprendí que los cantantes, a pesar de todo lo que nos quejamos, tenemos un enorme control sobre lo que hacemos, mientras que los actores y los directores son peones bien pagados con pocos derechos creativos".

Los siguientes contactos con la industria del cine han sido menos felices. "Me horrorizan algunas de las películas en las que se ha usado mi música. Por ejemplo, Striptease. Fue el error típico, te halagan diciendo que 'Demi Moore ama tu música y está empeñada en que suene allí'. No profundicé y di mi permiso. Cuando vi la película, quería que me tragara la tierra. Todo se reducía a sugerir que su personaje era estéticamente superior por utilizar los discos de Eurythmics para desnudarse".

La antipatía por esos subproductos comerciales ha modificado los hábitos de Annie. "Estamos insertados en una sociedad que se pretende sofisticada; que necesita saber qué es lo último en música, en cine, en literatura. Yo prescindo del concepto de lo último. Me niego a ser hiperestimulada por una abundancia de información que no es esencial para mí. Especialmente en Londres, los medios de comunicación mandan sobre las personas, creando una urgencia de estar al día, una presión brutal.

No, déjame tranquila, déjame desconectar. Ya sé que yo misma formo parte de esa oferta comercial, pero no quiero ser manipulada. Odio cuando sale el libro de Harry Potter y está en todas las portadas, en los telediarios, en todas las emisoras. Quieren que consumas muy rápido, antes de que corra la voz de que es un engaño. Veo amigos excitados por la nueva Matrix, que luego buscan disculpas para no reconocer que se sienten estafados. Somos como gallinas corriendo de un lado a otro, necesitados de algo que nos satisfaga profundamente, y sólo nos ofrecen modos de gastar dinero".

Acentúa su indignación golpeando con el vaso en la mesa de madera. "Soy muy selectiva, no cedo horas de mi vida para un entretenimiento barato cuando debo resolver problemas míos muy reales. Sí, reconozco que es posible que yo me haya ido al otro extremo. He pasado años sin escuchar música. Estaba muy inquieta y cansada de buscar distracciones. De todos modos, siempre te encontrarás con lo genial. Con Ciudad de Dios... Normalmente no veo cine en los vuelos intercontinentales, me cansan esas pantallas tan pequeñas. Pero me ofrecieron una lista de películas y fue como si ésta me reclamara".

La vuelta a la actividad pública, para promocionar Bare, le planteó dilemas incómodos. "En los días previos a la guerra de Irak, preparaba mi gira por Estados Unidos. Me pregunté: ¿tengo derecho a alejar a esta gente de sus familias, llevarla a otro país en tiempos de incertidumbre? Al final coincidimos en que no podemos estar a merced de los políticos. Hacemos música y vamos a presentarla en directo, aunque Bush quiera dominar las reservas de petróleo en Irak. Bastaba con ver los telediarios para intuir monstruosas mentiras. Era repelente verlos subidos a lo alto de un pedestal moral cuando hay tragedias igualmente terribles que han ignorado, cuando no provocado directamente".

Lanza una mirada despectiva hacia el montoncito de periódicos que ha dejado su ayudante en una silla, muchos con Tony Blair en portada. "¿No sienten la misma indignación por la ocupación del Tíbet por China? Es algo que siempre me ha afectado. No soy una utópica: comprendo, al igual que el Dalai Lama, que es imposible prescindir de la presencia china. Pero debe haber un acuerdo posible, con vistas a una autonomía real. Es el gran drama de la Historia: las comunidades indígenas son aplastadas por Estados más fuertes y organizados. Yo soy idealista, creo en alzar mi voz y protestar. Estoy en Greenpeace, en Amnistía Internacional y otras organizaciones. No salvarán el mundo, pero evitan que esté mucho peor. Los ciudadanos actúan por impulsos éticos, algo que, según parece, ni los políticos más poderosos pueden contemplar".

Aclara que siente pudor al tratar estos asuntos. "Me gustaría ser tan erudita como Bono, tan inteligente para entenderse con gente que está al otro lado de la barricada. A mí me piden que participe en actos benéficos y siempre lo considero. No suele ser posible, ya que no tengo una banda fija. Aunque, sí es algo con lo que me identifico, envío dinero o cedo canciones. Lo he discutido mucho con Chrissie [Hynde], ella se deja arrestar en acciones contra peleterías o cadenas de comida rápida que se benefician del maltrato a los animales. Pero tienes que transmitir un mensaje muy claro, que no enfrente a las personas unas contra otras". •

 El disco 'Bare', que consta de 11 canciones, ha sido publicado por BMG.


