domingo, 24 de abril de 2022

Álbum del fotógrafo que murió de frío

El fotógrafo René Robert muere congelado en las calles de París tras una caída

El artista, de 84 años, permaneció nueve horas en la acera sin que nadie le prestara ayuda

Retrato de René Robert.

PRISCA BRIQUET


MARC BASSETS

París - 27 ENE 2022 


La muerte a los 84 años de René Robert, el fotógrafo suizo que retrató a las grandes estrellas del flamenco contemporáneo, podría ser una estadística, uno más de los 500 que cada año mueren en las calles de las ciudades de Francia. Lo que distingue a Robert de la mayoría de estos muertos en la soledad y el desamparo es, primero, que él no era un sin techo. La segunda diferencia es que era alguien con una trayectoria profesional reconocida y que, gracias a ello, sus amigos han dado a conocer las circunstancias en las que murió.

El miércoles 19 de enero, pasadas las nueve de la noche, Robert daba su paseo nocturno habitual por su barrio parisiense, el de la plaza de la República, uno de los centros neurálgicos de París, casi siempre concurrida y bulliciosa. Ante el número 89 de la calle de Turbigo cayó al suelo. Se desconoce el porqué. Si tropezó o si sufrió un mareo.

Y ahí quedó. En un trozo de acera entre una tienda de vinos y una óptica. Paralizado y a la vista de los parisienses que volvían a sus casas a toda prisa de trabajar, los paseantes que iban o venían de los restaurantes o los cafés de la zona, los turistas.


'Farruco', de René Robert.

Pasaron las horas. Las calles se vaciaron. Robert seguía allí. Y es fácil imaginar que para los transeúntes era uno más de tantas personas que en París, y en tantas ciudades de los países del Occidente rico, viven en la calle y a veces uno no sabe si duermen o si agonizan.

A las seis de la madrugada del jueves 20 alguien lo vio y llamó a los bomberos. Demasiado tarde. Habían pasado nueve horas desde la caída. Llegó la ambulancia. Cuando René Robert, el retratista de Camarón de la Isla y Paco de Lucía, entre otros, ingresó en el hospital Cochin, fue imposible reanimarlo. La causa de la muerte fue una “hipotermia severa”, según los bomberos. Es decir, murió de frío.

Su amigo Michel Mompontet, periodista, lo describe así en vida: “Era discreto. Muy atento a los demás, divertido, pero era un hombre de pocas palabras. Hablaba en voz baja. No le gustaba mucho hablar, como a muchos fotógrafos. Siempre llevaba sombrero. Durante años llevaba siempre el cigarrillo en la boca, luego lo dejó. Muy elegante, en plan flamenco, con el pañuelito de lunares. Era esa elegancia tanto moral como física. Al verlo te decías: ‘¿Quién es este señor? ¿Será alguien?”.

Mompontet, que está casado con una española, lo había conocido a finales de los ochenta. Ambos eran asiduos de los conciertos de flamenco en París: Camarón, Lole y Manuel, Enrique Morente, Paco de Lucía... ”Aquel señor bajito y discreto siempre estaba con los artistas, era amigo de ellos y les sacaba fotos”, recuerda Mompontet. “Como era muy amigo de Paco de Lucía, por ejemplo, para nosotros, que teníamos veinte años, él era una manera de acercarnos a los artistas. Lo divertido es que él apenas hablaba castellano, lo chapurreaba, pero los artistas lo entendían, era un idioma curioso, mezcla de francés y español que no era ni francés ni español”.


Retrato de Juana 'la del Pipa', de René Robert.

René Robert, aquel hombre discreto y elegante, los conocía bien, a los cantantes, guitarristas y bailaoras. Llevaba fotografiándolos desde los años sesenta, cuando descubrió el flamenco en un antro de la rive gauche que habían frecuentado Picasso y los españoles de París. El local se llamaba Le Catalan.

Pequeños y grandes, artistas de medio pelo y genios del cante jondo desfilaron ante su cámara. Siempre en blanco y negro. “En el blanco y negro hay un lado trágico que me parece más adaptado al flamenco que el color”, diría en una entrevista con la publicación Musique Alhambra. En la misma entrevista, y a la pregunta sobre qué buscaba en sus fotografías, respondía: “Espero los momentos fuertes, cuando la expresión está en su apogeo (...) Es el lado extremo de los flamencos lo que me impresiona”.

