miércoles, 31 de octubre de 2018

FLAMENCO (AÑO 1996) Enrique Morente, el último bohemio (II)

Generoso, cordial, inteligente, malicioso, pero ingenuo al tiempo; casi siempre genial y siempre inconstante, salvo para ser noctámbulo y crear música. Más o menos así, o tal vez al revés, es Enrique Morente, el cantaor que reina en el flamenco tras haberlo llevado por caminos prohibidos: la poesía, el trashmetal sound, la música sinfónica... He aquí el relato de dos días pasados junto a él en Granada. Con ustedes, el último bohemio.

TEXTO: MIGUEL MORA / FOTOGRAFÍA: JORDI SOCÍAS

 Enrique Morente ha obtenido el Premio Nacional de Música de 1995, ha grabado 15 discos, recorrido el mundo varias veces en 30 años de carrera y vivido triunfos memorables en lugares míticos y 'a priori' antiflamencos (el Olympia, el Real, la Zarzuela, el Lincoln Center...). Ha actuado también a cambio de una bolsa de garbanzos, sufrido críticas feroces y socavones en los que nadie se acordaba de él. Ni la gloria ni el olvido parecen haberle cambiado.
La cita es un lunes sin hora, pero cuando el avión lleno de ejecutivos y turistas aterriza en Granada son las nueve en punto. De la mañana. Magnífica hora para ir a ver la Alhambra, si no fuera por la lluvia que cae y la niebla que lo tapa todo; muy mala, nefasta, para pensar siquiera en llamar a Morente.

A sus 53 años, el rey del flamenco permanece agarrado a la noche, el cante y la poesía como compañeros de viaje; fiel a sus dos lemas -"estamos vivos de milagro" y "con comer una vez al día y poder beber el resto tenemos bastante"-, Enrique Morente trata de que "la cacerola no se llene de pájaros" cada vez que una legión de hagiógrafos lo señala sin pudor como el artista más genial de la historia, y mientras tanto disfruta y sufre a partes iguales su genio y su carácter libertario. Además tiene tiempo de trabajar un poco o, como él dice, de "ganar algunos puntos para poder perderlos después". Estos días graba en Madrid su disco número 16, un homenaje doble a Leonard Cohen y a Federico García Lorca que saldrá a la calle en septiembre y que cumple dos viejos sueños: adaptar los temas del cantautor canadiense al flamenco y convertir en cante jondo los versos de Poeta en Nueva. York. El grupo de trashmetal sound Lagartija Nicky el guitarrista Vicente Amigo arropan a Morente en su nueva aventura.



Pero ahora estamos en Granada, son sólo las diez y media, y se impone hacer caso a Juan Verdú, "representante a ráfagas y amigo" del cantaor, que ha advertido que la última vez que visitó al "maestro" no fue recibido hasta las cuatro. Así que a las once estamos frente a un bucólico rincón con escaleras, en algún lugar difusamente situado entre el Sacromonte y el Albaicín. Cerca de aquí vive el cantaor desde hace cuatro años, cuando cerró su casa de Madrid, en pleno Rastro, para volver a la ciudad en la que nació. Más que un regreso, dicen los que lo quieren, aquello fue una huida: de la persecución económico-amatoria a que lo sometían fans, primos y demás amistades eventuales que suelen rodear a los flamencos -a los hombres- triunfadores.

A las doce, el contestador dice que el maestro sigue descansando, y he aquí su casa albaicinera: estilo entre morisco y pueblo blanco, las ventanas cubiertas con celosías de madera, una nota musical ("hormiguillas", las llama él) pintada en el dintel del portón, y la Alhambra entera, brumosa y bella como nunca, haciendo de horizonte de la fachada de atrás.

El piso de adoquín, la cuesta tortuosa y estrecha (no hay coche en el barrio que conserve los espejos laterales)... Todo debe parecerse mucho aún al lugar que vio nacer a Enrique Morente Cotelo. Es la posguerra dura, diciembre de 1942, y "la única ciudad del mundo que tapa sus ríos y mata a sus poetas" -así define Morente a Granada a partir de una frase de Antonio Muñoz Molina— recibe a un niño al que reserva varios destinos, todos de sesgo dudoso: un barrio destrozado por la saña franquista (se habla de 20.000 muertos), una casa descosida por las ausencias del pater familias, las guitarras sonando  a  todas  horas para tangar a la miseria, el hambre que convierte a los niños en sabios prematuros...



La una, nadie coge el teléfono, y doce horas después, de madrugada, Morente hablará del colegio: "La maestra, Doña Magdalena, enseñaba el alfabeto mientras comía una hoja de lechuga y la mojaba en un lebrillo de agua y vinagre. Pero el recuerdo tiene pinta de prét-d-porter para entrevista, porque la escuela acaba en un suspiro: a los ocho años, Enrique Morente ayuda en casa. O lo intenta. Primero se coloca de monaguillo -pero es despedido tras rifarse el cepillo a puñetazos-. Después, guía turístico -hasta que la competencia feroz con cientos de pequeños cicerones mata la afición-. Luego, zapatero; más tarde, seise (corista) en la catedral.

