sábado, 23 de abril de 2011

La estrella del rock

Jimi Hendrix dijo que la guitarra eléctrica es la reina del rock and roll. John Lennon aseguraba que nada hay en el mundo tan suave como el mástil de una Rickenbacker. Bo Diddley hizo el mejor rythm and blues con una vieja Gretsch. B. B. King siempre le ha sido fiel a una Gibson llamada Lucille. Y Brucé Springsteen canta orgulloso que su Fender ha aprendido a hablar. El rock necesita tanto a sus estrellas de carne y hueso como a las hechas de cuerdas y madera.




Texto: Javier Pérez de Albéniz Fotografia: Francisco Ontañón
detalle de una Rickenbacker 370










Gibson ES-125, de finales de los cincuenta

detalle de una Gibson ES-175 D, de los años cincuenta.


Pala y clavijero de una guitarra Fender Stratocaster Elite, de comienzo de la década de los ochenta.

En el festival pop de Monterrey de 1967, Jimi Hendrix era un novato que compartía escenario con artistas de la categoría de Otis Redding o Janis Joplin. Al finalizar su ac­tuación, en pleno éxtasis, roció con gasolina su flamante Fender Stratocaster y le prendió fuego, ante el delirio del público. "La guitarra es la reina del rock and roll, y a ella le debemos lo mejor de esta música. Sólo el fuego es capaz de devolverle su pureza original". Así de contundente ha­blaba el instrumentista norte­americano en una entrevista con­cedida el 16 de septiembre de 1970, justo 48 horas antes de fa­llecer a consecuencia de una so­bredosis. James Marshall Hen­dricks tenía 28 años. Por sus ve­nas corrían proporciones parejas de sangre cherokee y de sustan­cias tóxicas. A la extraordinaria habilidad de sus dedos, rápidos y precisos como diminutas serpien­tes, se le llamó magia. Fue un guitarrista único, un músico irre­petible que supo encontrar un hueco en su azarosa vida para elevar la guitarra eléctrica ala categoría de obra de arte.

Entre 1920 y 1924, un norte­americano llamado Lloyd Loar diseñó varios modelos de pasti­llas para amplificar la señal sono­ra de las guitarras acústicas. Tra­bajaba entonces para la compa­ñía Gibson, y con su marcha la idea quedó hibernada durante 10 años. En 1935, Gibson presentó un instrumento revolucionario: la ES-150 Electric Spanish. Pare­cía una guitarra acústica normal, pero le delataban algunos deta­lles sorprendentes, como los agu­jeros en forma de efe de la tapa o la enorme pastilla central, una unidad fonocaptadora que con­vertía la vibración de las cuerdas y el sonido de la caja en una señal eléctrica. En el interior del cuer­po se habían colocado dos poten­tes imanes que entraban en con­tacto con una pieza colocada bajo las cuerdas. Era la primera guitarra eléctrica, pionera de otros modelos más rebuscados, que convertirían este instrumen­to en símbolo de varias genera­ciones.

Django Reinhardt y Charlie Christian, nombres ya legenda­rios, dieron a este tipo de guita­rras un impulso definitivo al final de los años treinta y comienzos de los cuarenta, confiaron en el sonido de las primitivas guitarras eléctricas y crearon estilos muy personales. Era la época de los enormes cuerpos de caja y los acabados en nácar y marfil. Des­pués vendrían otros hombres Gib­son, como Johnny Smith, Ho­ward Roberts, y, posteriormente, Chuck Berry y el gran B. B. King. Este último, prototipo de bluesman criado a orillas del Mi­sisipí, destrozó sus dedos durante años trabajando en plantaciones de algodón y rascando una guita­rra acústica de 10 dólares; hasta que en 1958 pudo comprarse una Gibson ES-335. Desde entonces no ha cambiado de guitarra. En 1949 tocaba casi todos los fines de semana en un garito de Ar­kansas. Un día se declaró un in­cendio en ese local y todos salie­ron a la calle. Entonces B. B. King se dio cuenta de que había olvidado dentro su mugrienta guitarra, entró de nuevo en el edificio, ante el estupor de todo el mundo, y, milagrosamente, logró sacar el viejo instrumento segun­dos antes de que todo el edificio se derrumbara. "Al día siguiente me enteré de que el incendio se había iniciado en una pelea por una chica llamada Lucille. Desde entonces todas mis guitarras se han llamado así, para no olvidar que hay muchas guitarras, pero sólo un B. B. King".

