domingo, 26 de junio de 2022

Otro regreso de John Coltrane

El saxofonista resalta en una categoría que lo aleja del virtuosismo y lo aproxima a la figura del visionario, del místico, del chamán

El músico de jazz John Coltrane, en los años sesenta.

GAI TERRELL (REDFERNS)


ANTONIO MUÑOZ MOLINA

13 NOV 2021 

Una de esas noches heladas de febrero en Nueva York, cuando hace tanto frío que el asfalto cobra un brillo lívido de escarcha, fui a una iglesia del West Village a escuchar A Love Supreme. Era la primera vez que lo veía interpretado en vivo, por un septeto del que recuerdo que formaban parte el pianista Uri Caine y el saxo tenor Joe Lovano. En la amplitud visual y en la acústica resplandeciente de un lugar de culto se percibía mejor la cualidad de música sagrada de esa partitura que la mayor parte de nosotros solo hemos escuchado en la grabación originaria de 1964. Y más aún se advertía lo que la escucha solitaria de un disco no permite, la cualidad de experiencia simultánea y colectiva vivida por cada uno de los asistentes, y compartida también entre nosotros y los músicos, una comunión en el sentido laico o religioso del término, según las creencias de cada uno, una emoción estética y espiritual que nos unía a todos por encima de la fe o de su ausencia: esa intuición de lo sagrado que se apodera de uno cuando se ha hecho el silencio y empiezan la música, las cuatro notas del contrabajo que se corresponden con las cuatro sílabas que en un momento supremo repetirá la voz misma de John Coltrane como una oscura letanía: a love supreme, a love supreme, a love supreme, a love supreme.

Es llamativo que algunas de las músicas más radicales del descreído siglo XX las hayan escrito compositores de una religiosidad fervorosa: Falla, Stravinski, Ligeti, John Coltrane. Y si más allá de la música religiosa como género nos adentramos en la música puramente sagrada, el nombre de Coltrane resalta más aún, en una categoría que lo aleja de la maestría virtuosista y lo aproxima a la figura del visionario, del místico, del chamán. Un periodista le preguntó, en la última época de su vida, cómo se imaginaba siendo en un plazo de 10 años, y Coltrane le respondió con toda tranquilidad: “Santo”. Hijo de un pastor baptista en el sur pobre y segregado, Coltrane llegó al mundo urbano y golfo del jazz de los años cincuenta trayendo consigo todo el equipaje espléndido de la música de las iglesias negras, con su acento en la expresión y el trance colectivo y las cadencias de la oratoria bíblica. A diferencia de otros maestros de su generación, Coltrane no tuvo un comienzo precoz y fulminante. Estudiaba con la perseverancia de quien sabe que necesita esforzarse mucho para aprender lo que a otros les resulta fácil, con algo de una tosquedad campesina de la que no llegó nunca a desprenderse, y que se veía en los rasgos de su cara y en la forma de unas manos que parecían modeladas por el trabajo físico. Poseía un sentido natural del estilo, como muchos músicos de aquel tiempo, pero la sofisticación indumentaria de Miles Davis le era ajena, igual que sus propensiones mundanas, la afición de Davis a los coches de lujo y a las estrellas de cine. A Miles Davis, el dinero y la influencia de un padre acomodado le ayudaron a salir del abismo de la heroína. A John Coltrane, que también había caído desastrosamente en la heroína y el alcohol, quien lo salvó fue su propia fe religiosa, su capacidad de disciplina, el apego a su familia. Hay una leyenda idiota pero contumaz sobre los beneficios creativos de las drogas y el alcohol: el talento de John Coltrane despertó de verdad después de que pudiera librarse de aquel infame cautiverio, cuando dispuso de toda la plenitud de sus fuerzas intelectuales y físicas, volcándolas desde entonces en una música de celebración y agradecimiento, en una permanente acción de gracias cuyo ejemplo más alto es A Love Supreme. Se encerró durante una semana en el estudio de su casa de familia de clase media modesta en Long Island y cuando bajó por la escalera con la partitura en las manos parecía que bajaba del Sinaí con las tablas de la ley, contó luego su esposa, Alice, una extraordinaria pianista.

Desde hace ya mucho tiempo, la actualidad del jazz suele suceder en el pasado. Iker Seisdedos ha contado en estas páginas el hallazgo portentoso de una grabación de A Love Supreme que no se sabía que existiera, y que se hizo en directo en Seattle, en un club desaparecido hace décadas, una noche irrepetible de octubre de 1965, un tesoro oculto durante más de medio siglo que ahora relumbra en la plena luz del presente, con un grado de audacia y de desmesura que el tiempo no ha debilitado. En vez de los músicos del cuarteto habitual de Coltrane, en el club de Seattle tocaron siete: un segundo contrabajo, un saxo alto y otro tenor, nada menos que el entonces muy joven Pharoah Sanders. Los poco más de 30 minutos de la grabación original ahora son 75. Lo que se escucha es una música “excitante y peligrosa”, escribe Iker Seisdedos. La formalidad de oficio religioso en el disco de estudio se ha convertido en un desbordamiento polifónico limitado tan solo por la reiteración de los motivos esenciales de la partitura. En los servicios baptistas en los que Coltrane se educó hay un equilibrio constante entre la solemnidad y el delirio, la liturgia y el trance. En los últimos años de su vida tan breve, John Coltrane había emprendido un camino de absoluta libertad formal alimentado por la influencia de músicas no europeas que eran expresiones de mundos y búsquedas espirituales hacia los que él se sentía cada vez más atraído. Quería romper los límites estrechos de los standards de Broadway. Como había intentado Duke Ellington, y tras él Charles Mingus, Coltrane aspiraba a construir formas de una duración prolongada y orgánica, a la manera de la música clásica, y a la vez a emanciparse de la tradición europea, explorando músicas de la India, de África, de Indonesia, de las culturas nativas americanas. En aquel camino a la vez de radicalismo musical y de iluminación, Coltrane fue despojándose hasta de su propio virtuosismo, espantando a una parte del público y de la crítica. Dos de sus músicos mejores y más fieles, el pianista McCoy Tyner y el batería Elvin Jones, lo abandonaron poco tiempo después de aquellos días en Seattle. Les parecía que había llegado demasiado lejos, que se había extraviado en el desvarío y la estridencia. Ahora los escuchamos en A Love Supreme y nos damos cuenta de que ninguno de los dos volvió a tocar nunca como aquella noche.


