viernes, 26 de marzo de 2021

La cara B de la vieja y extraña América por Diego A. Manrique

Una idea audaz: se rescatan las canciones que acompañaban a las pizarras usadas en las cincuenta por Harry Smith para su mítica Anthology of American Folk Music. Un canon olvidado que inspiró a Bob Dylan o Joan Baez.


Varios artistas
The Harry Smith B-Sides
Dust-to-Digital

Repasando la vida de Harry Everett Smith (1923-1991), uno cree toparse con otro de aquellos gloriosos excéntricos que Joseph Mitchell retrataba para The New Yorker: un solitario que malvivía en hoteles mientras pintaba o hacía cine experimental, a la vez que acumulaba colecciones de lo más dispar, desde aviones de papel hasta discos de 78 r. p. m. También ejercía de ocultista: según el poeta Allen Ginberg, que le acogió en su casa, acumulaba en el frigorífico jarras con su semen, destinadas a un ritual de alquimia.

Visto de cerca, no era un personaje querible. Como inquilino del Chelsea Hotel, protagonizó monumentales escándalos cuando se pasaba con el alcohol o las anfetaminas. También le temían sus colegas devotos de las pizarras: podía llevarse una pieza codiciada en cuanto su propietario se despistase. Acumulaba, explicaba, para tener posibilidades de comparar y establecer jerarquías entre aquellos artistas de nombres misteriosos.

Se trataba de una obsesión personal, sin voluntad de folclorista ni vocación de permanencia. A principios de los años cincuenta, Smith se presentó  ante Moses Asch, fundador del sello Folkways, dispuesto a venderle todo o parte de su tesoro. Pero Asch tenía otra idea: le adelantó dinero para que preparara la Anthology of American Folk Music, una colección de tres elepés dobles que publicó en 1952.

Imposible imaginar, en nuestros tiempos de abundancia, lo que significó aquella recopilación: una panorámica de la expresión musical de la América profunda, desconocida fuera de su publico natural y algunos círculos herméticos de enterados, olvidada incluso por las discográficas, que habían fundido los másteres. Un canon alternativo que hipnotizó a Bob Dylan, Joan Baez, Dave Van Ronk y demás protagonistas del folk revival. Que ni siquiera sabían que muchos de los creadores reivindicados por Harry Smith estaban vivos: Clarence Ashley, la Carter Family, Mississippi John Hurt, Bacom Lamar Lunsford, Dock Boggs, Sleepy John Estes, Gus Cannon. Vivos y dispuestos a actuar ante aquellos "beatniks de ciudad".

La Anthology of American Folk Music ofrecía además manjares digeribles: a diferencia de las grabaciones de campo de los Lomax, era música concebida para ser editada comercialmente. Se buscaba la mejor toma; se registraba con profesionalidad, siguiendo las exigencias técnicas de la época (duración máxima de tres minutos por cara, ausencia de instrumentos avallasadores).

En los 70 años transcurridos, la Anthology no ha parado de transformarse. Ha sido pirateada y luego publicada legalmente en CD a través del Smithsonian. Ampliada extraoficialmente por discípulos de Smith, también he recibido homenajes multitudinarios como The Harry Smith Proyect Live, conciertos organizados por el productor Hal Willner. Y ahora se materializa algo que andaba rondando desde hace tiempo. Harry Smith había elegido 84 temas extraídos de otras tantas pizarras, lo que planteaba un interrogante: ¿qué había en la otra cara de aquellos discos? Ya se puede comprobar con The Harry Smith B-Sides, una preciosa caja con cuatro CD y un detallado libro.


Harry Smith, alrededor de 1952.

Debemos prescindir de nuestras ideas preconcebidas sobre las caras B. Las pizarras seleccionadas por Smith procedían generalmente del periodo entre 1926, cuando se implantó la llamada grabación eléctrica, y 1934, cuando la Gran Depresión hundió el mercado de discos rurales. Música cosechada por cazatalentos que, cargando con su pesado equipo, se podían acercar a rincones remotos de Estados Unidos usando la prensa local para convocar a cantantes e instrumentistas, aunque fueran aficionados. Se grababa en cualquier espacio con buena acústica y se pagaba a tanto la pieza. De vuelta en la gran ciudad, las disqueras editaban lo que consideraban que tendría acogida en las tiendas, sin caer en los hábitos que ahora conocemos, como reservar la cara B a caprichos o material de relleno.