En los libros Flamenco, La Râge et la Grâce (La rabia y la gracia) y Flamenco Attitudes ha quedado plasmado su arte, además de en los miles de fotografías que en 2021 legó a la Biblioteca Nacional Francesa en París, “auténtico tesoro para los amantes del flamenco, pero también para todos los aficionados a las artes gráficas”, como ha recordado su amigo Mompontet en un artículo en la publicación deflamenco.com. Ha sido él el responsable de que la muerte de René Robert haya saltado a la luz pública y se haya convertido en una historia que impactado más allá del círculo de amigos, y de Francia.


Retrato de Aurora Vargas, de René Robert.

El martes, en su editorial en la televisión pública, habló de la muerte de su amigo. “Antes de dar lecciones y acusar a quien sea”, dijo, “hay que responder a una pregunta que me incomoda: ¿estoy seguro al 100% que si me viese confrontado a esta escena, un hombre en el suelo, me habría detenido? ¿Nunca me habría apartado de un sin techo que veo acostado ante una puerta? No poder estar seguro al 100% es un dolor que me persigue. Pero tenemos prisa, tenemos prisa, tenemos nuestras vidas, y apartamos la mirada”.

Por último, Mompontet cuenta que, después de unos días de búsqueda, encontraron a la persona que sí se fijó en René Robert en el suelo y llamó a los bomberos. Era un sin techo del barrio y no ha querido que se dé a conocer su nombre.


El Pais


sábado, 23 de abril de 2022

ENNIO MORRICONE 20 bandas sonoras imprescindibles

 

Por Yago García. 
Pocos compositores de cine han sido capaces de mantener un estilo único mientras, a la vez, probaban su versatilidad en filmes de todo tipo. Y Ennio Morricone ha sido uno de ellos. El maestro italiano, fallecido en su Roma natal el 6 de julio con 91 años, tuvo sobradas ocasiones para probarlo con una carrera que le llevó del fértil cine italiano de los 60 y 70 (el del giallo, los thrillers, las películas sociales, el erotismo y, clar, el spaghetti western) hasta el Hollywood más lujoso. 

Para conmemorar su obra, hemos elegido 20 trabajos entre los que destacan, claro, sus colaboraciones para Sergio Leone, pero también para cineastas tan dispares como Henri Verneuil, Roman Polanski, Sergio Corbucci, Terrence Malick, Lucio Fulci y ese Quentin Tarantino con quién pasó sus últimos años en un glorioso tira y afloja. Y también para una larga serie de películas que ahora estarían olvidadas de no ser por unas composiciones majestuosas. Parafraseando a Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez, en esta vida hay dos clases de personas: las que componen, y las que las escuchan. Nosotros escuchamos.



Revista Cinemanía Agosto 2020

sábado, 16 de abril de 2022

J.S. Bach, la última estrella de la radio

Radio Clásica y France Musique sitúan entre sus programas más escuchados espacios dedicados en exclusiva al músico alemán


El pianista Glenn Gould toca el piano en unas grabaciones de Bach.

GORDON PARKS (THE LIFE PICTURE COLLECTION VIA GETTY)


GUILLERMO ALTARES

Madrid - 24 ABR 2021


El gran director de orquesta británico y erudito musicólogo John Eliot Gardiner pasó varios años escribiendo un retrato de Johann Sebastian Bach, La música en el castillo del cielo (Acantilado, traducción de Luis Gago), casi mil páginas dedicadas al genio de Eisenach. Al principio de su ensayo recuerda una frase de Albert Einstein: “Esto es lo que tengo que decir sobre la obra compuesta por Bach: escuchadla, interpretadla, amadla, veneradla y callaos la boca”. El propio Gardiner escribe más adelante: “Basta con escuchar una sola cantata de Navidad para experimentar la euforia festiva y el júbilo de una música sin precedentes, que queda fuera del alcance de cualquier otro compositor”.

La idea de que Bach (1685-1750) ocupa un espacio único entre los grandes compositores es compartida por muchos músicos y tiene un claro reflejo en la cantidad inmensa de grabaciones de sus obras, en el papel que ocupan sus partituras en los planes de estudio de los conservatorios y en las versiones que trasladan sus composiciones a otras músicas, como el jazz; pero también en la radio especializada. Desde hace años, tanto la española Radio Clásica, de Radio Nacional, como la francesa France Musique (ambas emisoras públicas) mantienen dos programas dedicados íntegramente al compositor barroco: La hora de Bach, que se emite los sábados a las 11.00, y Le Bach du dimanche, que se emite los domingos de 07.00 a 09.00. Ambos están disponibles en podcast. En el caso del programa español, además, se mantiene como el más escuchado y descargado de la emisora.

