martes, 5 de abril de 2011

Pasión por la guitarra





Ocurrió en Madrid. Una mañana de 1912 irrumpió en el taller del constructor de guitarras Manuel Ramírez un muchacho de aspecto extravagante. Era alto y flaco. Llevaba lentes gordas y re­dondas con monturas de concha, corbata que caía en cascadas, chaleco de terciope­lo negro cerrado hasta el cuello con boto­nes de plata, americana gris cruzada, pan­talones a rayas, zapatos de charol y, en la mano, un recio bastón para defender su fa­cha, según iba a reconocer él mismo mu­chos años más tarde.

Al verlo, Ramírez no pudo contener la sonrisa. El muchacho del bastón fingió no darse cuenta y pidió algo que nunca na­die le había solicitado a Manuel Ramírez, ni osaron pedirle jamás al fundador de la dinastía, José Ramírez I (1858-1923), ni le encargarían después a José Ramírez ni a José Ramírez III, ni a José Ramírez IV, ni a Amalia Ramírez (1955). El muchacho quería que le alquilasen una guitarra para una tarde. Y sólo para un concierto, después la devolvería. Ramírez decidió seguirle la corriente "por curiosidad" y le dejó probar una. El joven abrazó la guita­rra, la tocó durante un rato y, cuando ter­minó, un anciano que había en la tienda le dijo:

-¡Bravo, muchacho! Me gustan tu tem­peramento, tus dotes expresivas y tu faci­lidad técnica. Lástima que esas facultades queden estériles en esa isla pequeñita que es la guitarra, bella si quieres, pero solita­ria e inculta. ¿Quieres cambiar de instru­mento? Aún eres joven... el violín te hará famoso. Yo te prestaré mi ayuda en todo lo que necesites.

-Joven -le avisó Manuel Ramírez-, el que está hablando es don José de Hierro, profesor de la clase superior de violín del Real Conservatorio.

El chaval le dio las gracias al profesor de violín, pero le advirtió de que seguiría tocando la guitarra. Y Ramírez le regaló el instrumento esa misma tarde. Aquel mu­chacho, de quien decían que tocaba en las tabernas a cambio de un café, estaba lla­mado a introducir la guitarra en los pala­cios, las universidades, los conservatorios, teatros y auditorios reservados hasta en­tonces sólo a las mejores orquestas. Hizo posible que los guitarristas, vestidos ya de esmoquin y pajarita, se sentaran sin com­plejo al frente de una orquesta, y logró que compositores consagrados se dignaran a escribir piezas sublimes para ese instru­mento de tasca y vocerío. El chico del bas­tón llegaría a ser nombrado doctor hono­ris causa por la Universidad de Oxford, sería nombrado marqués de Salobreña por el Rey de España en 1981, tocaría en au­diencia privada ante el Papa y en el pueblo jienense donde nació. Linares, le cons­truirían un museo. El muchacho se llama­ba Andrés Segovia y murió en 1987 a los 94 años. La guitarra que le regaló Manuel Ramírez se encuentra en el Museo Metro­politano de Nueva York. La reedición de ese modelo que ha reproducido Amalia Ramírez cuesta 10.960 euros. Y la anécdo­ta la relató el propio Segovia en la grabación autobiográfica titulada Mi guitarra y yo, dentro del CD Andrés Segovia. A cente­nary celebration.


Tomatito


Vicente Amigo

Por muchos caminos y desde muchos sitios, la historia de la guitarra española y flamenca iba a continuar su ascensión imparable. Vendrían en su apoyo Francis­co Tárrega, Joaquín Rodrigo, Narciso Yepes y... Paco de Lucía, entre otros muchos. Llegarían también otros constructores ex­trayendo más potencia y más variedad de sonido a la madera. El ocho de la guitarra, por ejemplo, ha ido ganando en anchura, largura y espesor durante los últimos cien años. "Y más que tiene que evolucionar este instrumento", indica Amalia Ramí­rez, actual directora de la firma. "Esto no es como el violín, que ya es un producto acabado. A la guitarra le queda mucho por ganar todavía".

La gran asignatura pendiente de este instrumento es la proyección del sonido, que llegue hasta las últimas filas de los grandes auditorios de hoy sin necesidad de amplificadores. Se dice que el compo­sitor Igor Stravinski le dijo a Andrés Se­govia:

-Qué pena que la guitarra suene tan poco.

-No es que suene poco, sino que suena lejos -le contestó Andrés Segovia.

En esa expansión del sonido se afanan no sólo los constructores, sino los propios concertistas. "Los intérpretes del clásico han estructurado hasta ahora su vida a una especie de intimidad decimonónica que hoy ya no es posible. Por mi parte, yo trato de crear una dimensión del sonido para que se expanda. Y eso tiene una téc­nica de ataque, de forma de limarte la uña... Eso es toda una vida", indica el gui­tarrista sevillano de música clásica José María Gallardo del Rey.

Sigue siendo un instrumento con algo de indómito, de salvaje, de animal que sólo obedece a un único dueño. "Que si sudas más de la cuenta, que si la uña es de una forma o de otra... La misma gui­tarra la tocan diez guitarristas y nunca suena igual", explica el concertista flamenco Óscar Herrero.