El Pais, Babelia nº 1.564, sábado 13 de noviembre de 2021


viernes, 24 de junio de 2022

Keith Jarrett, en su plenitud

La reedición de un disco clave del pianista de jazz, que anunció su retirada en 2020 debido a un ictus, invita a una revisión de su legado como improvisador en solitario


IKER SEISDEDOS

12 FEB 2021 


Keith Jarrett, en el festival de Antibes, en 1976.

GUY LE QUERREC / MAGNUM PHOTOS / CONTACTOPHOTO

En la discografía de Keith Jarrett hay 22 entradas a piano solo, 22 hitos en un mapa único de las conexiones neuronales de uno de los músicos de jazz más influyentes del último medio siglo. La fórmula, en la que no se incluyen sus incursiones en la clásica, ha permanecido más o menos inalterable desde la primera vez (Facing You, 1971) hasta la última, Budapest Concert, grabado en la ciudad húngara en 2016, pero que vio la luz en octubre del año pasado, poco después de que, en una entrevista con The New York Times, el instrumentista estadounidense desvelara que dos ictus se habían llevado por delante su legendaria destreza con la mano izquierda.

Sería ingenuo considerar este su último disco, por más que el círculo que cierre sea perfecto; si así fuera, Jarrett se habría estrenado y se despediría de ECM, la discográfica alemana en la que ha publicado unos 80 títulos, solo ante el piano. Dada la tendencia de su sello a explotar la insaciabilidad de los fans de su artista más vendido, así como la fidelidad de Manfred Eicher, el fundador, por registrar sus recitales de piano solo (casi siempre en directo, en un par de ocasiones en estudio), es probable que la compañía tenga material almacenado.

No deja de ser irónico que ambos, Eicher y Jarrett, nacidos en 1943 y 1945, respectivamente, sufrieran sendos accidentes cerebrovasculares más o menos en la misma fecha, tras 50 años de trabajar juntos. Al músico lo dejó mudo al piano. Al productor, recuperado en parte, le estropeó la celebración de medio siglo de su empresa, prevista para 2019. También ha ralentizado el frenético ritmo de una compañía en la que casi todo pasa por él. Uno de los platos fuertes de aquella fiesta era la lujosa reedición en vinilo de Sun Bear Concerts, la piedra de toque de la pianística de Jarrett y uno de los lanzamientos que mejor resumen el espíritu de respeto por la música de ECM; una caja que en su día fue de 10 elepés (después, de seis cedés) y que contiene cinco conciertos registrados en noviembre de 1976 en una gira japonesa.


Carátulas de 'Budapest Concert', disco de Keith Jarrett publicado el año pasado, y de la caja 'Sun Bear Concerts'.

Eicher, uno de los últimos creyentes en el viejo poder de los mass media, hizo un avance, con una tirada de 350 ejemplares, que estuvo disponible a finales de 2019 exclusivamente en la tienda en línea del respetado periódico semanal alemán Die Zeit. La idea era poner en el mercado pocos meses después 2.000 unidades numeradas más. El coronavirus acabó también con ese plan y, finalmente, la suntuosa caja, réplica de la edición original, un archivador de cartón con forma de acordeón con un libreto con fotos en blanco y negro de aquellos días y una cita de Gertrude Stein por todo texto (“Piensa en tus oídos como si fueran ojos”), saldrá a la venta (a partir de 250 euros) el próximo viernes.

La música, disponible en las plataformas digitales desde 2017, año en el que ECM, siempre celosa de la calidad del sonido, cedió en su numantina resistencia a los nuevos tiempos, es extraordinaria. En estos recitales se escucha a un músico de 31 años en la plenitud de facultades y sobrado de inventiva. Los conciertos obedecían a una misma estructura, dos largas piezas improvisadas y algún bis, pero las ideas, pura improvisación, cambiaban de una noche a otra.

Abunda el lirismo de su característico toque, pero también la rabia experimental. La técnica la definió el artista como free playing. No hay nada preconcebido. Cuando se sienta en la banqueta, se limita a actuar como una suerte “médium de una fuerza superior”, que deja que la cosa fluya a través de sus manos, según su biógrafo Wolfgang Sandner (Keith Jarrett. Una biografía; Libros del Kultrum). Esa explicación irracional podría responder a la pregunta de por qué el músico ofrece su cara más áspera en la ciudad de Kioto para entregarse unos días después a una bella meditación en la de Nagoya.

Jarrett también tenía por aquel entonces confianza para regalar. Pocos músicos (y aún menos productores) se atreverían a una demostración de fuerza de esas características. Tampoco es probable que salieran indemnes de tamaño coqueteo con la megalomanía. Él tenía entonces carta blanca. El extraordinario éxito de su The Köln Concert (1975), el disco más vendido de ECM, con casi cuatro millones de ejemplares, expandió los límites de una ambición que se había revelado con el previo Solo Concerts: Bremen / Lausanne (1972). El recital de la ópera de Colonia, con un piano con el que Jarrett, paradójicamente, no se sentía cómodo, lo sacó del gueto del jazz. Sun Bear Concerts, cuya duración se aproxima más al ciclo de sonatas de un compositor romántico, lo estableció como una estrella de la música culta, capaz de vender por sí solo todas las localidades de cualquier gran teatro del mundo.

En los ochenta, Jarrett estrenó otro de sus vehículos de expresión predilectos: el Standards Trio, junto a Gary Peacock (bajo) y Jack DeJohnette (batería). Aquella aventura, tras la muerte de Peacock en septiembre, también es historia. Si la discografía de esa formación, consagrada al Gran Cancionero Americano, sirve para trazar la epopeya de una amistad, los registros de piano cuentan los altibajos de una vida: está el ímpetu juvenil del principio, la descarada confianza del apogeo (Concerts, Bregenz / München) o las dudas de la madurez, cuando, a mediados de los ochenta, Jarrett dio la impresión de avergonzarse de su torrencialidad previa y grabó un recital de piezas más cortas en Tokio (Dark Intervals, 1988).

