domingo, 23 de diciembre de 2018

FLAMENCO ( AÑO 1996) BAILE (V)

El baile es la faceta del flamenco más injustamente tratada. Sus representantes han sido siempre asociados con el carácter difícil, cuando no con la propaganda franquista y los peores tópicos españoles. De ese pasado turbio, pero lleno de artistas geniales, ha surgido un panorama marcado por el dinamismo, la innovación, la competencia feroz. Los hombres, guapos y atléticos, tiran del carro del éxito. Las mujeres buscan nuevos caminos.


BEATRIZ MARTIN Y JAVIER BARÓN
Dos jóvenes clásicos fuera de modas



Beatriz Martín tiene 25 años, pero lleva desde los 14 mostrando su belleza y su elegancia de diosa por todo el mundo. Descubierta por Rafael Aguilar -y más tarde por Antonio Gades-, esta joven granadina ha seducido ya en los escenarios y festivales más importantes de la danza mundial: Viena, La Fenice, varias veces Granada, la Bienal de Sevilla, el Royal Albert Hall... Su baile es fastuoso, un prodigio de expresividad en los brazos y magnífica técnica de pies. A medio camino entre la furia y la gracia, Beatriz hace un baile muy personal, mezcla de la contención de la danza moderna y el sentimiento hondo del flamenco. Su baile siempre transmite, es sugerente, cálido, y nunca pierde misterio. Lo saben bien El Güito, Mario Maya o el maestro Granero, que han contado con su magnetismo en montajes como El amor brujo, Nosferatu II, Réquiem flamenco o Variaciones románticas. El año pasado obtuvo el Premio Rosario la Mejorana en el concurso nacional de Córdoba. En estas páginas aparece junto a Javier Barón, una de las últimas revelaciones del baile masculino, premio Giraldillo en la Bienal sevillana de 1988. Nacido en Alcalá de Guadaira en 1964, la cuna de los maestros, Barón se doctoró en el Ballet Nacional de la mano de Antonio el Bailarín, pero luego ha buscado, y encontrado, su camino en solitario. Tiene el duende, ritmo y compás, y hay músicos, como el pianista José Miguel Evora, que llegan a afirmar que con el sonido que fabrican sus pies al bailar se podría componer una partitura flamenca. Ejecutante limpio, bailaor de gran oído, Barón, al que no se puede achacar falta de velocidad y facultades, ha rechazado los hoy muy habituales concursos de saltos mortales y elegido un camino seguramente más lento, pero a la vez más seguro: el del arte bien hecho y sentido. TEXTO: MIGUEL MORA Y JUAN VERDÚ





HOMBRES
Tacones cercanos
El pasado mes de febrero, Antonio Ruiz Soler vistió de luto el baile español. Antonio ha sido la máxima figura de nuestra danza. Innovador, atrevido, profesional, virtuoso, polémico y artista inmortal, Antonio es el claro antecedente de Antonio Gades, Mario Maya y José Granero. Ellos tres seguirán aportando vías de evolución al ballet flamenco, asimilando el lenguaje coreográfico contemporáneo y transmitiendo su magisterio a las nuevas generaciones. Sin embargo, la genial presencia artística de Antonio ha seguido latente. Por mucho que algún insensato le privara injustamente de la dirección del Ballet Nacional, su magisterio siguió creciendo en el seno de la institución. Es impresionante la cantera de bailaores que allí se formaron, y que huyeron tras su marcha. La danza continúa creciendo en los cuerpos de Javier Barón, Joaquín Cortés, Javier Latorre o Antonio Canales. Con una preparación técnica sobresaliente, una poderosa enjundia y muchas ganas de innovar, los tacones cercanos están en plenitud y saborean éxitos internacionales entre los dimes y diretes del show celtibérico.

Eduardo Serrano, 'El Güito'. 

 Antonio Canales. 

Joaquín Cortés.


MUJERES

Magia de cintura para arriba

De las tres facetas básicas del flamenco, es el baile la que tiene mayor poder de seducción para públicos mayoritarios. Y del baile siempre fue reina la mujer. Nombres que hoy son leyenda, mito, sueño. Aquella Malena, aquella Mejorana, aquella Macarrona que subía los brazos al cielo "como si fuera a bendecir el mundo"... Y muchas, muchas más. Carmen Amaya, por ejemplo, quien hacía un baile "en el que se percibía el crepitar de la carne, la llama y el humo". Hoy, sin embargo, pareciera que el baile de mujer no se encuentra en un momento particularmente esplendoroso, quizá porque el baile de hombre le ha ganado la primacía en los últimos tiempos. Nombres importantes de gran rango -Matilde Coral, Manuela Vargas- ceden protagonismo por imperativo de la edad, y bailaoras de no menor prestigio mantienen viva la llama del buen hacer y la autoexigencia: se llaman Cristina Hoyos, Blanca del Rey, Merche Esmeralda, Milagros Mengíbar, Pepa Montes, Carmen Cortés... Algunas de ellas tuvieron etapas de fulgurante éxito, como fue el caso de Manuela Carrasco. Las generaciones más jóvenes lo tienen complicado. Hay en ellas bailaoras con mucho talento, casi todas dominan absolutamente la técnica y hacen gala de facultades casi ilimitadas, pero posiblemente se estén equivocando en algunas cosas: se olvida el baile de mujer para bailar como los hombres; se pone el acento, abusivamente, en los zapateados, y se abandona eso tan hermoso -y tan femenino- que es el baile de cintura para arriba, el braceo, el juego de manos, la altivez de la cabeza, el tronío. La inquietud renovadora de muchas jóvenes bailaoras, necesaria, debe seguirse sin desvirtuar lo que
siempre fue el baile flamenco de mujer. / TEXTO: ÁNGEL ÁLVAREZ
CABALLERO
 
 

 Carmen Cortés



 Cristina Hoyos


Belén Maya.



El Pais Semanal Número 1.032. Domingo, 7 de julio de 1996

domingo, 11 de noviembre de 2018

FLAMENCO (AÑO 1996) TOQUE (IV)

La historia de la guitarra flamenca es el relato de una búsqueda individual, inquieta y fantástica que representa una tradición musical viva, una cultura popular. El resultado de esta aventura es hoy la admiración del mundo. Montoya, Sableas, Niño Ricardo, pusieron las bases. Paco de Lucía, "Entre dos aguas", dio a la guitarra un universo de armonía. Sus herederos, virtuosos, intuitivos, arriesgados, han tomado el testigo.



PACO DE LUCÍA
El buscador de perlas

Un alarmante signo es que Paco de Lucía toque más fuera que dentro de España. Le admiran en todo el mundo, pero su tierra es extrañamente pródiga en especialistas en filosofía jonda, que afean la osadía del maestro y se permiten dar consejos. Estas gentes de bien sólo pueden equipararse a Paco, de poder a poder, en una cosa: abrir el estuche de la guitarra. Ya tocarla es otro cantar.

El genio, cuando se encuentra en España gusta de estar con su gente, amigos de siempre con los que salir y reírse. Se le ve por el Candela o escuchando a El Chino en Casa Patas. Es inevitable la nube de compañeros, aficionados y curiosos que se le acercan. Él busca refugio en un rincón para estar a su aire. Trágicos acontecimientos, como la pérdida de su amigo Camarón o la muerte de su padre, le han sumido en un hundimiento que ya empieza a superar. Veces hay en que regresando a casa de mañana, su viejo Mercedes rojo pálido le deja tirado. Los sabihondos que le ponen peros a su arte venderían su alma por echarle una mano empujando la máquina, para después contar la hazaña con displicencia. Francisco Sánchez (Algeciras, Cádiz, 1947) sabe que España es capaz de encontrar un problema para cada solución, y así se le ha quedado en la mirada ese gesto de desconfianza. Paco ha descubierto el
difícil equilibrio entre la apertura y la raíz. Regalos suyos al flamenco son un fenomenal universo armónico y esa rítmica vibrante, sin pretender otra cosa que sonar de ley, afinado y a compás. Jóvenes endiablados van tras sus pasos. El de Lucía se interroga: ¿Qué es lo que pasa? ¿Dónde están los sonidos del duende?

