martes, 9 de enero de 2018

Donde el rock aún domina

Hay una lista anual de ventas en la que The Beatles todavía son los reyes

DIEGO A. MANRIQUE
8 ENE 2018


Tienda de discos en Los Ángeles.

Por estas fechas, buscando tendencias, devoro las 20 listas anuales de éxitos que publica la revista Billboard. Se refieren a Estados Unidos, claro, pero salen a principios de enero y, atención, suelen incluir cifras. En España, Promusicae hace lo mismo, pero con semanas de retraso, a menor escala —cinco categorías— y sin proporcionar cantidades exactas; rodeadas de secretismo, no apostaría por su fiabilidad.


También tengo mis reservas con la actual metodología de Billboard, denominada multimétrica: suman ventas físicas más descargas (diez de estas, aunque sean de la misma canción, equivalen a un álbum) y streaming (aquí, 1.500 escuchas son computadas como un álbum despachado).

Pero hay una lista que sigue el esquema clásico: la del comercio de discos-objeto, los vinilos. Según Billboard, su venta ha subido un 9 % con respecto a 2016. El top ten del vinilo en 2017 luce asombroso:


1. The Beatles: Sgt. Pepper’s (72.000 ejemplares).

2. The Beatles: Abbey Road (66.000).

3. Banda sonora: Guardianes de la galaxia: awesome mix Vol. 1 (62.000).

4. Ed Sheeran: Divide (62.000).

5. Amy Winehouse: Back to black (58.000).

6. Prince and The Revolution: Purple Rain (58.000).

7. Bob Marley and The Wailers: Legend (56.000).

8. Pink Floyd: Dark Side of The Moon (54.000).

9. Banda sonora: LaLa Land (49.000).

10. Michael Jackson: Thriller (49.000).

¿Observaciones? El único disco editado en 2017 es el de Ed Sheeran; puede que el comprador de vinilo reserve su inversión (entre 20 y 30 dólares) para discos de probada durabilidad. Son piezas aptas para regalos: registran sus máximas ventas en el último trimestre. Las cifras de ventas, relativamente uniformes, sugieren que el parque de tocadiscos todavía es reducido.

¿Hay un elemento de nostalgia? Posiblemente: el disco de Guardianes de la galaxia ofrece canciones de los sesenta/setenta y se presenta como una mixtape, aquellas casetes que grabábamos para alguna persona especial; con todo, no pasa de una anécdota de mercadotecnia. Quizás estemos perdiendo de vista lo esencial: el ecléctico modo en que hoy consumimos música.

Obviamente, la industria reserva su músculo para el lanzamiento de artistas juveniles, capaces de generar escándalos y espectáculo visual, carnaza para los medios generalistas, motivación para un público tierno, dispuesto a movilizarse y defender sus preferencias. De esa cosecha estridente van a salir las figuras con capacidad para acomodarse en la cima, como Taylor Swift, Bruno Mars, Rihanna.

Sin embargo, estas Últimas Sensaciones no monopolizan el mercado. En todos los productos (álbumes físicos y digitales, temas sueltos, streaming), los títulos de Actualidad son superados por lo que Billboard llama Catálogo, grabaciones con más de 18 meses.

Antes de la era digital, en tiempos de las tiendas de discos, la oferta estaba limitada por el espacio (y también por las artimañas comerciales de las discográficas). Hoy, cualquier buscador avispado tiene acceso a más de cien años de música grabada.

La fonoteca universal provoca esas peculiaridades: para algunos millennials, son tan antiguos y/o modernos los Beatles como One Direction; el repertorio de Daddy Yankee palidece ante Bob Marley; incluso una banda tan opaca como Pink Floyd resulta más accesible que Radiohead. Eliminada la dimensión histórica, ya no hay pasado ni futuro: todo es presente.

El Pais

domingo, 7 de enero de 2018

Janis,la gran transgresora

 LA LEYENDA. En sólo 27 años se convirtió en una leyenda. En vida grabó tres discos. Ahora tiene 24.




FOTOGRAFÍA: CORVIS

Janis Joplin: uno de los grandes iconos del rock y la rebeldía 'hippy'. Pero tras aquella diosa de los excesos, consumida por el alcohol y la heroína, latían algunos complejos que hasta ella, tan desinhibida, trataba de ocultar. Un nuevo libro explora su amarga realidad. Por Diego A. Manrique.