No existían estudios de mercado ni listas de ventas: cada lanzamiento era publicitado con anuncios, donde estaba implícito el color de piel del artista. El público potencial era tan nebuloso como los músicos. Eso explica que fuera una edad de oro para la fonografía: se grababa mucha música étnica, hecha por inmigrantes de primera generación, y prosperaban las canciones en español en Texas, Arizona, California.

Esas eran categorías que no interesaban a Harry Smith, que aceptaba instrumentales, pero se deleitaba en las interpretaciones con contenido narrativo, que recogían añejas historias o las emociones desnudas de generaciones pasadas, apenas contaminadas por la influencia de medios de masas como la radio o el cine. Y eso ha presentado un enojoso dilema a los compiladores de The Harry Smith B-Sides: 3 de los 84 temas se pueden clasificar como "racistas", lo que va desde insultos casuales hasta bromas sobre linchamientos.

Lance y April Ledbetter, responsables del sello Dust-to-Digital, ya habían fabricado las cajas de The Harry Smith B-Sides cuando eclosionó el movimiento Black Lives Matter y el cuestionamiento del histórico segregacionismo estadounidense. Vecinos de Atlanta, en Georgia, no podían evitar posicionarse. Decidieron finalmente hacer un nuevo prensaje, eliminando las canciones ofensivas, con los resultados previsibles: el aplauso de músicos negros, la consternación entre estudiosos que les acusan de falsear la historia.

¿Censura o gesto político? En The Harry Smith B-Sides se especifíca que han sido omitidas por sus letras. No son canciones ocultas: circulan por la Red, a veces debido precisamente a su contenido. Cabe suponer que Smith no se escandalizaba: estaba habituado a toda la gama de los sentimientos humanos, incluidos los más odiosos. Pero su ausencia evita que el foco no se desvíe de lo esencial de The Harry Smith B-Sides: el vigor de las interpretaciones y el asombroso sonido conseguido por el equipo de Dust-to-Digital.


El Pais. Babelia Nº 1.511, sábado 7 de noviembre de 2020

domingo, 21 de marzo de 2021

"Hip hop", R&B y electrónica 2020: Rimas y ritmos en cuarentena

 Por David Broc

A diferencia de otros géneros en estado de shock, el hip hop y el R&B han aprovechado el encierro para activarse e incrementar su ritmo de trabajo: en 2020 se han publicado más álbumes, y cada vez más cortos, con el afán de acumular descargas, copar el mercado y saciar el ansia de novedades del consumidor confinado. El colectivo Griselda, con Westside Gunn, Conway, Benny the Butcher, Armani Caesar y Boldy James colgando material nuevo casi cada semana; Lil Uzi Vert, con tres discos del tirón, o Bad Bunny, con una dupla irresistible, son ejemplos ilustrativos, pero en ningún caso tan llamativos como el Jay Electronica: el rapero y productor rompía más de una década de silencio con dos títulos lanzados entre marzo y octubre. Otros milagros de la covid-19: la buena forma de la vieja, y no tan vieja, guardia -Busta Rhymes, Brandy, Nas, Ka, Freddie Gibbs, Run The Jewels-, la consolidación de promesas -Moses Summey, Chloe x Halle, Megan Thee Stallion, Burna Boy, dvsn, Lil Boy-, discos póstumos de altura -Mac Miller, Pop Smoke, Juice WRLD- y hasta un pelotazo comercial -The Weeknd-.

Sin clubes ni festivales, la escena ha apostado por una mirada interior, reflexiva y experimental que se ha traducido en una de las cosechas más atractivas de los últimos años: Arca, Beatrice Dillon, Actress, Yves Tumor, Nicolas Jaar, Pantha Du Prince, Salem o Krust han competido con unos Autechre que han vuelto a lo grande y por partida doble.