“Bach es un compositor de una profundidad, una solidez y una complejidad con una apariencia de simplicidad como no ha habido ningún otro”, explica Sergio Pagán, experto en música antigua y director y presentador de La hora de Bach desde que nació el programa en 2015, primero dentro de la programación especial de verano y luego ya como un espacio semanal. “Es perfecto, desde las obras más pequeñas hasta las más grandes: es como las construcciones clásicas, como una escultura griega, no puedes ni poner ni quitar nada. Existen además muchas y muy buenas grabaciones de su obra y está muy bien catalogada”, prosigue Pagán en referencia al célebre BWV (Bach-Werke-Verzeichnis, el catálogo de las obras de Bach en alemán).

“¿Por qué no Mozart?”, responde Corinne Schneider, directora y presentadora de Le Bach du dimanche que se emite desde 2017, cuando es preguntada sobre si existe otro músico al que se podría dedicar un programa semanal sin resultar repetitivo. “Para celebrar el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, France Musique dedicó una programación diaria de una hora a su música de lunes a viernes durante todo el año 2020. Pero es cierto que el repertorio de Bach es tan amplio que un solo año no es suficiente para escucharlo todo”. A principios de los años dos mil, Radio Clásica ya emitió un programa dedicado solo a las cantatas de Bach, dirigido por el gran musicólogo Daniel Vega Cernuda, el mayor experto español en el compositor y autor de Bach. Repertorio completo de la música vocal (Cátedra).


Johann Sebastian Bach.

Ninguno de los dos recuerda un caso parecido al de Bach, capaz de aguantar semana tras semana una programación diversa y variada, que va ganando adeptos conforme pasan los años. Tanto Schneider como Pagán están muy orgullosos de haber logrado prácticamente no repetir cantatas, las composiciones para la misa luterana, que ofrecen religiosamente (nunca mejor dicho) en cada programa. “Si he repetido alguna ha sido por despiste o intentando que sean en diferentes versiones. Como mucho habré repetido seis o siete y todavía quedan un montón”, explica Pagán. Schneider señala por su parte: “Durante las tres primeras temporadas pude emitir una nueva cantata cada domingo, siguiendo además el calendario litúrgico para estar lo más en sintonía posible con las circunstancias de la composición y la interpretación. Nos han llegado unas 200 cantatas religiosas. Este año ya estamos empezando a repetir, pero por supuesto ¡ofrezco una nueva interpretación cada vez!”.

“Bach es un caso único”, sostiene por su parte el violinista y director de orquesta italiano Fabio Biondi, uno de los grandes intérpretes de música barroca, impulsor del conjunto Europa Galante, que toca con instrumentos de época. “No me extraña que lleven años en antena. Bach es deslumbrante. Tiene algo que a veces puedes encontrar en Mozart, en Beethoven: no está lastrado por ningún tipo de rutina, es un mensaje global, fundamental, imperturbable, infinito. Cuando se lee sobre su vida, te das cuenta de que tenía problemas con la orquesta, siempre estaba pidiendo más músicos, pero todo eso no aparece en sus composiciones. Son obras creadas para el futuro, universales”, prosigue Biondi, que acaba de grabar para un disco que saldrá en septiembre en Naïve las Sonatas y Partitas para violín solo (BWV 1001-1006), consideradas el Everest del violín barroco.

Los aficionados a estos programas se van acostumbrando a nombres que aparecen una y otra vez –el Bach Collegium de Japan, de Masaaki Suzuki, las interpretaciones para órgano de Marie Claire Alain, el Collegium Vocale Gent, Philippe Herreweghe, Benjamin Alard, Gustav Leonhardt, Nikolaus Harnoncourt, el propio Gardiner o Biondi–, pero también descubren nuevas joyas, como la Sonata para órgano número 4 BWV528 interpretada por el pianista islandés Vikingur Olafsson. Naturalmente, al cabo de unas cuantas emisiones, los oyentes se mueven como pez en el agua en el infinito catálogo BWV, que supera ya las 1.200 entradas. La última edición de las obras completas de Bach, que salió en 2018 con motivo de su 333 aniversario, llamada precisamente Bach 333, incluye 222 cedés con 280 horas de música.

