miércoles, 19 de enero de 2022

Los días oscuros de Andrés Calamaro

Disney+ estrena un documental sobre la carrera del músico argentino con parada en la epopéyica construcción de ‘El salmón’ y su posterior renacimiento


Andrés Calamaro en los años noventa./ ANDY CHERNIAVSKY


CARLOS MARCOS

Madrid - 27 NOV 2021


Habla Olga Castreño, manager de Andrés Calamaro durante los últimos 22 años: “A mí no me gustaba ver cómo se destruía. Yo sufría un montón. Era horroroso. Había veces que iba a despertarlo después de cinco días en los que no había dormido; entraba en la habitación y pensaba: ‘¿Y si no se me despierta un día, qué?”. Los años oscuros del rockero: se encerró con estupefacientes y un equipo de grabación durante tres meses. Componer, consumir, grabar, consumir… Se habla de 700 canciones registradas, de las que finalmente seleccionó 103 para editar aquella egomanía llamada El salmón, un álbum quíntuple con mediocridades y también con canciones de calidad. Sobre ese periodo que empieza con la edición de El salmón, año 2000, y siguió un silencio de casi un lustro se ha especulado mucho. Lo que ocurrió en esa nebulosa narcotizante en la que se movió el músico se desarrolla en la última parte del documental Calamaro: Bios, vidas que marcaron la tuya, producido por National Geographic y que se puede ver en Disney+ desde el viernes 26 de noviembre.

Vestido con un jersey de lana verdoso poco glamuroso, sin parar de beber mate y fumando, Calamaro (Buenos Aires, 60 años) responde a las preguntas de una Nathy Peluso (Buenos Aires, 26 años) superada por el personaje. Todo el que entrevista al rockero lo está, con la imparable verborrea que derrocha y con una colección de gestos que deben dejar exhaustos los músculos de su cara. No es el documental definitivo del músico (tiene un aire a los Imprescindibles de La 2) pero resume su carrera con espíritu didáctico y el espectador disfruta de una jornada (en la que se grabó la entrevista) especialmente locuaz y procaz por parte del artista. Aparecen colegas de profesión y amigos que van poniendo color y reflexión al relato: músicos como Ariel Rot, Daniel Melingo, Vicentico o Cachorro López, y escritores y periodistas como Marcelo Fernández Bitar o Fabián Casas. Se echan en falta, como casi siempre en estas hagiografías, voces críticas o que al menos pongan en aprietos al protagonista. Relevante el material de archivo expuesto, sobre todo las fotografías antiguas y algún vídeo, como el primer concierto de Los Rodríguez en la minúscula sala madrileña Siroco. Una cinta reveladora también para los despistados: Calamaro es parte básica del rock cantado en español, una figura inmensa desde su paso por Los Abuelos de la Nada, Los Rodríguez y en solitario. Un artista muchas veces genial, a pesar de alguna salida de tono en sus últimos años.

En 1999 Calamaro publicó Honestidad brutal, donde se desangraba durante dos horas y 21 minutos (37 canciones) después de su ruptura sentimental con Mónica García. “Honestidad brutal fue el Apocalipsis Now de las grabaciones de rock. Estuve dos meses como Martin Sheen al comienzo de la película”, afirma el cantante en el documental. Solo los entrantes comparado con el plato graso que vendría después: El salmón. “Solo vivía para hacer música todo el día. Dejó las necesidades básicas, como bañarse o comer”, cuenta la manager en el documental. “Es el diario personal de alguien que está pasando un gran momento creativo, pero está desquiciado emocionalmente”, remacha el escritor Fabián Casas.

Calamaro habla de un trabajo político, cuando la crisis argentina (estamos en 2000) despoja de su bienestar sobre todo a la clase media. “Es un disco de la izquierda revolucionaria. Sentía que nos estábamos reivindicando con bestialismo, que es lo que nos gustaba”, señala el creador de Flaca. Pero inevitablemente llega la descompresión. Tras la salida del quíntuple disco, el cantante se retira a desintoxicarse. Elige la sierra y asegura que se mimetizó con el entorno. “Me convertí en un campesino más, las mismas botas de agua, la camisa a cuadros, iba a desayunar al bar con el carnicero…”. Pero regresa el Calamaro cínico y gamberro: “La verdadera rehabilitación lleva tiempo, hay que hacerlo con un psiquiatra y con nuevas drogas, hay que cambiar unas drogas por otras”.