El Pais Semanal Número 1.403 Domingo 17 de agosto de 2.003

martes, 16 de mayo de 2017

CACHAO RETRATO SONORO DE CUBA Por Diego Manrique


 Israel López fue, con su hermano Orestes, el inventor del mambo, de las 'descargas' habaneras, y es todo él un retrato sonoro de la música cubana del siglo XX. Gracias al patrocinio de Andy García, Cachao, el histórico de la música cubana, vive a los 77 años una época de reconocimiento general. El suyo es un cuento de hadas que termina bien.

TEXTO: DIEGO A. MANRIQUE FOTOGRAFÍA: MATÍAS NIETO

El vestíbulo del hotel se llena de gritos y aspavientos. Se trata de una discusión a la cubana entre músicos, pero su jefe, unos metros más allá, ni siquiera se molesta en girar la cabeza para enterarse de las razones del alboroto. Después de todo, Israel López, Cachao, ha contemplado demasiadas conflagraciones similares en sus 77 años de vida.

Además, Cachao hoy está paladeando una de esas jugarretas deliciosas del destino. Esta noche va a actuar en La Riviera ante un público entregado y reverente. Da la casualidad de que en el mismo local madrileño "toqué por última vez en España antes de irme a vivir a Estados Unidos. Con la orquesta de Ernesto Duarte. Fue... ah... el 15 de octubre de 1963. Había unas rosas muy lindas allí y...
Por Dios, qué memoria. Cuando uno ve acercarse a Cachao, pasitos cortos y bamboleando esa cabeza de saurio, uno piensa en esos testigos de la historia a los que se debe disculpar sus neuronas quemadas. Nada de eso: el hombre conserva todas sus cualidades intelectuales. Y se deleita hablando. Sus cuidadores pueden recordarle que ya lleva dos horas conversando, el doble de lo pactado inicialmente, pero él insiste en que las entrevistas forman parte del lado grato de su trabajo.

Tiene sentido. A principios de los años noventa, Cachao era simplemente un músico para alquiler, un nombre más en las páginas amarillas de Miami. Se le podía contratar para tocar en bodas, bautizos y todo tipo de actos sociales, "teníamos incluso repertorio especial para actuar en bandas judías". Para evitar gastos y molestias se había acostumbrado de mala gana a tocar con un bajo eléctrico, "¿tú sabes lo que cuesta cargar un contrabajo en un taxi?".




Un puñado de musicólogos y aficionados a los sonidos cubanos sabía que Cachao era más que un juguete roto. Que en compañía de su hermano, Orestes López, se le atribuía el invento del mambo. Que fue uno de los instigadores de las descargas, carnoso equivalente habanero de las jam sessions del jazz. Que había compuesto, centenares de danzones, mambos, rumbas y otras especialidades cubanas. Que había tocado con el Quién es quien de la música caribeña y que también podía presumir de haber conocido la batuta de Kleiber y otros maestros que dirigieron sinfónicas en Cuba, aparte de respaldar a compañías españolas de zarzuela, "qué bien cantaba la madre de Plácido Domingo".
Sin embargo, todas esas credenciales eran papel (pautado) mojado para la comunidad cubano-americana, que prefería consumir salsa romántica o artistas como Willy Chirino y Hansel Martínez, que reflejaban las ambigüedades de su situación cultural y política. Lo de Cachao era un lastre, recuerdo de un tiempo y un lugar —la Cuba de Batista— definitivamente perdidos. La genuina música cubana no estaba de moda, apenas era apreciada.

Por ejemplo, Andy García, ejemplo cimero de cubano integrado y triunfador, nunca oyó hablar de Cachao en su familia (luego se enteraría de que su padre conocía y había contratado personalmente al contrabajista, cuando era alcalde de un pueblo cubano llamado Bejucal). Andy descubrió un disco de Cachao en una tienda, en su afanosa búsqueda de raíces cubanas. Y se impresionó lo suficiente para, muchos años más tarde, organizarle un homenaje que descubrió públicamente que el músico todavía tenía lo que hay que tener. Llegó luego el documental, Cachao, como su ritmo no hay dos, debú de García como realizador. Y el primer volumen de la trilogía Master sessions, gloriosa recapitulación del tesoro musical acumulado por Cachao en sus casi 65 años como profesional.

