Ocurrió en Madrid. Una mañana de 1912 irrumpió en el taller del constructor de guitarras Manuel Ramírez un muchacho de aspecto extravagante. Era alto y flaco. Llevaba lentes gordas y redondas con monturas de concha, corbata que caía en cascadas, chaleco de terciopelo negro cerrado hasta el cuello con botones de plata, americana gris cruzada, pantalones a rayas, zapatos de charol y, en la mano, un recio bastón para defender su facha, según iba a reconocer él mismo muchos años más tarde. Al verlo, Ramírez no pudo contener la sonrisa. El muchacho del bastón fingió no darse cuenta y pidió algo que nunca nadie le había solicitado a Manuel Ramírez, ni osaron pedirle jamás al fundador de la dinastía, José Ramírez I (1858-1923), ni le encargarían después a José Ramírez ni a José Ramírez III, ni a José Ramírez IV, ni a Amalia Ramírez (1955). El muchacho quería que le alquilasen una guitarra para una tarde. Y sólo para un concierto, después la devolvería. Ramírez decidió seguirle la corri...
Como ocurre con toda banda que se adelanta a su tiempo, el mundo no estaba preparado para recibir a New York Dolls cuando éstos decidieron cambiar las alcantarillas neoyorquinas por los escenarios a finales de 1971. Frente al peligroso crecimiento del AOR y de las perniciosas erupciones sinfónicas, Johnny Thunders, Billy Murcia, David Johansen, Arthur Kane y Rick Rivets (sustituido en 1972 por Sylvain Sylvain) optaron por ofrecer su propia visión de cómo debería sonar el rock tras una noche de lujuria con todos los excesos posibles. Y si hay un disco que pueda resumir en menos de cuarenta minutos el espíritu vicioso, barriobajero, sudoroso y patibulario de la música negra, ése es "New York Dolls", obra que, de tan visionaria, llevó a sus creadores a la separación tras un segundo álbum de título profético: "Too Much Too Soon" (1974). Demasiado pronto. Demasiado bueno. Tras la muerte por sobredosis del batería Billy Murcia en noviembre de 1972 (reemplazado por...
Comentarios
Publicar un comentario