Por eso, porque cuesta tanto acoplarse, carne y madera, no sorprenden dedicato­rias como la de Gallardo del Rey en su último disco, The trees speak (Los árboles ha­blan) al luthier Manuel Contreras II: "Mu­chas gracias, de corazón, por haber puesto en mis manos la guitarra de mi vida".

Una vez que el pulso de la mano, la ten­sión, la fuerza singular de cada persona, el tacto al abrazarla y apoyarla en el regazo, se ha hecho a una guitarra, es difícil el cambio. Véase el caso de Paco de Lucía. Su guitarra la construyeron hace 30 años Faustino y Mariano Conde, difuntos tío y padre de los constructores Felipe y Maria­no (Conde Hermanos). "Era una guitarra que Ramón de Algeciras, hermano de Paco, tenía en lo alto de un armario, por­que era muy dura, muy incómoda de tocar. Un día en que le robaron la guitarra a Paco, echaron mano de la primera que había por allí para salir del paso. Y aunque era dura, con la fuerza que tiene Paco en las manos se hizo con ella. Se acostumbró y ya no quiso tocar otra", señala Juan Estrada, asistente personal de Paco de Lucía. "De todas formas", advierte Estrada, "en los próximos conciertos va a tocar una gui­tarra de la marca Paco de Lucía. Hace cua­tro años se empezó a comercializar guita­rras con su nombre, firmadas por él. Y se están vendiendo muy bien".

Ha sido ese inconformismo de artistas y guitarreros el que ha ido dándole su for­ma al instrumento año a año. Y fue así como Andrés Segovia salvó la vida a miles de animales: buscando un mejor sonido. Las cuerdas se fabricaban con tripas de gatos hasta que Segovia pidió a un cons­tructor que investigara con otros materia­les. Los luthiers, ante un nuevo reto en­contraron un nuevo material: el nailon.

Ahora, a la vuelta de la esquina apa­rece un nuevo desafío para los guitarreros. La madera del árbol Dalbergia nigra, co­nocida popularmente como palosanto de Río (aunque hay otros palosantos de Río que no son Dalbergia nigra) o jacaranda de Brasil o jacaranda de Bahía, es consi­derada por los artesanos como la bella en­tre las maderas más bellas; tiene los días contados. Se utiliza en la construcción de los aros (o banda de los laterales), y el fon­do o suelo (o tapa de atrás) de las guitarras más cotizadas. "Su color pardo rojizo, con grano más oscuro de caprichosos dibujos, hace de esta madera un deleite para la vis­ta", escribió José Ramírez III (1922-1995) en su libro En torno a la guitarra.

El Convenio sobre el Comercio Inter­nacional de Especies Amenazadas de flora y fauna silvestres (Cites) prohibió la ven­ta y distribución de esa madera desde 1992. Ante el posible incumplimiento del convenio, en octubre de 2004 el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil en Madrid decomisó más de 33 toneladas de Dalbergia nigra, en el marco de una operación que se había ini­ciado dos años atrás. Hay imputados en el caso seis empresarios del sector de la ma­dera y la guitarra.

Algunos de los guitarreros afectados alegan que se les ha cogido como cabezas de turco en una operación donde no se actúa contra los verdaderos responsables. "Nos hacen aparecer como contrabandis­tas, como si hubiéramos sacado la madera a escondidas de Brasil y la hubiésemos de­sembarcado de noche en una playa desier­ta; cuando la realidad es que estas made­ras las compramos en muchos casos hace 40 años, y la trajimos en su día con permi­so de aduanas. Hay compañeros que tie­nen Dalbergia nigra comprada desde mu­cho antes de que se prohibiera su venta. Y ahora la tienen precintada y no pueden construir con ellas", subrayan los citados constructores, que prefieren mantenerse en el anonimato.

"Nosotros somos los primeros en la­mentar que se talaran estas maderas pre­ciosas sin que hubiese planes de refores­tación. Pero, en vez de atajar el problema con los madereros de Brasil o con los ser­vicios de aduanas, la emprenden con no­sotros. Es como si te quisieran llevar a la cárcel por comprar cuadernos para escri­bir. Mientras tanto, hay constructores de otros países que trabajan con la Dalbergia nigra porque sus países han alcanzado acuerdos y ellos están protegidos por sus Gobiernos. Mientras que aquí, en el país donde nació la guitarra, a los constructo­res nunca se nos ha apoyado desde la Ad­ministración", indica la citada fuente.

Los mejores artesanos suelen almace­nar Dalbergia nigra de Río durante más de diez años porque el proceso de secado de la madera es parte esencial en la con­secución de un buen sonido. Por tanto, los profesionales dispondrán durante varias décadas de guitarras con Dalbergia nigra. Cada vez más caras, eso sí. Y llegará el día en que no quedará nada de ella en los al­macenes. Empezará otro capítulo entonces en la historia de la guitarra. "Le pasa lo mismo a los clarinetistas con el ébano. Se están acabando los árboles. Pero eso será una nueva motivación para los luthiers porque tendrán que trabajar de otra ma­nera", augura Gallardo del Rey.