Si Testament está tocado bajo la influencia del divorcio de su segunda mujer, el bello The Melody at Night with You (1999) lo grabó en su casa en Nueva Jersey mientras se recuperaba del síndrome de fatiga crónica que lo apartó de la vida a finales de los años noventa (quizá por eso el programa consta de 10 standards, como si otorgara poderes curativos a esa música familiar). A Multitude of An­gels (2016), serie de recitales en Italia en 1996, nos habla de cómo se sentía justo antes de esa enfermedad, aún sin diagnóstico, mientras que Radiance (registrado en 2002 en Japón, publicado en 2005) marcó un nuevo comienzo tras su vuelta a la vida, así como la pauta de su estilo tardío, más minimalista, en unos años en los que racionó sus apariciones en solitario.

Esos discos también invitan a un viaje sofisticado (y prepandémico) por los teatros y las ciudades de esa gran cultura de la Europa del último medio siglo de la que Eicher y ­Jarrett fueron guardianes antes del cambio de turno. El compositor estonio Arvo Pärt, otra estrella de ECM, comparó en cierta ocasión sus cedés con “lápidas”. Según esa lógica, los de piano solo de ­Jarrett, con sus ascéticos diseños, su escaso interés en dar explicaciones y sus textos literarios (Michael Krüger, Foster Wallace, Robert Bly…) servirían para jalonar el último descanso de una forma de entender la música: buenos presupuestos, sellos independientes con decenas de empleados y ventas físicas que justificaban todo lo anterior. En la era de Spotify, la caja que ahora ve la luz cumpliría, pues, la función de ese impresionante mausoleo de una familia pudiente que reconcilia a los visitantes del cementerio con la eternidad.


El Pais, Babelia nº 1.525, sábado 13 de febrero de 2021

La segunda vida del álbum de tributo

     













Los recientes discos de homenaje a The Velvet Underground o Metallica resucitan un subgénero que,- en realidad, nunca se fue



POR XAVI SANCHO

En la primavera de 1994 se lanzó American Recordings, un largo de Johnny Cash producido por Rick Rubin (Metallica, Beastie Boys) con el que se recuperó la figura del mito country. La leyenda caída se convirtió desde aquel momento, y hasta su muerte en 2003, en una de las figuras musicales más admiradas del planeta. Hoy es imposible hablar de regeneración de una figura musical denostada sin mencionar la operación acometida por Rubin y Cash a mediados de los noventa. Pero aquello no hubiera sido posible si, seis años antes, no se hubiese publicado otro disco del que nadie se acuerda. 'Til Things Are Brighter fue un álbum de tributo a Cash en el que un puñado de jóvenes músicos reinterpretaban los temas del autor de I Walk The Line. Estaban Michelle Shocked, Brendan Croker o Mary Mary. Tal vez por eso nadie se acuerda hoy del disco, pero lo cierto es que meses después de su lanzamiento, la hija de Johnny Cash, Roseanne, declaró en una entrevista a uno de los pocos medios que sintieron suficiente curiosidad por el lanzamiento como para publicar algo sobre él: "Fue muy bueno para mi padre. Estaba en su salsa. Entendió muy bien lo que se estaba grabando. Ese disco, sin duda, le dio nuevas energías". En el portal de compraventa Discogs se ofertan en la actualidad apenas ocho copias de ese disco. Y, al contrario de lo que tan corta oferta podría suponer, ninguna vale más de 10 euros. En fin, ni oferta ni demanda.

Lo que sucedió con ese olvidado lanzamiento de homenaje a Cash es norma en un formato, el de los discos de tributo —lanzamientos en los que varios artistas reinterpretan el cancionero de otro—, en el que aún hoy los éxitos se entienden como accidentes y los fracasos pasan inadvertidos, porque se asume que el fracaso es la norma en este negociado. A pesar de esto, nada parece disuadir a artistas, productores y sellos discográficos de seguir lanzando este tipo de álbumes al mercado. Este año está siendo especialmente prolífico en lo que a discos de este tipo se refiere. El mercado subterráneo, poblado desde hace décadas por sellos como Cleopatra Records, especializado en tributos en clave de rock industrial a artistas como Madonna, Prince o los iconos del rock industrial Ministry, sigue igual de vivo e irrelevante que siempre. En fin, que si habláramos de cualquier otra cosa, podríamos anunciar un revival. Pero en este caso es mejor, por prudencia, hablar de coincidencia.

Así, han visto la luz en los últimos meses algunos discos que, con diferentes matices, podrían incluirse en la categoría de álbumes de tributo. The Metallica Blacklist es un lanzamiento digital cuyos beneficios se destinarán a diferentes causas nobles (son 50 euros la descarga, nobleza obliga) en el que artistas como Weezer, Juanes, Miley Cyrus o Rodrigo y Gabriela versionan temas del legendario Black Álbum, de Metallica. De la docena de discos de tributo a los de San Francisco que circulan —Cleopatra Records tiene un par—, este tal vez sea el más relevante y ambicioso. Más allá de su valía musical o de lo que llegue a recaudar, podrá recordarse como el que propició un encuentro en la revista Interview entre Cyrus y el batería de la banda, Lars Ulrich. Hace tres semanas salía a la venta I´ll Be Your Mirror: A Tribute to The Velvet Underground &Nico. Coincidiendo con el estreno del documental de Todd Haynes sobre el eterno disco editado en 1967, debut de la banda liderada por Lou Reed y John Gale junto a Nico, bajo la dirección creativa de Andy Warhol, este álbum reúne a Michael Stipe, St. Vincent o Iggy Pop versionando, casi siempre con resultados notables, aquel disco con el que varias generaciones de oyentes descubrieron que les podían gustar mucho cosas muy complicadas. También de este año son otras aproximaciones más jocosas y menos fieles al formato. Desde Foo Fighters versionando a Bee Gees hasta Spanish Model, un largo en el que artistas hispanos reinterpretan temas de This Year's Model, el disco de debut de Elvis Costello, quien, por cierto, no habla ni media palabra de castellano. El álbum se enmarca en lo que ya es casi un género en sí mismo: artistas hispanohablantes adaptando temas de bandas anglosajonas. El disco Outlandos dAmericas, homenaje a Sting y The Police de músicos como Gustavo Cerati o King Changó, que convertía 'Englishman in New York' en "Venezuelan in New York', es uno de los más dislocados ejemplos.