“Lo que hace que Bach sea inagotable no es tanto porque sea intemporal, sino que es atemporal”, explica Luis Gago, crítico musical de EL PAÍS, violinista y experto en la obra de Bach, sobre el que escribió un pequeño libro para Alianza Editorial. “Se lo han apropiado todos los géneros musicales y siempre funciona. Con Beethoven, Monteverdi, Mozart… sería una catástrofe. Su música tiene un elemento de abstracción y de atemporalidad, por eso es tan universal”. En cuanto al éxito de los programas de radio, Gago recuerda lo que afirmó el gran pianista András Schiff en enero antes de comenzar en Londres un recital dedicado íntegramente al compositor: “No hay que preguntarme el porqué de hacer un programa dedicado monográficamente a Bach, porque una y otra vez digo que, de lejos, el más grande compositor que ha vivido nunca es Johann Sebastian Bach. Es algo que no hace falta demostrar”. Bach no necesita explicaciones, como saben los fieles oyentes de La hora de Bach y Le Bach du dimanche.


El Pais


martes, 12 de abril de 2022

La onomatopeya que dio comienzo al “rock and roll”

Se reedita en español Auambabuluba Balambambú, el ensayo de 1969 que capturó la esencia de un nuevo estilo musical que supuso también una revolución sociocultural


Por Fernando Navarro


El músico Little Richard, en un concierto alrededor de 1956.
MICHAEL OCHS ARCHIVES


Al igual que nadie ha podido superar el “auambabuluba balambambú” del explosivo Little Richard como definición perfecta del rock and roll, tampoco nadie ha podido explicar mejor que Nik Cohn su significado. Ese alarido, esa onomatopeya indescifrable que dice más que 10 estrofas, que se cuela por los huesos y estalla como un cohete en el seso y en las entrañas, jamás hubiese necesitado de elucidación si no hubiera aparecido en 1969 el libro de Cohn, que, bajo el mismo título que el grito fantástico que la versión de Elvis Presley llevó hasta el infinito y más allá, se convirtió en un clásico instantáneo. El volumen logró capturar la esencia de ese sonido que rápidamente empezó a llamarse pop y que, según palabras del escritor británico, estaba formado por “guitarras eléctricas toscar, poderosas, tremendamente ruidosas y que llegaron como monstruos musicales en la era del espacio e inmediatamente aniquilaron todos los convencionalismos habidos hasta entonces”.

Esas guitarras cambiaron las vidas de la generación que creció después de la II guerra mundial, alumbrando un mundo de posibilidades. Por su penetrante pensamiento y su estilo didáctico y entusiasta, este libro también cambió muchas vidas. “Nunca podrá ser tan maravillosamente sencillo”, sentencia Cohn al escribir del pop de los años cincuenta, el que se moldeó con la primera escuela del rock and roll. La sentencia podría ser también la frase de una buena faja para su libro, Auambabuluba Balambambú. La edad de oro del rock and roll, una obra maravillosamente sencilla que combina una lectura divertida, honesta y fresca desde  un punto de vista muy personal y lúcido. La editorial La Fleguera la recupera ahora con la pasión del espíritu subversivo con la que nació en plena ola contracultural cuando el pop ya era mayor de edad y, en el caso de España, cuando este movimiento todavía era un destello en el horizonte de una sociedad que vivía en el agónico blanco y negro del franquismo.

Como se cuenta en la introducción de la reedición, fue editado en España en 1973 por el sello editorial Nostromo, gracias al impulso de Manuel Arroyo-Stephens, quien fundó la librería Turner en Madrid, que vendía libros censurados por el franquismo y que acabó por convertirse en el traductor del original en inglés. Con el paso del tiempo, el libro fue descatalogado y se convirtió en una pieza de coleccionista para melómanos, como si fuera un single perdido de un pionero del rock and roll, hallándose en tiendas de segunda mano a precios desorbitados. Es por eso que ahora se le imprime un carácter festivo a esta reedición y se le suma un agradecido prólogo del escritor Kiko Amat, una de las firmas españolas que más han hecho por difundir el valor de la cultura pop. “Cohn llegó a la música popular y dijo, antes que nadie, esto es esto y sirve para esto. Se llama pop. Id y usadlo, humanos”, escribe Amat.