Para grabar y lanzar ese disco, García contó con la colaboración de otro triunfador de Miami, Emilio Estefan. Desde Londres, Guillermo Cabrera Infante se apuntó con su habitual tono hiperbólico y, zas, Cachao se convirtió en el hombre de moda. Se le puede escuchar en Mi tierra, el disco millonario de Gloria Estefan, y aparece en Two much, la nueva película de Fernando Trueba.

Uno tiene todo el derecho del mundo a sospechar ante semejante coincidencia de fervores, puede ser alguno de esos homenajes tardíos tan queridos de la idiosincrasia hispana. De acuerdo, pero resulta que Cachao está creativamente vivo. Su contrabajo, que puede hacer ritmo y melodía, es la pieza sabrosa e infalible sobre la que pivotan una serie de instrumentistas de primera que celebran gozosamente la vitalidad de esas composiciones que son paradigma de la mejor música cubana.
Sorprende que Cachao, nacionalizado estadounidense, no haya vuelto nunca a la isla de la que marchó una mañana de 1962, en un barco que puso rumbo a España. "Chico, han pasado tantas cosas..., yo no soy el mismo. Un cubano no deja su tierra sin razones poderosas. Mira, yo nunca me metí en política. En tiempos de Batista me ofrecieron integrarme en la banda de la policía, pero yo no quería ni coger una pistola. Luego, con Castro, me querían militarizar, tenía que hacer trabajos patrióticos y no me veía ni yendo de vigilancia, ni cortando caña. Soy un músico y no quiero otra cosa que poder trabajar a gusto, sin coacciones".



En Cuba se quedó su hermano Orestes. Cachao insiste en que ellos fueron la inspiración de Los reyes del mambo tocan canciones de amor, la novela de Óscar Hijuelos. Ciertamente todas las historias que corren sobre Orestes —mujeriego, bebedor, carismático, vividor— coinciden con el personaje literario. Cuesta más imaginar a Cachao como el hermano romántico, con el corazón arrendado a María, una belleza que se quedó en la isla. "No, yo llevo muchos años felizmente casado con doña Esther. He disfrutado una vida muy estable y ahora veo los frutos. Dentro de unos meses, tendré mi primer bisnieto. Y ya estoy componiéndole una canción de cuna".

Para Cachao, una existencia libre de sobresaltos es la mejor receta para llegar a la vejez con frescura. "Un músico debe ser un modelo de felicidad y humor las 24 horas del día. Mi mujer me dice que me rio cuando estoy dormido y así debe ser. Para estar bien, uno debe de hacer todos los sacrificios necesarios y poner la mejor disposición. No puedo tomar café cubano, pero me he acostumbrado al café con leche. Tampoco puedo comer carne roja, pero hay pescados muy ricos. Del tabaco me olvidé hace muchos años, una noche que me quedé sin cigarrillos en Nueva York. Era un barrio bien bravo y me di cuenta de que era absurdo jugarse el cuello por salir a comprar tabaco. El único vicio que tuve fue el del juego, pero hace tiempo que no toco en Las Vegas. Muchacho, aquello sí que era peligroso. Paul Anka me podía pagar bien, pero me quedaba sin plata antes de volver a la habitación del hotel".

Cachao se quita sus gafas oscuras y aparecen unos ojos claros que endulzan su aspecto tosco. Quiere que cuente lo importantes que fueron los profesores de música españoles, "especialmente los catalanes", en la formación musical de los cubanos: "Había que estar muy preparado si querías llevar una doble carrera, mis compañeros de la Sinfónica de La Habana criticaban a los que también tocaban música popular. Debías demostrar constantemente que eso no te impedía estar a su altura".

Recuerda como una de las grandes experiencias estéticas el haber escuchado a Pau Casals: "Hay millones de chelistas espléndidos, especialmente esos rusos... Pero nadie tenía la delicadeza, la melodiosidad de Casals". Ni siquiera acepta que se hagan comentarios escépticos sobre la autenticidad de la música antillana que despachaba Xavier Cugat: "No, era un músico bien inteligente, que tenía un talento increíble para vender lo nuestro a los americanos. Lo hacía bonito, no se dude".