Afortunadamente, en el mundo de la guitarra, desde hace muchos años se están utilizando otras maderas, entre ellas Dal­bergias que no están prohibidas.

El precio de una prestigiosa guitarra artesanal va desde los 3.000 hasta los 12.000 euros. Cuantas más partes traiga cons­truida de fábrica, más barata. Los aficio­nados escrutan la marca de la guitarra de sus ídolos, la etiqueta que está en el inte­rior, al fondo de la boca. la plantilla, es de­cir, la forma del ocho, o la cabecera de la guitarra, partes del instrumento donde cada buen artesano deja su impronta y se distingue del resto de los colegas. Pero los

constructores no se quedan tranquilos hasta ver el interior del instrumento. Sólo cuando se abre una guitarra y se observa el delicado juego de pesos y contrapesos, el luthier empieza a conocer el alma de otras guitarras. Por eso algunos constructores no han querido que se hagan fotos del in­terior de sus guitarras.

El precio puede resultar a veces un te­rritorio difuso. Algunos artesanos anun­cian los precios de todos los modelos de sus guitarras en Internet. Pero siempre hubo en este mundo cierto margen para el regateo. "Mi primera guitarra la cobré a 350 pesetas", recuerda el artesano cor­dobés Manuel Reyes, de 69 años. "Y a los pocos días me vino otro cliente diciendo: quiero una guitarra como la que le hiciste a fulano y por el mismo precio: 700 pe­setas. Y así fueron cobrando más valor". Ahora, una guitarra suya, que es la que toca gente como Tomatito o Vicente Ami­go, puede costar hasta 3.000 euros, y a las puertas de su pequeño taller en Córdoba, donde sólo trabajan él y su hijo, tiene una lista de espera de 12 años. "Desde hace más de tres años ya le digo que no a todo el mundo. Hay gente que me ha puesto un talón por delante para que se la haga en dos meses. Pero les he dicho que no".

¿Se puede dar el caso de artesanos que no gozan de renombre, pero logran construir guitarras con una excelente re­lación de precio y calidad? Hay quien opi­na que sí. Pero otros, como los luthiers Conde Hermanos, consideran que el oficio de guitarrero es el resultado de la acumu­lación de conocimientos transmitidos a través de generaciones.

"El 50% de una guitarra es la madera. El otro, es el artesano", aseguran los her­manos Felipe y Mariano Conde, dueños de la marca Conde Hermanos, sucesores de los sobrinos del legendario fabricante de guitarras Domingo Esteso (1882-1937), quien a su vez fue aprendiz en la tienda de Manuel Ramírez en 1900. Tal vez su marca sea la que más han usado y usan los fla­mencos. Los mejores modelos de la casa cuestan casi 8.700 euros.



Los artesanos españoles siguen gozan­do de prestigio universal. Ricardo Sanchís, en Valencia; Antonio Marín, en Granada; Francisco Barba, en Sevilla; Juan Miguel González, en Almería; José Romero, Teza­nos Pérez y Manuel Contreras, en Madrid. Y en Guadalajara, el gran José Luis Ro­manillos, jubilado de 73 años que emplea cerca de mes y medio en la construcción de cada guitarra. Hay apenas 350 de las su­yas en el mundo. A cada una la bautiza con un nombre. El propio Andrés Segovia le encargó una, pero cuando Romanillos le escribió informándole del precio que le iba a costar, Segovia no le contestó. Roma­nillos se quejaba en una entrevista re­ciente con el periodista Pedro Aguilar, di­rector del diario Nueva Alcarria, de la poca importancia que se le concede al ins­trumento español por excelencia: "Existen ahora diez o doce libros sobre construc­ción de guitarras y ninguno español, es curioso. En España no hay un museo que se ocupe de la guitarra".

Cualquiera de estos guitarreros es­pañoles construye excelentes guitarras. Pero también es verdad que cada vez les sale más y mejor competencia en todo el mundo. La del guitarrista clásico David Russell la construyó el alemán Matthias Dammann. "Sólo hace unas ocho o diez guitarras al año. Y hay una lista de espera increíble", comenta Russel. Le costó 12.000 euros, dos millones de pesetas en su día. ¿Y tanto se nota la diferencia respecto a otras más baratas? "La diferencia de soni­do es poca", reconoce Russell. "pero ese poco compensa mucho. A veces algún gui­tarrista se queja de los precios de las gui­tarras. Y yo le digo: ¿qué coche tienes? Y tienen un coche de tres o cuatro millones de pesetas. Entonces le digo: ¿tú qué eres, guitarrista o conductor?".

Una vez en posesión de una buena gui­tarra hay que cuidarla casi como a un ser vivo. "Cuanto más tiempo tiene la guita­rra, la madera suena mejor porque se hace un bloque, se vuelve más compacta, pero al mismo tiempo es más delicada y puede abrirse con cualquier golpe como si fuera un melón. Es difícil encontrar guitarras antiguas que no tengan ni una grieta", in­dica Felipe Conde.

