domingo, 22 de agosto de 2021

Beck en la Ciudad del Motor

DISCOS PERDIDOS 



Solo una estrella del rock llegó a grabar en el estudio de Motown. Pero no se atrevió a publicar los resultados

Versión imaginada del disco de Jeff Beck para Motown por el diseñador Javier Aramburu.JAVIER ARAMBURU

DIEGO A. MANRIQUE

09 AGO 2021 

Si alguien menciona a Beck en asuntos musicales, es muy probable que la mente vuele hacia Beck Hansen, el polímata californiano que descubrimos en 1994 con Loser. Pero antes estaba el Beck británico, Jeff Beck, posiblemente el guitarrista más imaginativo surgido de Inglaterra en los sesenta, una década no escasa en maestros de lo que coloquialmente llamaban hachas.

Nuestro Beck era el hachero que reventó los esquemas de su primer grupo de éxito, The Yardbirds. A lo que eran esencialmente livianas canciones pop y blues acelerados, aportó un nuevo vocabulario guitarrero, soluciones imposibles, exotismos (meses antes de que George Harrison conociera a Ravi Shankar, Beck ya evocaba el aroma del sitar en Heart Full of Soul). Asombraba su precisión, su inventiva para conjurar sonidos, cuando apenas se disponía de pedales de efectos.

Había una cara B, claro. Beck se caracterizaba por un temperamento volátil, como se aprecia en su escena de Blow-Up (1966), la película londinense de Antonioni. The Yardbirds están actuando ante un público apático; el amplificador de Beck comienza a pedorrear y su frustración deriva en la destrucción de su guitarra (una Hofner barata, nada de bromas con sus queridas Gibson y Fender). No importa que esos sacrificios fueran realmente la especialidad de The Who; Beck tenía un aire troglodita que hacía concebible tales arrebatos.

Otra especialidad de Beck era el autosabotaje. Contratado para actuar en el festival de Woodstock de 1969, unos días antes suspendió la gira por EE UU y regresó a casa. Lo ha justificado luego de mala manera, alegando que detestaba “el rollo hippy”. El problema es que esa decisión estúpida acabó también con aquella formidable encarnación del Jeff Beck Group, que incluía a Rod Stewart, Ronnie Wood y Nicky Hopkins.

No pudo elegir peor momento para desaparecer. Su público estaba desertando hacia los más fiables placeres de Led Zeppelin, cuyo primer LP en buena parte derivaba de hallazgos de Beck. Y no podía protestar: compartían manager. Además, había una larga amistad con el fundador de Led Zeppelin, Jimmy Page. Ambos eran hábiles en disimular sus plagios pero discrepaban en el grado de compromiso: Page tenía un proyecto artístico y ansia por comerse el mundo, mientras Beck prefería dedicarse a restaurar su colección de coches vintage.

La indolencia de Beck se escapa a nuestra comprensión. Podía acudir a una grabación sin sus guitarras, seguramente directo de su garaje; alguien le buscaría un instrumento. Cuando comenzó a trabajar con George Martin en lo que sería su triunfal Blow by Blow, el productor comprobó que Beck llegaba invariablemente hacia el final de la sesión. Resultó ser pura tacañería: odiaba los parquímetros londinenses. Con diplomacia, Martin le recordó que el alquiler diario del estudio costaba mil libras esterlinas y, aunque de momento pagaba la discográfica, al final se lo descontarían de sus regalías.

Lo compensaba con su audacia kamikaze. En el mundillo del pop británico, todos adoraban los esbeltos productos de la factoría Motown. Pero solo una figura se atrevió a viajar hasta el estudio de la compañía, para grabar con los músicos de la Motor Town. Corría el verano de 1970 y Beck fue bien recibido por el capo de Motown, Berry Gordy, que soñaba con expandirse al mercado del rock.

Se cometieron algunos errores. Beck llegó con el baterista Cozy Powell, que insistió en instalar su aparatosa Ludwig de doble bombo, ante la consternación de los técnicos de Motown. Y también se trajo a su productor habitual, Mickie Most, acostumbrado a funcionar con un equipo que le permitía escaquearse de las tareas más tediosas. No coló en Detroit: lo primero que le pidieron James Jamerson y Earl Van Dyke, los instrumentistas convocados, fueron las partituras.

No traían partituras. Beck creía que ellos ya se sabían el repertorio previsto, cosas como Reach Out I’ll Be There (el megaéxito de The Four Tops), I’m Losing You (The Temptations) o I Can’t Give Back The Love I Feel For You (Rita Wright). Y sí, podían haber tocado en las grabaciones originales pero eran una fracción de las miles de canciones que habían facturado entre aquellas cuatro paredes. Desconfiaban del modus operandi de Beck, que esperaba improvisar hasta llegar al punto de amalgama entre su rock explosivo y el impulso Motown.

Con todo, se hicieron una decena de piezas. El disparate final fue que resolvieron mezclar en Londres, ignorando que el secreto del sonido Motown pasaba precisamente por la mesa de su estudio. El disco no se pudo terminar; cincuenta años después, nada se ha escuchado de aquellas sesiones. Otra ocasión perdida. Y puede que Motown no se lo perdonase. En 1972, uno de sus artistas, Stevie Wonder, compuso para Beck el tema Superstition. Motown dictaminó que era demasiado bueno para dar su estreno a un tipo tan poco fiable. Fue número uno para Stevie en 1973.


