Joaquín Sabina El crápula reformado Por Diego A. Manrique. Fotografía de Javier Salas
Tras 30 años de vivir peligrosamente, el músico se topó en agosto con la 'dama de la guadaña' y cambió radicalmente. Nada de alcohol, tabaco ni drogas. Ha decidido cuidarse.
La risa va por barrios, dicen. Y el peso corporal. Una de esas casualidades: rumbo a la entrevista con Joaquín Sabina, el periodista se cruza en Callao con Lucía Etxebarria, que está haciendo un reportaje callejero para Telemadrid. La escritora, que pasa por su particular calvario público, ha adelgazado hasta alcanzar un bello aire de Mater Dolorosa. Por el contrario, resulta que el cantante ha ganado ocho kilos y presume de ello. "¡Me gusta comer! Tantos años aguantando a base de alcohol y cocaína me habían hecho perder el sentido del gusto. Ahora, cada alimento me estalla en la boca, como si redescubriera cada sabor. Y todo, incluyendo el vino, me resulta muy fuerte". Así que la cocina del piso de Sabina ha vuelto a ser un lugar habitado y oloroso. Hoy, un amigo lleva horas preparando lo que promete ser una majestuosa paella, que va tomando forma en una enorme sartén que -misterios de la física- baila sobre el fuego. "Ya nada me sorprende", explica Joaquín; "la otra noche estábamos viendo a Uri Geller en el programa de Concha Velasco y el tipo propuso unos experimentos con cucharas y relojes. Bueno, no quiero profundizar en ello, pero entramos en el juego y carajo, ocurrió alguna de las cosas que él había anunciado".
Coincidiendo con los telediarios, el cantante cambia a unos pantalones cortos, se coloca delante de un receptor y comienza a correr por la cinta de ejercicios. "¿Te apetece probarlo? Es una mariconada, una máquina con motor escandalosamente cara para tratarse de un artículo de primera necesidad para
un enfermo urbano". Sabina recorre un kilómetro largo entre llamadas urgentes a su novia, la limeña Jimena Coronado. Unas veces es una noticia que le escandaliza, otras veces son peticiones de auxilio: Joaquín ignora cómo manipular los mandos del aparato para saber su velocidad o cuántos minutos lleva. "Ya ves, yo no controlo nada de esta casa, me siento como el huésped". Un susurro: "Con Jimena puedo mostrarme tal como soy y tal como estoy. Con los visitantes exagero la euforia. Puedo hacer que tú no notes nada, pero no siento al cien por cien".
Jimena explica cómo han cambiado los hábitos de la casa: "Antes no salíamos nunca. Ahora solemos ir a comer o cenar fuera, a Joaquín le viene bien el ejercicio". Resurge el cascarrabias: "Es muy antipático, me abordan desconocidos que me recriminan que siga fumando. Y no, es un cigarrillo de plástico para quitarme la ansiedad. De todos modos, agrada saber que no todos me quieren ver de cuerpo presente". Aparte de Jimena, dos amigas peruanas rodean a Joaquín. "Mi secretaria y otra chica que está preparando mis próximos libros. Uno contendrá las cartas de ida y vuelta, mi correspondencia con mis referencias latinoamericanas: el subcomandante Marcos, Fito Páez, Silvio Rodríguez; el otro será mi colección de canciones, incluyendo las cien letras que he escrito para otros artistas".
Antes, citarse con Sabina para una entrevista requería una curiosa rutina. Se quedaba una noche y, casi inevitablemente, se suspendía el encuentro. "Sí, era como aquella canción de Mecano, lo de hoy no me puedo levantar". Con suerte, a la noche siguiente se hacía la entrevista sin límite de horas. Así que resulta grato llegar de día y encontrarse un piso luminoso, lleno de gente fresca empeñada en mimar a Joaquín (y al más reciente inquilino, el gato Judas Tadeo). "Ya antes del susto, esta casa se había moderado. Yo había dado llaves a demasiadas personas, y mi anterior ayudante, María Ignacia Magariños, cambió la cerradura. Esto era un circo: un día entró un señor a quien nadie conocía, al que un amigo había prestado la llave. Nacho Lewin me contó que se había encontrado dentro a unos tipos que pensaban okupar la casa".