Las guitarras no suelen durar tanto como los violines. Tienen el tiro de las cuerdas más largo y las maderas son más finas. Pero si se la cuida de forma conve­niente puede durar más de 60 años. Si está muy sucia, una gamuza húmeda. "Pero cuanto menos agua, mejor", advierte Ma­riano Conde. El agua y el calor, enemigos mortales. "Los maleteros de los coches sue­len ser mortales para las guitarras, por el calor". En los veranos de cualquier ciudad seca como Madrid, conviene dejar un cubo de agua al lado, cuando se queda la guita­rra sola durante un mes.

Con palosanto de Brasil o sin él, hecha a mano o en fábrica, la guitarra es el ins­trumento más popular del mundo, el que más revistas especializadas vende, el que más páginas ocupa en el ciberespacio: más de dos millones de documentos aparece­rán si se acude a un buscador y se teclea su nombre en español y 39 millones si se hace en inglés. "Lo bueno de ella es que llega a todo el mundo. Pero eso le perjudi­ca también", indica Roberto Morón, 24 años, residente en Coslada (Madrid), uno de los guitarristas clásicos más promete­dores de España. "Cualquiera que tenga una guitarra en su casa dice que sabe to­carla. Y esa popularidad beneficia al ins­trumento, pero también le quita prestigio. Por ser popular es desconocida. Cuando toco algún concierto, a muchos de mis amigos le sorprende lo que se puede hacer con una guitarra. El problema es educar al público para que les guste".

Es muy raro asistir a un concierto de guitarra clásica donde haya toda una or­questa detrás. Una de las razones es que nunca tuvo compositores de la talla de Beethoven o Mozart. Hay grandes compo­siciones para la guitarra, pero son desco­nocidas no sólo para el gran público, sino para músicos y programadores. "Los pro­gramadores de concierto se olvidan de que la guitarra es nuestra gran embajadora fuera del país", indica el guitarrista clási­co Gallardo del Rey.







Los flamencos, sin embargo, viven momentos mejores. Dentro y fuera de Es­paña son conocidos Paco de Lucía, Vicen­te Amigo, Gerardo Núñez, Manolo Sanlú­car o Tomatito. ¿Pero quién conoce a los grandes concertistas clásicos de hoy, los herederos de Andrés Segovia? Ni siquiera muchos flamencos saben nada de sus co­legas de guitarra clásica. "En España ha habido siempre una guerra civil entre la guitarra flamenca y la española", indica Gallardo del Rey "Hay un desconocimien­to bestial y mutuo de las dos estéticas. Y eso ha llevado a un distanciamiento. Por una parte, la guitarra clásica estuvo siem­pre en la franja de los eruditos, como ex­plica muy bien Ángel Álvarez Caballero en su libro El toque flamenco. Y, por otra, los flamencos pensaban que si sabían sol­feo iban a ser menos flamencos. La reali­dad, sin embargo, es que las dos guitarras tienen mucho que darse. Porque vienen de un mismo sitio, que es España".

Desde muchos metros a lo lejos podría distinguirse un tocaor flamenco de otro clásico, sin oírlos siquiera. La flamenca suele ser más ligera que la clásica, más clara, y lleva protectores de plástico en la tapa para que el flamenco la golpee mien­tras toca. La postura incluso de tocarla es distinta. El clásico suele apoyar la pierna izquierda en un reposapié, y la mano de­recha se mueve cerca de la boca de la gui­tarra, buscando la calidad del sonido, la suavidad, la espesura, el contrapunto o la variedad de voces. Mientras que el fla­menco apoya una pierna en la otra y bus­ca en su toque la tensión, la verticalidad, la potencia, la redondez del rasgueo, y se va con la mano derecha al extremo de la cuerda, donde más tensión hay. Los clási­cos levantan el mástil a más altura sobre la horizontal del suelo que los flamencos.

"Apenas ningún profesor de los que dan clase en los conservatorios de estepaís tiene conciencia de lo que es el fla­menco", añade Gallardo del Rey "Y eso le hace daño al repertorio español porque tú no puedes plantearte tocar a Falla, Turbia y Albéniz, gente que se inspiró en el fol­clore popular, si no tienes conciencia de la raíz flamenca. Ya puede tocar un cana­diense muy bien el Concierto de Aran­juez..., pero ser de Sevilla y haber tocado con Paco de Lucía y con Gerardo Núñez, como he tocado yo, te abre un mundo nue­vo a la hora de tocar clásica".

Paco de Lucía ayudó a traspasar esas fronteras tan cerradas entre lo clásico y lo flamenco. Detrás de su estela han crecido flamencos que tocan junto a músicos de jazz, de clásico o de bossa nova... Uno de los más sobresalientes y eclécticos es el jerezano de 43 años Gerardo Núñez, quien vive en la sierra de Madrid, en un chalé ro­deado de césped y madera. Su estudio de grabación es como una cabaña; de hecho, es una cabaña, a chico pasos del chalé, con un ordenador en el centro. De ahí salen los discos suyos directamente hacia el merca­do. Hay un sofá y una cafetera. De vez en cuando se tiende con los pies sobre el sofá, la guitarra en el estómago, se pone a tocar como el que juega con un cachorro y pro­duce esa envidia de la gente que abraza un instrumento y le resulta tan fácil expresar sentimientos tan complejos. En el mundo del flamenco Gerardo Núñez tiene fama de ser virtuoso entre los virtuosos, rápido en­tre los rápidos. Cada día dedica un tiempo sólo a los ejercicios de técnica, como un futbolista a la gimnasia. Una hora al día.