Y vuelta a lo español. "Me duele no haber vuelto a tocar en Andalucía. Sabe, yo tenía un abuelo al que llamaban El Andaluz. Mi apodo viene de la palabra cachondeo. Sí, era un niño alegre. Claro que no tenía mucho tiempo para jugar. Siempre estaba con clases de solfeo y demás. Pero no, no me quejo de cómo me ha ido la vida.


El legado de Cachao

Con Master sessions, volumen l, (Epic), Cachao ganó su primer Grammy: en un raro gesto de lucidez, los votantes de la academia le prefirieron a Juan Luis Guerra, Jerry Rivera, Luis Enrique y la nipona Orquesta de la Luz en la categoría de "mejor intérprete de música tropical". Es un disco rebosante de música —más de 76 minutos— que algunos han definido como "el mejor retrato sonoro de Cuba en el siglo XX". El segundo volumen llegará a las tiendas en septiembre.

La discografía de Cachao como acompañante —de Eddie Palmieri o La Lupe— es inmensa. Afortunadamente, la reivindicación de su arte ha permitido la reedición reciente de muchas de las sesiones que se hicieron a su mando. En tiendas especializadas es posible localizar joyas como Cachao y su ritmo caliente (Caney), Camina Juan Pescao (Duher), Jam Session with feeling (Maype), Descargas cubanas (Rodven), Cuban Jam Session, Vol. II (Rodven), Canta contrabajo (Duher), Cachao y su Típica (Maype). Naturalmente, esas grabaciones sólo arañan la superficie de su obra: Cachao tiene firmadas más de 3.000 composiciones. "Pero no me importa mucho el pasado. Lo que quiero es vivir lo suficiente para hacer la música de La ciudad perdida, el guión de Cabrera Infante que Andy (García) quiere dirigir. Me gustaría contribuir a contar cómo era realmente La Habana de los años cincuenta". ¿Cómo era, Cachao? "Mire, yo me acuerdo de lo que decía el presidente Kennedy: '¿Cómo es posible que una isla tan pequeña haga tanto ruido?'. Nosotros hacíamos el ruido. El ruido maravilloso".

El Pais Semanal número 233, domingo 6 de agosto de 1.995




'Chillout' en el cortijo


La trayectoria de Cathy Claret es más que llamativa: una paya francesa rubia que se agitana en España hasta ser considerada una calé más. Es la creadora de una música sensual, que se ha puesto de moda y contrasta con su biografía dura y nómada. Por Diego A. Manrique. Fotografía de César Lucadamo.

Cathy Claret y su espléndida banda, con el gran Pedro Burruezo como refuerzo, están contratados esa noche para actuar en el Pocket Club, la discoteca del hotel Omm, un moderno establecimiento barcelonés. Ha atraído un público heterogéneo. Están los enterados, que acuden regularmente a estas exquisitas sesiones íntimas del Pocket Club, y los huéspedes foráneos del hotel que han oído la palabra magnética (¡flamenco!). Y también aparecen algunos gitanos.

Los gitanos consideran a la Claret una figura suya y se materializan en el Omm, desafiando las miradas reprobadoras de los empleados ante unas vestimentas, unos medallones y unas patillas poco habituales en lugar tan fashion. Unas gitanas se ocupan de Teresita, la niña de Cathy, que dormita hasta que mamá canta la nana a ella dedicada, La Teresita mira la luna. Ya en el camerino, Cathy se asombra: "¿Cómo que no puedo traer a mi hija a un local nocturno? ¿Sería mejor que la dejara en casa, al cuidado de una extraña?".

Hasta hace unos meses, Cathy no tenía problema de canguros. Vivía en un pequeño piso en Gracia, barrio abundante en vecinos dispuestos a echar una mano a "la gitana rubia". Pero decidió "emigrar al campo". En realidad, se ha ido a Las Planas, un distrito boscoso de Barcelona donde se alzaron clandestinamente muchas casitas como la que ahora habitan Cathy su marío y su niña. Ya legalizadas, estas construcciones desperdigadas están al borde de carreteras imposibles, donde se pierden hasta los taxis con GPS.