Cada cierto tiempo, los cronistas del mundo del cine resucitan el asunto Janis Joplin: dos o más producciones aspiran a convertirse en el bio-pic definitivo, la película biográfica que cuente la truculenta ascensión de la chica tejana que tomó por asalto el mundo del rock y se consumió con igual velocidad. No importa que ya haya una aceptable versión del mito Janis -La Rosa, de 1979-, puesto que ésta ocultaba su modelo de inspiración por cuestiones legales. Hollywood sabe que el público quiere ahora la historia completa, con sus días fuertes, su promiscuidad bisexual, su contracultura en ebullición, sus estrellas canonizadas.

Janis, que en vida sólo publicó tres elepés, protagoniza ahora dos docenas de cedes. La industria editorial también sabe que la Joplin vende: regularmente, salen libros con fotos y biografías más o menos serias. Todo vale, desde la exhibición impúdica de una amante yonqui, Peggy Casería, hasta el recuerdo respetuoso de su hermana menor, Laura Joplin. El libro más reciente es Las cicatrices del dulce paraíso: vida y época de Janis Joplin, de Alice Echols, que ahora se traduce al español. La autora se beneficia de la amplísima documentación que existe sobre la cantante y busca situar a Janis en el contexto de los turbulentos años sesenta.

Echols es una escritora feminista sin vínculos emocionales con la década prodigiosa que se ha tomado el trabajo de revisar todos y cada uno de los hechos comúnmente aceptados sobre Janis. Resulta especialmente receptiva en lo que se refiere a su familia y a Port Arthur, el rincón de Tejas en que nació el 19 de enero de 1943. Era entonces, como reconoció una revista económica, una de "las 10 ciudades más feas del mundo", pero sus habitantes vivían prósperamente, gracias a la implantación sindical en la industria petrolera, y contaba con un espléndido sistema educativo.

Todo esto, es cierto, no garantizaba la felicidad a una muchacha que lucía y se comportaba diferente, que sufría la desaprobación de su madre, no compensada por la tolerancia distante del padre. La primera parte de Las cicatrices del dulce paraíso se podría titular La forja de una rebelde y no es un retrato complaciente. Echols opina que la criatura mítica que conocemos como Janis Joplin fue creada por Janis desde su adolescencia: "La criatura le daba una especie de control, pues podía decir que no era a ella a quien rechazaban, sino a esa que se había inventado, por su manera de beber o de maldecir o de parecer basta. Quizá pensara que mientras esa fachada construida con tanto esmero recibía los golpes, su verdadero yo permanecía intacto. Además, con el personaje de la chavala osada llamaba mucho la atención, aunque ésta fuera negativa".


CON SU FAMILIA.
No tuvo una adolescencia fácil. En el periódico estudiantil fue candidata al título de "el hombre más feo del campus". A la izquierda, con 14 años. Arriba, con su familia, de la que a veces de avergonzaba, en Port Arthur (Tejas), en la Navidad de 1967. Janis tenía 24 años. A la derecha, con Chet Helms, el líder del grupo en el que cantó, Big Brother.

En realidad, Janis contó con el apoyo de su familia en sus diferentes fugas de Port Arthur. Se empapó de cultura beat en la Universidad de Austin, donde pisó los escenarios de los folk clubs, y finalmente disfrutó de la promiscuidad salvaje que se le atribuía en su ciudad natal. Pero tampoco pasó inadvertida: sus modos fueron castigados en el periódico estudiantil, cuando su nombre apareció entre la lista de candidatos al "hombre más feo del campus". Hubo luego temporadas en Los Ángeles y Nueva York, aparte de una desastrosa estancia en San Francisco, donde robaba en supermercados, mendigó, vendió drogas y -esto es más dudoso- se prostituyó. Todo aceptado voluntariamente: "Vivir al límite, beber y drogarse no sólo era en general una parte integral de la vida del artista, sino que, tal como Janis lo veía, era un paso necesario para convertirse en una genuina cantante de blues". En sus momentos de depresión se lamentaba de haber crecido en un hogar de clase media.