1. Jay Electronica. Act II:The Patents of Nobility (The Turn)/ A Written Testimony (Equity/Roc Nation)





2. Moses Summey. grae (JagJaguwar)



3. Bad Bunny. YHLQMDLG (Rimas Entertainment)



4. Autechre. Sign (Warp)



5. Run The Jewels. RTJ4 (Jewel Runners-BMG)




El Pais. Babelia Nº 1.517, sábado 19 de diciembre de 2020




sábado, 20 de marzo de 2021

Pop-rock nacional 2020: Variedad y mucha guitarra

 Por Fernando Navarro

Sin festivales ni grandes conciertos, la música española superó la hecatombe y el año quedó marcado por la variedad discográfica. También por el adiós de Luis Eduardo Aute y Pedro Iturralde. El Premio Nacional de las Músicas Actuales recayó en el pianista Chano Dominguez. Otro que ya lo obtuvo fue Santiago Auserón, que como Juan Perro publicó el ecléctico y bello Cantos de ultramar. De ese corte arrebatador fue Lilith de Maria Rodés, confirmada como una voz imprescindible.

Cuando parecía que las guitarras se habían jubilado, han surgido álbumes de fuerte reivindicación. Grupos como Mujeres, Biznaga, Melenas, Triángulo de Amor Bizarro y las jovencísimas Ginebras, gran revelación del año, han rescatado el gusto por las cuerdas. Mención especial para los padrinos de todos ellos: Los Enemigos veteranos que regresaron con un gran disco. En una línea más pop y en ascenso, estuvieron Sidecars y Sidonie, que se marcaron un hedonista disco. Bunbury se descolgó con dos álbumes de amplio espectro sonoro mientras que Xoel López dio un paso más e su colorida invitación al baile. Como con el ritmo pegadizo salieron bien reforzados Delaporte y Joe Crepúsculo.

De todo esto son referentes las dos grandes estrellas mediçaticas: Rosalía y C. Tangana. Ambos protagonizaron el año con canciones. Pero hay que detenerse en millennials irreverentes y personalísimos como Marcelo Criminal, Confeti de Odio y Amatria, y en jugosísimas propuestas de autor como Julia de Castro, de pop como Pablo Prisma y las Pirámides, y más rockeras como Juárez, La Trinidad, Los Estanques y Nueva Vulcano. Todo calidad.

1.Maria Rodés. Lilith (Satélite K)



2.Los Enemigos. Bestieza (Alkilo Discos)



3.Juan Perro. Cantos de Ultramar (La Huella Sonora)



4. Ginebras. Ya dormiré cuando me muera (Vanana Records)



5. Los Estanques. IV (Inbophonic Records)



El Pais. Babelia Nº 1.517, sábado 19 de diciembre de 2020

Pop-rock internacional 2020: Doce meses feos, fuertes y ...normales

 Por Xavi Sancho

Hace 12 meses, este espacio estaba ocupado por una pieza que hablaba de voces femeninas y clásicos, también de lo complicado que resulta encasillar a los artistas actuales y la forma en que lo masivo se ha valido de lo alternativo para reempaquetar su discurso, reforzar su hegemonía e incluso hacer creer a algunos que sonidos que están en todas partes, como el reguetón, son marginados. Bien, pues todo sigue igual. el pop y el rock ha decidido quedarse como estaban y configurar su discurso a partir de lo mismo. Podría escribirse esto cambiando los nombres mencionados hace 365 días. Lo que entonces eran Billie Ellish o Lana del Rey, este año son Taylor Swift o Fiona Apple. Dos discos maravillosos firmados por mujeres. Fiona entregó Fetch the Bolt Cutters, un opus descomunal, con tantas ideas como palabras, un torrente que casi ahoga al oyente. Por su parte, Taylor se hizo un poco indie, y eso hubiese sido titular si no fuera porque tanto en folklore como en su continuación, evermore, también lanzado en 2020, estaban algunas de las mejores canciones que se han editado este año. Pero Fiona y Taylor no están solas. Phoebe Bridgers, Kelly Lee Owens, Haim, Laura Marling, Róisín Murphy o Waxahatchee han lanzado obras entre lo grande y lo enorme. También han sido quienes han decidido este 2020 la forma en que había que reivindicar los ochenta. El revival de aquella década ya no es un revival, es un género en sí mismo. Dua Lipa y Miley Cyrus lo saben. Lady Gaga cree que lo sabe.

