martes, 17 de julio de 2018

La música perdida

La posteridad de John Coltrane es tan fértil como lo fue su vida. Lo que desapareció durante muchos años surge de pronto e irrumpe luminosamente en el tiempo

ANTONIO MUÑOZ MOLINA
14 JUL 2018



John Coltrane en Copenhague en 1961. JAZZ ARCHIVE / REDFERNS

Parece que ni la muerte temprana puede interrumpir la obra en marcha de un artista. La posteridad de John Coltrane ya empieza a durar más que su vida, porque murió a los 40 años, en 1967, pero le dio tiempo a crear tanta música que siempre estamos descubriendo algo nuevo de él. Glenn Gould decía con malevolencia que Mozart no había muerto joven, sino viejo, porque a los 35 años ya no le quedaba nada más que decir. John Coltrane murió más prematuramente todavía porque en sus últimos años su música estaba desplegando posibilidades inauditas. Me recuerda a García Lorca, que fue asesinado justo cuando su poesía y su teatro se encontraban en un estado de tránsito hacia algo completamente nuevo, una originalidad en parte cuajada y en parte cargada de promesas que ya no llegarían a cumplirse. Lorca murió en 1936: la onda expansiva de lo que estaba escribiendo e imaginando se prolonga en un porvenir que él ya no pudo ver, pero que siguió marcado por la novedad de su influencia. Poeta en Nueva York y La casa de Bernarda Alba vieron la luz fuera de España y en los años cuarenta. El público seguía siendo perturbadora y nueva cuando se estrenó en Madrid en 1986.

John Coltrane murió joven, pero tuvo tiempo de alcanzar una plena madurez y un dilatado reconocimiento. Con 38 años, en 1965, grabó A Love Supreme, que es una afirmación simultánea de ruptura y de clasicismo, una de las obras más altas de la música sagrada del siglo XX. Podía haberse instalado en su maestría, que era la suya como intérprete y compositor y la de los músicos de su cuarteto, pero nada más alcanzarla ya se estaba alejando de ella, y en sus últimos años se dedicó a un riguroso despojamiento, a una ruptura incesante que para muchos de quienes lo admiraban tenía algo de calamidad y de trastorno. Rompió con lo que había hecho y con lo que le había asegurado el éxito, una libertad de improvisación firmemente anclada en el blues y en una riqueza melódica heredera de Duke Ellington y de los cantos de iglesia afroamericanos. Ese equilibrio entre la libertad y el rigor, entre la efusión del arrebato y el puro oficio infalible, lo habían sostenido los miembros fijos de su cuarteto durante los mejores años, el batería Elvin Jones, el pianista McCoy Tyner, el bajista ­Jimmy Garrison. Pero Coltrane también los fue dejando atrás, o ellos lo dejaban a él, incapaces de seguirlo en una búsqueda que lo llevaba hacia donde ellos creían que no podía llegarse, hacia lo que para muchos oídos era pura confusión, chirridos, desorden. Lo que había sido un cuarteto se convertía en una orquesta tumultuosa. La forma cerrada de una canción de tres minutos se descomponía en las duraciones de la música religiosa musulmana o hindú o de las celebraciones africanas. El sonido del saxo abandonaba no solo la tonalidad, sino la noción misma de las notas, convertidas a veces en algo parecido a gruñidos o a gritos. A veces Coltrane dejaba de tocar, ahíto o exhausto, y murmuraba una salmodia, o se golpeaba rítmicamente el pecho, poseído como un chamán, su caja torácica y su cuerpo entero convertidos en instrumento.

No paraba de componer y de tocar en sus últimos años, de hacer giras agotadoras por todo el mundo, de prolongar una actuación hasta que ni los músicos ni él parecía que pudieran mantenerse en pie. Murió y siguieron apareciendo discos cada vez más radicales. Interstellar Space, tocado mano a mano con el batería Rashied Ali, se grabó sin ensayo ni partitura a lo largo de un solo día de febrero, en 1967. La compañía de discos tardó siete años en publicarlo. Pero en noviembre de 1966 se había grabado en directo un largo concierto prodigioso en Temple University, un trance colectivo de música y de misticismo en el que una sola canción, la inagotable ‘My Favourite Things’, duraba casi media hora: se publicó en 2014, al cabo de 48 años.