"Un barrendero andaluz hizo esta casa y ahora es mi cortijo", comenta orgullosa. "Es la primera vez que tengo algo mío. Nunca creí que me concedieran una hipoteca, pero el hombre del banco resultó ser un fan mío; desde aquí le mando mi agradecimiento". La modesta propiedad asciende por la ladera de la montaña, donde cultiva tomates, hierbabuena y calabacines; también mantiene un gallinero, "con un gallo al que llamamos José el Negro". Insólito final de trayecto para una francesita ("no me llames gabacha, suena a insulto") que ha sido artista de multinacional, que ha compuesto himnos como Bolloré y que incluso tuvo un recibimiento "como si fuera Madonna" cuando aterrizó en Japón: "Me seguían por los pasillos, chillaban en cuanto salía del ascensor, me pedían que firmara autógrafos hasta en la ropa".





FAMILIA. "Aquí estoy con la familia, el abuelo materno de los Amador, la abuela Marta, Bastían, el Kititi, la chica y el pollo, en el patio en Llefiá (Badalona). Y mi hermana Céiine, un año menor que yo, cuando tenia siete. Estudió filosofía; ahora es una eminencia".
FOTOGRAFÍA: ÁLBUM PERSONAL DE CATHY CLARET

"Yo era una persona diferente entonces", se sonroja Cathy Ella fue lanzada discográficamente como una lolita pop, ese tipo de artista femenina por el que parece haber una insaciable demanda en Francia y en la tierra del sol naciente. El tono susurrante de Cathy encajaba en ese estereotipo, pero ella nunca estuvo por la labor: "No me gusta mostrarme sexy, al menos no de una forma vulgar".
Cathy rechazaba la artificial inocencia picara de aquellas lolitas musicales que inspiraron a Serge Gainsbourg y a tantos otros menoreros. Se sucedían los equívocos: "Alguien me dijo que yo engañaba. Que parecía muy dulce, pero era más rebelde que los punkis". Ocurre que sus primeros años habían sido, por simplificar, un drama. Un drama en el que todavía le duele explorar.




Nacida en Nimes en 1963, sus padres se separaron cuando ella era una cría y, junto a su hermana menor, quedó a cargo de un padre con gran cultura y con graves problemas mentales, "pero es que mi madre estaba peor y murió cuando yo tenía 16 años". Cuando se le ocurrió echar la cuenta, calculó que su infancia y su juventud transcurrieron entre más de 30 lugares, con una estancia incluso en EE UU; allí, su padre agredió a un policía y fueron deportados a Bélgica. Aprendió a dormir en el coche, a sobrevivir cuando su progenitor desaparecía (o era encarcelado), a embaucar a las autoridades que se interesaban más de la cuenta por la extraña familia. En contra de la evidencia, explica que nunca se sintió guapa: "Era muy arisca. Mi hermana Céline y yo fingíamos que teníamos una familia normal. Salíamos del colegio y nos subíamos a un autobús que supuestamente nos llevaba a casa. Sólo que no teníamos casa y no queríamos que nadie se enterara. Ella aspiraba a salir de aquello y se puso a estudiar filosofía con 13 años. Ahora es una profesora muy valorada, una eminencia. Yo preferí la bohemia".

Haciendo la vendimia en el sur de Francia, todavía menor de edad, se abrieron los cielos y cayó un racimo de rayos de sol. "Compartía el dormitorio con unas gitanas muy bullangueras que ponían casetes que se habían traído desde España. Casetes de Remedios Amaya y Pata Negra.

No sé si el cansancio era tan brutal que me puse hipersensible, los primeros días en la vendimia te duelen hasta los cabellos. Y aquella música funcionaba como un bálsamo. Yo era una loca de grupos como Mano Negra, pero no tenía mucha cultura musical. Bueno, tenía una cultura musical muy excéntrica: sabía más de Lucio Dalla o Pino Daniele que de la chanson".

Después de aquella revelación, a Cathy le nacieron las primeras canciones. Grabadas en una cinta casera viajaron hasta las oficinas de Virgin. Su pretensión era que alguien las grabara, igual que ahora ("si Marianne Faithfull o Remedios Amaya se dedicaran a cantar mis cosas, yo me retiraba, fijo"). Virgin buscó durante semanas a aquella chica trashumante, hasta que pudieron ponerle un contrato de grabación delante. Firmó, claro, aunque exigiendo que fueran Rafael y Raimundo Amador, entonces Pata Negra, los encargados de arroparla. "En directo, éramos una banda muy chocante: Rafaelillo al cajón, Raimundo con la guitarra, yo cantando y con el bajo".