Portadas de los discos de tributo a Cole Porter, Bee Gees,
Elton John & Bernie Tau-pin, The Velvet
 Underground, Ray Davies &The Kinks, Motorhead, The
 Carpenters, Elvis
Costello, JoaquínSabina, Metallica, Leonard Cohen y 091.

El ideólogo de I´ll Be Your Mirror
 fue Hal Willner, un productor de es
píritu aventurero que dedicó casi to
da su carrera a desarrollar este tipo
 de álbumes; Le gustaban las mezclas 
imposibles. Suyos son volúmenes de
 homenaje al cancionero Disney, a Ni
no Rota, a Kurt Weill (dos) o a T. Rex,
 disco que vio la luz meses después
de su fallecimiento el 7 de abril de
 2020. Tal vez en un ejemplo acciden
tal de lo que fue su figura dentro del
 esquema de la industria musical, The 
New York Times
 le dedicó un largo obituario que publicó... una semana después de su muerte. Willner fue uno de los personajes que más se esforzaron por dotar de valor musical a estos discos que vivieron su época de gloria entre finales de los ochenta y el lanzamiento del 
primer iPod. En una época en la que aún no estaba toda la música disponible en la Red, este tipo de productos sirvió para que los artistas del momento mostraran su devoción por sus padres musicales, enseñando de este modo a sus fans de dónde venían y quiénes los habían inspirado. Además, entonces los músicos no lanzaban canciones cada tres semanas como ahora, por lo que cualquier producción que pudiera saciar la sed de sus seguidores en el periodo que mediaba entre álbum y álbum era recibida con las orejas abiertas. Discos como This ls Where I Belong, dedicado a The Kinks; The Bridge, con temas de Neil Young; I´m Your Fan, en homenaje a Leonard Cohen; Red Hot + Blue, alrededor de la figura de Cole Porter, o If I Were a Carpenter, con versiones de The Carpenters, abrieron estos artistas a toda una nueva generación de fans y lo hicieron a través de memorables versiones, como el "I´ve Got You Under My Skin" de Neneh Cherry, el 'So Long, Marianne' de James o el 'Superstar' de Sonic Youth. Frank Black aún afirma hoy que la interpretación de Pixies del 'Winterlong' de Neil Young es lo mejor que jamás grabó la banda.

En España, uno de estos discos con más éxito ha sido el dedicado a Joaquín Sabina en 2019, Ni tan joven ni tan viejo, a pesar de que ese largo denotaba lo complicado que es versionar al de Úbeda. Un caso curioso es el que se vivió en 2002, cuando salieron al mercado casi de forma simultánea dos álbumes de tributo a la banda granadina 091. Canciones de cuna y de rabia y Partiendo de cero rendían sendos homenajes a la banda de José Ignacio lapido, un grupo de gran prestigio, pero más que limitado éxito. Sería bonito pensar que estos dos discos tuvieron algo que ver en que, cuando los granadinos decidieron volver a los escenarios en 2016, ya no fueran una banda con mucho arte y loca suerte, sino una que llenaba salas por todo el país.


   EL PAlS, BABELIA Nº 1.564, SÁBADO 13 DE NOVIEMBRE DE 2021


jueves, 23 de junio de 2022

Wilco contra el mundo cruel

Como sucede en sus mejores álbumes, el vocalista Jeff Tweedy observa su vida personal y la de su país como asuntos inseparables en el nuevo disco de la banda

 


Montaje de fotos con los miembros de Wilco, con Jeff Tweedy (con gorro) arriba a la izquierda y abajo a la derecha, JAMIE KELTER DAVIS

POR FERNANDO NAVARRO

La suma de días buenos tiene que ser mayor que la de los días malos. Quizá esa simple regla matemática sea el secreto para concluir que este estropeado mundo todavía merece la pena. Jeff Tweedy, líder de Wilco, aplica esta máxima cuando se trata de su propia vida, pero también de observar su entorno, ese paisaje estadounidense dañado por el avance de la desigualdad, la polarización y la intolerancia. Un paisaje que se dibuja en Cruel Country (dBpm / Anti), el último disco de Wilco, una de las bandas más importantes e influyentes del rock estadounidense actual. En una reciente entrevista a Esquire, Tweedy comentaba que hacer música puede que no sea otra cosa que intentar descubrir cuántos días buenos hay en comparación con los malos. Tras la pandemia, el cantante y compositor se sintió a la deriva. Ni fue la primera vez ni probablemente será la última en un tipo que, según contó con todo detalle en el libro Vámonos [para poder volver] (Sexto Piso), conoce bien los días malos: ha sufrido adicción al alcohol y los opioides y nunca deja de luchar contra la ansiedad, el pánico, la depresión y las migrañas, un mal que le acecha con fuerza hoy por hoy.