La posteridad de John Coltrane es tan fértil como lo fue su vida. Desde hace meses se venía sabiendo que había vuelto a aparecer una grabación perdida. Para los aficionados, el amor por la música se confundía con la fascinación de las leyendas, la fábula de la obra maestra oculta, del manuscrito extraviado. Hubo una sesión de estudio del cuarteto clásico el 6 de marzo de 1963, pero la cinta se daba por perdida. Coltrane le regaló una copia a Naima, su primera mujer. Lo que desapareció durante ­muchos años surge de pronto e irrumpe luminosamente en el tiempo. En su reseña fervorosa del disco recién publicado, Both Directions at Once, Yahvé M. de la Cavada dice que su descubrimiento equivale al de una novela inédita de Dostoievski. Sonny Rollins lo compara con el hallazgo de una nueva cámara secreta en la Gran Pirámide. Yo escucho el disco desde hace varios días y lo que siento sobre todo es el asombro y la gratitud de que un tesoro así haya llegado intacto a nosotros, a través de la lejanía de los años, con la inmediatez de lo que surge sobre la marcha en un estudio, en el encuentro de cuatro músicos que se conocen muy bien y están en la cima de sus facultades individuales y de la complicidad de cada uno con los otros. Wayne Shorter explica el título aludiendo a un consejo que Coltrane solía darle: arranca una pieza en torno a la mitad y a partir de ahí avanza al mismo tiempo hacia atrás y hacia delante. Ese día, el 6 de marzo de 1963, John Coltrane está justo en la mitad de su madurez, cosechando todo el esfuerzo y el aprendizaje del pasado —el suyo personal y el de la tradición musical a la que pertenece— y tanteando ya lo que vendrá después y no se le ha revelado todavía, lo que ya lo empuja como una gran corriente sin que él sepa del todo hacia dónde. Como sabemos lo que vino después, corremos el peligro de creer que tenemos el don de la profecía. Pero a mí me gusta escuchar esta música no como el preludio de algo, sino como una culminación en sí misma, dotada de esa libertad desenvuelta y sin énfasis que es propia de quien hace bien su trabajo y sabe disfrutarlo. Esa misma noche, después de pasarse el día entero grabando en el estudio, los músicos se fueron a tocar en un club.

‘Both Directions at Once’. John Coltrane. Impulse!


El Pais. Babelia. Nº 1.390 Sabado 14 de julio de 2018


martes, 3 de julio de 2018

1990-1999 La música de la década: internacional pop-rock

1990-1999 Del vinilo al mp3: la selección tentaciones



La década del “Indie”, el tecno, el “grunge” y el “trip-hop” toca a su fin: es la hora de diseccionar su legado. Nuestros críticos han elegido los mejores discos de un tiempo marcado por la ruptura de fronteras estilísticas. La lista es todo un arma contra pesados nostálgicos de tiempos pasados porque demuestra que los noventa han sido ricos en artistas imaginativos y discos apasionantes.

Cualquier resumen es, por definición, injusto, insuficiente y caprichoso, y éste lo es aún más. En primer lugar, porque para elaborarlo sólo se ha convocado a los críticos de este suplemento que tienes en tus manos; en segundo, porque las categorías no abarcan la riqueza y variedad de las músicas que se han producido en estos años confusos, y además, porque la urgencia es la peor consejera de la memoria, incluso la más selectiva. No se trata, por tanto, de falta de rigor, sino de aceptar la imposibilidad de poner puertas al universo de la música, el fenómeno más popular de cuantos definen lo contemporáneo.

Pese a todos los condicionantes, contra cualquier censura, frente a los mecanismos de la industria cultural omnipotente, la música popular destila expresiones incontenibles de libertad que discurren desde la sociedad anónima de un chaval armado de guitarra en un lugar oscuro, hasta las capacidades incontrolables de la tecnología desbocada. Si esta última década de nuestra vida se despertó con el desgarro vociferante de Kurt Cobain, luego asistió a la transmutación de todos los géneros, incorporó los ritmos olvidados de cualquier hemisferio y desnudó la estrecha condición de los popes más satisfechos. Estos 10 años que hemos recorrido anuncian en su conclusión formas, instrumentos y presagios más imprevisibles que nunca.

La música es ritmo y transmisión, pero también negocio y abuso; libera y descubre caminos nuevos, pero sin duda puede también alienar y favorecer ignorancias culpables; la música escandaliza y agita, recuerda y acusa, es un termómetro que indica el estado de una sociedad que trata, por todos los medios, de domesticarla y limitarla. Y puede que ése sea uno de los pecados mayores de las listas y los resúmenes.

No es esa nuestra intención. Esta Selección Tentaciones pretende, sobre todo, destacar, valorar, llamar la atención sobre las obras más importantes de los 10 últimos años. Los discos, que han sido elegidos por votación entre todos los críticos musicales de la revista, reflejan de alguna forma el fenómeno esencial que define esta década: la difuminación de las barreras entre estilos. Veamos: Fangoria gana en pop español con un disco absolutamente influido por la música de baile, mientras Portishead y Mastretta triunfan en electrónica con álbumes llenos de instrumentos acústicos y ecos de viejas bandas sonoras; Morente y Lagarija Nick inventan el flamenco-metal-industrial en el mismo año que Beck conecta con el blues con el rap y el folk con los sonidos del espacio.