Su inmensa obra acaba de ser reeditada y remasterizada, amén de la aparición de un recopilatorio antológico. Este futbolista entregado y buceador atrevido -iqué susto lo de las profundidades del Caribe!- busca, entre presiones acuáticas y artísticas, la perla de su nuevo álbum. / TEXTO: JOSÉ MANUEL GAMBOA

DISCO "Antología". Mercury, 1996

MANOLO SANLÚCAR
A una guitarra pegado

Manuel Muñoz Alcón (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1943) compone, junto a su compadre Paco de Lucía y Víctor Monge, Serranito, el triunvirato que logró elevar la guitarra flamenca de concierto a la categoría de admirable. Siendo un niño le llevaron a Sevilla para que le escuchara Pepe Pinto. Con el marido de La Niña de los Peines realizó su primera grabación, cuando los Beatles editaban Love me do. La historia del flamenco ha conocido pocos guitarristas tan prendados de la belleza de su instrumento como Manolo Sanlúcar, un hombre a una guitarra pegado. Su trilogía Mundo y formas de la guitarra flamenca, aparecida a comienzos de los años setenta, compone el más amplio fresco de estilos flamencos grabado por guitarrista alguno. Sanlúcar vive por y para la música. Sus cursos magistrales de guitarra suelen convertirse en verdaderas lecciones de filosofía del arte de Euterpe. Fascinado por el sintonismo flamenco, se ha volcado en la composición de obras cargadas todas ellas de sabor andaluz. Porque Manolo es, ante todo, un andaluz universal que necesita del paisaje sanluqueño para reconocerse. El autor de la sintonía de Canal + hizo posible una nueva disciplina llamada "Tauromagia", que ya estudian todos los buenos aficionados flamencos. / TEXTO: J. M. G.

DISCO: 'Vivencias imaginadas'. Sony, 1995 

VICENTE AMIGO
El duende sereno

"Estamos viviendo la edad de oro del flamenco". Esto lo afirma un artista comprometido hasta la médula con el.reto: Vicente Amigo. Facultades, corazón, inteligencia e imagen son sus poderes. Cordobés por vivencia -nació en Guadalcanal, Sevilla (1967)-, y hermano por querencia de un sonido mundial. Vicente se ha codeado con la flor de lo bueno: Stanley Jordán, Joáo Bosco, Wagner Tiso, Milton Nascimento, John McLaughlin, Al Di Meola... Asumiendo el complejo idioma de los maestros flamencos, Vicente se ha proyectado con audaz originalidad. Las primeras alas llegaron de las manos sabias de Manolo Sanlúcar, con quien trabajó largo tiempo. Amigo siente pasión por el cante, que supo acompañar con armonía, justeza y temple. Inolvidable es su colaboración con El Pele o esos destellos geniales a la vera de Camarón de la Isla y El Potito. El planeta flamenco se admiró de tan impactante tocaor. Era inevitable el advenimiento del concertista. Un duende sereno ha puesto a Vicente en cabeza de la brillante joven generación. Su guitarra habla claro, en el lenguaje de su tiempo, siempre en pos de una expresión limpia, sensible y jonda. / TEXTO: J. M. G.

DISCO: 'Tauromagia'. Polydor, 1988.     ■


MORAITO CHICO
El heredero de las esencias

Jerez de la Frontera es la tierra jonda más egolátrica. Tiene motivo para estar pagada de sus pagos. Allí se jalean los flamencos con un ¡España-Jerez! que no les cabe en el cuerpo moreno. Sonar con el aire y temple jerezanos insuperables de Manuel Moreno Junquera, Moraíto, no tiene más secreto que el haberse criado en Jerez, a compás de ecos ancestrales. Como además sus antecedentes artísticos y familiares se basan en guitarras de fuste, hay mucho ganado. Cuando genotipo y fenotipo se alian, los artistas pueden formarla.

El Moraíto Chico de hoy es hijo de Juan Morao, el Chico de antaño, y sobrino de un puntal del toque por derecho llamado Manuel Morao. La sonanta de este músico fino, cosecha del 56, arrebata con duende obstinado, curtido en mil batallas a la vera de los dueños de la sabiduría cantaora. Su presencia es ya obligada cuando se trata de invocar la grandeza jonda. Moraíto además tiene el poder de aglutinar y difundir artistas de su tierra.

Su único álbum en solitario obtuvo el reconocimiento de la Nueva Academia del Disco de París. Moraíto reinterpreta desde la juventud la herencia sonora de sus dominios. No hay nada nuevo bajo el sol, ¡pero cómo reluce! A su jefatura guitarrística ha unido Moraíto un carácter generoso, una vocación de líder espiritual que le ha convertido en el valedor de muchos artistas de su pueblo, entre otros Fernando de la Morena, El Capullo, El Torta y La Macanita. / TEXTO: J. M. G.

DISCO: 'Morao y oro'. Auvidis, 1992.




TOMATITO 
El soniquete risueño

A José Fernández Torres, Tomatito, persona carismática de sonrisa abierta, se le respeta con especial devoción por haber sido la mano derecha de un dios llamado Camarón. El genio de la Isla le sentó a su lado y, con él, Tomate aprendió lo que no está en los escritos. El elegido era un adolescente deslumbrado por Paco de Lucía. Camarón, quien sabía de guitarra, de afinaciones y de compás, necesitaba la compañia de alguien flamenquito y centraíto. Ahí estuvo, en el lugar y el momento oportunos, el tocaor almeriense. Cuando hicieron La leyenda del tiempo, Tomatito apenas contaba veinte años de edad.

Tocar flamenco tocan muchos, pero no con la claridad y contundencia con que lo hace José. A Tomatito le suenan los toques a lo que son en su esencia: flamencos. No es menester ejercitarse en cabalas para reconocer lo que interpreta. Se le entiende todo. Su soleá es soleá; sus tangos, tangos canasteros; sus bulerías... una barbaridad. Usa el pulgar y el rasgueado como corresponde a un guitarrista de enjundia. Juega tanto con las distintas afinaciones del instrumento que estaríamos por llamarle El Niño de los Ascensores. Entre el trajín de subir y bajar la tensión de las cuerdas, nos apabulla con poderosos masajes de soniquete calé. / TEXTO: J. M. G

DISCO: 'Barrio negro . Nuevos Medios. 1991.


GERARDO NUÑEZ
Jerezano virtuoso

Gerardo Núñez (Jerez de la Frontera, 961) es una de las cumbres de la generación que ha llevado la guitarra a lo más alto. Se inicia en la jerezana Cátedra de Flamencología, y luego marcha con Paco Cepero y Mario Maya. Con Mario conoce a Carmen Cortés, bailaora que es su pareja artística y sentimental. Bebe en el jazz, y su absoluto dominio le abre los estudios de grabación, donde colabora con las máximas estrellas. / TEXTO: J. M. G.

DISCO: 'Jucal'. El gallo azul, 1994.


RAFAEL RIQUENI
El genio prolífico

Sevilla, la atmósfera hispalense, se respira en cada nota que asoma por la guitarra de Riqueni, uno de nuestros compositores más prolíficos e intachables. El rompedor lenguaje personal de este trianero nacido en 1962 hace tiempo que influye decisivamente en el discurrir de la guitarra flamenca. La inquietante belleza de sus creaciones son historias en primera persona que van directas desde su alma hasta los corazones dispuestos a sentir. Siendo el músico más capaz, a Riqueni no se le caen los anillos por desempolvar añejas partituras para seguir dando una lección de toque. Interpreta a Sabicas, a Ricardo, a Esteban de Sanlúcar, o descubre a un mundo atónito cómo seis cuerdas pueden transmitir la grandeza y el misterio de una marcha procesional llamada K en la Suite Sevilla, que creó con José María Gallardo. Su arte es una joya. Que no se pierda. / TEXTO: J. M. G.

DISCO: 'Mi tiempo'. Nuevos Medios, 1990.






PEPE HABICHUELA
Zahori de acordes

El dinastismo no implica calidad. Ahora, cuando hablamos de la familia Carmona, Habichuela, hay que descubrirse, con Juan, intocable, al frente. Pepe (Granada, 1949), su hermano menor, es el que ha tomado los rumbos más arriesgados, el único concertista capaz de dialogar con Enrique Morente, Jaco Pastorius o Don Cherry sin perder su esencia. Pepe acompaña el cante con acordes que antes de él no se practicaban. Su guitarra baila y canta, se mete en el alma y ya no se olvida. / TEXTO: J. M. G.

DISCO: 'A mandeli', Nuevos Medios, 1983



El Pais Semanal Número 1.032. Domingo 7 de julio de 1996

lunes, 5 de noviembre de 2018

FLAMENCO (AÑO 1996) CANTE (III)

Titiriteros sin red, los cantaores tienen la llave del flamenco. Viven en el aire, son gesto, y su misterio nace de los vaivenes de un talento prestado, ingobernable. En el abismo cabe todo: el cariño de Rancapino, la ciencia de Carmen Linares, la raza de Esperanza Fernández o La Macanita, el sabor de Chano Lobato, el corazón roto de Menese, el reposo de Mercé, el dolor de El Torta o el eco del Potito.



CARMEN LINARES

La enciclopedia del cante
Es la voz femenina más importante del flamenco actual. Carmen Pacheco Rodríguez, de 45 años, empezó a cantar en la puerta de su casa de Linares (Jaén), mientras su padre tocaba la guitarra. La afición se convirtió pronto en pasión. Carmen empezó profesionalmente en la infantería del cante: estuvo diez años trabajando en tablaos madrileños, como una más, y en ese semianonimato aprendió todos los cantes. El camino fue lento, pero sólido. Su último disco, Antología, es una joya que recupera 27 estilos diferentes de cantes de mujer. Carmen, reconocida ya como la cantaora más enciclopédica surgida desde La Niña  de  los  Peines,  posee, además de una hermosa voz, una serena guapura. ¿Qué es eso de que hay que ponerse fea para cantar? Carmen Linares es una mujer que canta en mujer: muy inteligentemente, muy sabrosamente, muy flamencamente. / TEXTO: NURIA BARRIOS

DISCO: 'Antología', Polygram, 1996.