Como ocurre en Cruel Country y ha ocurrido en los mejores álbumes de Wilco, Tweedy observa su vida personal y la de su país como asuntos inseparables. El sufrimiento y la desorientación lo atraviesan todo. El disco está formado por 21 canciones que, en conjunto, pretenden jugar con la noción de country como estilo musical e idea de nación. Veintiuna estampas arraigadas en la guitarra acústica que brotan desde las mismas raíces del folk estadounidense, tan hermanado con el lenguaje country. Música tradicional y llana, sin aspavientos experimentales, con el fin de reflexionar sobre la historia, la política y la sociedad de Estados Unidos. "Amo a mi país como un niño pequeño. / Rojo, blanco y azul... Amo a mi país, estúpido y cruel", canta Tweedy en el tema que da título al álbum. Un afecto tortuoso que se recoge en un largo y tranquilo viaje a lo largo de este doble disco grabado por los seis miembros de la banda en directo en su estudio de Chicago. Al margen de las aventuras instrumentales y los añadidos de producción, es un trabajo colectivo de una banda que saborea hacer música juntos y busca ser orgánica. La simbiosis late con una frecuencia deliciosa. Para apreciarla, solo hay que olvidarse de la posibilidad de sorpresa. Tweedy y los suyos desean sumergir al oyente en una atmósfera natural. Buscan la sencillez para hablar de lo básico. La música respira y los instrumentos se reconocen y se balancean con ese toque tan propio de Wilco en su cara más melódica, cuando sus incursiones le deben tanto a The Beatles como a The Byrds. Aquí incluso se aprecia un cuidadísimo aire rústico, una identidad bella y melancólica, tan lograda en ellos desde aquel sobresaliente Summerteeth, que siempre debió destacarse en su carrera como su extraordinaria forma de retorcer y distorsionar la melodía. En Cruel Country, el grupo no trafica con el sonido vaquero de Nashville ni con el honky tonk de bar, sino que encuentra un espacio country-folk contemporáneo, con un ligero adorno pop. Suenan distintos y a sí mismos a la vez, como tienen acostumbrados a sus oyentes y como solo hacen los grandes nombres de la música popular. Es Wilco un grupo mayúsculo, inaudito y creador de un universo personalísimo. Una banda que crea un nuevo panorama sonoro para ofrecer tristes impresiones de EE UU, ese país resquebrajado, ese sueño siempre imposible, sumido otra vez en guerras culturales y en batallas perdidas. Como se canta en la hipnótica 'Story to Tell: "He pasado por el infierno / de camino al infierno". De las existencias frustradas de los inmigrantes que se recogen en "I Am My Mother" hasta la desesperanza final de 'The Plains' ("Es difícil ver que nada cambie"), pasando en 'Hints' por remarcar la división enorme del país: "No hay término medio cuando el otro lado/ preferiría matar antes que comprometerse".

Este año se cumplen dos décadas de Yankee Hotel Foxtrot, su gran obra maestra, y Wilco vuelve a ofrecer una profunda y dolorosa visión de América. El 16 de septiembre saldrán a la venta siete ediciones especiales de ese álbum, con abundante material extra y hasta más dé 80 canciones inéditas, entre maquetas, pruebas y temas en directo. Otra oportunidad para recordar que aquel disco fue un acontecimiento artístico en la música independiente, todo un logro que captó mejor que ningún otro álbum de la época el dolor después dei 1I-S. De la paranoia y la sensación de fin del mundo de entonces a la decepción y la tristeza infinita de ahora en Cruel Country. Estados Unidos salió mal parado y Tweedy es un gran observador fundido con su paisaje. De hecho, tal y como reconocía el músico en su reciente libro Cómo componer una canción (Contra), se dedica a tomar nota de todo lo que pasa a su alrededor, como una esponja que absorbe la realidad.

La tensión subyace siempre en la música de Wilco, incluso en Cruel Country, al que quizá le pueda la ambición de sumar 21 temas. De, haberlo pulido un poco, podría ser una obra magistral, más por espíritu que por conquista. Una tensión que desliza siempre un halo de luz en canciones sencillas y brillantes como 'Bird Without a Tail / Base of My Skull, 'Tired of Talking It Out on You', 'Story to Tell, 'A Lifetime to Find' y 'Sand Kind of Way', entre otras. Algunas de estas canciones seguramente sonarán en su gira española, que comienza el próximo lunes y pasará por seis ciudades. Cuando se hace difícil saber si la suma de los días buenos es mayor que la de los días malos, conviene escuchar a Wilco. Porque, allí donde hay desesperación, su música siempre ofrece consuelo. O dicho de otra forma: allí donde se impone un mundo cruel, todavía habita Wilco.

Gira española: San Sebastián (20 de junio), Zaragoza (21), Barcelona (22), Valencia (24), Murcia (25) y Madrid (27y 28).


Cruel Country (dBpm / Anti)


El Pais, Babelia nº 1.595, sábado 18 de junio de 2022

lunes, 20 de junio de 2022

Clásica. Britten, Saariaho y, siempre, Bach (2021)

POR LUIS GAGO

Cuando en un teatro de ópera se roza la perfección, existen pocas experiencias comparables. Es lo que sucedió en el Teatro Real el pasado mes de abril, cuando los mismos directores musical y escénico (Ivor Bolton y Deborah Warner) que nos habían dejado noqueados en Billy Budd lograron estremecernos con el suicidio de su hermano mayor, Peter Grimes. Benjamin Britten volvía a hacer historia en Madrid y Warner supo trazar delicados puentes entre la amarga suerte de estos dos hombres perseguidos y condenados a morir en alta mar. Una nueva ópera de Kaija Saariaho, Innocence, estrenada en verano en el Festival d'Aix-en-Pro-vence, metió el dedo en la llaga de los crímenes silenciados, pero cuyas heridas siguen supurando donde menos cabría imaginar. En tiempos adversos, hay que reivindicar con fuerza la ópera como un bien necesario. Casi en el extremo opuesto, con tan solo un piano y un talento que aquella tarde de marzo pareció inconcebible, Daniil Trifonov dio vida a El arte de la fuga en el Auditorio Nacional como tan solo un genio puede hacerlo. Y algo parecido podría afirmarse de Antonio Serrano, que, pertrechado únicamente con su armónica, tocó Bach tanto al pie de la letra como en recreaciones rebosantes de swing a pocos metros de donde lo haría luego el pianista ruso. Convirtió un pequeño y humilde instrumento en un aliado omnipotente. Todo ello en el año en que el mundo recordó, deslumbradora Josquin Desprez.





Josquin Desprez. Baisiez moy. Théléme (Aparte).


Bach. Obras para teclado. Vol. 5. Benjamín Alará (Harmonia Mundi).



The Josquin Songbook. María Cristina Kiehr, Jonatan Alvarado y Ariel Abramovich (Glossa).


 

Bach: The Art of Life. Daniil Trifonov (Deutsche Grammophon).