A los 16, Morente ata su maleta de cartón con una cuerda y cambia el sabor rural de su barrio por el Madrid cutre y picaro de finales de los cincuenta. Se instala en una pensión de la calle de Embajadores ("la calle más bonita del mundo") y se pone a trabajar de gancho de una bruja en el Rastro, ocupación que comparte con la de pinche de un vendedor de azulejos... Pero ahora son las cuatro, y 35 años después, como un reloj, el maestro ha amanecido.



El ventanal inmenso mete en el salón una Alhambra que ahora parece de juguete, puro Exín Castillos, y la letra de los tangos de Morente -Tienes la cara / de haber pasao una noche mala...- se viene a la cabeza como la lámpara araña que cuelga sobre la gran mesa árabe. La chimenea está encendida, sobre ella reposan el premio Compás del Cante y unas casetes, al lado hay un piano y dos guitarras —una fuera de la funda— y en la estantería están César Vallejo, Neruda, Lorca y unos 30 poetas más.
Estrella, la hija mayor, llega del colegio. Tiene 15 años, es alta y delgada, y si Nabokov la hubiera visto el título de su novela habría sido otro. Estudia octavo y saca buenas notas, pero no quiere hacer BUP. "Marina dice que es muy difícil, papa", arguye al día siguiente. Marina Heredia es su mejor amiga, tan guapa como ella y más alta. Además es su pareja de espectáculo. Mañana, las dos triunfan en las fiestas de un barrio. Todo el clan Morente asiste al concierto: Soleá, la hija segunda, de 13 años; Kiki, el pequeño, de ocho, un terremoto; y Aurora, la mujer de Enrique, que disfruta y sufre como un apoderado taurino: "No bailes ahora. Ahora levántate...".

Aurora Carbonell Muñoz, alias La Pelota, es, a los 40 años, una gitana entregada a su familia. Viéndola traer ahora, a las seis de la tarde del lunes, sonriente como siempre, tremebundo café de puchero, nadie imaginaría que un día casi se jugó la vida por Morente. Para su familia de artistas de Valladolid, su boda con el cantaor payo que ya entonces rompía moldes fue la revolución.

Cuando se conocieron, hacía tiempo que él había dejado Zambra, mítico tablao madrileño en el que personajes legendarios como Pepe el de la Matrona, El Gallina o Pericón de Cádiz enseñaban pureza, temple y esa manera tan flamenca, entre despreocupada y sabia, de beber la vida. "Pericón llegaba cada noche con una historia increíble", cuenta luego Morente, y si le decíamos 'eso no se lo cree nadie', él respondía: 'Que se muera mi Avita'. Avita era su perra, que la llamaba así por Ava Gardner".

Entretanto, Aurora bailaba y cantaba en el Café de Chinitas, con su padre y su hermana, y Morente iba a verla todas las noches. "Fue difícil, pero muy bonito", recuerda La Pelota. "En la boda hubo de todo, gitanos, payos, indios, hasta chinos había".

Ahora es la una y media de la noche, La Pelota ha triunfado con una tortilla de patatas y el maestro y la grabadora están por fin frente a frente, mirándose torvo entre el humo y los vasos de whisky. "Hay que tener mucho cuidao, porque miento mucho" advierte Morente. Estrella repasa un examen de matemáticas con José Antonio Soler, profesor de cálculo y amigo de la familia.

-Dicen que la hija va a ser mejor artista que el padre (la entrevista ha comenzado).
-Bueno, es verdad que Estrella tiene el cante, igual que lo tenía yo a su edad, pero la afición y la constancia son las facultades más importantes... Yo empecé a luchar con ocho o nueve años, pero las circunstancias de hoy no son las mismas. Que vaya a la escuela y aprenda, que igual somos ya demasiados artistas en esta familia...

-¿Y de dónde les viene el cante a los Morente?
-El cante se tiene o no se tiene, pero a mí debe de venirme de mi madre, que cantaba una saeta que quitaba la cabeza. Yo, cuando llegué a Madrid, sentía tanto el cante que iba por las calles a grito pelao. Más de una vez me quisieron llevar a Leganés, al psiquiátrico. Por eso, cuando llegué a Zambra a pedir trabajo y me preguntaron dónde quería cantar, si en el Cuadro o en la Antología, dije que en la Antología.

 En 1963, Enrique Morente era todavía Enrique el Granaíno. Se había estrenado como semiprofesional en un colegio mayor y en 1964 había debutado con picadores en Córdoba. Mariemma, la bailaora, lo oyó cantar esa noche y se lo llevó a Nueva York, a la Feria Mundial de 1965. El primer viaje al extranjero -"Impresionante Manhattan, te deja atontao"- de Morente supone la culminación de un sueño, ser artista, y la negación de otro, ser torero. "Son bonitos los toros, pero parecen locomotoras", cuentan que dijo.