Nació así una profunda amistad entre los dos fieras del barrio sevillano de las Tres Mil Viviendas y la angelical francesa. Cathy compuso lo que ha sido el mayor éxito de Raimundo Amador en solitario, Bolloré, simpática oda a un papel de fumar made in France. "Les gustaba tanto que, cada vez que volvía de Francia, les traía cajas y cajas de librillos. Hasta que me pillaron en la frontera con un cargamento y los aduaneros se quedaron boquiabiertos. Pasé mucha vergüenza; sólo se me ocurrió contarles que yo era una escultora y que iba a usarlo en una obra de vanguardia. Les debió sonar tan raro que me dejaron pasar".

Durante un tiempo, Cathy vivió una doble vida. Podía lanzar discos que obtenían buena acogida en Japón -"allí hay hasta imitadoras con peluca que hacen todo mi repertorio"- y volver a España a subsistir con lo mínimo. Tampoco requería grandes ingresos; se había adaptado al frugal modo de vida de los gitanos menos afortunados. "Pasaba del hotel de lujo, de cinco estrellas, a la chabola sin muchos traumas. Para mí, una sonrisa de alguien que tiene la cara sucia vale más que una reverencia falsa. Recuerdo que los periodistas japoneses que venían a España exclusivamente a entrevistarme, al ver mi casa se quedaban cortados y me decían: 'Esto es tu... taller de trabajo, ¿verdad?'. 'Sí, claro [risas]".



TODA UNA VIDA. "Con mi 'marío', Michel Albini, medio italiano, medio yugoslavo; de 'look' rockero. Con mi hija, en la caravana. Con los Pata Negra, Rafael y Raimundo Amador, en París en 1989, antes de un concierto mío en el Zenith. Y con B. B. King en Barcelona en 1997".

FOTOGRAFÍA DE CÉSAR LUCADAMO Y DEL ÁLBUM PERSONAL DE CATHY CLARET


"Igual estaba predestinada", piensa en voz alta: "Vengo de la Camarga, y aquello, con las marismas y los toros, se parece a la Baja Andalucía". Terminó bajo la protección de varias familias calés, incluyendo la rama de los Amador establecida en Barcelona: "No, no es fácil que te adopten, pero eso ocurrió. Yo creo que los gitanos respetan el arte y les gustó el mío, aunque sea tan chiquitín". Peca de modesta; algunas de las coplillas de Cathy se han difundido de boca en boca y ahora suenan      
en fiestas flamencas como si fueran canciones ancestrales. El cariño de los flamencos se nota a la hora de grabar: "Yo no convoco a nadie, pero ellos empiezan a rondar por el estudio, y monstruos como Sorderita o Tomasito terminan dejando su marca. ¡Y sin pedir royalties!". A otro nivel, los patriarcas han tenido gestos, han tomado decisiones que revelan que Cathy cuenta con su máxima confianza.

"Los gitanos catalanes son menos tradicionalistas que los andaluces. Nunca me impusieron sus normas morales, me refiero al sexo. No fui una chica promiscua, pero todos sabían que, a la hora de casarme, ya no era virgen. Nos casamos de corazón, sin papeles ni ritos".

Cuando Cathy presentó a su futuro marido, Michel Albini Tokovich, alias El Titi, lo hizo con ansiedad. "Él es gitano sinti, nacido en la Lombardía, medio italiano, medio yugoslavo. Hay media docena de naciones gitanas en Europa, cada una con sus reglas y sus desconfianzas. Al Titi lo tuve escondido un tiempo, demasiada novedad para mi familia española. Pero se ganó el respeto de los mayores, está metido en asociaciones que reivindican la cultura manouche. Las chicas fueron más reticentes; admiran otro ideal de belleza y mi hombre tiene un look más rockero. Es delgado, sin grasa, muy chulo. Más Johnny Thunders que Manzanita, que en gloria estén".

