lunes, 29 de julio de 2019

El caso Caligari

Grandes protagonistas de los ochenta, fueron laminados en la siguiente década. Su agria ruptura complica el reconocimiento de sus méritos

DIEGO A. MANRIQUE
29 JUL 2019

Gabinete Caligari, en una imagen de promoción de 1998.

Puede que se hayan enterado de la publicación de Solo se vive una vez (Warner Music). Un recopilatorio que cubre todo el recorrido vital de Gabinete Caligari, de 1981 a 1999. La novedad: este doble por vez primera reúne temas editados por las cuatro discográficas que contaron con los servicios del grupo. Una antología muy cuidada en lo visual, pero musicalmente flaca: había espacio para meter, digamos, 15 canciones más y ofrecer un retrato realmente poliédrico.

Un fallo, ya que Gabinete era la genuina banda mutante, en constante transformación estética. En Solo se vive una vez apenas hay rastros de su etapa siniestra, de dramas bélicos y relaciones tortuosas. Cierto que aquellos discos no tienen producciones modélicas y eso les debe de provocar rubor: la versión aquí incluida de Golpes no es la original; se trata de una grabación hecha en Londres a principios de los noventa.


Aprendieron rápido. Sacaron gran beneficio de sus colaboradores, en disco y en directo: Teresa Verdera, Jesús N. Gómez, Ulises Montero, Francis García, el histórico Esteban Hirschfeld (que no salía en las fotos, pero ejerció de cuarto miembro del grupo a partir de 1987, firmando como coautor en todos los temas). Ellos aportaron consistencia sonora a la mayor pirueta de Gabinete: la recuperación del estereotipo del madrileño arrogante, aficionado a los toros, defensor de las apariencias, indiferente a los revolcones del amor.

También decidieron facturar éxitos masivos, aprovechando que tenían las puertas abiertas de las radiofórmulas. Jugando con la caja de ritmos, hallaron la tarantela de El calor del amor en un bar o el chachachá de La culpa fue del ídem. Temas que terminaron resultando odiosos, pero que tenían mayor relación con sus personajes públicos que la calculada Camino Soria.

Simultáneamente, hubo un desplazamiento hacia un clasicismo british, con piezas sublimes del calibre de Cuatro rosas, Saravá, Lo mejor de ti, La sangre de tu tristeza y la canción que da título a la presente selección. Supieron incorporar el swing, el soul o el Dylan de 1965.

Que conste que sus flores también llevaban veneno. La radiante celebración de Suite nupcial hace hueco para el rencor: "Y nos reímos de todos nuestros ex". Canción del pollino vitupera ásperamente a cierto tipo de hincha futbolero: “Somos los que no saben, no contestan/ con excepción del uno-equis-dos”. Gabinete detectaba que, una vez raspada la fina capa de modernidad, gran parte de España seguía siendo tan mostrenca como en los tiempos de Franco.

Con todo, y aun asumiendo la ingratitud esencial del país, todavía asombra la enormidad de la caída en desgracia de Gabinete. Sufrieron una saturación, a la que no ayudó su alianza publicitaria con Pepsi-Cola. Hizo mucho daño la parodia de Martes y 13, tan certera como intelectualmente grosera. Y supongo que ellos también perdieron el mapa, aunque siempre colaban intrigantes experimentos en sus discos. En las canciones aquí incluidas, parece que –según avanzaban los noventa- prescindieron de filtros de calidad. Queridos camaradas (1991) era un engolado lamento por el derrumbe de la URSS con, uh, ritmo reggae y un chiste digno de Millán Salcedo: una voz rusa que parece decir "catacraski". Underground rezuma impotencia en lo que quizás plantearon como una crítica a la escena indie. Hasta el típico ataque a una chica pija que es Un petardo en el culo resulta irritante en su misoginia de perdonavidas.

Nadie está preparado para superar semejante experiencia: pasar de la cumbre al desprecio. Jaime Urrutia liquidó Gabinete Caligari en 1999, con la oposición de sus compañeros, Ferni Presas y Edi Clavo; no se tratan desde entonces. Edi se ha postulado como cronista de Gabinete pero, obvio, peca de prudente. Nos toca a nosotros contabilizar sus luces y sombras.