Volvió al redil familiar por voluntad propia, un espectro de cuarenta kilos, consumida por las anfetaminas y la heroína. Y tal vez se hubiera quedado definitivamente en Tejas, una aspirante a maestra con una mente entablillada por sesiones de psicoterapia, de no ser por la llamada de San Francisco. En Prisco estaba ocurriendo una prodigiosa mutación: los sedimentos beat habían florecido en el movimiento hippy, potenciado por una sustancia entonces legal, el LSD (que, por cierto, nunca fue favorita de Janis). Se necesitaba música sensorialmente estimulante, y los chicos
del folk, inspirados por The Beatles y el Dylan eléctrico, desarrollaron lo que se llamó acid rock. Uno de aquellos grupos, Big Brother and the Holding Company, comprobó que necesitaba una cantante y se pensó en Janis. Corría 1966.

Así fue como se encontró en el centro de la revolución del hippismo, en la ciudad que al año siguiente atraería a todos los reporteros y los cazatalentos. Y al frente de un grupo hirsuto que, incluso para los exiguos niveles de exigencia musical del momento, era particularmente chapucero. Janis, que podía recurrir a una voz dulce o desgañifarse hasta el infinito, optó por el segundo estilo para atravesar el huracán decibélico. Enternece comprobar que Janis, finalmente aceptada en un medio que aplaudía la experimentación sexual y la embriaguez de todo género, no rompió el vínculo con Port Arthur: "Las cartas a sus padres revelan un pragmatismo que no coincide con su personaje de chica beatnik dedicada al canto por casualidad. Expresa su preocupación por la clase de música que debería cantar, pero referida más al aspecto estratégico que al estético, pues se pregunta qué será más vendible, si el blues o el rock. También manifiesta su deseo de tener un traje de lame dorado, distinto de la ropa de calle que tanto ella como los demás vestían en el escenario".

El Festival de Monterrey, en junio de 1967, fue la plataforma para Janis. Su banda estuvo inspirada, y ella, tan desinhibida como siempre. Salieron de allí con un manager de peso, Albert Grossman, que desempeñaba las mismas funciones para Bob Dylan. Y con un contrato de grabación ofrecido por CBS, potente empresa que incluso adquirió un disco anterior que los novatos músicos habían hecho con un caradura que se aprovechó de su inocencia. El espíritu de San Francisco pronto iba a chocar con las exigencias del negocio musical de Nueva York. A pesar de las promesas hechas a Grossman, la heroína siguió presente. Además, el caótico sonido de la banda no era convertible en canciones vendibles. Se optó entonces por grabar un disco en directo, que también resultó un fracaso. Cheap thrills, el elepé que presentó a Janis Joplin al mundo, no era el disco "uve in San Francisco" que anunciaba su portada, sino, con la excepción de Ball and chain, un collage de centenares de tomas hechas en un estudio neoyorquino al que se añadió ambiente de público. Los técnicos de CBS advirtieron algo que contrastaba con la leyenda de Janis como artista temperamental: una vez que dominaba una canción, su interpretación no variaba por muchas versiones que grabara. Una hazaña imposible para sus compañeros.


EN SU AMBIENTE. Se forjó una imagen) un nombre, un personaje. A la izquierda, en 1967, con 24 años, posa como la primera 'pin-up' hippy. Arriba, en su psicodélica casa de Larkspur (California), en 1970. Poco después murió de una sobredosis.

El éxito de 'Cheap thrills' aceleró las fuerzas centrífugas que separarían a Janis de Big Brother en 1968. No fue un gran trauma para la cantante, que ya había adquirido abundante autoestima: "Como casi todas las chicas, siempre me pregunto si estaré gorda, si tendré las piernas largas, si mi cuerpo tendrá una forma rara, pero cuando me subo al escenario, ¡hombre!, ni siquiera me acuerdo de todo eso: me siento hermosa". Su descripción de sus conciertos como "un orgasmo" hizo fortuna. Se supo deseada y no desaprovechó oportunidades: sus encuentros amorosos con cantantes o deportistas eran filtrados a Rolling Stone y medios similares, aunque nunca presumió del único que quedaría inmortalizado: el que la juntó con Leonard Cohen en el Chelsea Hotel y que daría lugar a la melancólica canción homónima.