Cuando entra en Zambra, Morente tiene 25 años, y conoce de memoria todo el tesoro histórico del flamenco. Es un joven in-quieto, y en vez de repetir como un gramófono el cante clásico, arriesga, innova, crea. "A la tercera vez que hacía el mismo tercio igual, me aburría", dijo alguna vez. Esa actitud inquieta va a ser la luz, y también el estigma, de su carrera. Los flamencólogos ("flamencólicos", los rebautiza él) le atacan con dureza: imposible cantar puro si no se ha nacido en Jerez, dicen. "Es que el arte para que sea arte tiene que ser universal", se defiende ahora, todavía, Morente. "Hay que mirarlo con una idea que no sea de barrio, de provincia, porque no hay ningún arte que sea de una calle sola, aunque ése sea el que más nos guste. La música no puede ser racista. Miles Davies hizo un pedazo de saeta, Chick Corea ha hecho flamenco... Eso hace que el arte sea arte".

De ahí que, entre las muy diversas y gratuitas teorías sobre el big bang del flamenco, Morente prefiera la de su viejo amigo Pericón: "Una vez, hace siglos, un barco llegó a Cádiz y dejó en el muelle unos sacos. Estuvieron tirados una pila de años, hasta que un día, uno que estaba aburrido, dijo: 'A ver qué hay ahí'. Los abrieron, y allí estaban: las partituras de la música flamenca".

-Y añadía que los de Cádiz, como las vieron antes, se quedaron con los sacos que tenían más arte...
-Sí, y a los de Grana nos dejaron las bolsas, las talegas...

¿Falsa modestia? ¿Retranca pura? Humildad verdadera, responde el pintor y pensador Mario Fariña, autor de su propia teoría: "El flamenco es el teléfono con Dios. Los cantaores saben que la línea no les pertenece. De esa inseguridad en el genio nace la fraternidad que se respira entre los cantaores".

-Bueno, sí, nos queremos mucho todos. Pero también se decía eso de Yugoslavia... Es verdad que hay un cariño inmediato por alguien que baile o toque muy bien. Puede más la admiración que la envidia. Cuando alguien te llega, eso puede más que la competencia. El que canta de inspiración sale siempre preocupado al escenario. Una mosca te puede dejar en blanco, y el flamenco sólo llega cuando tienes puestos los cinco sentidos. Aunque hay veces que estás malísimo, sin dormir, y el cante sale...

-¿Y hay alguna fórmula para llegar? ¿El duende también se aprende a dominar?
-Se puede tener o no tener, pero si se tiene, se le puede hacer venir.
-Pero Lorca dijo que el duende no llega si no ve posibilidad de muerte...
-Deprime reconocerlo, porque no me gusta nada el pesimismo, pero para doler hay que haber estado herido, es cierto.
-¿Haber pasado hambre?
-No necesariamente. Vale cualquier clase de sufrimiento...
-¿Y hace falta ser bohemio para cantar puro y cabal?
-Se ha tenido esa idea, pero es falsa. Gente como Chacón o el Niño Ricardo han sido artistas virtuosos, que han trabajado mucho. Unos estudian diez años de conservatorio, nosotros estudiamos diez años de cante. Claro que accidentes hay en todas las carreteras y esto no es una ciencia exacta, pero si los que han llevado el flamenco por el mundo hubieran sido informales o poco cumplidores, esto no hubiera llegado a donde ahora está.
-¿Dónde está? ¿Entre el cuarto pequeño y los 40 Principales?
-Bueno, hacen falta las dos cosas... El mundo en el que vivimos necesita mucho el arte, pero también adora el pelotazo. De todas formas, el flamenco mantiene su vida interior, y eso le da una fuerza especial, lo hace más perdurable que otras músicas...




Deben de ser ya las tres, porque han caído dos o tres whiskys más, y el maestro dice: "Paramos en el paseo de los Tristes a recoger a Antonio y nos vamos al Tertulia". Antonio es Antonio Arias, amigo de Morente y líder de los Lagartija Nick, el grupo que lleva dos años trabajando con Morente en el nuevo disco. Y La Tertulia es "un bar en el que nos fían". Una especie de Candela (el bar favorito de Morente en Madrid), pero sin mujeres. Botella de Ballantines (paga el maestro), solemnes declaraciones de sus amigos ("Cuando Enrique no está aquí, la ciudad no es la misma"), y a las seis, "a la piltra". "Mañana nos vemos, no, habrá que hablar algo de los poetas", se despide Morente.
La tarde siguiente está al teléfono con sus botas de punta y sus vaqueros de Armani junto a la chimenea. Borja Casani, director de El Europeo y editor del nuevo disco, llama para sugerir una actuación en Las Ventas. Morente acepta y empieza a hablar de su pasión más larga. La poesía.
"Al conocer el romancero flamenco tomé conciencia de las letras buenas, de las letras vanas -hay letras vanas muy graciosas- y de los versos postizos. Un día cayó en mis manos Doña Rosita la soltera y canté un fragmento en París. Casi me consideraron un intelectual, y eso casi me gustó".
Desde su tercer disco, el Homenaje flamenco a Miguel Hernández, Morente no deja de incluir poemas en casi todas sus obras. Es un proceso de ida y vuelta: se enriquece él mismo al adaptar los versos a una música hecha, da a conocer la poesía a gente no lectora y llena el jondo de letras magníficas. Tenía 22 años cuando empezó a conocer a algunos universitarios y artistas madrileños, únicos ociosos que podían permitirse entonces una noche de juerga. Nace entonces su militancia política, "consciente y llena de entusiasmo, que convierte a Morente en enemigo del régimen: "Sí, me llamaban el cantaor rojo, pero yo no fui un gran mártir del franquismo. Aunque hicimos festivales muy atrevidos, las cabezas del movimiento eran Raimon, Paco Ibáñez... A mí no me crearon problemas. Únicamente me pusieron la etiqueta, que afortunadamente ya me han quitado. ¡Hay que ver, toda una vida quitándome etiquetas...!".