Andrés Calamaro y la también cantante Nathy Peluso en un momento del documental.

Casi cinco años estuvo ausente del directo. ¿Se habría olvidado el mundo de Andrés Calamaro? Junto con sus compatriotas de la Bersuit vence su bloqueo artístico y su miedo escénico y triunfa. Lo demuestra con el álbum en directo El regreso (2005).

Es en la parte final del documental cuando surge uno de esos momentos insuperables del cantante. Acariciándose la barbilla, con las cejas alzadas, expresándose con pausas y mirando al vacío, reflexiona ante una Nathy Peluso que no puede pestañear: “Podemos pensar en regresos, pero no es fácil. Muhammad Ali… él estuvo suspendido del boxeo durante tres años y después volvió. Y consiguió ganar. Pero ya no era tan ágil y le pegaron bastante. Ningún astronauta volvió a la Luna, Gardel nunca volvió de Medellín, Atahualpa Yupanqui nunca volvió de Francia…”. Pero él sí.


El cantante (a la derecha) con el músico Federico Moura (a su lado) y el actor Ricardo Darín (izquierda). / ANDY CHERNIAVSKY

Seguramente Calamaro no llegará a los niveles creativos que alcanzó con Los Rodríguez y en sus discos en solitario como Alta suciedad y Honestidad brutal, pero en cada álbum que edita se encuentran perlas y la tónica general está por encima de muchos de los grupos vendedores del pop y rock actual en español. Para el crepúsculo del documental deja su manera de vivir: “Creemos que la gloria está después de morirnos. Mejor vivir en el picado, exigiéndole al mundo que se quite la máscara y se muestre cínico, como realmente es”. Y se ríe.


El Pais


domingo, 9 de enero de 2022

Los Beatles o el derecho a no llevar corbata

La banda nos regaló la posibilidad de llevar una vida apasionada e interesante en medio de la inhumana combustión económica del capitalismo

De derecha a izquierda, John Lennon, George Harrison, Ringo Starr y Paul McCartney en una actuación de los Beatles.


MANUEL VILAS

27 NOV 20211

No los vimos envejecer juntos. Los Beatles se separaron en 1970. Y John Lennon sufrió un martirio civil, fue asesinado en 1980 por un loco, con lo que el hipotético regreso de la banda se hundía para siempre. La leyenda se blindaba. Y luego Harrison murió en 2001, otra baja más en nuestra ilusión de un regreso que siempre supimos imposible. Lennon quedó iconográficamente embalsamado como un ídolo inalterable. Esa imposibilidad del regreso es importante, porque los Beatles, como Elvis, quedaban sellados como un submarino, por supuesto de color amarillo, eran mármol histórico, eran y son una fuerza emocional que no cesa. Periódicamente inspiran libros, películas o documentales como el recién estrenado The Beatles: Get Back, de Peter Jackson. Las gafas de John Lennon, pequeñas y redondas, acabaron siendo una manera digna y fervorosa de estar en la vida.

El mundo que había surgido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial dio un fruto maravilloso: la clase media. Y la clase media tuvo hijos, y esos hijos volvieron a confiar en la vida, volvieron a amar la vida. Y el rock and roll inventó una cosa inesperada, y lo hizo en los años sesenta del siglo XX: inventó la juventud. Ser joven era una ideología y una verdad. Los Beatles le dijeron al mundo que la belleza y el poder estaban con los jóvenes y que esa belleza era invencible. Toda la iconografía del pop se ha basado en la erradicación del fatalismo y en la exhibición glamurosa de la utopía del amor. Los Beatles, además, se siguen escuchando, y musicalmente hablando no envejecen. Antes envejecerán el Sol y las galaxias infinitas que los Beatles.