También ha sido el año del retorno de veteranos ilustres, como Bob Dylan o Bruce Springsteen. El primero lanzó un largo que sonaba increíblemente mejor de lo que su anuncio parecía sugerir. El segundo, justo lo contrario. Y como avanza el tiempo inexorablemente, gente como Jarvis Cocker o The Strokes ya casi pueden entrar en la categoría de veteranos, una liga condescendiente en la que todo se fía a las ganas de los fans. En un año con tiempo para pensar y recordar, eran muchas. Jarv Is publicó una obra magnífica a la altura de su mejor producción al frente de Pulp, mientras que The Strokes lanzaron un álbum que, al menos, tardaba más que los anteriores en mostrar que tenía poco que mostrar.

Incluso lo más nuevo del año pertenece al anterior. Sault es un grupo misterioso, misterioso -no está claro quién lo compone, no hay fotos, ni entrevistas- que lanzó dos discos en 2019 y otros dos en 2020. Mezclan pospunk, funk, disco, no wave, afropunk y activismo. Untitled (Black Is) y Untitled (Rise) son el reflejo de este 2020: un año que no sabemos de quién ha sido idea, pero seguro que no vamos a olvidar.



1. Sault. Untitled (Black Is)/ Untitled (Rise) (Forever Living Originals)


2.Fiona Apple. Fetch the Bolt Cutters (Sony)

3. Jarv Is. Beyond the Pale (Rough Trade/ Popstock!)

4.Taylor Swift. folklore (Republic Records)

5.Waxahatchee. Saint Cloud (Merge Records)


El Pais. Babelia Nº 1.517, sábado 19 de diciembre de 2020


viernes, 19 de marzo de 2021

La historia secreta de la Inglaterra negra

‘Small Axe’, el nuevo trabajo del realizador Steve McQueen, rebosa música escogida con gusto y buen criterio

DIEGO A. MANRIQUE

Madrid - 23 ENE 2021

Hay un problema tonto con Small Axe, la nueva obra del cineasta londinense Steve McQueen. Avisemos; no es la típica serie televisiva. Tampoco nos suena bien la definición de la BBC: una anthology. Técnicamente, estamos ante una pentalogía: cinco historias levemente conectadas pero unidas por la voluntad de su creador. Cinco películas que duran entre los 63 y los 128 minutos. Filmes heterogéneos: un drama de tribunales (Mangrove), un musical (Lovers Rock), una semblanza policial (Red, White and Blue), un biopic (Alex Wheatle), un melodrama social (Education).

Como protagonistas, tenemos a personajes auténticos de la minoría afrocaribeña en el Reino Unido, más algunos recuerdos del propio McQueen (Londres, 1969). Historias potentes que nunca se habían llevado a las pantallas, excepto en documentales y de refilón. Por razones obvias: reflejan el racismo blando de la sociedad de acogida, un racismo que se endurecía cuando se trataba de la policía, que recibió (o se atribuyó) la función de mantener a raya a los bulliciosos recién llegados.

Esta urgencia por rescatar unas vivencias ignoradas parece haber catalizado al realizador y a sus cómplices. Hay algo mesurablemente titánico en el esfuerzo de McQueen (¡cinco películas terminadas en plena pandemia!), que incluso ha colaborado con los principales guionistas, Courttia Newland y Alastair Siddons. Y que ha sabido transmitir su pasión a un reparto extraordinario: aparte de John Boyega (ya saben, Finn en Star wars), la mayoría de los actores nos resultan desconocidos pero se revelan formidables encarnando a los que podrían ser sus padres ¡o sus abuelos!

El título, Small Axe, hace referencia a una canción airada grabada por el productor Lee Perry con los Wailers: entre versos bíblicos, Bob Marley se presenta como el hacha pequeña que, convenientemente afilada, hasta puede derribar árboles grandes. De principio, era un aviso para los mafiosos que controlaban el negocio de la música grabada en Jamaica pero, evidentemente, su mensaje se universalizó.


Una imagen de 'Lovers Rock', la segunda entrega de 'Small Axe'.