Fender es la otra gran marca de guitarras eléctricas. Leo Fen­der puso a la venta en 1954 el mo­delo Stratocaster, convirtiéndolo en un instrumento revoluciona­rio gracias a tres características que hacían de él un aparato úni­co: era la primera guitarra de cuerpo macizo con tres pastillas de bobina única; su diseño anató­mico, con dos cortes en forma de cuernos, facilitaba enormemente su manejo, y además llevaba en el puente una unidad de vibrato y una palanca hacía posible que el guitarrista jugase con la tensión de las cuerdas. Jimi Hendrix, Eric Clapton, Buddy Holly, Ry Cooder, David Gilmour (Pink Floyd), Ron Wood, Robert Cray y el recientemente fallecido Stevie Ray Vaughan han mantenido fieles al sonido de la Stratocaster.

"Tengo una guitarra, / y le he enseñado a hablar", afirma Bruce Springsteen cada vez que inter­preta el tema Thunder road. Col­gada de su cuello suele descansar una Fender Telecaster Squire, un intrumento presentado en 1954 con el cuerpo macizo y una sola pastilla. Esta guitarra forma, jun­to con la legendaria Stratocaster, la primera línea de la compañía fundada por el norteamericano Leo Fender en los años cuarenta. Muddy Waters, Keith Richard, Andy Summers (Police), Jeff Beck, Albert Lee y Jaime Urrutia (Gabinete Caligari) son algunos de los músicos que han utilizado habitualmente este modelo.

El boxeador y violinista Elias McDaniel se educó musicalmente en el Chicago de los años cuaren­ta escuchando los intensos blues de la posguerra. Poco después cambió el violin por la guitarra, su nombre por el de Bo Diddley y las cuerdas del cuadrilátero por las de una vieja Gretsch electro-acústica. Sus rechonchos dedos de boxeador dieron vida al mejor rythm and blues, y de su imagina- ción surgieron algunos de los di. seños de guitarra más sorpren­dentes de todos los tiempos: la casa Gretsch le fabricó instrumentos de caja rectangular, forrados con pieles de tigre en lugar de con las tradicionales pinturas 3 barnices, y con los cromados de clavijero, vibrato, puente y boto. nes en plata y oro. Los modelos que esta casa comercializaba re. sultaban igualmente espectacula­res. En 1955 pusieron a la vente los primeros ejemplares de White Falcon con una campaña publici­taria basada en una frase definitiva: "La guitarra más cara de mundo". Neil Young, Duanne Allman y Brian Jones solían apostar durante los años sesenta por e sonido rancio y cálido al mismc tiempo de estos inigualables instrumentos.

Muchos músicos piensan que las Rickenbacker son unas guitarras de juguete, comparándolas inconscientemente con los re­cios modelos de cuerpo sólido fabricados por Fender. Gibson y Gretsch. John Lennon, Pete Townshend (The Who), Roger McGuinn (The Byrds), Rick Nel­son, Paul Weller (The Jam) y Peter Buck (REM) no han pensado igual, y utilizan habitualmente es­tas peculiares guitarras para sus grabaciones y giras. "No hay nada en el mundo tan suave como el mástil de una Rickenbacker", decía Lennon, quien acostumbra­ba a componer con uno de estos instrumentos. Su sonido sale muy metálico y agudo, y la construc­ción no resulta demasiado sólida, sobre todo teniendo en cuenta que los mejores modelos son los de media caja. Las maderas resul­tan, sin embargo, magníficas, y el acabado muy cómodo y personal. La música de los Byrds resume to­das las bondades sonoras de la marca creada en 1930 por Adolph Rickenbacker, con una serie de guitarras ideales para crear fon­dos sonoros en segundo plano.

De forma paralela a estas cua­tro grandes marcas surgieron otras muchas, tanto en Estados Unidos como en Europa. Epipho­ne, Guild, Danelectro, Vox, Wat­kins y Harmony ofrecían calidad y un gran número de modelos du­rante los años setenta y ochenta. Inmediatamente, el mercado ja­ponés respondió a la gran deman­da de guitarras eléctricas copian­do modelos clásicos a precios mu­cho más económicos. Ibanez, Ya­maha y Tokai han imitado los modelos clásicos norteamerica­nos, copiando con exactitud el as­pecto estético, pero sin conseguir los sonidos cadenciosos y rancios de las viejas maderas y pastillas.

"Estrellé mi guitarra contra la pared, contra el capó de un coche y contra una vieja Harley Davidson", cantaba hace no demasiado tiempo Meat Loaf. "La Harley aulló de dolor y la guitarra gimió como si estuviera en celo. Subí si­gilosamente al cuarto de mis pa­dres y me coloqué al pie de su cama. Levanté la guitarra, y justo cuando iba a rompérsela en la ca­beza, mi padre se despertó y dijo: "¡Quieto, chico! ¿No sabes lo que haces? ¡No puedes tratar de esa forma un instrumento tan caro!'. Entonces le miré fijamente a los ojos y le dije: 'Papá, aún tienes mucho que aprender sobre el rock and rol!". n

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