Ahora llama Laura García Lorca, sobrina nieta del poeta, y cuando cuelga son las ocho menos cuarto y tenemos que ir a perder el avión de las ocho y cuarto. "Yo te llevo, que si no, no llegas", dice. Por la autopista, Morente conduce su Peugeot 106 a 90 por hora. "Es la primavera más bonita de mi vida", dice cuando atravesamos Santa Fe. "Aquí vive mi barbero, el que me deja como a Van Morrison", añade. "Y me parece que esta noche nos toca guardia en el Muermulia", remacha al ver el avión despegar, a lo lejos.

Poco a poco, Morente descubre nuevas voces: los místicos (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León...), los hermanos Machado, Alberti, Bergamín, Guillen...; y los árabes (Ibn Hazd, Al Mutamid), y los olvidados en el exilio, Luis Rius y Pedro Garfias. Y todos encajan como un rompecabezas fácil en una música que ya parece nacida para la poesía: "Al principio creía que hacían falta versos de tantas sílabas, luego ya daba igual. Mientras sean buenos, todos valen. Yo mismo he escrito algunas letras, pero siempre he tenido más facilidad para crear música, y hay tanta poesía, y tan buena, que es mucho más fácil cogerla y ya está".

Entre trago y recital, noche a verso, Morente vive los años en que la dictadura se resquebraja de noche al lado de pintores -Viola, Alexanco, Bonifacio...-, cineastas -Carlos Saura...- o escritores -Caballero Bonald, Quiñones...-. Otros ratos los pasa en la carretera, cantando por los pueblos, a veces a cambio de una simple bolsa de garbanzos... Y "en el año 70 o 71" emigra otra vez. A México: "Juan Ibáñez, un discípulo de Buñuel, vino a Madrid, nos vio a Chocolate y a mí, y como no tenía presupuesto, se equivocó y me llevó a mí al tablao Matapecao. Allí conocí a mucha gente que hoy tengo más consciencia de quién era. Canté para Juan Rulfo, pude cantar para Octavio Paz, pero llegó borracho, se medio cayó, y ya no canté. Hoy sí lo haría".

Poco después regresa la democracia a España, Tierno inventa la movida, el flamenco empieza a aparecer en los festejos de santos y vírgenes. Camarón reina en las masas -aunque Juan Verdú jura que en las galas conjuntas la gente sale tarareando los cantes de Morente-, y nuestro hombre sigue entregado a la fusión del flamenco con la alta cultura: pone música a El Quijote, a La casa de Bernarda Alba, a Edipo Rey... Y en 1986 estrena la Fantasía para voz y orquesta en el teatro Real de Madrid, obra cumbre en la que mezcla música sinfónica y cante jondo.

Morente hace su revolución, y ése es su gran mérito, desde el autodidactismo y el instinto. Y, como esto es España, también desde la incomprensión. En 1994, harto de las imposiciones de las multinacionales, funda su propia compañía, Discos Probeticos (sic), marca que habla de humildad y experimentación, según se ponga o no el acento. Los noventa son los días de la gloria. Llega el Premio Nacional, tan justo como tardío, las salidas a hombros se suceden... Pero en el fondo nada ha cambiado, dice ahora, en el pub Zeleste, a las siete de la mañana, perdida la cuenta de Ballantines y abrazos: "Yo siempre he vivido en el filo de la navaja, así que no me debo tomar muy en serio el éxito. Igual que no debo desagradecer el Premio Nacional, tampoco puede cambiar mi vida... Figúrate si se me sube a la cacerola, todo el día por ahí disfrazao de Rostropóvich".

-O sea que Morente seguirá yendo a Nueva York y a Cuenca y encontrando a los diez minutos el garito más flamenco del lugar.
-Yo es que caigo en los sitios por destino. ¿Te llevo al avión?
-No, gracias, maestro. Y, por cierto, ¿por qué nunca han hecho nada juntos Morente y Paco de Lucía?
-No sé, será que él siempre está de gira y yo siempre estoy en
el Candela... .