No debe extrañar que su trayectoria haya sido tan irregular, con vacíos discográficos de hasta diez años, aunque nunca estuvo quieta del todo: impulsó aventuras tan hermosas como la Bel Canto Or-chestra, de Pascal Comelade, de donde le quedó el gusto por los instrumentos de juguete. ¿Se sentía frustrada? "Cuando no tienes ni un duro, no piensas en hacer discos y giras. Y yo soy demasiado altiva, tímida o perezosa para pedir ayuda". Pero siempre ha habido gente dispuesta a echarle una mano. En 2001 grabó La chica del viento, coproducido por Kiko Veneno, "que es muy intelectual, analiza muchísimo mis letras y mis melodías". Debería haber servido para ampliar su público... "Pero la casa, Zanfonía, cerró, y el disco apenas se distribuyó". Más recientemente, fue fichada por la independiente puntera de Madrid, Subterfuge: "Carlos [Galán, director] me vio actuando y le gustó.

No me parezco a ningún otro artista de la compañía, y eso es bueno. Además, está la Teresita... Necesito tomarme la profesión más en serio. Aunque todavía me falta mucho; ni siquiera tengo manager. La verdad es que odio la palabra triunfar".

Después de sacar Sussurando el año pasado, Subterfuge le planteó un reto: reconstruir sus canciones más difundidas con Henrik Takkenberg, el holandés responsable del electrónico diseño sonoro de Chambao, un tipo bonachón que ni siquiera se queja de que los malagueños le echaran del grupo. El emparejamiento ha generado Sambisarane ("Somos diferentes", en romaní), un disco refrescante que no abusa de los tópicos del llamado flamenco chill. Que nadie piense que Cathy pertenece al batallón de cantantes que se rebelan ante el hecho de que el mundo haya ignorado su genialidad durante demasiado tiempo: "Mi problema es que me gustan las guitarras salvajes, guitarras de palo, pero muy intensas. Y tapaban mi voz. Ahora tengo a La Pili, una cantaora que empasta muy bien conmigo". Se escandaliza cuando algún despistado sugiere que lo que canta es flamenco: "No tengo rajo en la garganta, decir eso es insultar al flamenco. Tampoco soy muy buena haciendo compás. Yo toco flamenquito con bossa nova, todo muy minimalista y naif. Pero soy gitana, gitana canastera, y eso termina saliendo".

Uno de sus tesoros más preciados es Cathy Claret, la canastera, canción hecha por el tío de Raimundo y Rafael Amador, Sebastián Fernández, Tío Bastían. Dice de ella: "Rubia como las candelas / que se mezcla con el aire / y no sabe dónde la lleva (...) le canta a Camarón, / a los ríos y las estrellas / porque son amigos de ella". Sí, también trató a Camarón y recibió su bendición: "Me dijo que le gustaba mi disco, que tenía fatiguita, sentimiento, en mi voz". En el verano de 1992, Cathy asistió a la vigilia por el cantaor, junto a los gitanos que aguardaban el desenlace en un hospital de Badalona.

Sin embargo, su gitanofilia tiene límites: "No entiendo que se metan en el culto, en la iglesia evangélica. O sí lo entiendo: somos muy pasionales, nos ponemos muy loquitos y necesitamos frenos. Pero no, no me gustan las limitaciones que ponen a la vida de los demás y las que ellos mismos se ponen".

El otro día le soltaron que era "una Amélie en gitana" y sintió un calorcillo reconfortante: "La chica de la película hace constantemente el bien, ya me gustaría ser como ella. Los cantantes nunca sabemos si los aplausos son sinceros o de cortesía". No, Cathy no debería dudar de sus poderes: "Soy muy apocada y no me atrevo a comprobar si mi música llega de verdad. Debo cambiar en muchas cosas. Hace poco, mi amiga Patricia me dijo: 'Cathy, deja de pensar en pobre; aunque pases por momentos sin dinero, eres rica en arte'. Tiene razón". •

   'Sussurando'y 'Sambisarane' han sido publicados por Subterfuge, que también ha reeditado 'La chica del viento'.