El patito feo sabía conseguir lo que deseaba. Consumidora habitual de Southern Comfort, hizo que se enviara a la empresa licorera todos los recortes de prensa en que se mencionaba ese detalle; con caballerosidad sureña, le enviaron un cheque por 2.500 dólares que rápidamente convirtió en un abrigo de lince, una de sus posesiones más preciadas: "¡Fue mi mejor timo! ¿Te imaginas que te paguen por pasarte dos años borracha perdida?". Ahora, cuando hemos visto cómo el alma del rock es alquilada a todo tipo de patrocinadores, sabemos que su precio fue muy barato.

La reaparición de Janis como solista no resultó un triunfo artístico. Invitada a un concierto navideño de Stax, el más productivo sello de soul sureño, comprobó que su histrionismo no impresionaba a un público mayoritariamente negro. El disco que sacó en 1969, I got dem ol' kozmic blues again, mama, tampoco convenció: demasiada prisa en formar una banda con sección de metal, otro productor que no estaba en sintonía con las particularidades del proyecto, un exceso de drogas. Y las dudas sobre su arte, las inseguridades personales, a veces expresadas con franqueza ante periodistas: "Si supieran algo de mí, entenderían que no soy una estrella. Soy una chica de mediana edad con un problema de alcoholismo y, hombre, una bocazas. Yo nunca seré una estrella como Jimi Hendrix o Bob Dylan. Y sé por qué... porque digo la verdad. Si la gente quiere saber quién soy, me lo pregunta y yo se lo digo".

Su sinceridad llegaba hasta cierto punto. Encubría su adicción a la heroína con la exhibición de su gusto por el alcohol, al igual que minimizaba sus relaciones lésbicas presentándose públicamente como una comehombres insaciable.

Ella, como todos sus compañeros de generación, estaba abierta a todo, pero no había conciencia de los peligros ni una ideología de la permisividad claramente articulada. Janis disfrutaba de las prerrogativas del estrellato sin plantearse las incongruencias: en Woodstock se saltó las colas ante los pocos retretes disponibles para, en compañía de su novia, "chutarse entre pilas de mierda". Una escapada de incógnito a Río de Janeiro, para alejarse del caballo, fue interrumpida para dar una rueda de prensa y anunciar que había encontrado allí al hombre de su vida. Era un guapo o idealista estudiante de Cincinnati que, a la vuelta a EE UU, huyó espantado al conocer el estilo de vida habitual de Janis y su infinita capacidad para atraer gorrones y buitres.
Hubo intentos de reconciliación con su familia. Una visita de los Joplin a San Francisco en pleno Verano del Amor resultó particularmente desastrosa. Aunque no tan hiriente como el retorno a Port Arthur para acudir a una reunión de ex alumnos de su instituto. Unos días antes, en el show televisivo de Dick Cavett, explicó a la nación: "Se rieron de mí hasta hacerme abandonar las clases, el pueblo e incluso el Estado". La vuelta triunfal de la hija descarriada se transformó en un periplo patético: los padres abandonaron su casa al ver la compañía que traía, la conferencia de prensa resultó una con-esión pública de vulnerabilidad y terminó pegándose con uno de sus héroes, el irascible pianista Jerry Lee Lewis.

El final fue tan absurdo como injusto: Alice Echols lo pone en evidencia al repasar lo que ha sido de los compañeros de juerga de Janis y comprobar que casi todos sobreviven más o menos intactos. Janis había puesto a punto una banda sólida, con la que estaba perfilando lo que sería su disco más compacto, Pearl. El 4 de octubre de 1970 se retiró a su habitación de hotel en Los Ángeles. Esperaba esa noche a Seth Morgan, su impresentable último novio, y a Peggy Casserta, compañera de cama y jeringuilla. La fiesta para tres no se materializó: ambos encontraron otros planes más apetecibles. Janis se inyectó sola y aún tuvo fuerzas para ir a recepción y comprar tabaco. Se derrumbó en su habitación con la vuelta de los cigarrillos en la mano. Acababa de llegar a California, vía Vietnam, una partida de heroína de alta pureza, y, a diferencia de otras ocasiones, Janis no tenía al lado a alguien que supiera enfrentarse a una sobredosis. Los días siguientes, los camellos de la zona hicieron buen negocio con una coletilla infame: "Esta heroína es superior, es la misma que mató a Janis Joplin". •

La versión española de 'Las cicatrices del dulce paraíso: vida y época de Janis
Joplin' (Circe Ediciones) 


El Pais Semanal Nº 1.316. Domingo 16 de diciembre de 2001