LA DISCOGRAFÍA

En la obra discográfica de Enrique Morente se mezclan tradición y renovación, clasicismo y vanguardia. Sin ser la más abundante, su discografía es la más rica, compleja y coherente. Cincuenta estilos diferentes, desde la a de alegrías hasta la z de zambra —la lista casi completa de los que se cantan durante las últimas décadas—, ha grabado Morente en sus 15 álbumes propios, y en el elevado número de colaboraciones con otros colegas. Entre éstas destacan las realizadas con el músico alemán Antonio Robledo (Armin Hassen), con el que en 1985 publicó 'Obsesión', una obra experimental poco conocida en España, y con el que ha firmado la 'Fantasía flamenca para voz y orquesta' y el 'Alegro soleá' (1995). Morente ha integrado la poesía en su expresión y sentimiento flamencos en 12 de sus elepés. Más de 60 poemas de unos 20 poetas componen su repertorio culto, que empieza con las adaptaciones de los conocidos textos de Miguel Hernández: 'Elegía', 'Aceituneros', 'El niño yuntero' o 'Nanas de la cebolla'. La diversidad de la discografía morentiana es fascinante. 'Cante flamenco' (1967), su 'ópera prima'; 'Cantes antiguos' (1968), con el toque de Niño Ricardo; 'Homenaje a don 'Antonio Chacón' (1977); 'Essences flamencas' (1988), y 'Morente-Sabkas' (1990) han entrado en todas las antologías. Otros, impregnados de modernidad, como 'Se hace camino al andar' (1975), 'Despegando' (1977) y 'Sacromonte' (1982), sirvieron de inspiración al propio Camarón. Su tributo poético destaca en el 'Homenaje flamenco a Miguel Hernández' (1971), 'Cruz y luna' (1983) o 'En la Casa-Museo de Federico García Lorca' (1990). 'Misa flamenca' (1991), 'Negra, si tú supieras' (1992) y la 'Fantasía' (1995) prolongan la creatividad del genio que habita entre nosotros. Texto: Balbino Gutiérrez


El Pais Semanal Número 1.032. Domingo 7 de julio de 1996




martes, 30 de octubre de 2018

FLAMENCO (año 1996) La nueva edad de oro de una música con raíces (I)

La nueva edad de oro de una música con raíces

El flamenco anda inquieto. Suscita mayor interés y curiosidad que nunca. Es lógico, porque muchas cosas están cambiando. Paco de Lucía hizo su revolución, y desde entonces la guitarra no ha parado de crecer: los tocaores protagonizan un verdadero sorpasso cualitativo, pleno de técnica, pero también de inspiración. Los bailaores juegan sus cartas. Unos, apuntándose al espectáculo multiuso de televisión; otros, al magisterio de los consagrados; casi todos, haciendo alarde de facultades atléticas. El cante también presenta sus contradicciones. Se acuñó el término jóvenes flamencos, y resulta que el más joven estilísticamente, el único innovador auténtico, es un cantaor de 53 años, Enrique Morente. Y mientras tanto, el mestizaje, signo de la época, no cesa. Ketama abre brecha, y los imitadores brotan en cada esquina, pero la mayoría de ellos son ya tránsfugas del flamenco. ¿Puede la música íntima por antonomasia coquetear con las modas? Lo que parece incuestionable es que un auge sin precedentes empuja a los flamencos hacia una nueva era. Pero eso quizá no lo sepamos hasta el próximo milenio. Así que tal vez lo más sabio sea no hacerse preguntas y limitarse a disfrutar de este arte privilegiado. De su gracia, su fuerza, su duende y su verdad. / ÁNGEL ÁLVAREZ CABALLERO















El Pais Semanal Número 1.032. Domingo 7 de julio de 1996

sábado, 27 de octubre de 2018

Drexler, el amor y el Oscar




Para muchos, surgió de la nada el día que logró el Oscar por "Al otro lado del río". Sin embargo, este médico uruguayo al que Sabina retó a venir a España ya tenía muchas millas y canciones a la espalda. Ahora reaparece con un disco dolorido en el que su vida amorosa es la gran inspiración. Por Diego A. Manrique. Fotografía de Jerónimo Álvarez.





Mochila al hombro, Jorge Drexler (Montevideo, 1964) llega al café donde ha concertado la cita. Mira a su alrededor, se guarda las gafas de sol, y el periodista pregunta si ya está adoptando tácticas de enmascaramiento para evitar a los paparazzi. Es una broma que no cae bien: "Si me vas a lanzar cuestiones personales, te prevengo que no voy a hablar sobre mi vida privada". Pues es algo inevitable, intento justificarme, ya que su nuevo disco, 12 segundos de oscuridad, describe la irrupción en su vida de una persona bien conocida, cuya primera consecuencia ha sido la ruptura del matrimonio de Drexler. En cada canción se especifica lugar y fecha de composición, material para un cronograma que será muy útil a un futuro biógrafo del primer uruguayo que ganó un Oscar.

"El Oscar, bah", dirán los que vienen siguiendo a Drexler desde finales del siglo pasado. Pero un premio universal refuerza la autoestima del país de origen de Drexler, Uruguay. Ocurrió que el Oscar coincidió con la toma de posesión de Tabaré Vázquez, primer presidente de izquierdas en la historia de la República Oriental. Para hacerse idea de lo que representa ganar algo para un país de tres millones y medio de habitantes: Tabaré Vázquez, tras la ceremonia, habló ante una multitud de un "maracanazo cultural", en referencia al partido de fútbol de 1950, cuando Uruguay conquistó el Mundial derrotando a Brasil en Maracaná. Lo de Drexler fue igualmente heroico, ya que no partía como caballo ganador.