El Pais Semanal número 1.510, Domingo 4 de septiembre de 2.005


lunes, 15 de mayo de 2017

BAILE DE MÁSCARAS Por Diego A. Manrique




El tópico presenta a David Bowie como el gran camaleón del pop: desde su debut discográfico en 1964, Bowie ha manejado elegantemente los más diferentes palos musicales. Ciertamente, no existe otro artista que haya encarnado tantos papeles públicos: lo de personalidad poliédrica se queda corto en el caso de David Robert Jones. Éstas son algunas de sus encarnaciones:

EL GUAPERAS POP. A mediados de los sesenta, David supo moverse por la industria del entretenimiento británica, donde es tradición que managers maduritos tomen bajo su protección a bellos especímenes juveniles. El protector de Bowie fue Ken Pitt. A diferencia de lo habitual, nunca se dejó manejar por su enamorado, que fue desechado cuando pasó su utilidad. El único consuelo del mecenas fue publicar, muchos años después, un libro, David Bowie: the Pitt report (la primera esposa, Angie Bowie, ya ha sacado dos tomos de confesiones de dormitorio).

EL BALADISTA CONTINENTAL Hijo de su tiempo, Bowie se ha dejado arrastrar por el discurrir turbulento del rock, del hippismo al maquinismo. Pero también podría haber sobrevivido sin tocar una guitarra eléctrica: en 1969 hasta conoció los festivales mediterráneos de la canción. Sin el escudo de la ironía, interpretó en 1977 El tamborilero en compañía de Bing Crosby. Fue el primero en adaptar al inglés Comme d'habitude, el éxito de Claude Francois posteriormente inmortalizado por Frank Sinatra como My way, con letra de Paul Anka. Grabó canciones de la pareja Bertolt Brecht-Kurt Weill, en ratificación de su fervor por el Berlín de entreguerras (de su flirteo con el nazismo, mejor olvidarse: usaba demasiada cocaína).

EL DIVINO AMBIGUO: El glam rock era una estética perfecta para Bowie, que se había formado en la danza y en el mimo bajo la mirada amorosa de Lindsay Kemp. Experto en maquillajes, aterró a su discográfica estadounidense cuando se presentó en 1971 con un hermoso vestido y una melena a lo Lauren Bacall. Su gran creación fue Ziggy Stardust (1972), apoteosis de la estrella del rock: bisexual, mesiánico, suicida.

EL 'SOULMAN' BLANCO. La pasión de Bowie por la música negra tiene raíces profundas, incluso sexuales. En tiempos imperiales, David hubiera sido uno de aquellos aventureros que, protegidos por el pasaporte de Su Majestad Británica, se hacían nativos, ante la consternación del resto de los europeos. Hubiera cometido el pecado capital en la sociedad colonial: entregarse a la carne negra. En la vida real, la devoción por las mujeres de piel oscura le ha llevado a un feliz matrimonio con la modelo somalí Imán.

EL ARTISTA DE VANGUARDIA Bowie ha explotado su conocimiento de las vanguardias del siglo XX, desde William Burroughs hasta Buñuel. Sus grabaciones más ambiciosas están marcadas por la colaboración con otro explorador, el productor Brian Eno: la trilogía berlinesa de finales de los setenta y un proyecto abortado tras un disco, Outside (1995).; en el que David encarnaba siete papeles. El mundo del arte ha acogido con entusiasmo a tan glamouroso aficionado, que incluso entrevisten en revistas especializadas y es capaz de inventarse a un artista olvidado en el provocador juego de simulación.

EL ROCKERO DURO. Hasta 1989 se creía que Bowie dudaba a la hora de metamorfosearse. Sin embargo, en una rara condena de populismo, decidió ponerse al frente de Tin Machine, un cuarteto de rock duro en cuyo seno, contra toda lógica, insistía que no había jerarquías. Tal vez se adelantó a su tiempo: unos pocos años más y Tin Machine hubiera estado en la cresta de la ola del grunge. Pero tampoco: Bowie insistió en que actuaran trajeados.

EL HOMBRE DE NEGOCIOS. Como en todas las sagas del rock, en la de Bowie también hay un manager que le desplumó, Tony DeFries. Pero David superó el costoso error y es ahora propietario de la parte más sabrosa de su obra, tanto en derechos editoriales como en grabaciones que relanza metódicamente. Eso le ha permitido vender participaciones en sus futuras ganancias, ante el asombro de Wall Street. Beneficio añadido: presumir ante su amigo Mick Jagger de sus habilidades financieras, que le han convertido en una de las estrellas con mayor liquidez. •


El Pais Semanal Número 1.402. Domingo 10 de agosto de 2.003.