Estos y otros sonidos de todo el mundo se enfrentaron a la misma pregunta: ¿cómo crear algo nuevo en una música popular en la que todo parece inventado? Todos formularon sus respuestas de forma diferente, pero el contenido vino a ser el mismo: había que dinamitar los guetos sonoros e imaginar recetas originales partiendo de ingredientes ya conocidos. El tiempo juzgará si estos noventa, tan adictos al reciclaje, dijeron cosas realmente importantes en la música. Pero echando un vistazo a esta lista, uno siente que sí, que en la década de la mezcla no han faltado la imaginación, la excitación y el buen gusto.

Internacional Pop-rock







BECK. Odelay (Geffen, 1996)

Irrumpió en plan dinamitero con apenas veinte años con aquella incendiaria canción titulada La MTV me hace fumar crack. "Ha nacido un nuevo Dylan", dijeron entusiamados los cronistas de uno y otro lado del Atlántico tras escuchar su primer álbum, Mellow gold. Y Beck agrandó aún más su corta historia con Odelay, álbum de cantautor apegado a su tiempo tecnológicamente abierto, pero con una base fuerte de raíz rock norteamericano. Baile, electrónica, aspereza, hip-hop y country. Todo un invento de genio. La respuesta del público no pudo ser más positiva. Lo mejor de todo es que la carrera de este menudo chaval de California acaba de comenzar. Texto: Carlos Marcos


BÖRJK. Debut (Polidor, 1993)
Un productor hábil -Nelee Hooper- eleva la voz de Börjk a escalas superiores acompañándola por los más diversos híbridos musicales. Son canciones que aúnan los ritmos de baile con arreglos multicolores, asumiendo una serie de piruetas muy bien resueltas. Texto: Rafa Cervera




NIRVANA. Nevermind (Geffen, 1991)


Con este disco quedó patente que el rock aún tenía vigencia en los años noventa. El amargo coctel de nihilismo, rabia, insuborfinación a la cara amable del sistema y pulsión netamente juvenil tuvo un resultado capaz de desplazar a vacas sagradas del número uno de todas las listas. Texto: Fernando Martín



PRIMAL SCREAM. Screamadelica (Creation, 1991)

Con lo que genéricamente se puede considerar intención electrónica, Primal Scream construyó un disco de rock mutante y ambicioso en el que el cruce se hacía rey. Un aluvión de visiones hacen de este disco un puntal de los noventa. Texto: Luis Hidalgo



U2. Achtung baby (Island, 1991).

Fue un aviso de la banda abanderada, hasta entonces, del rock de guitarras y los mensajes apocalípticos de por donde iban a ir los tiros en la década que comenzaba. U2 transformó el gusto de buena parte de los rockeros: el rock podía ser compatible con la electrónica. Texto: Fernando Íñigüez


RADIOHEAD. OK Computer (Emi, 1997)


¿Los nuevos U2? Mucho más que eso. Los británicos Radiohead realizaron un clásico del pop moderno. Siempre conmovedora la voz de Tom Yorke, el grupo enfrenta sonidos del momento sin abandonar lo clásico. Cada nueva escucha aumenta su belleza. Texto: C. M.


REM. Automatic for the people (Warner, 1992)

El paso necesario. Menos comercial y vendedor que el anterior, Out of time, pero más trascendental. Canciones con arreglos que se adelantaron a su tiempo. Y el resultado: la base fundamental para transformar a REM en la banda de rock más importante de la década. Texto C. M.


PET SHOP BOYS. Behaviour (Emi, 1990)

Con flema británica, titularon Introspective a un disco vitalista y celebratorio de la explosión acid; pero la verdadera introspección llegó con su sucesor, Behaviour. Los amigos robados por el sida, los celos, las angustias y el abandono clavándose en joyas pop plenas de drama y emoción. Texto: Félix Suárez


SMASHING PUMPKINS. Mellon collie and the infinite sadness (Virgin, 1995)


Este doble álbum plasma el rock urbano de los noventa. Es decir, la síntesis de las corrientes hippy, metal, punk o grunge dignificadas en 28 composiciones que suenan originales e innovadoras en manos de musicazos. Texto: Santiago Alcanda


JEFF BUCKEY. Grace (Columbia, 1994)


Hijo de un padre famoso al que odiaba, Tim Buckley, Jeff realizó en un solo disco grabado en vida una obra maestra. Su voz recuerda a las serpenteantes cintas de las gimnastas de rítmica y los motivos melódicos al movimiento de un mar rizado. Preciosista, hondo y estremecedor. Texto: L.H.




El Pais de las Tentaciones










LA LISTA NEGRA

Ni pelos púbicos, ni porros, ni cristos con bigote. Hay ciertas cosas que no pueden aparecer en la portada de un disco. Desde los sesenta hasta hoy, rockeros y diseñadores se han enfrentado a la censura con osadía y ganas de provocar. "Amorica", de los Black Crowes, es la última víctima en un largo índice de elepés con carpetas prohibidas.

