Tras Pussy Galore no es de extrañar que Jon Spencer decidiera crear un nuevo coctel sonoro que aglutinara elementos de garage, punk, funk y soul. Aunque la coartada de los neoyorquinos era revitalizar el sonido del delta del Missisipi, exorcizarlo con dos guitarras distorsionadas, una batería y la carismática voz de su indiscutible líder. Orange fue la sublimación de su estilo, obra de un inspirado estado de gracia. En definitiva: un clásico de los noventa. El cuarto trabajo de la banda en un álbum arriesgado que arranca majestuoso, conjurando guitarrazos con una inquietante sección de cuerda y que, a lo largo de tres cuartos de hora, mantiene esa tensión con poderosos himnos en los que se repetía el grito “The blues is number one!”. Tremendo.
J.F. León
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