Y siempre será así. 'Aunque no te guste, la técnica hay que trabajarla a diario y para el resto de la vida".

Nunca apuntó nada en un papel. Todo lo que compone lo memoriza o lo graba. Empezó con 11 años a aprender por su cuenta y desde entonces no ha parado. "De joven me iba a todos los conciertos que podía de los mejores guitarristas. Y me fijaba en todo, en la mano derecha, en la izquierda, en todo. Es la observación lo que sirve".

De la cabaña de Gerardo Núñez nos vamos al sótano de un chalé de Córdoba, donde estudia Vicente Amigo, uno de los flamencos más innovadores del panorama actual. En una esquina del estudio hay un traje del torero José Tomás manchado con su sangre, de cuando el diestro cortó tres orejas en la corrida de beneficencia de Las Ventas. En otra parte, la muleta de Finito de Córdoba. El guitarrista se sienta en un sofá y espera a ver qué sale. "Crear es como mirarse en el espejo y buscar cosas nuevas en ti cuando te tienes ya tan visto y tan escuchado". Pero siempre sale salgo. "Cuando intentas crear sigues un camino. Y después te vas encontrando nuevos ca­minos o detalles. Se trata de estar en esa búsqueda con la mayor alegría posible. Cuando se trata de música o de arte, en un pequeño detalle está el universo".

Gerardo Núñez, Vicente Amigo, To­matito... ¿Y el Andrés Segovia de hoy? ¿Dónde está? No existe. ¿Y alguien que se le aproxime? Muy de lejos.

"No pretendo restarle mérito a An­drés Segovia", indica Gallardo del Rey "Porque sin Segovia. ni tú ni yo estaría­mos hablando ahora de esto. Pero en su época él estaba solo haciendo la carrera. Hoy hay muchísimos. Y además el pro­blema de España es que no apoya sus conciertos. Los guitarristas vivimos gra­cias a los contratos de fuera: Japón, Chi­na, Australia, Estados Unidos. Es difícil que en esas condiciones florezca". "Es verdad que hoy día no hay una figura tan grande en España como la de Segovia" señala Juan Miguel Moreno Calderón, di rector del Conservatorio Superior de Córdoba. "Pero gracias a la semilla de Andrés Segovia hoy no tenemos que estas hablando de una cosa localista centrada en España o Hispanoamérica, sino de algo absolutamente universal que permite que pueda salir un primer figura en cualquier país".

"Un Andrés Segovia no se va a dar nunca más", sentencia David Russell en impecable español de resonancias gallegas. "El culto al gran maestro ya no existe. Cuando Segovia tenía 50 años, tú tenías que venir con corbata para hacerle una entrevista. Su técnica era excepcional entonces. Pero ahora se toca mejor porque nosotros hemos aprendido de él y de sus alumnos. Las cosas son distintas hoy".

David Russell es uno de los nombres que siempre salen a relucir cuando se habla de los grandes concertistas del mundo. Los otros son el australiano John Williams (al que Andrés Segovia bautizó como príncipe de la guitarra, dando por sentado que el rey era él mismo), el inglés Julian Bream, los cubanos Manuel Barrueco y Leo Brouwer. Pero tal vez el escocés David Russell sea el más español de todos. Se crió en Migjorn, un pueblo menorquino de 800 habitantes al que él llama "mi pueblo". Su padre tenía una colección muy buena de discos de An­drés Segovia. "Yo era muy tímido con todo el mundo, pero con la guitarra, no". Estudió en Londres, completó después su carrera al lado del maestro alicantino José Tomás, se casó con la gallega María Jesús Rodríguez, y vive en Vigo desde hace casi 20 años. No es casualidad que su último disco se llame Aire latino. Precisamente, gracias a esa obra, en febrero ganó el premio Grammy como solista clásico, por delante de tres pianistas.



David Russell llega a la academia de Madrid, donde imparte lecciones magistrales cada tres meses, suelta la funda de la guitarra en el suelo, la ca­zadora de cuero negro sobre ella y comienza la clase. Los alumnos que asisten a ese tipo de cursos suelen llevar muchos años tocando la gui­tarra. Se han preparado al­guna pieza a propósito para tocarla delante del maestro. Russell ha de corregirles. Así lo hicieron con él en su día y así lo harán sus alum­nos el día de mañana. La tarea no es nada fácil. "Si a David se le escapa la míni­ma aspereza, puede hundir a un chaval para el resto de su vida", aclara María Jesús Rodríguez.