Small Axe rebosa música, seleccionada con gusto y conocimiento. Domina el reggae, pero también hay soul, pop y mucho Jim Reeves, recordatorio de la devoción jamaicana por el country. Y calipso, como corresponde al origen de Frank Crichlow y varios de sus amigos del restaurante Mangrove, nacidos en Trinidad y Tobago. La música podía ser una vía de escape para aquellos espabilados inmigrantes: en Red, White and Blue se representa a Leee John, vocalista y miembro fundador de Imagination, trío muy popular en la España de los ochenta. Resulta que Leee era amigo de Leroy Logan, un cabezota que dejó su trabajo en un laboratorio por la profesión más detestada entre la población caribeña: policía.

El pináculo de Small Axe tal vez sea Lovers Rock, que carece de carga política y, aparentemente, de guion. En verdad, pertenece a ese subgénero del cine musical coloquialmente conocido como vamos-a-montar-un-espectáculo. Solo que aquí se trata de lo que los jamaicanos llaman un blues party: se despeja una casa para que pueda acoger a los asistentes, que pagan por entrar y por la bebida y comida que consuman. También vemos como se instala un sound system, que se ocupará de animar la fiesta.

Y no, en un blues party no se pincha blues. Se trata de otra muestra de la inventiva lingüística de los jamaicanos, que también llaman deejay al tipo que usa el micro para hablar/cantar, en preferencia sobre fondos instrumentales. Igualmente, nada hay de rock en el estilo denominado lovers rock, que podríamos denominar la rama romántica del reggae.

Era la música favorita de las jóvenes de raíces jamaicanas y McQueen se inventa un trance apoteósico, cuando termina el tema Silly games, de Janet Kay, y ellas siguen cantando, perdidas en esa extasiada promesa de amor. Una escena mágica pero, esperen, todavía no se ha resuelto. Poco después, empieza a rebotar el dub más alucinado y los hombres ocupan la pista, con bailes salvajes. Es fácil creer que estamos contemplando ese momento, excitante y aterrador, en que una fiesta se sale de madre. Hay tensión en el ambiente, pero no se desencadena la violencia previsible, gracias a la abundancia de cigarrillos de ganja y la tutela de gente templada.

Ahí decides que, efectivamente, no estamos viendo otra producción de qualité más de la BBC. Cierto que allí McQueen tiene bula. Ha colado un espeso patois jamaicano en algunas situaciones y se permite ralentizar la acción con silenciosos planos fijos, a veces enigmáticos: durante una redada efectuada por vandálicos bobbies, cae al suelo un colador que oscila durante todo un minuto.

Defiende Steve McQueen la teoría de que, una vez transcurridos cincuenta años, la memoria se desvanece y los hechos filmados se convierten en películas de época, con su carga de nostalgia y la consiguiente adjudicación automática de buenos y malos. No ocurre eso aquí: todo tiene equilibrio. La ambientación, por ejemplo, del Brixton de los ochenta resulta prodigiosa, por lo que puedo recordar de las visitas a aquel barrio: desde peinados y vestimentas a la decoración de las tiendas de discos.


Un instante de 'Alex Wheatle'.

Brixton aparece en Alex Wheatle, de principio un asunto delicado. El personaje homónimo es ahora un escritor reconocido; de hecho, formaba parte del equipo de guionistas. No hay nada heroico en la porción de su biografía que aquí se cuenta: criado como un huérfano dickensiano, sufre maltrato y aterriza en Brixton como un pardillo, al que hay que enseñar incluso a caminar con la actitud adecuada para espantar a los lobos. Con su mala pata, es detenido en lo que se conoce como “el levantamiento de Brixton”, en 1981. Condenado a prisión, tiene la fortuna de coincidir en la celda con un rastafari amable, que le invita a leer Los jacobinos negros, del historiador C. L. R. James. El primer paso para la emancipación mental.

McQueen resuelve magistralmente aquellos disturbios, precedidos por un terrorífico incendio en un blues party que causó 13 muertos, Lo hace con fotos fijas, recitados del poeta Linton Kwesi Johnson y una escenificación de los choques entre policías y manifestantes que sugiere una batalla medieval.

* Small Axe está disponible en Movistar+. Las últimas entregas se estrenan el jueves 28 de enero (Alex Wheatle) y el jueves 4 de febrero (Education).