De hecho, el sobrio cantante tuvo que poner freno al entusiasmo nacional: "Cuando volví a Montevideo querían que fuera en caravana desde el aeropuerto a la ciudad, así que entré de incógnito. Me ofrecieron escribir un libro para enseñar mis canciones en las escuelas, me plantearon ser representante cultural. Sé que eso era importante para mis compatriotas, pero también debo pensar en lo que es importante para mí. Yo no pretendo cambiar mi nivel de fama. Me encanta ser reconocido y que me traten bien en un restaurante, pero también quiero poder andar en bicicleta por Montevideo. Tuve la suerte de que mi familia me apoyó en todo ese alboroto y en... mis últimas turbulencias".

La vida profesional de Drexler pivota sobre aquel momento mágico del 27 de febrero de 2004, cuando rompió la rutina de los Oscar al interpretar una ráfaga de Al otro lado del río: "Estaba cantando en un momento de una ceremonia donde no se suele cantar. Defendía una película [Diarios de motocicleta] que me gusta, hecha por un director como Walter Salles y con un elenco increíble. Lo extraordinario es que compuse y grabé la canción en unas horas. Fue la producción más barata y
más simple de mi carrera, y ya ves, me acompañará toda mi vida".

Siempre ha ejercido de optimista. "Yo mismo llené a mano el formulario para presentarme en la rúbrica de canción original, alguien me sugirió que no perdía nada por hacerlo. Lo mandé por correo junto con la partitura. Ni la productora de la película ni mi discográfica pensaron que tenía la más mínima posibilidad. Y si yo hubiera sabido que, se supone, sólo se gana después de una campaña minuciosa, seguro que no me habría molestado".

Conviene recordar que el Hollywood industrial contiene un potente sector especializado en hacer música para cine. Drexler no fue bienvenido: "El hecho de que llegara un outsider como candidato se consideró aberrante. ¡Además, alguien que canta en su propio idioma! En Los Ángeles hubo una recepción a los candidatos musicales y noté una frialdad extrema por parte de los que competían conmigo: había fastidiado los planes de entidades poderosas. Leo Sidran, coproductor de Al otro lado del río, viajó a Los Angeles a intentar sacar rendimiento laboral de la candidatura. Y encontró hostilidad. Por ejemplo, le echaron en cara que se habían gastado gran cantidad de dinero en promocionar para el Oscar una grabación de Mick Jagger y había sido desplazada por la mía, una canción tan simple que les resultaba una vergüenza, una tomadura de pelo".

Y es que, fríamente, Al otro lado del río debe considerarse como una obra menor en el formidable cancionero de Drexler. "Pero allí yo no competía con mis otros temas. Quiero creer que cumplía una función al final de la película y lo hacía bien. Me explicaron que, cuando las canciones candidatas no vienen de películas que han sido megaéxitos, los votos se reparten. Diarios de motocicleta tenía simpatías... subrepticias. Mucha gente se me acercó para decirme, entre susurros: 'He votado por ti, la película me encanta'. A pesar de que se piensa que Hollywood tira a la izquierda, creo que la mayoría no hace alarde de votos ideológicos: están atados por demasiados intereses".

Cuando se anunciaron las candidaturas, la noticia en España fue la presencia de Alejandro Amenábar por Mar adentro. En los telediarios no se mencionó que había otro candidato que vivía entre nosotros. "Las cosas son así: aquí, la música no tiene tanta prioridad como el cine. La Academia invitaba a dos personas; me fui con mi manager y, bueno, mi ex mujer. Me compré un traje y me presenté dispuesto a una experiencia que imaginaba anecdótica. Resulta que por primera vez salía un disco mío [Eco, 2004] en EE UU y quise aprovechar para promocionarlo".

Si ya era extraordinaria la presencia de Al otro lado del río, la trama se iba a complicar aún más: el productor de la ceremonia rechazó a Drexler. "Sí, Gil Cates incluso ordenó un recuento de votos, para intentar colar a otro artista. Y se empeñó en que yo no cantara. Pensó en Marc Anthony, por la conexión con Jennifer López. Y le llegó a Enrique Iglesias, que aceptó. Horrorizado, yo redacté una carta de protesta que firmó todo el Hollywood hispano. Como concesión final, ese señor le pasó el encargo a Antonio Banderas y Carlos Santana. Me indignaba que tratara a los latinos como fichas intercambiables".



Lo que Jorge imaginaba como una grata estancia a gastos pagados se convirtió, al menos inicialmente, en una pesadilla: "Tuve una charla de 45 minutos con el señor Cates. Aunque estuve muy educado, según él, nadie le había dicho jamás las cosas que yo le estaba soltando. La ceremonia lleva años perdiendo audiencia y no quería sacar cantando a un desconocido. Yo no podía aceptar que ni siquiera me llamará para consultarme quién podría versionar mi creación. ¿Quién? En un mundo ideal, Enrique Morente o Caetano Veloso".