David ladea la cabeza hacia su hombro izquierdo y va desgranando consejos: "Te aconsejo que investigues con uñas postizas". "Tu equilibrio es muy oscuro: parece poca cosa, pero el color da mucho". "Hay ciertos sonidos que te suenan ásperos, duros; soy demasiado consciente de la cuerda y no de la magia de tu música". Después de cada pequeña crítica, el maestro interpreta la pieza. La diferen­cia es notoria. Son lecciones tal vez du­ras de asumir en público para un estu­diante. Pero David Russell habla casi acariciando, se inclina hacia el alumno, le toca el brazo, no tiene inconveniente en limarle las uñas... Todo eso, en efecto, resultaba inconcebible en el mundo de la guitarra hace 30 años. Entonces un profesional sólo tenía oportunidad de acudir a un curso de Andrés Segovia una vez cada tres años, si conseguía en­trar. Las fronteras entre las distintas es­cuelas eran mucho más rígidas. Al maestro no le gustaba que su alumno acudiera a una clase magistral de otro profesor. Hoy, la oferta para el estudian­te es mayor que nunca. Aparte de los discos y DVD, un alumno puede tomar un avión e irse a París o a Londres para asistir a un curso de John Williams o meter en su ordenador un vídeo de Paco de Lucía y desmenuzar todos los movimientos de la mano en cualquier falseta, por rápida que sea. Pero como el contacto personal entre alumno y maestro, nunca habrá nada semejante. De eso sabe algo el Niño Josele, tal vez el gui­tarrista flamenco más envi­diado de España a sus 30 años por ser el único a quien Paco (para los flamen­cos sólo hay un Paco, es in­necesario el De Lucía) seña­ló con su varita mágica para que grabase junto a él su último disco, Cositas buenas, y se fuera con él de gira. "Paco me ha enseñado de todo", ex­plica el Niño Josele. "Escalas para que no se me levanten los dedos de las cuer­das maneras de pulsar distintas, ras­gueos... Yo no sabía que había hasta 40 rasgueos distintos. Pero todo eso no es lo mejor de Paco. Sus manos, ya sabe­mos lo privilegiadas que son. Eso no es ninguna sorpresa para nadie. Lo quemás me ha llamado la atención es el coco, la mentalidad que tiene. Es como un chaval de 20 años. Se está pregun­tando cosas constantemente, apren­diendo siempre".

Y si el Niño Josele no puede tocar a la misma velocidad que él, no pasa nada. "Procura que yo saque mi propia personalidad. A veces hace un picado muy rápido, ta-ta-ta-ta-ta... y me dice `tira tú por ahí'. Y yo le digo: 'Qué va, qué va, yo por ahí no puedo, eso es muy rápido para mí'. Entonces me dice: `Pues búscate otro camino'. Su consejo siempre es que te centres en hacerlo todo muy limpio y que seas tú. Y como él dice: Lo que hace falta es tocar acom­pañando al cante. Porque ahí es donde está el secreto de tocar solo después".

Aprender flamenco en España ha resultado más complicado a veces que tocar la guitarra clásica. "En el flamen­co siempre nos hemos formado de oído, viéndonos unos a otros, sin apuntar nada", señala el guitarrista flamenco y concertista Óscar Herrero. "Por su­puesto, de solfeo, la mayoría de los gui­tarristas no entendían nada. Se pensa­ba que el flamenco no podía trasladarse al solfeo". Aparte de sus clases particulares en El Escorial, Herrero ha pu­blicado dos libros con CD para la for­mación técnica del guitarrista, y nueve DVD, la mayoría de ellos en venta por Internet. "Yo preguntaba muchas cosas a los maestros flamencos y no sabían explicarme por qué tocaban una cosa de una manera y no de otra. Y a mí me pasaba lo mismo. Fue dando clases como aprendí a desmenuzar, a desci­frar la estructura del flamenco. Cosas que a mí me costaron muchísimos años aprender, ahora las estamos siste­matizando. Los flamencos están apren­diendo solfeo, y esto va a abrirle puertas a las mujeres, que hasta ahora no podían aprender si no era en ambien­tes muy machistas".

Óscar Herrero, como muchos fla­mencos, interpreta concierto junto al clásico Miguel Trápaga, quien ha sido alumno de David Russell. Músicos de to­das las vertientes quieren introducir algo de flamenco. Jazz, clásicos, pop. ¿Qué buscan? ¿La técnica, la velocidad, la fuerza del rasgueo? "Yo creo que les atrae el hecho de que el flamenco sea una música viva, que no está academi­zada. Cuando aleo está vivo hay mucha pasión, mucha riqueza", señala el fla­menco Gerardo Núñez. "Yo creo que es el ritmo", opina Vicente Amigo, "la fuerza espiritual y emotiva del flamen­co". Algo parecido piensa Tomatito: "Yo no creo que sea tanto la técnica, sino la raíz, el ritmo, el aire".

Al mismo tiempo, los flamencos también se alimentan de esos ritmos. ¿Qué le ha proporcionado a Tomatito to­car al lado de gente como el pianista do­minicano de jazz Michel Camillo? "So­bre todo, tranquilidad. Y entender que la música está hecha para divertirse, no para sufrir. Los músicos de otros géneros se divierten. Y si te diviertes tú, el público también se divierte. Los flamen­cos hemos estado demasiado condicio­nados por la presión de los críticos".

Tomatito cree que ahora mismo al flamenco se está acercando el gran... ¿El gran público? "No, el gran aficiona­do a la música, el melómano".