RANCAPINO

¡Vivajapón y Chiclana!
Ahí lo tienen, en la Gran Vía. Imposible cantar mejor y con gesto de más verdad. Alonso Núñez, Rancapino, es el cantaor más en forma del momento. Cada vez que aparece, y lo hace mucho últimamente, arma el taco. A los 50 años, este gitano de Chiclana de la Frontera ha ocupado finalmente su lugar. Primero vivió a la sombra de su primo y amigo José, Camarón de la Isla; después se fue a Japón en busca de yenes con que llenar la buchaca. Ahora, de la mano del intelectual Manuel Arroyo (que ha editado un magnífico disco que rompe 20 años de silencio), del pintor Miquel Barceló (que ha diseñado la portada) y de la guitarra del renacido Paco Cepera, Rancapino ha dejado el círculo de los iniciados para saltar a la arena del éxito. Lo ha hecho desde esa simplicidad compleja que duerme en el cariño a la pureza, el amor al cante con faltas de ortografía, como él dice, y el respeto a maestros como Aurelio, Caracol o el inefable Manolito de María, del que Ranea borda unas bulerías llenas de marcha y anticlericalismo. / TEXTO: MIGUEL MORA

DISCO: 'Rancapino', Turner Records, 1996.




JOSÉ MENESE

El maestro carismatico
José Menese nació en La Puebla de Cazalla (Sevilla) en 1942. No llegó a sufrir la guerra, pero sí aquella posguerra incivil, "con la tocineras ululando pa cá y pa yá", que le marcaría para siempre. En 1962, con veinte años, queriendo ser cantaor, llegó a Madrid de la mano del pintor y poeta Francisco Moreno Galván -autor después de todas las coplas de sus cantes-, y de pronto se vio inmerso en un mundo intelectual que desconocía. Era gente con una filosofía de izquierda, como la que instintivamente lo movía a él, y conectó bien con ellos. Rápidamente fue creciendo su conciencia política, al mismo tiempo que su voz terrible y jonda, que le convertiría en el cantaor más duro, tierno, conmovedor y emblemático de aquellos años de infeliz memoria. Todo ello le dio un carisma especial de maestro que fue ejemplo y referencia insoslayable para una juventud inconformista, carisma que le acompañó ya siempre, hasta hoy mismo. A lo largo de casi una veintena de discos, Menese fue olvidando sus inicios de zapatero y aplicando los conocimientos adquiridos a la vera de sus maestros, Mairena y Talega. Su entrega al cante, su compromiso, han sido de tal envergadura que incluso su enorme corazón se ha resentido. Recuperado ya del golpe cardiaco que lo separó de los escenarios, Menese sigue ahí, respirando y dando el mejor flamenco. TEXTO: ÁNGEL ÁLVAREZ CABALLERO

DISCO: 'Menese en el Albéniz', Phonomusic, 1995.


CHANO LOBATO

Sabio y generoso
Chano Lobato tiene 69 años y padece diabetes, pero cuando está fresco es capaz de hacer, él solo, hora y media del mejor espectáculo flamenco del mundo. Su voz ladina, su humor astuto, sus tablas y su inteligencia enganchan. Es una pequeña enciclopedia de letras y estilos, y no se sabe qué hace mejor, si cantar -puro y a compás, como aprendió de Ignacio Espeleta y Pericón- o contar los chistes más graciosos de Cádiz. Después de pasar 40 años junto a los mejores bailaores (Antonio, Pilar López o Carmen Amaya), Chano decidió dar el salto adelante. Desde entonces ha regalado las letras más bellas y el ritmo más contagioso del flamenco actual. Es el último cantaor sabio, el depositario de un arte de vivir y sentir el flamenco que posiblemente se irá con él. Pero un momento: acaba de grabar su disco. Será el regalo del cantaor más listo y generoso del mundo. /TEXTO: M. M.



ESPERANZA FERNÁNDEZ Y LA MACANITA

Dos gitanas rotundas
Son la cara opuesta de una misma moneda. Esperanza Fernández (arriba) es la finura, la voz de oro, la sensibilidad. Tomasa Guerrero, La Macanita, es la rotundidad, el cuajo, el eco profundo del cante de Jerez. Van por caminos diferentes, pero igual de sugestivos.

Esperanza nació en 1966, en una familia trianera cuyo patriarca es su padre, el cantaor Curro Fernández. Al principio, Esperanza siguió el esquema tradicional del artista gitano: primero, las juergas en casa; después, algún fin de fiesta en las actuaciones familiares; por fin (a los 13 años), el salto en solitario. Pero luego ha seguido nuevos rumbos. Inspirada en su voz bellísima, de registros muy amplios, desde el agudísimo hasta el más grave, ha bebido en el piano de José Miguel Évora y en el flamenco sinfónico y en la guitarra a secas. De esa actitud valiente y poco usual han salido espectáculos bellísimos, llenos de duende, como el titulado A oscuras, una creación basada en textos de poetisas latinoamericanas en la que participó Morente.

La Macanita, mientras, ha elegido el camino de la pureza. Nacida en 1968, Tomasa Guerrero toma el apodo de su padre, al que llamaban El Macano, pero cuando canta desgarrada y purísima se acuerda de su madre. En Jerez está considerada como la gran estrella femenina del cante, y allí todo el mundo sabe. Su voz rota es una de las más flamencas del final de siglo. Cantaora larga y llena de temple y pellizco, La Macanita es heredera directa de La Paquera y La Perla. La soleá, las bulerías de Jerez y las de Cádiz y los villancicos navideños son su gran especialidad. Ha logrado algo tradicionalmente difícil para los artistas jerezanos: triunfar fuera de allí. Le ha costado tiempo -dice que es "vaga como una chaqueta" y que no quiere "ni dólares ni Mercedes"-, pero ha escapado de esa actitud tan particular de Jerez, entre la falta de ambición y la conformidad con el reconocimiento de los suyos. Parte de culpa es de su último disco, Con el alma, en el que le acompañan Moraíto Chico y Parrilla de Jerez.

Esperanza y Tomasa tienen algo en común. Las dos se bailan cuando cantan, y lo hacen con tanta gracia que nadie sabe si han nacido para una cosa o la otra. Lo que sí es seguro es que estas dos gitanas rotundas han llevado el cante de mujer al paraíso. /TEXTO: M. M.

DISCOS: La Macanita: 'Con el alma', Auvidis, 1995.



EL TORTA

Vivir al límite
Genial, y por tanto imprevisible, Juan Moneo, El Torta (Jerez, 1952), es el arquetipo del cantaor de inspiración. No tiene término medio: si conecta con el duende, entusiasma; si no, deja frío al aficionado más caliente. Hermano menor de Manuel Moneo, otro gran cantaor, Juan es contemporáneo de Camarón, y su historia ha corrido en muchas cosas en paralelo a la del rey: gitano rubio, artista intuitivo, de gran tirón y mucha espontaneidad, enorme personalidad y sello absolutamente propio, sus frecuentes escarceos con la marginalidad han estado a punto de acabar con sus facultades y su carrera. La leyenda dice que retó varias veces al de la Isla a cantar frente a frente y que éste nunca aceptó.

Nacido en el mítico barrio de San Miguel, Moneo destaca en los cantes festeros (bulerías, tangos) tanto como en los palos serios (soleas, siguiriyas), que ejecuta siempre al límite de unas fuerzas sorprendentes para sus 50 kilos escasos. Sus letras hablan de desamor, aunque la favorita de sus paisanos es la Bulería de la heroína, una creación doliente y autobiográfica que es menester verle cantar en Jerez: "La de la droga, la de la droga", pide el público en cuanto sale. Y él siempre la canta, entregado, de pie, entre el patetismo y la gloria.

Cuando sale de Jerez, las cosas suelen ser distintas. Si le da el aire, El Torta es muy capaz de decir buenas noches al segundo cante, levantarse de la silla y salir corriendo./TEXTO: M. M.

DISCO: 'Colores morenos'. Aliviáis. 1994.


JOSÉ MERCÉ

El flamenco solitario
José Mercé, número uno en los festivales andaluces desde hace más de una década, tiene su particular manera de vivir el flamenco: lejos de los flamencos. No aguanta las comidillas del artisteo, prefiere platicar de fútbol. Llegó a Madrid con 13 años para grabar un disco de canciones aflamencadas, pero Manuel Ríos Ruiz, el productor, lo lanzó como cantaor. José Soto Soto, José Mercé, nació en Jerez (Cádiz) en 1955. Cantaba en latín en el coro de la basílica de la Merced -de ahí su apodo-, y los curas se enojaban con su afición a los jipíos. Mercé estuvo con Antonio Gades, trabajó en los tablaos, grabó discos, se presentó a concursos, acudió a las peñas y se situó en primera línea. "Yo quiero ser José Mercé", afirma, "y ojalá algún día me acercase un poquito a Camarón". TEXTO: JOSÉ MANUEL GAMBOA

DISCO: 'Desnudando el alma. Fonomusic. 1994.