El Pais. Sábado 23 de enero de 2021



lunes, 15 de marzo de 2021

Flamenco: Creatividad compartida

 Por Fermín Lobaton

Se trata de evolución, de hallar discursos propios y de ese tiempo, algo por lo que los artistas del cante y del toque pelean de forma desigual. Con trayectorias muy diferenciadas, las dos disciplinas comparten, sin embargo, una similar lucha creativa. Cantaores y cantaoras se esfuerzan en romper corsés, aunque ello solo se plasme en la presentación de los repertorios y en la forma de apropiarse de la tradición, con una lectura más abierta que nunca.

El granadino Antonio Campos, con Tardo antiguo, podría ser un paradigma de ello. Otro, el jerezano Ezequiel Benítez, que con Ilus3 ha culminado una ambiciosa trilogía. Y un tercero, Israel Fernández, con una obra casi conceptual, letras propias y actuales para estilos antiguos. El toledano ha producido uno de los discos más asombrosos del año, el del nonagenario Antonio El Rubio, creador de la saga que lleva su nombre.

En la guitarra, además de innovar, resulta obligado seguir sonando flamenco. De manera singularísima lo consigue lebrijano Rycardo Moreno con su el álbum Miesencia, e igualmente lo hace Dani de Morón, aunque se salga del canon estilístico para crear o recrear. Daniel Casares, por el contrario, ha ido al tuétano en su última entrega, Guitarrísimo.

En el año del regreso del flamenco a los Grammy Latinos, un guitarrista, Antonio Rey, lo ganó con un disco de título elocuente: Flamenco sin fronteras, las que nunca ha tenido Dorantes, que ensanchó el genero con La Roda del Viento.

1.Dorantes. La Roda del Viento (Flamenco Scultura)

2. Israel Fernández. Amor (Universal)

3. Rycardo Moreno. Miesencia (Karonte)

4. Antonio Campos. Tardo antiguo (La Voz Flamenca)

5.Ezequiel Benítez. Quimeras del tiempo (Trilogía). (La Bodega/ El Flamenco Vive)



El Pais. Babelia. Nº 1.517, Sábado 19 de diciembre 2020






domingo, 7 de marzo de 2021

Yacimientos de goma laca contra la singularidad

El Pais. Babelia Nº 1.528, sábado 6 de marzo de 2021


Por Carlos García Simón


El patriotismo cultural es de catetos. Esa es la opinión de Béla Bartók, al menos: "El descubrimiento de valores culturales implícitos en la poesía y la música populares fue una notable contribución al desarrollo del orgullo nacional, aun porque, al no existir en el comienzo de estas investigaciones la posibilidad de estudios comparados, cada pueblo terminaba creyendo que tales tesoros eran su exclusivo y peculiar privilegio". La fonofijación, desde su mismo comienzo, puso al servicio de la construcción de esta imagen bisoña de la singularidad grabando en miles y miles de discos de goma laca las músicas supuestamente propias de cada nación. Las grandes multinacionales discográficas y las élites burguesas de cada país vieron claramente la rentabilidad de explorar dichas músicas vernáculas, unas por dinero, las otras buscando la hegemonía. Es así como estas músicas tomaron forma y distinción más allá de lo razonable, más allá de su morfología, promulgando por decreto la propia rareza: "El flamenco es único", "el canto difónico es patrimonio del pueblo mongol", etcétera.

Varios
Excavated Shellac
Dust-to-Digital

Una cura contra esta alienación es la escucha comparada, como proponía Bártok. Y no siempre es fácil realizarla, pues, aún hoy día, los sellos que se ocupan de las músicas vernáculas las siguen vendiendo como productos exóticos e incomparables bajo el sello de la autenticidad. Afortunadamente, no es el caso de Excavated Shellac (excavatedshellac.com) un proyecto web en el que su creador, Jonathan Ward, lleva desde 2007 digitalizando y poniendo al servicio de quien le preste oído su apabullante colección de músicas vernáculas en discos de 78 rpm.