Schumann: Alie Lieder. Christian Gerhahery Gerold Huber (Sony).



BABELIA  Nº 1.568   EL PAÍS, SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021

domingo, 19 de junio de 2022

Flamenco. Programando el mañana con libertad

POR FERMÍN LOBATÓN

Una generación insobornablemente libre, bien formada e informada se atreve a ponerle una nueva cara al cante tradicional. Los estilos clásicos, aunque en ocasiones penetrados por músicas urbanas actuales, apenas sufren alteraciones en su interpretación, pero sí en la forma en que esta es presentada. El uso de la electrónica, si no el de guitarras enchufadas y distorsionadas, se muestra así imparable. Rosario La Tremendita y Kiki Morente, provenientes de acendradas casas cantaoras, han lanzado grabaciones que son buenos exponentes de la tendencia. En la dialéctica entre tradición y creación, ofrecen composiciones propias e innovaciones que intentan actualizar el canon. Un ejemplo más radical lo consistituye el debutante Cristian de Moret, en una nueva versión de flamenco eléctrico. La música instrumental flamenca ha continuado una línea creativa en la que la guitarra no es siempre el vehículo. Instrumentos como el contrabajo, la flauta travesera o los saxofones hace tiempo que se contagiaron de los ritmos flamencos y protagonizan trabajos llenos de libertad. Destaca el del contrabajista Pablo Martín Caminero que, en formato de trío de jazz, homenajea a la guitarra flamenca de concierto reinterpretando a los grandes maestros. También el flautista Sergio de Lope encuentra soporte en las formas jazzistas. Caso aparte es el del guitarrista José Luis Montón, que entrega un hermoso y sincero disco de guitarra con la voz de la cantaora Sandra Carrasco. Ritmos y aromas flamencos en la intimidad.


Rosario La Tremendita. Tremenda (Ditto).

Pablo Martín Caminero. Al toque (Karonte).

José Luis Montón & Sandra Carrasco. Canciones al oído (Cozy Time).

Cristian de Moret. Supernova (Spyro Records).

Kiki Morente. El cante (Universal).



BABELIA  Nº 1.568   EL PAÍS, SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021

sábado, 18 de junio de 2022

Experimental. El futuro era lento (2021)

POR ALEX SÁNCHEZ

Hay cierta calma común en los trabajos que definen el puzle de las músicas libres en 2021. Cierto reposo, voluntad de parar, una unión quizás inconsciente en esta estética de la lentitud. Marina Rosenfeld (Teenage Lontano), Annea Lockwood (BecomingAir/Into the Vanishing Point), Beatriz Ferreyra (Canto+), Éliane Radigue (Occam Ocean 3) o Phill Niblock (Exploratory I y II) ilustran este sosiego, esta invitación a escuchar de otro modo desde la composición contemporánea. L'Rain (Fatigue), Space Afrika (Honest Labour) y Phew (New Decade) sugieren que otro ritmo es posible incluso en la gran ciudad. Circuit Des Yeux (-io), Grouper (Shade), Daniel Bachman (Axacan), o Ryley Walker junto a Kikagaku Moyo (Deep Fried Grandeur) enfrentan el paso lento desde un pop-rock que exige al oyente un cuajo distinto en la escucha. Maxine Funke (Seance) y HTRK (Rhinestones) hacen lo propio desde dos estéticas antagónicas en la canción de autor para llegar a un lugar común: la pureza era esto. Joana Gomila y Laia Valles apuestan por el formato físico en Així Deçá —en casete— y reivindican en él la palabra y su escucha. En tiempos en los que metaverso es candidata a palabra del año, despedíamos hace dos meses al compositor contemporáneo Luis de Pablo (nos dejaron también Yoshi Wada, Peter Rehberg y Alvin Lucier, entre otros). Su obra We (1968) acaso conjugue varias posibles réplicas al término y resuma esencialmente una retrospectiva de este año que se fuga. ¿Era el futuro, entonces?




Eliane Radigue. Occam Ocean 3 (Shiiin).


Daniel Bachman. Axacan (Three Lobed Recordings).

L'Rain. Fatigue (Mexican Summer).



HTRK. Rhinestones (Heavy Machinery Records / N&J Blueberries).

Joana Gomila & Laia Vallès. Així Deçà (Suralita RecoHeccions).



BABELIA  Nº 1.568   EL PAÍS, SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021



viernes, 17 de junio de 2022

Músicas del mundo. De la anécdota a la esencia (2021)


POR JAVIER LOSILLA

Que el guajiro Eliades Ochoa colabore con C. Tángana en la canción 'Muriendo de envidia' es asunto que traspasa lo anecdótico y adquiere categoría de esencial. Más o menos como el hecho de que Rubén Blades participe en un disco del reguetonero Yandel. Quiero decir que las cosas en esa taxonomía imprecisa que denominamos músicas del mundo no son lo que parecen o lo que quieren contarnos algunas publicaciones europeas. Y a propósito del reguetón: que el mediático James Rhodes lo critique, eso sí es un chascarrillo; que el ex Calle 13 Residente le cante las cuarenta a J. BaMn no lo es. Para zanjar el asunto: hay reguetón bueno y malo, y el resto son ganas de enredar. No es baladí, por otra parte, hablando de Blades, que mientras se piensa si deja o no la salsa, este año nos haya obsequiado con Salswing! y dos variantes: Salsa Plus! y Swing! Otros arrebatos de las Américas del siglo XXI pasan por Cimafunk, Mon Laferte, Sofía Rei, ÍFÉ, Bomba Estéreo, IMS... Ah, y se ha reeditado por su 25º aniversario el influyente álbum Buena Vista Social Club. El patio africano está al rojo vivo, especialmente en la clase de las chicas con nombres como los de Yemi Alade (Nigeria), Mosty (Costa de Marfil) y Ami Yerewolo (Malí). En la de los chicos, Made Kuti, Ballaké Sissoko (ha publicado dos álbumes en 2021) y su colega Toumani Diabaté, que ha editado su aparcado directo con la London Symphony Orchestra. Y Tánatos ha hecho estragos entre los músicos latinos: Johnny Pacheco, Larry Harlow, Adalberto Álvarez, Roberto Roena...