GINESA ORTEGA Y MAYTE MARTÍN

La escuela catalana
Uno de los signos que saltan a la vista en la actual universalización del flamenco es el notable núcleo que se desarrolla en Cataluña. En él llaman la atención dos voces femeninas: las de Mayte Martín (Barcelona, 1965) y Ginesa Ortega (Francia, 1967). Mayte (arriba) es la mejor voz flamenca de su generación, la más completa cantaora. Lo canta todo, y todo lo canta bien. Cerebral, con la cabeza muy bien puesta, racionaliza extraordinariamente el cante sin perder frescura. Todo lo que ofrece está muy pensado y muy bien hecho, y tiene alma, emoción. En 1987 ganó el Festival Nacional del Cante de las Minas con toda naturalidad. Ginesa, inquietante belleza gitana, catalana porque desde los pocos meses de edad vive en Cornella, es una cantaora con rajo y jondura que se entrega apasionadamente al flamenco, del que ha hecho -según confesión propia- el centro de su vida. TEXTO: Á. Á. C.

DISCOS: Mayte Martín: 'Muy frágil'. On The Rocks, 1994. Ginesa Ortega: 'Suspiro gitano', Horus, 1988.






POTITO, DUQUENDE, POVEDA Y PARRA

Camarón, sin herederos
La prematura desaparición de Camarón de la Isla, el 2 de julio de 1992, sólo dejó huérfanos. El genial cantaor era consciente de su influencia sobre la juventud, y temía que no siempre imitasen sus mejores cosas. Hay sobre todo cuatro cantaores, Antonio Vargas, El Potito (arriba), de 20 años; Juan Cortés Duquende, de 31; Miguel Poveda, de 23 (sobre estas lineas), y José Parra, de 24, que parecen seguir, aunque con dificultades, la senda del maestro. Tanto el sevillano Potito como el catalán Duquende han contado con el decisivo respaldo de Tomatito, aunque en distintos momentos: Duquende contó con el apoyo del guitarrista almeriense, con quien grabó en 1993 un CD, y continuó después su camino, mientras que Potito se dio a conocer en la órbita de los Lucía y Jorge Pardo para integrarse posteriormente en la banda de Tomate, que acaba de producirle y de tocarle en su último disco.

En cuanto a Poveda, al que se acusa de frío, es un gran dominador de estilos que mira más allá de Camarón. El malagueño Parra, que sin ser gitano posee un metal de voz muy similar al de la Isla, debe aún plasmar su arte en una producción de altura. /TEXTO: BALBINO GUTIÉRREZ / J. M. G.

DISCOS: Potito: 'Mía pa los restos'. Nuevos Medios, 1996. Duquende: 'Duquende y la guitarra de Tomatito'. Nuevos Medios, 1993- Poveda: 'Viento del este', Nuevos Medios, 1995. Parra: '¡Flamenco!', FODS, 1990.   :       '



El Pais Semanal Número 1.032. Domingo 7 de julio de 1996



miércoles, 31 de octubre de 2018

FLAMENCO (AÑO 1996) Enrique Morente, el último bohemio (II)

Generoso, cordial, inteligente, malicioso, pero ingenuo al tiempo; casi siempre genial y siempre inconstante, salvo para ser noctámbulo y crear música. Más o menos así, o tal vez al revés, es Enrique Morente, el cantaor que reina en el flamenco tras haberlo llevado por caminos prohibidos: la poesía, el trashmetal sound, la música sinfónica... He aquí el relato de dos días pasados junto a él en Granada. Con ustedes, el último bohemio.

TEXTO: MIGUEL MORA / FOTOGRAFÍA: JORDI SOCÍAS

 Enrique Morente ha obtenido el Premio Nacional de Música de 1995, ha grabado 15 discos, recorrido el mundo varias veces en 30 años de carrera y vivido triunfos memorables en lugares míticos y 'a priori' antiflamencos (el Olympia, el Real, la Zarzuela, el Lincoln Center...). Ha actuado también a cambio de una bolsa de garbanzos, sufrido críticas feroces y socavones en los que nadie se acordaba de él. Ni la gloria ni el olvido parecen haberle cambiado.
La cita es un lunes sin hora, pero cuando el avión lleno de ejecutivos y turistas aterriza en Granada son las nueve en punto. De la mañana. Magnífica hora para ir a ver la Alhambra, si no fuera por la lluvia que cae y la niebla que lo tapa todo; muy mala, nefasta, para pensar siquiera en llamar a Morente.

A sus 53 años, el rey del flamenco permanece agarrado a la noche, el cante y la poesía como compañeros de viaje; fiel a sus dos lemas -"estamos vivos de milagro" y "con comer una vez al día y poder beber el resto tenemos bastante"-, Enrique Morente trata de que "la cacerola no se llene de pájaros" cada vez que una legión de hagiógrafos lo señala sin pudor como el artista más genial de la historia, y mientras tanto disfruta y sufre a partes iguales su genio y su carácter libertario. Además tiene tiempo de trabajar un poco o, como él dice, de "ganar algunos puntos para poder perderlos después". Estos días graba en Madrid su disco número 16, un homenaje doble a Leonard Cohen y a Federico García Lorca que saldrá a la calle en septiembre y que cumple dos viejos sueños: adaptar los temas del cantautor canadiense al flamenco y convertir en cante jondo los versos de Poeta en Nueva. York. El grupo de trashmetal sound Lagartija Nicky el guitarrista Vicente Amigo arropan a Morente en su nueva aventura.



Pero ahora estamos en Granada, son sólo las diez y media, y se impone hacer caso a Juan Verdú, "representante a ráfagas y amigo" del cantaor, que ha advertido que la última vez que visitó al "maestro" no fue recibido hasta las cuatro. Así que a las once estamos frente a un bucólico rincón con escaleras, en algún lugar difusamente situado entre el Sacromonte y el Albaicín. Cerca de aquí vive el cantaor desde hace cuatro años, cuando cerró su casa de Madrid, en pleno Rastro, para volver a la ciudad en la que nació. Más que un regreso, dicen los que lo quieren, aquello fue una huida: de la persecución económico-amatoria a que lo sometían fans, primos y demás amistades eventuales que suelen rodear a los flamencos -a los hombres- triunfadores.

A las doce, el contestador dice que el maestro sigue descansando, y he aquí su casa albaicinera: estilo entre morisco y pueblo blanco, las ventanas cubiertas con celosías de madera, una nota musical ("hormiguillas", las llama él) pintada en el dintel del portón, y la Alhambra entera, brumosa y bella como nunca, haciendo de horizonte de la fachada de atrás.

El piso de adoquín, la cuesta tortuosa y estrecha (no hay coche en el barrio que conserve los espejos laterales)... Todo debe parecerse mucho aún al lugar que vio nacer a Enrique Morente Cotelo. Es la posguerra dura, diciembre de 1942, y "la única ciudad del mundo que tapa sus ríos y mata a sus poetas" -así define Morente a Granada a partir de una frase de Antonio Muñoz Molina— recibe a un niño al que reserva varios destinos, todos de sesgo dudoso: un barrio destrozado por la saña franquista (se habla de 20.000 muertos), una casa descosida por las ausencias del pater familias, las guitarras sonando  a  todas  horas para tangar a la miseria, el hambre que convierte a los niños en sabios prematuros...



La una, nadie coge el teléfono, y doce horas después, de madrugada, Morente hablará del colegio: "La maestra, Doña Magdalena, enseñaba el alfabeto mientras comía una hoja de lechuga y la mojaba en un lebrillo de agua y vinagre. Pero el recuerdo tiene pinta de prét-d-porter para entrevista, porque la escuela acaba en un suspiro: a los ocho años, Enrique Morente ayuda en casa. O lo intenta. Primero se coloca de monaguillo -pero es despedido tras rifarse el cepillo a puñetazos-. Después, guía turístico -hasta que la competencia feroz con cientos de pequeños cicerones mata la afición-. Luego, zapatero; más tarde, seise (corista) en la catedral.

A los 16, Morente ata su maleta de cartón con una cuerda y cambia el sabor rural de su barrio por el Madrid cutre y picaro de finales de los cincuenta. Se instala en una pensión de la calle de Embajadores ("la calle más bonita del mundo") y se pone a trabajar de gancho de una bruja en el Rastro, ocupación que comparte con la de pinche de un vendedor de azulejos... Pero ahora son las cuatro, y 35 años después, como un reloj, el maestro ha amanecido.