Guitarristas más completos, guita­rras más potentes y un público más sur­tido y más exigente: la semilla que han plantado Manuel Ramírez, Andrés Se­govia y Paco de Lucía da cada año me­jores frutos. •

Desde Vicente Espinel hasta el Conservatorio de Córdoba

Aunque los orígenes de la guitarra se pierden en la niebla de las tabernas, entre el humo de las hogueras en el camino, fue a fina­les del siglo XVI, y en España precisamente, cuando se abrió un claro en la nebulosa y empezó a tomar cuerpo la guitarra tal como la concebimos ahora. En 1550, en el pueblo malagueño de Ron­da, nació un tipo que llegaría a ser soldado, músico, poeta y sa­cerdote; juerguista y mujeriego; amigo de Cervantes y de Queve­do. Se llamaba Vicente Espinel.

Entre amoríos, batallas y poemas tuvo tiempo de tocar la gui­tarra lo suficiente como para notar que cuatro cuerdas sabían a poco. Y añadió una quinta. Con aquel acto inconformista cambió para siempre la forma de pulsar el instrumento. Hasta entonces, sólo se rasgueaba y apenas se usaba la yema de los dedos. Con Vicente Espinel, esa llave de oro que abría puertas y corazones se hizo más compleja, más rica y sutil.

Pero ¿cuándo llegó la sexta cuerda? "La sexta aparece, o sesupone que aparece, a finales del siglo XVIII, pero no se sabe con certeza quién la inventó", escribió el artesano José Ramírez III en su libro En torno a la guitarra. "iHasta el final tiene que ser así de misteriosa la guitarra!".

Así pues, España tenía que ser. Y de España, ¿qué ciudad? Cada año, en la primera quincena de julio, durante dos semanas, hay una ciudad en España que vive como dentro de una guitarra. Es Córdoba. El próximo año se cumplirá el 25° aniversario del fes­tival de la guitarra de Córdoba. Cada año, unos 200 guitarristas de todo el mundo acuden ahí. Pasean por las calles a cualquier hora y desde cualquier sitio se derrama la música. Sale por las rui­nas palaciegas de Medina Azahara, baja por los balcones de La Corredera, se aduna entre las mesas de las terrazas, se escabulle por los jardines del Alcázar, se hace la encontradiza en el barrio de la Judería, se mete por la noche en las caballerizas reales o en el Gran Teatro. Los profesores pueden ser Manolo Sanlúcar o Raimundo Amador. Los artistas invitados: B. B. King, Pat Metheny, Al Di Meola, Toquinho, Bob Dylan, John Williams, Narciso Yepes, Paco de Lucía, Leo Brower, Manuel Barrueco, Carlos Santana, John McLaughlin o... Paco de Lucía.

Por eso no es de extrañar que sea en Córdoba precisamente donde vaya a salir este año, en junio, la primera promoción de gui­tarristas flamencos conforme al plan de estudio LOGSE, con título equivalente al de licenciatura universitaria. La cosa no ha sido fácil. "El problema era que se estaba implantando una especialidad sin que existieran titulados para impartirla", explica el director del Con­servatorio Superior de Córdoba, Juan Miguel Moreno Calderón. "Con lo cual nos encontramos con la necesidad de nombrar a pro­fesores titulados en guitarra clásica y con conocimientos de fla­menco que debían enfrentarse a un alumnado procedente en mu­chos casos del ámbito flamenco profesional, pero sin una forma­ción musical clásica a la altura de su técnica flamenca. A veces hayque pasar la mano. Tenemos que tener todos un poco de pacien­cia. Dentro de 15 o 20 años habrá una generación estupenda de músicos flamencos con una sólida formación académica".

Paco Serrano es uno de los pocos profesores que cuenta con una sólida formación musical y al mismo tiempo un bagaje como guitarrista flamenco profesional. "A mí el conocimiento teórico me ha dado elementos para no basarme sólo en la intuición. He podi­do buscar en otros terrenos a los que no habría llegado sólo con la intuición". Ahora bien, si tuviera que optar el maestro Paco Se­rrano entre lo académico y lo "intuitivo", ¿qué haría? "Para mí lo fundamental en flamenco es lo espontáneo, la intuición. El flamen­co tiene mucho de salvaje y de cosas que no se pueden aprender en un conservatorio. Pero aquí el alumno aprenderá la base y des­pués que cada uno se busque sus vivencias".

La cuestión es que quien quiera acercarse ahora a la guitarra flamenca lo tiene mucho más fácil que nunca.

Ocho sugerencias con guitarra clásica


ANDRÉS SEGOVIA. The Segovia collection (Deutsche Gram­mophon). A Andrés Segovia, la guitarra no solamente le debe multitud de interpretaciones por los cinco continentes llenas de una personalidad inigualable, sino que, además, uno de los mayores legados que nos ha dejado ha sido la gran cantidad de obras que fueron compuestas bajo su influencia como con­secuencia de su constante requerimiento a los compositores interesantes que iba encontrándose en su camino. En esta re­copilación de grabaciones realizadas durante varias etapas de su vida encontramos obras de Joaquín Rodrigo, Manuel Pon­ce, Castelnuovo-Tedesco, Moreno Torroba, Federico Mompou, junto a la música de Bach, Sor, etcétera, pasando por el ba­rroco español y las pavanas de Luis Milán, que fueron pen­sadas para la vihuela renacentista.