IFÉ. 0000+0000 (Ifá / Mais Um /Everlasting).

Made Kuti. For(e)Ward (Partisan Records).

Mon Laferte. Seis (Universal).



Rubén Blades. Salswing! (Rubén Blades Productions).

Varios intérpretes. Rrways (Association Atlas Azawan).



BABELIA  Nº 1.568   EL PAÍS, SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021

Jazz. Transición poco memorable (2021)

POR YAHVÉ M. DE LA CAVADA


No era un buen augurio que al poco de comenzar el año muriese una figura como Chick Corea. Debido a la pandemia y sus consecuencias, 2021 ha sido un año extraño para el jazz. Festivales y clubes comenzaron a recuperar parte de su actividad, y muchos músicos nacionales vieron que, a medida que las estrellas internacionales giraban de nuevo, su teléfono, tan activo en 2020, fue sonando menos. La reflexión es necesaria: el jazz en España necesita espacios para desarrollarse, y algunos programadores (pocos, lamentablemente) muestran que el jazz nacional, más allá de los nombres de siempre, puede convivir perfectamente con los artistas internacionales. En lo discográfico, la industria cada vez mira más hacia atrás en busca de grabaciones perdidas, y los grandes hitos del año vuelven a señalar a inéditos de John Coltrane o Bill Evans, aunque lo más relevante siempre está en la actualidad, particularmente en veteranos como Wadada Leo Smith o Dave Liebman, cuya producción este año ha ido mucho más allá de un simple buen álbum. Entre los músicos jóvenes, se abre cada vez más la brecha entre los nombres que están llegando a otras audiencias a golpe de fusión y la escena más ortodoxa: los primeros, cada día más populares, siguen siendo más promesa que realidad, y la segunda parece haber dejado de despertar el interés de la audiencia y amenaza con quedar enterrada en su nicho. Un año de transición este, y no particularmente memorable, para el jazz.



Craig Tabora. Shadow Plays .(ECM).

William Parker. Painters Winter (AUM Fidelity). 

Enrico Rava. Edizione Speziale (ECM).

Jaimie Branch. Ply Or Die Live (International Anthem). 

RoyHargrove/Mulgrew Miller. In Harmony (Resonance).



BABELIA  Nº 1.568   EL PAÍS, SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021


jueves, 16 de junio de 2022

Hip hop, R&B y electrónica El nuevo latido de la calle (2021)

POR DAVID BROC

En 2021, el hip hop salió
de la cuarentena con 
reclamos de altos vue
los: la guerra perso
nal entre Drake y Kanye West, 
el excelente regreso al rap de
 Tyler, The Creator, la toma 
de conciencia mainstream de
 J. Cole, los álbumes póstumos
 de DMX o Mac Miller, la alianza
 entre Mach-Hommy y Griselda
 o la segunda entrega de King's
 Disease, de Nas. Pe
ro las miradas de admiración se las llevaron otros: Little Simz, Baby Keem, Dave, Lil Nas X o Isaiah Rashad, fascinante relevo generacional, han convivido con los sospechosos habituales del underground, desde The Alchemist, Evidence o Ka hasta Rome Streetz, Bruiser Wolf o MAVI. En la música urbana latina, Rauw Alejandro, Karol G y Mora brillaron con álbumes transversales, inconformistas y certeros.

En el circuito R&B, el domi
nio femenino ha sido aplastan
te. Desde vertientes sonoras
 muy dispares, PinkPantheress,
 Cleo Sol, Snoh Aalegra, Sum
mer Walker, H.E.R., Arlo Parks
o Nao han protagonizado una
de las mejores cosechas de un
 género que incluso se ha per
mitido el lujo retro del proyec
to Silk Sonic. No muy lejos han 
andado grandes discos del cir
cuito electrónico: des
de Loraine James hasta
 Joy Orbison, pasando 
por James Blake, The 
Bug o Park Hye Jin.
Aunque ninguno ha podido competir con la  alianza entre Floating Points y Pharoah Sanders, un proyecto cocinado a fuego lento que acerca la electrónica al free jazz y viceversa.



J Floating Points & Pharoah Sanders. Promises (Luaka Bop).

Little Simz. Sometimes I Might Be Introvert (Age 101-Awal Recordings).

Cleo Sol. Mother (Forever Living Originals).

Rauw Alejandro. VICEVERSA (SonyMusic).

 

Boldy James & The Alchemist. Bo Jackson (ALC Records) /

Armand Hammer & The Alchemist. Haram (Backwoodz Studioz).


EL PAÍS  BABELIA  Nº 1.568  , SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021

martes, 14 de junio de 2022

Reediciones. Música al peso (2021)

POR DIEGO A. MANRIQUE


Oscila el mundo de los discos de archivo entre el gigantismo y el racionamiento. Muchas compañías funcionan por el tonelaje, con precios premium: para la historia del absurdo quedad All Things Must Pass, de George Harrison, que incluye reproducciones de los gnomos de jardín que aparecían en la portada. Con frecuencia, se hacen tiradas limitadas, que desaparecen velozmente hacia el mercadillo de los especuladores. Las tácticas de venta también pasan por otorgar exclusivas o condiciones favorables a vendedores, lo que convierte las compras en ejercicios de comparación y agilidad. Por si faltara confusión, Universal impulsa su propia tienda, con precios tentadores en sus lanzamientos.


Aunque viven años de vacas gordas, los grandes emporios parecen haber renunciado a esos recopilatorios panorámicos que iluminaban un territorio o un periodo musical. Una antología como Directions In Music 1969 To 1973, que recoge la influencia del Miles Davis eléctrico sobre los músicos que le respaldaban, no sale en la discográfica del trompetista, como cabría esperar. En algunos países —no en España— ceden la explotación de los nombres más olvidados a compañías pequeñas, que conocen los nichos del mercado. La presente selección se fija en discos para coleccionistas serios, de disponibilidad garantizada. Se evitan las novedades destinadas al Record Store Day, iniciativa últimamente colonizada por multinacionales empeñadas en banalidades tipo vinilos de colorines que disimulan la resurrección de grabaciones mil veces reeditadas.