El ventanal inmenso mete en el salón una Alhambra que ahora parece de juguete, puro Exín Castillos, y la letra de los tangos de Morente -Tienes la cara / de haber pasao una noche mala...- se viene a la cabeza como la lámpara araña que cuelga sobre la gran mesa árabe. La chimenea está encendida, sobre ella reposan el premio Compás del Cante y unas casetes, al lado hay un piano y dos guitarras —una fuera de la funda— y en la estantería están César Vallejo, Neruda, Lorca y unos 30 poetas más.
Estrella, la hija mayor, llega del colegio. Tiene 15 años, es alta y delgada, y si Nabokov la hubiera visto el título de su novela habría sido otro. Estudia octavo y saca buenas notas, pero no quiere hacer BUP. "Marina dice que es muy difícil, papa", arguye al día siguiente. Marina Heredia es su mejor amiga, tan guapa como ella y más alta. Además es su pareja de espectáculo. Mañana, las dos triunfan en las fiestas de un barrio. Todo el clan Morente asiste al concierto: Soleá, la hija segunda, de 13 años; Kiki, el pequeño, de ocho, un terremoto; y Aurora, la mujer de Enrique, que disfruta y sufre como un apoderado taurino: "No bailes ahora. Ahora levántate...".

Aurora Carbonell Muñoz, alias La Pelota, es, a los 40 años, una gitana entregada a su familia. Viéndola traer ahora, a las seis de la tarde del lunes, sonriente como siempre, tremebundo café de puchero, nadie imaginaría que un día casi se jugó la vida por Morente. Para su familia de artistas de Valladolid, su boda con el cantaor payo que ya entonces rompía moldes fue la revolución.

Cuando se conocieron, hacía tiempo que él había dejado Zambra, mítico tablao madrileño en el que personajes legendarios como Pepe el de la Matrona, El Gallina o Pericón de Cádiz enseñaban pureza, temple y esa manera tan flamenca, entre despreocupada y sabia, de beber la vida. "Pericón llegaba cada noche con una historia increíble", cuenta luego Morente, y si le decíamos 'eso no se lo cree nadie', él respondía: 'Que se muera mi Avita'. Avita era su perra, que la llamaba así por Ava Gardner".

Entretanto, Aurora bailaba y cantaba en el Café de Chinitas, con su padre y su hermana, y Morente iba a verla todas las noches. "Fue difícil, pero muy bonito", recuerda La Pelota. "En la boda hubo de todo, gitanos, payos, indios, hasta chinos había".

Ahora es la una y media de la noche, La Pelota ha triunfado con una tortilla de patatas y el maestro y la grabadora están por fin frente a frente, mirándose torvo entre el humo y los vasos de whisky. "Hay que tener mucho cuidao, porque miento mucho" advierte Morente. Estrella repasa un examen de matemáticas con José Antonio Soler, profesor de cálculo y amigo de la familia.

-Dicen que la hija va a ser mejor artista que el padre (la entrevista ha comenzado).
-Bueno, es verdad que Estrella tiene el cante, igual que lo tenía yo a su edad, pero la afición y la constancia son las facultades más importantes... Yo empecé a luchar con ocho o nueve años, pero las circunstancias de hoy no son las mismas. Que vaya a la escuela y aprenda, que igual somos ya demasiados artistas en esta familia...

-¿Y de dónde les viene el cante a los Morente?
-El cante se tiene o no se tiene, pero a mí debe de venirme de mi madre, que cantaba una saeta que quitaba la cabeza. Yo, cuando llegué a Madrid, sentía tanto el cante que iba por las calles a grito pelao. Más de una vez me quisieron llevar a Leganés, al psiquiátrico. Por eso, cuando llegué a Zambra a pedir trabajo y me preguntaron dónde quería cantar, si en el Cuadro o en la Antología, dije que en la Antología.

 En 1963, Enrique Morente era todavía Enrique el Granaíno. Se había estrenado como semiprofesional en un colegio mayor y en 1964 había debutado con picadores en Córdoba. Mariemma, la bailaora, lo oyó cantar esa noche y se lo llevó a Nueva York, a la Feria Mundial de 1965. El primer viaje al extranjero -"Impresionante Manhattan, te deja atontao"- de Morente supone la culminación de un sueño, ser artista, y la negación de otro, ser torero. "Son bonitos los toros, pero parecen locomotoras", cuentan que dijo.

Cuando entra en Zambra, Morente tiene 25 años, y conoce de memoria todo el tesoro histórico del flamenco. Es un joven in-quieto, y en vez de repetir como un gramófono el cante clásico, arriesga, innova, crea. "A la tercera vez que hacía el mismo tercio igual, me aburría", dijo alguna vez. Esa actitud inquieta va a ser la luz, y también el estigma, de su carrera. Los flamencólogos ("flamencólicos", los rebautiza él) le atacan con dureza: imposible cantar puro si no se ha nacido en Jerez, dicen. "Es que el arte para que sea arte tiene que ser universal", se defiende ahora, todavía, Morente. "Hay que mirarlo con una idea que no sea de barrio, de provincia, porque no hay ningún arte que sea de una calle sola, aunque ése sea el que más nos guste. La música no puede ser racista. Miles Davies hizo un pedazo de saeta, Chick Corea ha hecho flamenco... Eso hace que el arte sea arte".

De ahí que, entre las muy diversas y gratuitas teorías sobre el big bang del flamenco, Morente prefiera la de su viejo amigo Pericón: "Una vez, hace siglos, un barco llegó a Cádiz y dejó en el muelle unos sacos. Estuvieron tirados una pila de años, hasta que un día, uno que estaba aburrido, dijo: 'A ver qué hay ahí'. Los abrieron, y allí estaban: las partituras de la música flamenca".

-Y añadía que los de Cádiz, como las vieron antes, se quedaron con los sacos que tenían más arte...
-Sí, y a los de Grana nos dejaron las bolsas, las talegas...

¿Falsa modestia? ¿Retranca pura? Humildad verdadera, responde el pintor y pensador Mario Fariña, autor de su propia teoría: "El flamenco es el teléfono con Dios. Los cantaores saben que la línea no les pertenece. De esa inseguridad en el genio nace la fraternidad que se respira entre los cantaores".

-Bueno, sí, nos queremos mucho todos. Pero también se decía eso de Yugoslavia... Es verdad que hay un cariño inmediato por alguien que baile o toque muy bien. Puede más la admiración que la envidia. Cuando alguien te llega, eso puede más que la competencia. El que canta de inspiración sale siempre preocupado al escenario. Una mosca te puede dejar en blanco, y el flamenco sólo llega cuando tienes puestos los cinco sentidos. Aunque hay veces que estás malísimo, sin dormir, y el cante sale...

-¿Y hay alguna fórmula para llegar? ¿El duende también se aprende a dominar?
-Se puede tener o no tener, pero si se tiene, se le puede hacer venir.
-Pero Lorca dijo que el duende no llega si no ve posibilidad de muerte...
-Deprime reconocerlo, porque no me gusta nada el pesimismo, pero para doler hay que haber estado herido, es cierto.
-¿Haber pasado hambre?
-No necesariamente. Vale cualquier clase de sufrimiento...
-¿Y hace falta ser bohemio para cantar puro y cabal?
-Se ha tenido esa idea, pero es falsa. Gente como Chacón o el Niño Ricardo han sido artistas virtuosos, que han trabajado mucho. Unos estudian diez años de conservatorio, nosotros estudiamos diez años de cante. Claro que accidentes hay en todas las carreteras y esto no es una ciencia exacta, pero si los que han llevado el flamenco por el mundo hubieran sido informales o poco cumplidores, esto no hubiera llegado a donde ahora está.
-¿Dónde está? ¿Entre el cuarto pequeño y los 40 Principales?
-Bueno, hacen falta las dos cosas... El mundo en el que vivimos necesita mucho el arte, pero también adora el pelotazo. De todas formas, el flamenco mantiene su vida interior, y eso le da una fuerza especial, lo hace más perdurable que otras músicas...