¿Tuvo Drexler alguna tentación de romper la baraja y prohibir que sonara su canción? "Contractualmente, no podía. Además, iba a generar un buen pellizco en derechos de autor que creía merecerme [risas]. Y era la primera vez que en los Oscar se interpretaba una canción en español; pensé que los millones de latinos en Estados Unidos iban a agradecerlo. Aparte, Banderas se portó muy bien, 'yo me desentiendo si tú me lo pides'; ejerció de espía, me contaba lo que ocurría en los ensayos. En cambio, Santana hizo el ridículo al tocar pentatónicas a todo volumen. Para más despropósito, se puso una camiseta del Che; no entendió nada de una película que intenta humanizar al icono".

Ya en la limusina que le llevaba al Kodak Theater, Jorge advirtió que no había preparado un speech por si la fortuna le sonreía. "Lo de cantar tenía algo de dulce venganza, pero también obedecía a mi imposibilidad de hacer un discursito de veinte segundos. Me expreso en inglés con fluidez, pero me lío cuando hablo en público sin mi guitarra. A mi lado estaba Prince, que presentaba el premio. Enfrente tenía al museo de cera -de Jack Nicholson a Meryl Streep- mirándome. Ni sabrían lo que había ocurrido con mi canción, pero aplaudieron de verdad".

Una inesperada apoteosis para un aprendiz de otorrinolaringólogo que comenzó a actuar a finales de los ochenta. Debe saberse que un creador de Uruguay está condicionado por su empobrecida industria cultural. Leyendo Razones locas, la biografía del mítico rockero local, Eduardo Mateo, uno se entera de que determinado disco, a pesar de coincidir con su muerte, vendió 420 ejemplares. Drexler puntualiza: "Yo no me hubiera quejado de esa cifra. Mi primer disco despachó 35 ejemplares; el segundo, 100. Años después llegarían a disco de oro, pero al inicio, mi trabajo como médico subvencionó mi vocación de artista: para sacar esos discos debí invertir unos 3.000 dólares, dinero que ganaba poniendo inyecciones".

Viene Drexler de padres médicos y en su familia abunda esa profesión. "Pero es gente muy musical. Mi padre adoraba grupos extravagantes como los Comedian Harmonists berlineses, y llevó a casa los discos de los Beatles. Por parte de mi madre, sonaba lo folclórico y la canción politizada, Daniel Viglietti era amigo de la familia. Una gran mezcla". Drexler llegó a España en 1995, empujado por un Joaquín Sabina que se quedó maravillado al escucharle. "Seguí su consejo de forma un poco irracional, yo vivía allí muy bien. Me vine por un mes y ya ves". ¿Cumplió Sabina con sus promesas de ayuda? "Sí, me sacó a cantar y me presentó a mucha gente, digamos que me evitó el patearme el circuito de cantautores como un novato. Pero Joaquín es intermitente como amigo, no intentes que te encauce la vida. Fue Víctor Manuel quien me explicó las claves del negocio en España. Yo no sabía nada: hasta el último día en Uruguay, alternaba la medicina y la guitarra".

España ha sido buena con él, aunque Drexler piensa que se trata de un país duro. "Cuidado, que no lo digo sólo yo; estoy resumiendo lo que he oído a españoles muy famosos. Se quejan de que no hay fidelidad para con los artistas. Ni siquiera se manifiesta un gran amor por la música. Por ejemplo, yo actúo mucho en televisión en el extranjero, incluso donde no se habla mi idioma, mientras que aquí jamás he hecho un especial; bueno, ni siquiera se hacen especiales de televisión con Serrat".

Esa diferencia de valoración social es algo que pasma a cualquier artista que llegue de España a tocar en Francia o Argentina: "AllÍ notas avidez de conocer músicas, más allá de compartimentos. Cuando yo termino de actuar en el Gran Rex, en Buenos Aires, pasan por el camerino figuras que serían el equivalente de Morente y Robe Iniesta [Extremoduro], algo impensable aquí. Pero igualmente agradezco que los españoles tengan suficiente confianza en sí mismos para ser generosos y claros; en el Río de la Plata somos menos sinceros, más desconfiados. Además, en mi tierra hay cierto sentido dramático de la existencia, mientras que aquí se buscan excusas para celebrar la vida, comer y beber. Hago mal en generalizar: hay regiones españolas muy abiertas a la música".