Annette Peacock. X-Dreams (Sundazed/ Popstock).

Joni Mitchell. The Joni Mitchell Archives VoL 2 (Rhino / Warner). 

My Bloody Valentine. Loveless (Domino / Music As Usual).



Dusty Springfleld. The Complete Atlantic Singles 1968-1971 (Real Gone Music).



Barney Wilen. French Ballads (Elemental Music).




BABELIA  Nº 1.568   EL PAÍS, SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021

lunes, 13 de junio de 2022

Pop-rock nacional Electrónica y tradición (2021)

POR FERNANDO NAVARRO

La música española hizo
 embudo con multitud
 de discos publicados
 en el último trimestre.
Sin embargo, nadie pudo com
petir con C. Tangana, que asal
tó la primera división del pop 
desde la música urbana y su
alianza con el productor Alizzz,
 quien sacó su propio disco en 
solitario. En ese disco partici
pó Rigoberta Bandini, la gran
revelación con "Perra",
 canción destinada a la
 ansiada pista de baile tras la pandemia. Una pista que tiene nueva jefaza: Zahara, que se despojó del traje de cantautora para ofrecer adictivas dosis de electropop.

La electrónica marcó el paso de María Arnal i Marcel Bagés, Baiuca, Sen Senra, Califato 3/4, Rosario La Tremendita, Nat Simons y un veterano como Kiko Veneno. Si la electrónica es realidad en el pop, también lo es el folclore. Los sonidos raíces sirvieron para embellecer a Vetusta Morla, Derby Motoreta's Burrito Kachimba, La M.O.D.A., Guadalupe Plata y Depedro, aunque verdaderos embajadores son Fetén Fetén y Los Hermanos Cubero; ambos dúos sacaron trabajos de calidad repletos de colaboraciones. También aportó calidad el presidente del folclore español: Eliseo Parra.

En el lado más clásico, con fórmulas conocidas, estuvieron Fito & Fitipaldis, Ángel Stanich, Quique González, Triángulo de Amor Bizarro, Mikel Erentxun, Morgan, Corizonas, Izal, Lori Meyers y Los Deltonos. Entre la juventud, hay quedarse con Niña Polaca y Axolotes Mexicanos. Y no olvidar a Rozalén, premio Nacional de Músicas Actuales. Mención especial —ya que canta en inglés— para Joana Serrat, que ha creado un disco arrebatador.


C. Tángana. El madrileño (Sony).


Zahara. PUTA (G.O.Z.Z. Records).

Joana Serrat. Hardcore From The Heart (Great Canyon Records).

María Arnal i Marcel Bagés. CLAMOR (Fina Estampa).

Derby Motoreta's Burrito Kachimba. Hilo negro (El Segell).



El Pais. Babelia nº 1.568. Sábado 11 de diciembre de 2021


domingo, 12 de junio de 2022

Pop-rock internacional. Un mal año lo tiene cualquiera (2021)

POR XAVI SANCHO

Todo parecía ir razonablemente mal. Lo suficiente como para alentar el riesgo y la creatividad que tienden a surgir en tiempos convulsos, pero no tanto como para que el invento se fuera al garete, o para que sacar provecho artístico del malestar general pudiera entenderse como un supino acto de falta de empatia. Y en estas estábamos cuando llegó diciembre y tocó pensar los 10 mejores discos del año y volver como siempre a debatirse sobre si considerar estos meses como un síntoma o como una anomalía.

El síntoma de que el pop y el rock es cosa de mujeres se ha seguido confirmando. La anomalía es que los discos ya no resultaron tan atractivos. Adele sacó otro álbum que no era ni mejor ni peor que los anteriores. Billie Eilish lanzó su segundo largo y resultó algo más flojo que su debut, pero sobre todo, mucho menos sorprendente. Lana Del Rey publicó dos buenos discos que van a significar relativamente poco en su disco-grafía. St. Vincent armó un revivalde los setenta que nadie había pedido y se le caducó el álbum días después. Con la intención de coger sitio llegó Olivia Rodrigo, que logró colarse en las listas de éxitos con su versión licuada de todo lo interesante que ha sucedido en el pop masivo en los últimos años. Todo lo contrario que Rebecca Taylor, quien recogiendo lo sembrado por Charli XCX, Dua Lipa y Sugababes ha entregado un manual sobre cómo hacer pop después del pop. Incluso los combos con largos más interesantes llegaron liderados por chicas. Desde Australia, Amyl and The Sniffers, con Amy Taylor al frente, le ha devuelto la diversión macarra al rock. La inglesa Florence Shaw es la voz y el cerebro de Dry Cleaning, cuya propuesta de pospunk y spoken word es una de las más atractivas y sorprendentes del año.

Ha habido otro disco de Nick Cave, de los abrasivos, junto a Warren Ellis. Y han vuelto Foo Fighters y Iron Maiden para prolongar el estado zombi de ciertas cosas. Y Lil Nas X, tras batir todo tipo de récords, debutó en largo y entregó una horterada a la altura de las expectativas creadas. Y ha habido conatos de hacer cosas interesantes en el rhythm and blues por parte de PinkPantheress (en versión moderna) o Jazmine Sullivan (en versión retro disfrazada de moderna), pero han salido entre regular y mal. Podríamos recurrir al tópico y llamar a 2021 año de transición, pero viendo hacia dónde parece que transiciona todo, casi mejor llamarlo accidente, levantarse, sacudirse el polvo y caminar hacia 2022, que total ya está aquí al lado.




Self Esteem. Prioritise Pleasure (Fiction). 


The Weather Station. Ignorance (Fat Possum).


Arlo Parks. Collapsed in Sunbeams (Transgressive-PIAS).


Amyl and The Sniffers. Comfort To Me 
(Popstock).


Bobby Gillespie and Jehnny Beth.
 Utopian Ashes (Sony).




BABELIA  Nº 1.568   EL PAÍS, SÁBADO 11 DE DICIEMBRE DE 2021