Los Beatles arruinaron para siempre la diferencia entre alta cultura y cultura popular y se convirtieron en filosofía, poesía, literatura, ciencia, política, religión, sociología, erotismo, revolución, capitalismo, comunismo, comedia, drama, tragedia. Lo son todo. Antes de los Beatles el mundo olía a siglo XIX y lo veíamos en blanco y negro, después de ellos el mundo se hizo de color y se convirtió en lo que tenemos delante, aunque algo mermadas a día de hoy la pasión y la confianza en la vida. Había más cosas que trajeron los Beatles, trajeron la alegría de vivir sin límite y sin miedo. Los Beatles nos dieron un bien revolucionario, nos regalaron la posibilidad de llevar una vida apasionada e interesante en medio de la inhumana combustión económica del capitalismo. Los Beatles embellecieron la vida. La publicación de Sgt. Pepper´s y el primer disco de The Velvet Underground, ambos en 1967, elevaron la música popular a un lugar desconocido, a un espacio artístico de carácter universal. Esos dos discos, gemelos en alguna medida, muy distintos pero contundentes los dos, hicieron del rock una expresión artística superior a la literatura, la pintura, y el cine. A partir de esos dos discos la cultura se transformó y se enriqueció y volvió a ser un motivo de acción y no solo de reflexión. Cualquiera que entrara en esos dos discos de 1967 salía convertido en otra persona, en un vitalista acérrimo, con infinitas ganas de vivir. El carácter planetario del rock and roll se metamorfoseó en energía política. Yo creo que el muro de Berlín lo dinamitaron los Beatles y la Velvet Underground, como muchas veces ha recordado Václav Havel.


Imagen del recién estrenado documental 'The Beatles: Get Back', dirigido por Peter Jackson.

EFE

Los Beatles confirmaron que la libertad individual era posible, alimentaron la revolución sexual, transformaron la moda y la indumentaria e hicieron del inconformismo una manera de luchar contra el aburrimiento. Se dejaron barba y melena y se vestían con arreglo a una formulación diferente de la vida. Hasta eso les debemos, les debemos podernos vestir como nos dé la gana. Nos dieron el derecho a no llevar corbata. Los Beatles enseñaron al mundo que era más importante decorarse que vestirse, bien que esto lo heredaron de Elvis Presley. Vestir a tu manera se convirtió en una fiesta. La fiesta de la libertad y del sexo dentro del capitalismo era posible. Podías pertenecer a la clase obrera, podías ser un empleado, un camarero, un oficinista, un estudiante pobretón, un explotado, pero si tenías cerca un tocadiscos o una radio donde sonaran los Beatles tu vida se iluminaba, se hacía legendaria, salía de la alienación y se convertía en luz. Esa luz sigue encendida. Por eso los Beatles son la única utopía en la que aún se puede creer. Si los Beatles suenan, la vida tiene sentido y dejan de existir el mal y la miseria, el dolor y la angustia.

Uno de los grandes poderes de la música popular y del rock es su manera de acompañar a los seres humanos en momentos decisivos de sus vidas. Los Beatles han acompañado a millones. Han estado presentes como música celebratoria cuando la gente hacía y hace el amor. Han estado presentes en juergas, en viajes, en bodas, en guateques, en divorcios, en suicidios, en novelas, en películas. Su música se coló por todas partes. Un derramamiento general de la alegría que lo llenaba todo. El pop y el rock son formas de erotismo contagiosas. Los Beatles eran eróticos, eran libido y seducción, y una reivindicación de las sensaciones por encima de las certezas del pensamiento y de la reflexión. Hoy la revolución sexual se ha ido al carajo. El hippismo está oxidado y es lo más viejuno que uno pueda imaginar, pero lo peor es que nada ha venido a sustituirlo en lo que tenía de ilusión y de irreverencia. Es imposible hacer el amor con un smartphone; con una canción de los Beatles, sí.

Tal vez la mejor herencia de los Beatles haya sido la natalidad. Tenían razón aquellos que satanizaban el rock por considerarlo una invitación al sexo. No quiero ni pensar en los millones de boomers que fueron concebidos con música de los Beatles en cuartos de pensiones, en habitaciones de estudiantes de colegios mayores, en coches baratos con radio y olor a marihuana, en tiendas de campañas junto al mar o junto a un río, en pisos de recién casados con tocadiscos estereofónicos y en noches en hoteles de una noche, como dijo el poeta. Ah, y se me olvidaba lo más importante: siempre les dieron mil vueltas a los Rolling Stones, porque eran infinitamente mejores, por la delicadeza, porque los Beatles fueron delicadeza.


El Pais