El Pais


lunes, 15 de julio de 2019

Canciones que derriban muros


The Social Power of Music, un voluminoso libro con cuatro CD, explora la rica tradición de canciones políticas, religiosas y festivas que crean comunidad. Realizado en Washington, no se limita a Estados Unidos


POR DIEGO A. MANRIQUE
Es una de esas bonitas paradojas que nos hacen envidiar la robusta cultura política de Estados Unidos. En plena era de Trump, lo más parecido a una discográfica oficial que tiene aquella república ha publicado un formidable combo de libro con cuatro discos donde dominan las canciones izquierdistas, por decirlo de manera simple. También abundan los temas interpretados en español; un mariachi se apropia incluso de San Antonio rose, clásico del Western swing. Más aún, se incluye a un almuédano con su adhan, la llamada a la oración hecha desde la mezquita, aparte de un fragmento de un zkir sufí.

La discográfica en cuestión es Smithsonian Folkways Recordings, una rama de la Smithsonian Institution, red de museos y centros de investigación; dos tercios de su presupuesto son cubiertos por el Gobierno federal. Desde 1988, la Smithsonian ha ido adquiriendo los catálogos de Folkways, Paredón, Arhoolie y otros sellos minoritarios creados al calor del folk revival o de obsesiones particulares (tras las sesiones para la banda sonora de Apocalypse Now, Mickey ííart, baterista de Grateful Dead, dedicó energía y dinero a grabaciones de campo y rescates de músicas olvidadas). Smithsonian Folkways controla unas 60.000 grabaciones, un número que crece con puntuales producciones propias. El compromiso de la Smithsonian con aquellos disqueros visionarios no se limitó a la conservación de los másteres: exige también que sean comercializados. Eso significa que Pete Seeger (condenado durante la caza de brujas), Woody Guthrie (trovador de hábitos disolutos) o Lead Belly (homicida) hoy sean técnicamente artistas patrocinados por el Tío Sam.

Con su inmenso archivo y su acceso a los fondos fotográficos de la Biblioteca del Congreso, The Social Power of Music parece tanto una exhibición de músculo editorial como un desafío al trumpismo. Aparecen varias canciones dedicadas al drama de la emigración, incluyendo 'Deportees', la reflexión de Woody Guthrie sobre el accidente del avión DC-3 que, en 1948, devolvía a 28 braceros mexicanos a su país; la indignación de Guthrie derivaba de que fueron despreciados, tanto en vida como tras su muerte.



Resulta un acierto de The Social Power of Music que dos de sus discos no contengan canciones de protesta, estrictamente hablando. Social Songs and Gatherings indaga en el papel de la música como argamasa de comunidades, desde las canciones infantiles a los cánticos de los indios chipewa, pasando por aires de bodas, funerales, carnavales y —naturalmente— los ritmos de juerga de cualquier noche de sábado capaz de sobrevivir a la apisonadora de la globalización. O de pactar con los sonidos invasores: los Sam Brothers 5 son una banda de zydeco que toca un éxito de Chic ¡con acordeón y tabla de lavar!

Tal vez necesite más explicaciones el disco dedicado al sacred sounds. Tras algunos excesos puritanos, Estados Unidos se fundó sobre la idea entonces radical de la libertad religiosa (de ahí, anomalías como que el consumo de peyote sea perfectamente legal en los rituales de la Native American Church). Se sabe que las iglesias tuvieron un papel primordial en la lucha contra la esclavitud y, más recientemente, en la implantación de los derechos civiles para la minoría afroamericana: los himnos sobre la redención funcionaban como palancas contra la opresión. Judíos, musulmanes, budistas o navajos contribuyen a enriquecer este apartado.

En el primer disco de la antología, Songs of Struggle, hallamos los ecos de épicas batallas sindicales.


De izquierda a derecha, Guy Carawan, Fannie Lou Hamer, Bernice Johnson Reagon y Len Chandler interpretan canciones sobre los derechos civiles en el Festival de Folk de Newport en 1965. DIANA DAVIES

Joe Hill, agitador de los Industrial Workers of World que fue fusilado en 1915, enfatizó el uso de canciones, las suyas y las de sus correligionarios: "Un panfleto, por muy bueno que sea, nunca se lee más de una vez, mientras que una canción se aprende y se repite una y otra vez, (...) si una persona puede colocar unos cuantos datos de sentido común en una canción, vestidos con una capa de humor para quitar seriedad, puede lograr enseñar a un gran número de obreros indiferentes a panfletos o textos de ciencia económica".
 
Destacan gigantes como Pete Seeger y Woody Guthrie, cantando en solitario y unidos brevemente en los Almanac Singers, un producto de las alianzas frentepopulistas. Bob Dylan está representado por su canción más universal, 'Blowin' in the Wind' aquí interpretada por los New World Singers de Happy Traum y compañía. Los compiladores dan espacio a los movimientos de puertorriqueños y
chicanos: los trabajadores agrícolas de César Chávez convirtieron en bandera una canción aparentemente inofensiva como 'De colores'. Las feministas incorporaron exigencias que hoy mismo tienen plena validez, como 'Reclaim the Night', vibrante interpretación a cappella de Peggy Seeger en 1976.