Deben de ser ya las tres, porque han caído dos o tres whiskys más, y el maestro dice: "Paramos en el paseo de los Tristes a recoger a Antonio y nos vamos al Tertulia". Antonio es Antonio Arias, amigo de Morente y líder de los Lagartija Nick, el grupo que lleva dos años trabajando con Morente en el nuevo disco. Y La Tertulia es "un bar en el que nos fían". Una especie de Candela (el bar favorito de Morente en Madrid), pero sin mujeres. Botella de Ballantines (paga el maestro), solemnes declaraciones de sus amigos ("Cuando Enrique no está aquí, la ciudad no es la misma"), y a las seis, "a la piltra". "Mañana nos vemos, no, habrá que hablar algo de los poetas", se despide Morente.
La tarde siguiente está al teléfono con sus botas de punta y sus vaqueros de Armani junto a la chimenea. Borja Casani, director de El Europeo y editor del nuevo disco, llama para sugerir una actuación en Las Ventas. Morente acepta y empieza a hablar de su pasión más larga. La poesía.
"Al conocer el romancero flamenco tomé conciencia de las letras buenas, de las letras vanas -hay letras vanas muy graciosas- y de los versos postizos. Un día cayó en mis manos Doña Rosita la soltera y canté un fragmento en París. Casi me consideraron un intelectual, y eso casi me gustó".
Desde su tercer disco, el Homenaje flamenco a Miguel Hernández, Morente no deja de incluir poemas en casi todas sus obras. Es un proceso de ida y vuelta: se enriquece él mismo al adaptar los versos a una música hecha, da a conocer la poesía a gente no lectora y llena el jondo de letras magníficas. Tenía 22 años cuando empezó a conocer a algunos universitarios y artistas madrileños, únicos ociosos que podían permitirse entonces una noche de juerga. Nace entonces su militancia política, "consciente y llena de entusiasmo, que convierte a Morente en enemigo del régimen: "Sí, me llamaban el cantaor rojo, pero yo no fui un gran mártir del franquismo. Aunque hicimos festivales muy atrevidos, las cabezas del movimiento eran Raimon, Paco Ibáñez... A mí no me crearon problemas. Únicamente me pusieron la etiqueta, que afortunadamente ya me han quitado. ¡Hay que ver, toda una vida quitándome etiquetas...!".

Ahora llama Laura García Lorca, sobrina nieta del poeta, y cuando cuelga son las ocho menos cuarto y tenemos que ir a perder el avión de las ocho y cuarto. "Yo te llevo, que si no, no llegas", dice. Por la autopista, Morente conduce su Peugeot 106 a 90 por hora. "Es la primavera más bonita de mi vida", dice cuando atravesamos Santa Fe. "Aquí vive mi barbero, el que me deja como a Van Morrison", añade. "Y me parece que esta noche nos toca guardia en el Muermulia", remacha al ver el avión despegar, a lo lejos.

Poco a poco, Morente descubre nuevas voces: los místicos (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León...), los hermanos Machado, Alberti, Bergamín, Guillen...; y los árabes (Ibn Hazd, Al Mutamid), y los olvidados en el exilio, Luis Rius y Pedro Garfias. Y todos encajan como un rompecabezas fácil en una música que ya parece nacida para la poesía: "Al principio creía que hacían falta versos de tantas sílabas, luego ya daba igual. Mientras sean buenos, todos valen. Yo mismo he escrito algunas letras, pero siempre he tenido más facilidad para crear música, y hay tanta poesía, y tan buena, que es mucho más fácil cogerla y ya está".

Entre trago y recital, noche a verso, Morente vive los años en que la dictadura se resquebraja de noche al lado de pintores -Viola, Alexanco, Bonifacio...-, cineastas -Carlos Saura...- o escritores -Caballero Bonald, Quiñones...-. Otros ratos los pasa en la carretera, cantando por los pueblos, a veces a cambio de una simple bolsa de garbanzos... Y "en el año 70 o 71" emigra otra vez. A México: "Juan Ibáñez, un discípulo de Buñuel, vino a Madrid, nos vio a Chocolate y a mí, y como no tenía presupuesto, se equivocó y me llevó a mí al tablao Matapecao. Allí conocí a mucha gente que hoy tengo más consciencia de quién era. Canté para Juan Rulfo, pude cantar para Octavio Paz, pero llegó borracho, se medio cayó, y ya no canté. Hoy sí lo haría".

Poco después regresa la democracia a España, Tierno inventa la movida, el flamenco empieza a aparecer en los festejos de santos y vírgenes. Camarón reina en las masas -aunque Juan Verdú jura que en las galas conjuntas la gente sale tarareando los cantes de Morente-, y nuestro hombre sigue entregado a la fusión del flamenco con la alta cultura: pone música a El Quijote, a La casa de Bernarda Alba, a Edipo Rey... Y en 1986 estrena la Fantasía para voz y orquesta en el teatro Real de Madrid, obra cumbre en la que mezcla música sinfónica y cante jondo.

Morente hace su revolución, y ése es su gran mérito, desde el autodidactismo y el instinto. Y, como esto es España, también desde la incomprensión. En 1994, harto de las imposiciones de las multinacionales, funda su propia compañía, Discos Probeticos (sic), marca que habla de humildad y experimentación, según se ponga o no el acento. Los noventa son los días de la gloria. Llega el Premio Nacional, tan justo como tardío, las salidas a hombros se suceden... Pero en el fondo nada ha cambiado, dice ahora, en el pub Zeleste, a las siete de la mañana, perdida la cuenta de Ballantines y abrazos: "Yo siempre he vivido en el filo de la navaja, así que no me debo tomar muy en serio el éxito. Igual que no debo desagradecer el Premio Nacional, tampoco puede cambiar mi vida... Figúrate si se me sube a la cacerola, todo el día por ahí disfrazao de Rostropóvich".

-O sea que Morente seguirá yendo a Nueva York y a Cuenca y encontrando a los diez minutos el garito más flamenco del lugar.
-Yo es que caigo en los sitios por destino. ¿Te llevo al avión?
-No, gracias, maestro. Y, por cierto, ¿por qué nunca han hecho nada juntos Morente y Paco de Lucía?
-No sé, será que él siempre está de gira y yo siempre estoy en
el Candela... .

LA DISCOGRAFÍA

En la obra discográfica de Enrique Morente se mezclan tradición y renovación, clasicismo y vanguardia. Sin ser la más abundante, su discografía es la más rica, compleja y coherente. Cincuenta estilos diferentes, desde la a de alegrías hasta la z de zambra —la lista casi completa de los que se cantan durante las últimas décadas—, ha grabado Morente en sus 15 álbumes propios, y en el elevado número de colaboraciones con otros colegas. Entre éstas destacan las realizadas con el músico alemán Antonio Robledo (Armin Hassen), con el que en 1985 publicó 'Obsesión', una obra experimental poco conocida en España, y con el que ha firmado la 'Fantasía flamenca para voz y orquesta' y el 'Alegro soleá' (1995). Morente ha integrado la poesía en su expresión y sentimiento flamencos en 12 de sus elepés. Más de 60 poemas de unos 20 poetas componen su repertorio culto, que empieza con las adaptaciones de los conocidos textos de Miguel Hernández: 'Elegía', 'Aceituneros', 'El niño yuntero' o 'Nanas de la cebolla'. La diversidad de la discografía morentiana es fascinante. 'Cante flamenco' (1967), su 'ópera prima'; 'Cantes antiguos' (1968), con el toque de Niño Ricardo; 'Homenaje a don 'Antonio Chacón' (1977); 'Essences flamencas' (1988), y 'Morente-Sabkas' (1990) han entrado en todas las antologías. Otros, impregnados de modernidad, como 'Se hace camino al andar' (1975), 'Despegando' (1977) y 'Sacromonte' (1982), sirvieron de inspiración al propio Camarón. Su tributo poético destaca en el 'Homenaje flamenco a Miguel Hernández' (1971), 'Cruz y luna' (1983) o 'En la Casa-Museo de Federico García Lorca' (1990). 'Misa flamenca' (1991), 'Negra, si tú supieras' (1992) y la 'Fantasía' (1995) prolongan la creatividad del genio que habita entre nosotros. Texto: Balbino Gutiérrez


El Pais Semanal Número 1.032. Domingo 7 de julio de 1996




martes, 30 de octubre de 2018

FLAMENCO (año 1996) La nueva edad de oro de una música con raíces (I)

La nueva edad de oro de una música con raíces

El flamenco anda inquieto. Suscita mayor interés y curiosidad que nunca. Es lógico, porque muchas cosas están cambiando. Paco de Lucía hizo su revolución, y desde entonces la guitarra no ha parado de crecer: los tocaores protagonizan un verdadero sorpasso cualitativo, pleno de técnica, pero también de inspiración. Los bailaores juegan sus cartas. Unos, apuntándose al espectáculo multiuso de televisión; otros, al magisterio de los consagrados; casi todos, haciendo alarde de facultades atléticas. El cante también presenta sus contradicciones. Se acuñó el término jóvenes flamencos, y resulta que el más joven estilísticamente, el único innovador auténtico, es un cantaor de 53 años, Enrique Morente. Y mientras tanto, el mestizaje, signo de la época, no cesa. Ketama abre brecha, y los imitadores brotan en cada esquina, pero la mayoría de ellos son ya tránsfugas del flamenco. ¿Puede la música íntima por antonomasia coquetear con las modas? Lo que parece incuestionable es que un auge sin precedentes empuja a los flamencos hacia una nueva era. Pero eso quizá no lo sepamos hasta el próximo milenio. Así que tal vez lo más sabio sea no hacerse preguntas y limitarse a disfrutar de este arte privilegiado. De su gracia, su fuerza, su duende y su verdad. / ÁNGEL ÁLVAREZ CABALLERO















El Pais Semanal Número 1.032. Domingo 7 de julio de 1996

sábado, 27 de octubre de 2018

Drexler, el amor y el Oscar




Para muchos, surgió de la nada el día que logró el Oscar por "Al otro lado del río". Sin embargo, este médico uruguayo al que Sabina retó a venir a España ya tenía muchas millas y canciones a la espalda. Ahora reaparece con un disco dolorido en el que su vida amorosa es la gran inspiración. Por Diego A. Manrique. Fotografía de Jerónimo Álvarez.