NARCISO YEPES. Si hubiera que destacar una interpreta­ción representativa del famosísimo Concierto de Aranjuez, una de ellas siempre sería la que Narciso Yepes dejó es­culpida junto a Ataúlfo Argenta en su primera grabación del concierto, y que posteriormente repetiría en dos oca­siones más junto a Odón Alonso y García Navarro para el sello Deutsche Grammophon.

JOHN WILLIAMS /BARRIOS. El disco que en el año 1977 John Williams dedicó integramente a la figura del excelente guitarrista y compositor paraguayo Agustín Barrios Mangoré contribuyó a dar a conocer la música de una de las figuras importantes del repertorio, que hoy en día goza de gran po­pularidad entre los entusiastas de la guitarra. En el año 1991, Sony reeditó esta grabación bajo el título Latin American gui­tar music. Music by Barrios and Ponce.

JULIAN BREAM. Cualquiera de la gran cantidad de discos que ha grabado el guitarrista inglés Julian Bream sería digno de la más alta recomendación, pero en especial éste dedi­cado a la música española: Music of Spain. Granados & Albéniz (RCA, 1981; reeditado en CD, 1994).

DAVID RUSSELL. Francisco Tárrega. Integral de guitarra (Ópera tres, 1991). Uno de los muchos registros imprescin­dibles del guitarrista escocés David Russell, que con sus in­terpretaciones y enseñanzas por todo el mundo auguran un buen futuro para la guitarra.

MANUEL BARRUECO. J. S. Bach. Sonatas (Emi Classics, 1997). Continuando con la tradición, Manuel Barrueco inter­preta su propia transcripción para guitarra de las tres sona­tas para violín solo del maestro de Eisenach.

GERARDO ARRIAGA. Manuel M. Ponce. Sonatas y suites para guitarra (Opera tres, 1997). Es un registro lleno de un acertado sentido de coherencia y honestidad interpretativas de un repertorio fundamental para la guitarra del siglo XX.

SERGIO Y ODIAR ASSAD. Latin American music for two gui­tars (Wea, 1985). Uno de los dúos de guitarras mas repre­sentativo interpreta un repertorio con obras latinoamerica­nas para dos guitarras de Astor Piazzolla, Leo Brouwer, Remeto Pascoal, Radamés Gnatalli, Sergio Assad y Al­berto Ginastera. •

Ocho sugerencias con guitarra flamenca Por Ángel Álvarez Caballero

La discografía de guitarra flamenca no es muy extensa, pero sí bastante selecta. Quiero decir que hay en ella ciertos tí­tulos de especial interés, de entre los cuales parecen im­prescindibles los siguientes:

PACO DE LUCÍA. Integral Paco de Lucía (Universal, 2003). Colección de 26 CD con toda la obra grabada de Paco de Lucía (menos su última creación, Cositas buenas, que es posterior). Obra fundamental por ser el maestro, segura­mente, el nombre más importante de la historia. Sugerente, rica, diversa; sin ella la guitarra flamenca sería otra cosa.

MANOLO SANLÚCAR. Tauromagia (Polydor, 1988). Proba­blemente la mejor grabación de Sanlúcar, sobre el mundo de los toros. La lidia expresada a través de diversos toques flamencos, con fuerza y garra extraordinarios, y además con imaginación. Quizá el tocaor nunca estuvo más inspirado.

SABICAS. Grandes figures du flamenco (Le Chant du Mon­de, SA). Sabicas ha sido, con toda probabilidad, la figura más internacional del flamenco. Desde Nueva York, donde fijó su residencia, viajó a todo el mundo una y otra vez. In­trodujo novedades de gran dificultad en el toque.

GERARDO NUÑEZ. Andando el tiempo (The Act Company, 2004). Núñez es actualmente uno de los adelantados de la guitarra flamenca. Muy versátil, se aproxima con frecuenciaa otros géneros musicales. Ésta, su última grabación, es pro­bablemente la mejor de las suyas.

RAFAEL RIQUENI. Rafael Riqueni (Nuevos Medios, 2002). El arte exquisito de Rafael Riqueni, que sufrió una dramáti­ca interrupción años atrás, se refleja en esta compilación de manera admirable. Expresa sensibilidad, gusto por el toque clásico, personalidad en grado sumo.

JOSE MANUEL CAÑIZARES. Punto de encuentro (EMI, 2000). Excelente muestra de las capacidades de Cañizares, primer nombre indiscutible de la guitarra en Cataluña. Es guitarrista de enorme técnica, que se pone al servicio de una música que se distingue por su gran modernidad.

VICENTE AMIGO. De mi corazón al aire (Sony, 1991). Pri­mer disco en solitario de Vicente Amigo, y seguramente el mejor de los suyos. Tiene una potencia creadora formidable, es imaginativo y fue el punto de partida de una carrera que está resultando esplendorosa.

MORAÍTO CHICO. Morao morao (Nuevos Medios, 2004). El toque de Jerez, con su inigualable compás y su fulgor in­creíble, tiene en Moraíto un representante de primera línea. Por bulerías, por siguiriyas, es un maestro inigualable, digno de figurar junto a los mejores. •



El Pais Semanal domingo, 10 de abril de 2005.


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