Surge el rey de los okupas, el recién santificado Manu Chao: "Colaboró conmigo hace tiempo, para escándalo de algunos de sus fans. Ahora me tiene preocupado, se ha colocado cerquita de la demagogia y su disco apesta a auto-complacencia". Y muestra las últimas compras de su videoteca: "Estoy volviendo al cineclub, me monto ciclos de Billy Wilder o John Ford y diserto ante las chicas antes de poner cada película". Nueva pirueta para enseñar el libro que le tiene fascinado, La costumbre de vivir, de José Manuel Caballero Bonald. "No me hagas bromas con el título, puede que me guste por motivos bastardos: se cuentan intimidades que no favorecen a don Camilo José Cela. La verdad es que no tengo motivos, pero el señor del Nobel me resulta antipático. Quizá habría que declararle especie protegida: es el prototipo del español altivo que, sin embargo, se regodea en los premios y en los reconocimientos".
Joaquín disfruta ahora de una cierta respetabilidad: "Después de que me quejara en mi anterior entrevista con El País Semanal, ahora me llaman de La Zarzuela para invitarme a actos, preguntarme por mi salud y esas cosas, aunque yo no me reprimo en manifestar mi republicanismo siempre que puedo. ¡Y que Eva Sannum me parece una chica demasiado agradable para pasarse la vida junto al Príncipe!". Ya antes del susto, fue incluso honrado en su ciudad natal, Úbeda: "Qué putada, ya no puedo lamentarme de no ser profeta en mi tierra. Pusieron mi nombre a una escuela de música y me pareció gracioso, aunque exigí que lo de descorrer la cortinilla se hiciera en privado, no quería imágenes tipo Rocío Jurado. Había una especie de recelo, se decía que yo era un desertor, que nunca volvía por allí".
Tranquilo, esos reproches son universales: los Beatles fueron acusados de lo mismo tras abandonar Liverpool por Londres. "Pero luego hicieron Penny Lane y les perdonaron. En Úbeda sentó mal que hubiera cambiado el final de Pongamos que hablo de Madrid, cuando hablo de dónde me gustaría ser enterrado. A eso se suman malentendidos con ayuntamientos supuestamente socialistas, empeorados por putaditas mías, como presentarme a las municipales en el último lugar de la lista de IU. Pero ahora quieren recuperar al hijo pródigo y allí me llevaron para dar un concierto en la plaza de toros, donde descubrí que había unos quinientos familiares míos con derecho a entrada gratis. Fue agradable, aunque no olvido que muchos años antes ya me habían dado medallas en Buenos Aires y otras ciudades de América. No, los honores acarician tu vanidad, pero es una broma: cuando te enteras de otros que también son hijos predilectos, pues te dan ganas de borrarte del club".
En contra de lo que creen sus detractores más feroces, Sabina no siempre está ansioso por figurar. Por ejemplo, renunció al encuentro y la foto con el subcomandante Marcos por... dejemos que lo explique. "Yo estaba en México DF, viendo desde un balcón del Ayuntamiento cómo los zapatistas entraban en el Zócalo, la plaza más grande del mundo a reventar, y ¡ni un solo policía! Uno de esos momentos que te hacen concebir esperanzas para la humanidad. Como sabes, mantengo correspondencia con Marcos desde hace años, él estaba empeñado en que musicara un poema suyo y finalmente, a pesar de que no me entusiasmaba, lo había hecho. Así que nos citamos para desayunar al día siguiente y yo estaba... indispuesto [carcajadas]. También iba a tocar en un concierto que le habían montado los colectivos de apoyo locales y yo seguía indispuesto; vamos, totalmente incapacitado para salir de mi habitación. Supongo que Marcos ya habrá comprendido que soy un informal: me invitó a la selva Lacandona y, mira, no soy nada selvático y no me apetece el turismo revolucionario".
Y la constatación de que el jiennense no es apto ni siquiera para la figura de simpatizante de un movimiento clandestino. "En cierta ocasión me avisaron de que iría alguien a mi hotel para entregarme un mensaje de Marcos. Llega un señor, le hago pasar y nos tiramos media hora hablando en circunloquios. Yo andaba muy nervioso, veía que aquel hombre no se fiaba. De repente vuelven a llamar, abro y un tipo muy campechano me suelta: 'Don Joaquín, que vengo de parte del subcomandante'. El primero era un fan que estaba alucinando de que yo le dijera cosas muy misteriosas"
Otro dato para apuntar: el gran caradura no desconoce el miedo escénico. "Me contrataron para recitar en el Grec, el festival de Barcelona. Y ahí sí que me entró un ataque de pánico, me puse malo de verdad. Lo suspendí, me dieron otra fecha y se volvió a repetir. Primero, no puedo ejercer de poeta cuando soy un juntaversos. Segundo, detesto a los poetas declamando: en grabaciones, hasta un Neruda me suena rimbombante. Ahora acaba de salir mi libro de sonetos y seguro que me vuelven a liar para que haga alguna lectura pública. Ya no tengo escapatoria, yo quería que me los leyera Paco Rabal...".