Mochila al hombro, Jorge Drexler (Montevideo, 1964) llega al café donde ha concertado la cita. Mira a su alrededor, se guarda las gafas de sol, y el periodista pregunta si ya está adoptando tácticas de enmascaramiento para evitar a los paparazzi. Es una broma que no cae bien: "Si me vas a lanzar cuestiones personales, te prevengo que no voy a hablar sobre mi vida privada". Pues es algo inevitable, intento justificarme, ya que su nuevo disco, 12 segundos de oscuridad, describe la irrupción en su vida de una persona bien conocida, cuya primera consecuencia ha sido la ruptura del matrimonio de Drexler. En cada canción se especifica lugar y fecha de composición, material para un cronograma que será muy útil a un futuro biógrafo del primer uruguayo que ganó un Oscar.

"El Oscar, bah", dirán los que vienen siguiendo a Drexler desde finales del siglo pasado. Pero un premio universal refuerza la autoestima del país de origen de Drexler, Uruguay. Ocurrió que el Oscar coincidió con la toma de posesión de Tabaré Vázquez, primer presidente de izquierdas en la historia de la República Oriental. Para hacerse idea de lo que representa ganar algo para un país de tres millones y medio de habitantes: Tabaré Vázquez, tras la ceremonia, habló ante una multitud de un "maracanazo cultural", en referencia al partido de fútbol de 1950, cuando Uruguay conquistó el Mundial derrotando a Brasil en Maracaná. Lo de Drexler fue igualmente heroico, ya que no partía como caballo ganador.

De hecho, el sobrio cantante tuvo que poner freno al entusiasmo nacional: "Cuando volví a Montevideo querían que fuera en caravana desde el aeropuerto a la ciudad, así que entré de incógnito. Me ofrecieron escribir un libro para enseñar mis canciones en las escuelas, me plantearon ser representante cultural. Sé que eso era importante para mis compatriotas, pero también debo pensar en lo que es importante para mí. Yo no pretendo cambiar mi nivel de fama. Me encanta ser reconocido y que me traten bien en un restaurante, pero también quiero poder andar en bicicleta por Montevideo. Tuve la suerte de que mi familia me apoyó en todo ese alboroto y en... mis últimas turbulencias".

La vida profesional de Drexler pivota sobre aquel momento mágico del 27 de febrero de 2004, cuando rompió la rutina de los Oscar al interpretar una ráfaga de Al otro lado del río: "Estaba cantando en un momento de una ceremonia donde no se suele cantar. Defendía una película [Diarios de motocicleta] que me gusta, hecha por un director como Walter Salles y con un elenco increíble. Lo extraordinario es que compuse y grabé la canción en unas horas. Fue la producción más barata y
más simple de mi carrera, y ya ves, me acompañará toda mi vida".

Siempre ha ejercido de optimista. "Yo mismo llené a mano el formulario para presentarme en la rúbrica de canción original, alguien me sugirió que no perdía nada por hacerlo. Lo mandé por correo junto con la partitura. Ni la productora de la película ni mi discográfica pensaron que tenía la más mínima posibilidad. Y si yo hubiera sabido que, se supone, sólo se gana después de una campaña minuciosa, seguro que no me habría molestado".

Conviene recordar que el Hollywood industrial contiene un potente sector especializado en hacer música para cine. Drexler no fue bienvenido: "El hecho de que llegara un outsider como candidato se consideró aberrante. ¡Además, alguien que canta en su propio idioma! En Los Ángeles hubo una recepción a los candidatos musicales y noté una frialdad extrema por parte de los que competían conmigo: había fastidiado los planes de entidades poderosas. Leo Sidran, coproductor de Al otro lado del río, viajó a Los Angeles a intentar sacar rendimiento laboral de la candidatura. Y encontró hostilidad. Por ejemplo, le echaron en cara que se habían gastado gran cantidad de dinero en promocionar para el Oscar una grabación de Mick Jagger y había sido desplazada por la mía, una canción tan simple que les resultaba una vergüenza, una tomadura de pelo".

Y es que, fríamente, Al otro lado del río debe considerarse como una obra menor en el formidable cancionero de Drexler. "Pero allí yo no competía con mis otros temas. Quiero creer que cumplía una función al final de la película y lo hacía bien. Me explicaron que, cuando las canciones candidatas no vienen de películas que han sido megaéxitos, los votos se reparten. Diarios de motocicleta tenía simpatías... subrepticias. Mucha gente se me acercó para decirme, entre susurros: 'He votado por ti, la película me encanta'. A pesar de que se piensa que Hollywood tira a la izquierda, creo que la mayoría no hace alarde de votos ideológicos: están atados por demasiados intereses".

Cuando se anunciaron las candidaturas, la noticia en España fue la presencia de Alejandro Amenábar por Mar adentro. En los telediarios no se mencionó que había otro candidato que vivía entre nosotros. "Las cosas son así: aquí, la música no tiene tanta prioridad como el cine. La Academia invitaba a dos personas; me fui con mi manager y, bueno, mi ex mujer. Me compré un traje y me presenté dispuesto a una experiencia que imaginaba anecdótica. Resulta que por primera vez salía un disco mío [Eco, 2004] en EE UU y quise aprovechar para promocionarlo".

Si ya era extraordinaria la presencia de Al otro lado del río, la trama se iba a complicar aún más: el productor de la ceremonia rechazó a Drexler. "Sí, Gil Cates incluso ordenó un recuento de votos, para intentar colar a otro artista. Y se empeñó en que yo no cantara. Pensó en Marc Anthony, por la conexión con Jennifer López. Y le llegó a Enrique Iglesias, que aceptó. Horrorizado, yo redacté una carta de protesta que firmó todo el Hollywood hispano. Como concesión final, ese señor le pasó el encargo a Antonio Banderas y Carlos Santana. Me indignaba que tratara a los latinos como fichas intercambiables".



Lo que Jorge imaginaba como una grata estancia a gastos pagados se convirtió, al menos inicialmente, en una pesadilla: "Tuve una charla de 45 minutos con el señor Cates. Aunque estuve muy educado, según él, nadie le había dicho jamás las cosas que yo le estaba soltando. La ceremonia lleva años perdiendo audiencia y no quería sacar cantando a un desconocido. Yo no podía aceptar que ni siquiera me llamará para consultarme quién podría versionar mi creación. ¿Quién? En un mundo ideal, Enrique Morente o Caetano Veloso".

¿Tuvo Drexler alguna tentación de romper la baraja y prohibir que sonara su canción? "Contractualmente, no podía. Además, iba a generar un buen pellizco en derechos de autor que creía merecerme [risas]. Y era la primera vez que en los Oscar se interpretaba una canción en español; pensé que los millones de latinos en Estados Unidos iban a agradecerlo. Aparte, Banderas se portó muy bien, 'yo me desentiendo si tú me lo pides'; ejerció de espía, me contaba lo que ocurría en los ensayos. En cambio, Santana hizo el ridículo al tocar pentatónicas a todo volumen. Para más despropósito, se puso una camiseta del Che; no entendió nada de una película que intenta humanizar al icono".

Ya en la limusina que le llevaba al Kodak Theater, Jorge advirtió que no había preparado un speech por si la fortuna le sonreía. "Lo de cantar tenía algo de dulce venganza, pero también obedecía a mi imposibilidad de hacer un discursito de veinte segundos. Me expreso en inglés con fluidez, pero me lío cuando hablo en público sin mi guitarra. A mi lado estaba Prince, que presentaba el premio. Enfrente tenía al museo de cera -de Jack Nicholson a Meryl Streep- mirándome. Ni sabrían lo que había ocurrido con mi canción, pero aplaudieron de verdad".

Una inesperada apoteosis para un aprendiz de otorrinolaringólogo que comenzó a actuar a finales de los ochenta. Debe saberse que un creador de Uruguay está condicionado por su empobrecida industria cultural. Leyendo Razones locas, la biografía del mítico rockero local, Eduardo Mateo, uno se entera de que determinado disco, a pesar de coincidir con su muerte, vendió 420 ejemplares. Drexler puntualiza: "Yo no me hubiera quejado de esa cifra. Mi primer disco despachó 35 ejemplares; el segundo, 100. Años después llegarían a disco de oro, pero al inicio, mi trabajo como médico subvencionó mi vocación de artista: para sacar esos discos debí invertir unos 3.000 dólares, dinero que ganaba poniendo inyecciones".