El cuarto CD, Global Movements, amplía el foco a grandes conflictos del siglo XX (e incluso anteriores, con esa evocación de la Comuna de 1871 que es 'Le temps des cerises',    IB aquí recreada por Yves Montand). Comienza recordando la Guerra Civil Española con 'Viva la Quince Brigada', en versión de Pete Seeger, y continúa con una lectura coral de 'Bella ciao': el canto al unísono genera sentimientos de fuerza y unidad. Se reflejan las batallas contra el colonialismo, el apartheid y las dictaduras implantadas con la complicidad de Washington.

El texto de presentación resalta la influencia continental de la Nueva Canción Chilena. Aunque el pueblo es soberano y puede elegir de forma instintiva: 'Do You Hear the People Sing?', del musical Les miserables, se ha cantado en innumerables manifestaciones, desde Turquía hasta Corea del Sur. Pero también Trump lo parodió en su campaña presidencial: en las guerras culturales, todo mensaje puede adquirir doble filo.


El Pais. Babelia. Nº 1442. Sabado 13 de julio de 2019



domingo, 7 de julio de 2019

João Gilberto, el genio perfeccionista

Digno y testarudo, jamás pidió una retribuición por ser el artífice de aquella música que colocó a Brasil en la primera división del mundo

DIEGO A. MANRIQUE
7 JUL 2019

Gilberto, en un concierto en 2008 en Sao Paulo. MARCO HERMES AFP

Tendemos a caracterizar los años sesenta como la década de los Beatles. Sin embargo, se suele olvidar que también fue el periodo en que una sinuosa música brasileña sedujo al mundo entero. Funcionaba por diferentes circuitos y generalmente tenía otro público pero la bossa nova también revolucionó el planeta. Y al frente estaba Joâo Gilberto.

Contó con cómplices de primer nivel, como el compositor Antonio Carlos Jobim o el poeta Vinicius de Moraes, pero ellos mismos reconocían que aquel chaval huraño de Bahía había domesticado el alborotado samba con la batida de su guitarra, su concepto armónico y su sigilosa manera de cantar. Mínimos recursos que encajaban mágicamente con la pobreza de los sistemas de amplificación y las técnicas de grabación en el Brasil de finales de los 50. Fue un deslumbramiento compartido por sus compañeros de generación y amplificado por los jazzmen estadounidenses que visitaban Rio de Janeiro o escuchaban sus discos.

Y llegó la Garota de Ipanema, grabada en 1963 en Nueva York con el saxofonista Stan Getz. El productor, Creed Taylor, editó la interpretación en una versión recortada que daba protagonismo a la esposa de Joâo, Astrud Gilberto. Un éxito monumental que despertó los recelos de Joâo: esos gringos no sabían distinguir entre una aficionada y una profesional. La relación personal ya no funcionaba: en 1965, se casaba con la cantante Miúcha, hermana de Chico Buarque.

João Gilberto, el genio perfeccionista Muere João Gilberto, padre de la ‘bossa nova’, a los 88 años
 La vida familiar de Joâo fue tormentosa. En realidad, todo lo que le rodeaba estuvo rodeado de sospechas y equívocos. Aunque detestaba a Stan Getz, volvieron a grabar juntos e hicieron música bellísima. Durante una estancia en México, registró boleros y lo que parecía una concesión resultó un acto de amor. Pero se cimentó una imagen perversa de Gilberto: parecía que prefería trabajar fuera de Brasil, aunque él insistía en explicar que en el extranjero le valoraban más y en su país no se cumplían sus exigencias de sonido.

 Volvió finalmente a Rio en 1979 y lanzó Brasil, un disco a capricho hecho con discípulos como Caetano Veloso, Maria Bethânia y Gilberto Gil. Fue quizás su última declaración estética, antes de transformarse en un ermitaño que actuaba poco y grababa menos. Con todo, su sentido de la justicia le llevó a querellarse contra EMI, la compañía que publicó sus primeros discos (y ganó el juicio). En los últimos tiempos, se rumoreaba que estaba arruinado y enfrentado con sus hijos. Digno y testarudo, jamás pidió una retribuición por ser el artífice de aquella música que colocó a Brasil en la primera división del mundo.


El Pais