Texto: Mikel López Iturriaga Reproducciones: Carlos Yagüe


THE BLACK CROWES
 El último álbum de Black Crowes ha sufrido censura en EE UU, Gran Bretaña y España. La compañía publicitaria del Metro de Madrid lo rechazó por "inadecuado", repudió una versión sin pelos y aceptó una con fondo negro. El grupo actúa en Barcelona (día 13, Polideportivo Vall d'Hebrón) y en Madrid (14, Pabellón del Real Madrid).

GUNS N' ROSES
La corrección política nunca fue lo suyo. La carpeta del álbum de Guns N' Roses Appetite for destruction (1987), con el dibujo de una mujer que acaba de ser violada, era una provocación tanto para los conservadores como para las feministas. Tras múltiples protestas, el sello Geffen tuvo que reeditar el disco con una portada menos salvaje.



THE VELVET UNDERGROUND
Primera muestra de la sutilísima censura franquista. Las bragas de leopardo de la portada del Velvet Underground Uve (1974) podían suscitar turbios deseos en los españoles, así que mejor eliminarlas con un nuevo y revolucionario diseño. No se contentaron con esto: también suprimieron la canción Heroin, hoy un clásico del rock.
VENENO
Tras el sexo y el marxismo, las drogas eran el tercer demonio que acechaba a los jóvenes hispanos, propensos a dejarse influir por las inmorales costumbres extranjeras. Este modo de pensar se mantuvo en los estertores del franquismo, cuando a Kiko Veneno (1977) y compañía se les ocurrió publicar su álbum de debú con un trozo de hachís medio envuelto en papel de plata en la portada. Fue rechazada, claro. La solución final mantuvo el chocolate, pero de forma que sólo lo detectaban los asiduos a esta sustancia.
ROLLING STONES
En 1968, los Rolling quisieron publicar Beggars Banquet (Banquete de mendigos) con un retrete en la carpeta. Su compañía, Decca, impuso un absurdo diseño que imitaba una invitación, y la propuesta del grupo tardó 20 años en editarse. Por su parte, el franquismo convirtió la edición española de Sticky fingers (1971) en una joya de coleccionista. Los fans de este país no pudieron disfrutar del famoso paquete, original de Andy Warhol.



BEATOS
En un país tan católico, apostólico y romano como España, existen motivos que son tabú. El sello independiente Twins se vio obligado a diseñar una portada alternativa del primer mini elepé de Beatos (1988), después de que El Corte Inglés y otros grandes almacenes se negaran a colocar el original en sus estantes por considerarlo una burla de la religión cristiana. En la versión censurada se suprimió la foto de Iñaki Fernández (ex Glutamato Yéyé), manteniendo el rótulo y la corona de espinas. Amén.

THE WHO
Uno de los casos más chapuceros, cutres y bochornosos de la historia de la censura en España (que ya es decir). Al álbum conceptual de los Who Quadrophenia (1973) no sólo le mutilaron la canción Doctor Jimmy por incitar a las drogas. También pintarrajearon una de las fotos interiores del álbum, que retrataba a un mod en una habitación profusamente decorada con imágenes de chicas desnudas. Ni corto ni perezoso, el censor de turnó se dedicó a dibujarles unos ridículos bañadores de rejilla con un lápiz.
 JOHN LENNON Y YOKO ONO
"Si la gente no puede enfrentarse al hecho de que otras personas estén desnudas o fumen hierba o hagan lo que les dé la gana, no llegaremos a ninguna parte", decía Lennon acerca del escándalo organizado con la portada de Two virgins (1968). El disco se vendió cubierto por un envoltorio con unos versículos del Génesis impresos en él.



 ROXY MUSIC
La técnica hace milagros. ¿Que quiere usted cargarse a dos chicas en ropa interior de la portada de un disco? Una buena ampliación, un nuevo encuadre en el que sólo se les vean las caras, recolocamos el título, y a correr. Esto es lo que le sucedió a la edición española de Counlry lije (1974), de los británicos Roxy Music. Una maravilla.

JAMIROQUAI
Terminamos con un caso actual. J. Kay, líder del grupo británico de acidjazz jamiroquai, no tuvo mejor ocurrencia para ilustrar su sencillo Space cowboy (1994) que un porro de marihuana. En la portada aparece la mana sobre un papel de fumar cuya silueta es el logotipo del grupo. En el interior, y por si quedaba alguna duda, el canuto perfectamente acabado. Varias divisiones europeas de su compañía de discos, Sony, tacharon de improcedente esta portada, y editaron el CD single con una carátula diferente.

El Pais de las Tentaciones (10 de febrero de 1995)