Amigos fallecidos, amigos damnificados. El 28 de junio estaba Joaquín en Barcelona cuando Serrat terminó en el hospital. "Había muerto Josep María Bardagí, músico y colega de Serrat, y la familia necesitaba ayuda. Joan Manuel me llamó para montar un concierto benéfico y allí acudí. Él se lo tomó muy a pecho, estuvo tres o cuatro días trabajando sin parar, andaba tan tenso que llegamos a pensar que estaba enfadado. Cuando le dio la angina de pecho, yo tuve que doblar mi actuación para intentar, malamente, compensar su ausencia. Claro, lo viví como un aviso. En los últimos meses, Joan Manuel se cuidaba mucho y yo empezaba a seguir sus pasos. Me asustó pensar que el organismo se te ha acostumbrado tanto a unas sustancias que su falta hace que te derrumbes. Son treinta años de mala vida, y eso te marca".
Aunque aseguraba no querer hablar de su isquemia cerebral -"se ha contado todo, ¿no?"-, termina escenificando aquel susto con deleite de narrador: "La noche del 21 al 22 de agosto me acosté muy borracho. Cuando pretendí levantarme para ir al baño, la pierna no me respondió. Me asusté, querían llamar a un médico y yo pedí una ambulancia. Qué cosas, estaba aterrado, pero tenía un hambre feroz y me comí en el hospital un par de bocatas. Me hicieron un escáner me tranquilizaron, me dieron un anticoagulante. Mi obsesión era que no me pusieran una de esas batitas que te dejan el culo al aire; hombre, de morir, que sea con una cierta dignidad. Me fastidia lo previsible de 'cantante fallece tras vida de vicio'. Es sintomático que en México dieron la noticia de que me había muerto y tardaran horas en rectificar. Los doctores dicen, y yo me lo creo, que esto me ha salvado la vida. Se me obstruye una vena en el cerebro, pero ha sido leve para lo que suele ocurrir. Me contaron cuáles son los peligros y, por mis santos cojones, voy a obedecerles".
Estrictamente hablando, el programa de regeneración de Sabina había comenzado en primavera, con el abandono de la cocaína. "Me fui a Marruecos, paseé por las medinas, firmé autógrafos para turistas catalanes y pasé de las rayas. Con todo lo que se ha contado sobre el poder de la coca, puedo asegurar que fue fácil, ni comparación con lo que supone dejar el tabaco a pelo, sin parches ni terapia de grupo. He dejado radicalmente de fumar, aunque suelo dar unas chupadas a un canuto o una pipa de hachís. Aparte del vasito de vino, me permiten un dedo de whisky que mezclo con agua y me dura horas".
Esas mínimas transgresiones se compensan con la fidelidad a la fisioterapia, insiste. "Todas las tardes viene una chica maravillosa, Lola, a ayudarme en mi rehabilitación. Me da tirones, me dirige en ejercicios, evita que me anquilose. También trabajo con mi mano. Yo era muy mal guitarrista, pero ¡es que no podía tocar! Esto ha sido muy duro, yo tardé muchos años en convertirme en un showman y ahora mismo no tengo confianza en mí mismo. Cuando Víctor y Ana me invitaron a cantar, no estaba seguro de poder hacerlo. Una semana antes tenía que salir con Los Secretos en la fiesta del PCE y me vi incapaz. También tenía que cruzar el charco para cantar con Pablo Milanés, y, por primera vez, le fallé. En Las Ventas, hasta el último segundo no me decidí. El cariño que me dio el público fue acojonante, una descarga que me dejó tiernísimo, pero no te creas que me sentí un campeón. Quiero retomar los conciertos en primavera, con un tramo de la gira latinoamericana
que me faltaba. Y serán conciertos acústicos en teatros, sentadito, nada de grandes montajes. Lo terrible es que no se me ocurre nada, no tengo ni un verso, ni una melodía nueva".
Pancho Varona, amigo y mano derecha musical del cantautor, ilumina la situación. "Cuando me preguntan por el próximo disco, yo respondo: paciencia, mucha paciencia. Ya teníamos reservado estudio en El Cortijo, en la serranía de Ronda, pero hay que esperar a que Joaquín se sienta con fuerzas. Entonces volveremos a trabajar. Sí, hay bastantes canciones, pero quizá no más de media docena de primerísima categoría. Faltan otras tantas, y ahí está el reto. Ya hemos hecho un unplugged, un desenchufado. Ahora tenemos que inventarnos un undrugged, un disco hecho sin drogas. Sin tabaco, sin rayas, sin whisky. Lo haremos en cuanto encontremos el método, el ambiente para componer. Como dice él, hay que inventarse una nueva liturgia".