El Pais


sábado, 7 de agosto de 2021

El último esprint de los Beatles


El misterio alrededor de ‘Hot as sun’, el disco número 13 del grupo de Liverpool

DIEGO A. MANRIQUE

02 AGO 2021 




Versión imaginada del disco de The Beatles 'Hot as sun'.JAVIER ARAMBURU


Son una especie de Santo Grial para los melómanos más voraces. Los llaman discos perdidos pero suelen estar localizables, aunque fuera de nuestro alcance, en archivos muy protegidos. Puede tratarse de trabajos que quedaron incompletos, por fuerza mayor o quebranto del impulso original. También podemos estar ante obras prácticamente terminadas, aparcadas por las dudas de la discográfica o del propio artista. En el caso de colaboraciones entre dos figuras, una bronca tardía sobre créditos o dinero fácilmente desemboca en el entierro de lo que comenzó como un alarde de buen rollo.

Y luego están los discos contrafácticos. Los que dependen del “¿qué hubiera ocurrido sí…?”. Campo libre para la fantasía: ¿cómo hubiera sonado el encuentro de Miles Davis y Jimi Hendrix en un estudio?; ¿por dónde tiraría Kurt Cobain tras descubrir el pozo sin fondo de Leadbelly? Muchas especulaciones giran alrededor de lo que habría sido el 13º elepé de los Beatles, bautizado comúnmente como Hot as sun. El título tiene resonancia histórica: es un instrumental compuesto por Paul McCartney en 1959, recreado con una letra improvisada durante la elaboración de Let it be y finalmente grabado en plan Juan Palomo para McCartney (1970).

Responde a una ocurrencia de la revista Rolling Stone. En septiembre de 1970, publicó un pequeño relato titulado El álbum de los Beatles que nadie oirá. Una ficción que podía ser tomada por información confidencial, dado que sus autores pertenecían a la industria musical. Se contaba el robo del máster del LP que supuestamente iba a llamarse Hot as sun. Se exigía un rescate a cambio de la devolución de la cinta; el canje se efectuaría en Argelia, entonces madriguera de todo tipo de organizaciones con pretensiones revolucionarias. Los Beatles, con la mala conciencia de ser millonarios subidos sobre la ola de la contracultura, aceptaron pagar. Una vez realizado el intercambio, el enviado volvió a Londres. Ante el pavor general, se descubrió que la cinta ya no contenía música. Terminaron deduciendo que los extorsionadores habían cumplido con el trato, pero, en el aeropuerto de Argel, se acababan de instalar rayos X para inspeccionar los equipajes: mal calibrada, la máquina había borrado todo lo grabado en la bobina.

El cuento tenía un fallo obvio: el máster de un álbum puede ser reconstruido a partir de las mezclas finales de cada tema, que quedan almacenadas en el estudio de grabación. Y eso es lo que han hecho muchos fans de los Beatles, solo que trabajando con descartes de Let it be y Abbey Road o incluso con canciones publicadas en los primeros lanzamientos en solitario de McCartney, George Harrison, Ringo Starr y John Lennon (bajo su nombre o como la Plastic Ono Band). Canciones que ya existían en los meses finales de los Beatles y que, en algún caso, hasta tocaron en el estudio.

Quedaría un gran álbum, sin duda. Imaginen una colección que incluyera Instant karma, Maybe I’m amazed, It don’t comes easy, It isn’t a pity, Working class hero, All things must pass, Jealous guy, Every night y, desde luego, Hot as sun, todas procesadas por la eficaz maquinaria vocal/instrumental de los Beatles, afinada por el productor George Martin.

En esos afanes, late un deseo narcisista de reescribir la historia. Hoy sabemos que el clima interno de los Beatles degeneró velozmente en 1969: estallaron rencores hasta entonces reprimidos. George Harrison se hartó de la infinita condescendencia por parte de la dupla dominante. Ringo Starr se sintió humillado entre tanto gallo y, de hecho, fue el primero en dar un portazo (luego regresaría al redil). Sobre todo, se rompió la pareja que lideraba el proyecto. Con su crudeza habitual, Lennon le planteó a McCartney su deseo: “Quiero el divorcio.”

Ya conocen lo demás. Para que el barco siguiera navegando, Paul tomó el timón… y se ganó la antipatía de los otros tres. El capitán, John Lennon, había entrado en un periodo de apatía y drogas duras. La solución de McCartney pasaba por recuperar energías con conciertos por sorpresa, un entusiasmo no compartido. El choque final llegó por la necesidad de contar con un mánager que reemplazara al fallecido Brian Epstein, algo urgente dado los chorros de dinero que perdían con Apple Corps. Paul propuso a Lee Eastman, veterano del show business y padre de su esposa Linda. Sus compañeros no podían aceptar que el poder negociador también se desplazara a la esquina de McCartney; prefirieron a Allen Klein, un duro tiburón de la vieja escuela. Paul replicaría haciendo público el divorcio.

Buscando, todavía se pueden hallar ediciones físicas de Hot as sun, obviamente piratas, ilustradas con imágenes extraídas de la última sesión fotográfica, desarrollada en agosto de 1969, con unos Beatles hirsutos posando en la mansión de John Lennon, Tittenhurst Park. Nuestra aportación a la leyenda consiste en una portada imaginada por el gran Javier Aramburu.


El Pais