Recientemente, el meritorio sello Dust-to-Digital -que también lleva un buen montón de años en estas lides -acaba de publicar una compilación de la colección que, bajo el nombre Excavated Shellac: An Alternate History of the World´s Music, contiene más de 100 grabaciones y un libreto de 186 páginas con textos y anotaciones del mismo Ward. Y es una ocasión magnífica para llevar a cabo este tipo de escucha, dejarse confundir por un coro búlgaro que resulta ser albanés, una línea de fado que resulta ser rebético, una pianola de vodevil que resulta ser música birmana, una canción sarda que recuerda a una petenera.

¿Cómo es posible este parecido? En un primer momento, la confusión puede deberse a una mera falta de pericia, pero, si se profundiza, los parecidos subsisten. Hay una explicación esotérica que pueden ser del gusto de algunos: la de la migración mágica de los símbolos. Es la sostenida por Rudolf Wittkower. Pero se antoja más bien una forma de dar nombre a la ignorancia. Una tesis más plausible es la de que, si ha existido y sigue existiendo un incesante intercambio, cruzamientos e injertos entre las músicas vernáculas, es por una sencilla razón: por la migración, no de las almas ni tonterías similares, sino de las personas, y, más concretamente, del proletariado, la emigración, con diferencia, más masiva de la historia. Como bien estudia Michel Denning en Ruido insurgente, el trabajador, cuando emigraba, lo hacía con sus músicas. Y no solo en el recuerdo, también con sus instrumentos y - en muchas más ocasiones de las que se tiende a pensar - con sus discos y reproductores portátiles. La cosa no tiene más ciencia: contacto directo debido a las nuevas condiciones económicas.

Por su parte, Manuel de Falla, incómodo con todo esto, era capaz de escribir lo siguiente en 1916: "La horrenda guerra que padece Europa ha de servir, entre otras cosas, y sea cual fuere su resultado, para establecer las que pudiéramos llamar fronteras de razas. Estas fronteras iban desapareciendo de modo creciente y constante, y con ellas uno de los tesoros más sagrados que los pueblos deben conservar: los valores que caracterizan el arte creado por una raza". Falla no es ciego a la permeabilidad; la reconoce y, por eso la rechaza. Para él, siguiendo a Felipe Pedrell, el cante jondo, supuesto tesoro español, era también producto de una amalgama, pero lo suficientemente antigua como para declarar que su forma, como la de la misma España, ya estaba acabada y no necesitaba de ninguna mezcla más.

Puede pensarse, para salvar los muebles, que no es necesario hacerse cruces, que cuando antes se decía "raza" se quería referir a lo que ahora se entiende como "cultura", sin más, sin sustrato "racial". Afortunadamente, contundentes estudios como el que Samuel Llano realiza en su libro Notas discordantes dejan meridianamente claro que el concepto de raza que se manejaba en ese entorno era básicamente el mismo que el que más tarde se situaría tras algunas de las peores tragedias del siglo XX. Llano explica cómo el concepto se asentó en España gracias al impacto y amplia difusión (por cierto, debida al trabajo de miembros de la Institución Libre de Enseñanza) de los textos de los padres del racismo y la xenofobia moderna tout court: Cesare Lombroso, Max Nordau y sus seguidores españoles, Rafael Salillas o Constancio Bernaldo de Quirós.

La singularidad cultural nacional no aguanta la prueba de la escucha. Demasiados parecidos, demasiad poca singularidad. Si el patriotismo es una forma de alienación, de irracionalismo, el trabajo serio de proyectos como Excavated Shellac es un buen antídoto. Adorno sentencia con claridad: "Bartók, el hungaro, ha sido maltratado por su patria en el quincuagésimo aniversario de su nacimiento.

Esto podría extrañar; pues su música tiene una intención nacional en gran medida folclorista, tal como, por lo demás, gusta al fascismo político; está al margen del proceso de racionalización de la música europea. No obstante, si en su ámbito original, esta música, a pesar de su propensión político-nacionalista, y debido a ella, no halla reconocimiento, esto mismo remite a un doble sentido de lo folclorista. A saber, mientras que el folclore medio, moderado, no meramente glorifica a la patria, sino que la refuerza en su simpleza natural e inculca a los hombres, como la música popular, una esencia con vínculos orgánicos, un folclore serio y radical penetra en las profundidades del material en las que tal unidad y simpleza no persisten, sino que se desmoronan".