Nik Cohn es pop. Hijo del historiador Norman Cohn y adolescente que en los cincuenta gastó sus días en una tienda de discos y en garitos de Londres y Newcastle mientras escribía artículos en la revista musical Queen, tenía 22 años cuando publicó Auambabuluba Balambambú. Y su libro, por tanto, transpira pop por los cuatro costados, de arriba a bajo. Su mérito no está solo en enseñar las virtudes de ese movimiento musical underground, que trataba el sexo sin complejos y conectó con el furor de la delincuencia juvenil, sino en vivirlo en primera persona, contando anécdotas de sus encuentros con algunos músicos y, especialmente, llegando al misterio último de esa explosión sociocultural. Cada página es aún más excitante que la anterior para analizar el fascinante poder de la cultura juvenil a través de la música. “Lo único prohibido era el aburrimiento”, afirma.

El libro va desde la irrupción brutal de Elvis Presley –“el símbolo que necesitaba el pop y la propiedad exclusiva de los teenagers”- y toda esa legión de pioneros hasta 1969, año de Woodstock y del comienzo del fin con la defunción de The Beatles y el sueño hippy. En esa fecha, Cohn se encierra en una cabaña de Irlanda para escribir el libro y entregarlo en un tiempo récord con una conclusión: el pop no solo se ha vuelto aburrido, sino que es “un producto prefabricado” dirigido a una “élite sofisticada”. Y sorprende su análisis visionario cuando concluye que el pop acabará “sin gritos ni pataleos”, con “gente aplaudiendo educadamente en grandes teatros” y con “música creando formas plásticas y obras maestras”. “Nada de esto me interesa”, sentencia. “Porque yo me inclino por la imagen, por lo heroico… y por un sonido que tiene que ser rápido, divertido, sexy, obsesivo, un poco épico”. Cohn debió pensar en suicidarse con la irrupción del indie y el pospunk.

El mejor arte siempre guarda una paradoja. Si Elvis fue el revolucionario de todo sin ninguna pretensión de serlo, Cohn fue el anticrítico musical que se erigió en la gran firma musical de su tiempo y de los venideros. Lo último que quería era darle gravedad intelectual a la música popular y acabó por ofrecer una filosofía de cómo entenderla, de cómo pertenecer a ella. Su pensamiento todavía ilumina por su humor, pero también por su actitud militante. Escribe como si fuera el genio detrás de una canción. Con el mismo arrojo, con la misma puntería y también –y es algo importante- con los mismos prejuicios de lo que no le gusta. Es lo que Amat llama su “sistema métrico propio”. El credo de Cohn necesita mostrar sus fobias para darle más valor a sus pasiones. Así rechaza sin media tintas el twist –“el mayor hype de todos los tiempos”-, a Bob Dylan-“me aburre terriblemente, me deprime”-, al Brian Wilson de Pet Sounds-“se puso muy esnob y quiso correr con tanto preciosismo que perdió el sombrero”-, a la Motown o a la escena de Laurel Canyon. Es incorruptible en su militancia pop y se ve siempre al hombre que hay detrás del libro, algo que, aunque no se comparta o escandalice por opiniones tan tajantes, es de agradecer, más aún en estos días tan políticamente correctos.

Ningún libro ha sido tan importante para apreciar la mejor era de la música popular. En los últimos tiempos, lo más parecido, sin ser del todo igual, es la visión panorámica de Bob Stanley en Yeah! Yeah! Yeah!, una historia del pop desde Bill Haley hasta Beyoncé. Además, críticos como Greil Marcus, Simon Reynolds o Jon Savage han ofrecido grandes ensayos socioculturales de reflexión; musicólogos como Charlie Gillet, Peter Guralnick o Peter Doggett han dejado obras académicas de profundidad histórica, y músicos como David Byrne han dado pensamientos valiosos sobre el arte musical. Pero nadie ha llegado adonde llegó Nick Cohn: al corazón mismo del pop. Fue el primero y quizás el único.


“Auambabuluba Balambambú. La edad de oro del rock and roll”. Nick Cohn.

Traducción de Manuel Arroyo-Stephnes y Silvia Palacios. La Felguera, 2022.

404 páginas. 23 euros.