Viene Drexler de padres médicos y en su familia abunda esa profesión. "Pero es gente muy musical. Mi padre adoraba grupos extravagantes como los Comedian Harmonists berlineses, y llevó a casa los discos de los Beatles. Por parte de mi madre, sonaba lo folclórico y la canción politizada, Daniel Viglietti era amigo de la familia. Una gran mezcla". Drexler llegó a España en 1995, empujado por un Joaquín Sabina que se quedó maravillado al escucharle. "Seguí su consejo de forma un poco irracional, yo vivía allí muy bien. Me vine por un mes y ya ves". ¿Cumplió Sabina con sus promesas de ayuda? "Sí, me sacó a cantar y me presentó a mucha gente, digamos que me evitó el patearme el circuito de cantautores como un novato. Pero Joaquín es intermitente como amigo, no intentes que te encauce la vida. Fue Víctor Manuel quien me explicó las claves del negocio en España. Yo no sabía nada: hasta el último día en Uruguay, alternaba la medicina y la guitarra".

España ha sido buena con él, aunque Drexler piensa que se trata de un país duro. "Cuidado, que no lo digo sólo yo; estoy resumiendo lo que he oído a españoles muy famosos. Se quejan de que no hay fidelidad para con los artistas. Ni siquiera se manifiesta un gran amor por la música. Por ejemplo, yo actúo mucho en televisión en el extranjero, incluso donde no se habla mi idioma, mientras que aquí jamás he hecho un especial; bueno, ni siquiera se hacen especiales de televisión con Serrat".

Esa diferencia de valoración social es algo que pasma a cualquier artista que llegue de España a tocar en Francia o Argentina: "AllÍ notas avidez de conocer músicas, más allá de compartimentos. Cuando yo termino de actuar en el Gran Rex, en Buenos Aires, pasan por el camerino figuras que serían el equivalente de Morente y Robe Iniesta [Extremoduro], algo impensable aquí. Pero igualmente agradezco que los españoles tengan suficiente confianza en sí mismos para ser generosos y claros; en el Río de la Plata somos menos sinceros, más desconfiados. Además, en mi tierra hay cierto sentido dramático de la existencia, mientras que aquí se buscan excusas para celebrar la vida, comer y beber. Hago mal en generalizar: hay regiones españolas muy abiertas a la música".



El principal trago amargo de su etapa española fue causado por esa canción que hace referencia a la herencia tricultural del país: "Yo soy un moro judío / que vive con los cristianos. / No sé qué Dios es el mío / ni cuáles son mis hermanos". "En realidad, Milonga del moro judío expresaba mi opinión respecto al conflicto árabe-israelí. Yo viví en Israel cuando mi familia huyó de la dictadura uruguaya. Pero molestó a mucha gente: a la comunidad judía de Uruguay, que me considera uno de los suyos, pero también a la ultraderecha española. Llegaron amenazas por Internet. Por cierto, que fue Sabina quien me enseñó esa cuarteta de Chicho Sánchez Ferlosio. ¡Siento mucho que Chicho no viviera para ver una canción suya vendiendo ciento y pico mil copias! Igual no le habría impresionado: era tan bohemio que ni quería su parte de los derechos de autor". Entremos ya en 12 segundos de oscuridad. ¿A qué viene tanto pudor para hablar de la persona que inspiró el disco? "Es una obra autobiográfica, pero que nadie crea que me ha ocurrido todo lo que cuento allí. Seguí un poco la pista de North, donde pienso que Elvis Costello retrata la evolución de sus afectos cuando se enamora de Diana Krall. Igualmente, yo sufría momentos duros, pero también comprendía que eso le venía bien a mi proyecto artístico, que me permitía explorar áreas más sombrías. Yo no quiero ser un cantante unidimensional, ese tipo que celebra la felicidad de estar enamorado".

Simplificando al público de Drexler, uno podría afirmar que las espectadoras aprecian sus modos sensuales y su entrega amorosa, mientras que los espectadores paladean su habilidad para musicar grandes ideas. "Nunca pretendí ser el equivalente musical de Borges, que presumía de que sólo diez personas en el mundo podían entender sus textos más eruditos. Quiero que me vean también como un intérprete, capaz de hacer canciones ajenas, como aquí High and dry [tema de Radiohead que ahora suena amilongado]. Yo escribo de lo que siento, rara vez he hecho canciones de encargo. Hablo de lo que me conmueve, y me resulta imposible reiterar lo que me funcionó antes. Nunca había tenido un proceso tan intenso y doloroso de composición. Además, en el año y medio pasado he viajado más que en toda mi vida. Primero se me ocurrían las letras, que iba apuntando en mi agenda electrónica; ellas mandaban. Una canción no es más que la secuencia genética de unos sentimientos".

El nuevo trabajo de Drexler cuenta con invitados como Kevin Johansen, Paulinho Moska, Arnaldo Antunes o Rita María. Muchos forman banda aparte con Drexler: "Sí, aunque deberíamos añadir a Vitor Ramil, Martín Buscaglia y mi hermano Daniel, que ya ha sacado tres discos. Daniel ha inventado el concepto del templadismo como respuesta rioplatense al tropicalismo brasileño, tan excesivo, tan caluroso, tan dado a la alegría indiscriminada. Nosotros preferimos una seriedad melancólica que deriva de la presencia de cuatro estaciones, que te implanta una idea de la fugacidad. También nos inspira la pampa, esa planicie ondulada que se parece mucho a nuestra música. Lo del templadismo es un chiste que nos da mucho juego. Somos colegas y nos gusta juntarnos para tocar".

En el disco aparece también la voz susurrante de Leonor Watling en El otro engranaje, un himno al secreto imperio de la libido: "Y bajo los congresos, las giras, rodajes, / las ferias agrícolas y las convenciones, / gira inexorable el otro engranaje, / la noria invisible de las transgresiones". La actriz y cantante de Marlango parece ser la catalizadora de la crisis retratada en 12 segundos de oscuridad, pero Drexler ni confirma ni niega: "Nada saldrá de mi boca. ¿Cómo dicen en las películas? Me atengo a la Quinta Enmienda, alguien no debe testificar cuando puede incriminarse".

Es una postura quizá comprensible, pero poco práctica: 12 segundos de oscuridad resulta transparente. Se encadenan las justificaciones (La vida es más compleja de lo que parece, El fuego y el combustible) con las confesiones del recién enamorado (Transoceánica, Inoportuna, Quienquiera que seas), sin olvidar los mensajes desde el dolor (Hermana duda, Soledad). Hay un aviso sobre La infidelidad en la era informática y un mensaje de consuelo para la ex, Sanar. La ex de Drexler se llama Ana Laan, excelente vocalista que lanzó el disco Orégano en 2004 y también grabó bajo el personaje de Rita Calypso para el sofisticado sello Siesta. El nombre de Ana ya no está presente en los créditos; sí figura el del hijo de ambos, Pablo, que cede su vocéenla a Disneylandia.

Insiste Drexler en que, fuera de su faceta profesional, nunca ha cultivado la crónica íntima, "ni siquiera escribo un blog". El disco funciona como diario de un periodo en que aprendí a relacionarme con la soledad. Fue en Cabo Polonio, en Uruguay. Alquilé un rancho sin electricidad y me refugié a componer. Un lugar muy salvaje: no puedes recorrer en coche los últimos siete kilómetros. El título hace referencia al faro, donde la luz tiene un ciclo de 12 segundos. Para moverte allí de noche, debes guiarte por el faro y parar cuando te toca oscuridad. Así que el título es la alegoría de ese momento duro de mi vida, entre dos luces. Pero incluso la oscuridad te da información importante: los 12 segundos de Cabo Polonio lo diferencian del faro más cercano, que tiene un ciclo de 36 segundos. Allí apliqué eso de que puedes sacar enseñanzas esenciales de los momentos bajos de tu vida, cuando estás literalmente solo. Como dice Caetano, 'nunca el mero acto de escribir una canción fue tan desesperadamente necesario".

En '12 segundos de oscuridad' hay terapia, claro: "Ha sido un año muy lindo y muy complicado. Lo de separarse e intentar formar una nueva pareja son procesos dinámicos: aunque quisiera, no podría explicarte mi situación. Ni siquiera es un caso único, todo lo contrario. La idea del deseo como fuerza motriz del universo es algo que asumí desde chico. Nos creemos complicados, pero somos muy simples en las motivaciones. Más que con Freud o Jung, yo me quedo con Desmond Morris y su visión zoológica del ser humano, la importancia de la territorialidad y el apareamiento".

A lo largo de la conversación, Drexler ha controlado las llamadas a su móvil: está pendiente de recoger a su hijo. "Lo que me ha pasado es demasiado doloroso. No puedo frivolizar. A los que estamos en estos oficios nos gusta envolvernos en misterio, generar incógnitas. Eso no se aplica en mi caso. Yo creo que tomar el metro y hacer vida normal es un derecho, un privilegio que no pierdes por haber ganado un Oscar o cambiar de pareja". •


El Pais Semanal Número 1.564. Domingo 17 de septiembre de 2006