De reojo, Joaquín mira al padre Dylan. "Después de estar al borde de la muerte, Dylan sacó Time out of mind, un disco con un sentimiento muy trágico de la existencia. Ahora ha editado Love and theft, que rebosa potencia, vitalidad. Habría que ir a eso, pero... no sé si insistir en el disco que yo estaba maquinando antes del arrechucho o buscar algo que refleje lo que ha pasado. No quiero caer en lo terapéutico o en el qué-grande-es-vivir, que es mi sentimiento hegemónico. Tampoco puedo ignorar lo que me ha pasado: ahora mismo, los títulos que se me ocurren son Para habernos matado, Con lo que ha sido esta nariz o [risitas] Vuelve el twist. No sé si procede frivolizar... los de Estopa me pidieron que metiera voz en un tema suyo que es un himno a la marihuana; se lo agradecí, pero no me veía".
Aún sin nuevas canciones, la impuesta sobriedad ya se manifiesta: "¡No voy a vender un puto disco! Ahora tengo una voz limpia y mis seguidores no van a reconocerme. Respiro bien, subo y bajo las escaleras sin cansarme, soy otra persona. Pero, vamos, no me creo nada especial. Cuando voy a la tertulia del Hispano, compruebo que la gente del cine también ha dejado el tabaco. De verdad, lo mío era una exageración. Lo único que me molestaba de actuar eranque no podía fumar a gusto, así que dejaba que los músicos hicieran solos o que alguien cantara para ir a la esquina y fumar un pitillo tranquilamente".
Comentaba recientemente Andrés Calamaro, otro profeta del exceso, que le parecía hasta de mal gusto venir aquí, a comprobar in situ cómo funciona el crápula reformado. "Andrés ha llamado varias veces, pero entiendo su actitud. También su maestro, Charly García, ha pasado por lo mismo y sigue por el lado salvaje. Mi nueva situación pone nerviosos a mis antiguos compañeros de juergas. Yo no sería un buen amigo si no les recomendara que se cuidaran".
La incomodidad no se limita a ese núcleo: desde siempre, muchos oyentes viven una existencia canalla, una fiesta de sexo y drogas, a través del cancionero sabiniano. "Pues van a tener que buscarse otro modelo. Aunque no me privo de contar a todos que ahora folio más y mejor, quiero que la afición sepa que no me he convertido en un puritano. Lo que hay que olvidar es al Sabina noctámbulo buscando antros por la ciudad. En realidad, sólo me muevo por Lavapiés, que es un barrio muy divertido desde que llegaron los moritos y demás inmigrantes. Sin embargo... cada vez me apetece más huir hacia el mar. Tengo un terrenito en Zahara de los Atunes, pero estoy buscando casas en Menorca, fantaseo con la vida junto al Mediterráneo".
Las reacciones de los íntimos son variadas, explica Joaquín. "Abundan los que me dicen que ellos también van a probar, que se sienten capaces de dejarlo todo con mi ejemplo. Me encanta, aunque contradiga algunas canciones mías: nadie debe morir antes de tiempo. Otros, como Santiago Segura, me acusan de que les imito, ellos nunca habían bebido ni fumado. Y están, claro, los muy burros que sugieren que me vaya de putas, que me ponga hasta el culo, que ignore a los médicos; debo explicarles que si sigo sus consejos puedo, en el mejor de los casos, quedarme paralítico. En este país gusta que se mueran los famosos, para poder mostrar pesadumbre y escribir folios muy sentidos. De repente tengo pensamientos morbosos. Pregunto a los periodistas si ya está almacenada mi nota necrológica, ¡me gustaría leerla! Al mismo tiempo me aterra imaginarme inválido y visitado por gente que detesto, como hacía Aznar con el pobre Alberti. Ahora se está hablando de hacerme un disco de homenaje y... bueno, cualquier cosa es preferible a la caradura del PP montando un concierto a Gila. Me agrada más haber comprobado un interés genuino por mi salud, cariño de verdad hasta en desconocidos que creía en mis antípodas, como Gala. ¿Mis dos hijas? A su edad no existe el concepto de muerte, pero andaban preocupadas, me preguntaron si me había afectado a la cabeza. Les dije que no. ¿Tú qué crees?". •
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Joaquín Sabina ha publicado recientemente el libro 'Ciento volando de catorce'en la Colección Visor de Poesía.
El Pais Semanal nº 1.308, 21 de octubre de 2001
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