El principal trago amargo de su etapa española fue causado por esa canción que hace referencia a la herencia tricultural del país: "Yo soy un moro judío / que vive con los cristianos. / No sé qué Dios es el mío / ni cuáles son mis hermanos". "En realidad, Milonga del moro judío expresaba mi opinión respecto al conflicto árabe-israelí. Yo viví en Israel cuando mi familia huyó de la dictadura uruguaya. Pero molestó a mucha gente: a la comunidad judía de Uruguay, que me considera uno de los suyos, pero también a la ultraderecha española. Llegaron amenazas por Internet. Por cierto, que fue Sabina quien me enseñó esa cuarteta de Chicho Sánchez Ferlosio. ¡Siento mucho que Chicho no viviera para ver una canción suya vendiendo ciento y pico mil copias! Igual no le habría impresionado: era tan bohemio que ni quería su parte de los derechos de autor". Entremos ya en 12 segundos de oscuridad. ¿A qué viene tanto pudor para hablar de la persona que inspiró el disco? "Es una obra autobiográfica, pero que nadie crea que me ha ocurrido todo lo que cuento allí. Seguí un poco la pista de North, donde pienso que Elvis Costello retrata la evolución de sus afectos cuando se enamora de Diana Krall. Igualmente, yo sufría momentos duros, pero también comprendía que eso le venía bien a mi proyecto artístico, que me permitía explorar áreas más sombrías. Yo no quiero ser un cantante unidimensional, ese tipo que celebra la felicidad de estar enamorado".

Simplificando al público de Drexler, uno podría afirmar que las espectadoras aprecian sus modos sensuales y su entrega amorosa, mientras que los espectadores paladean su habilidad para musicar grandes ideas. "Nunca pretendí ser el equivalente musical de Borges, que presumía de que sólo diez personas en el mundo podían entender sus textos más eruditos. Quiero que me vean también como un intérprete, capaz de hacer canciones ajenas, como aquí High and dry [tema de Radiohead que ahora suena amilongado]. Yo escribo de lo que siento, rara vez he hecho canciones de encargo. Hablo de lo que me conmueve, y me resulta imposible reiterar lo que me funcionó antes. Nunca había tenido un proceso tan intenso y doloroso de composición. Además, en el año y medio pasado he viajado más que en toda mi vida. Primero se me ocurrían las letras, que iba apuntando en mi agenda electrónica; ellas mandaban. Una canción no es más que la secuencia genética de unos sentimientos".

El nuevo trabajo de Drexler cuenta con invitados como Kevin Johansen, Paulinho Moska, Arnaldo Antunes o Rita María. Muchos forman banda aparte con Drexler: "Sí, aunque deberíamos añadir a Vitor Ramil, Martín Buscaglia y mi hermano Daniel, que ya ha sacado tres discos. Daniel ha inventado el concepto del templadismo como respuesta rioplatense al tropicalismo brasileño, tan excesivo, tan caluroso, tan dado a la alegría indiscriminada. Nosotros preferimos una seriedad melancólica que deriva de la presencia de cuatro estaciones, que te implanta una idea de la fugacidad. También nos inspira la pampa, esa planicie ondulada que se parece mucho a nuestra música. Lo del templadismo es un chiste que nos da mucho juego. Somos colegas y nos gusta juntarnos para tocar".

En el disco aparece también la voz susurrante de Leonor Watling en El otro engranaje, un himno al secreto imperio de la libido: "Y bajo los congresos, las giras, rodajes, / las ferias agrícolas y las convenciones, / gira inexorable el otro engranaje, / la noria invisible de las transgresiones". La actriz y cantante de Marlango parece ser la catalizadora de la crisis retratada en 12 segundos de oscuridad, pero Drexler ni confirma ni niega: "Nada saldrá de mi boca. ¿Cómo dicen en las películas? Me atengo a la Quinta Enmienda, alguien no debe testificar cuando puede incriminarse".

Es una postura quizá comprensible, pero poco práctica: 12 segundos de oscuridad resulta transparente. Se encadenan las justificaciones (La vida es más compleja de lo que parece, El fuego y el combustible) con las confesiones del recién enamorado (Transoceánica, Inoportuna, Quienquiera que seas), sin olvidar los mensajes desde el dolor (Hermana duda, Soledad). Hay un aviso sobre La infidelidad en la era informática y un mensaje de consuelo para la ex, Sanar. La ex de Drexler se llama Ana Laan, excelente vocalista que lanzó el disco Orégano en 2004 y también grabó bajo el personaje de Rita Calypso para el sofisticado sello Siesta. El nombre de Ana ya no está presente en los créditos; sí figura el del hijo de ambos, Pablo, que cede su vocéenla a Disneylandia.

Insiste Drexler en que, fuera de su faceta profesional, nunca ha cultivado la crónica íntima, "ni siquiera escribo un blog". El disco funciona como diario de un periodo en que aprendí a relacionarme con la soledad. Fue en Cabo Polonio, en Uruguay. Alquilé un rancho sin electricidad y me refugié a componer. Un lugar muy salvaje: no puedes recorrer en coche los últimos siete kilómetros. El título hace referencia al faro, donde la luz tiene un ciclo de 12 segundos. Para moverte allí de noche, debes guiarte por el faro y parar cuando te toca oscuridad. Así que el título es la alegoría de ese momento duro de mi vida, entre dos luces. Pero incluso la oscuridad te da información importante: los 12 segundos de Cabo Polonio lo diferencian del faro más cercano, que tiene un ciclo de 36 segundos. Allí apliqué eso de que puedes sacar enseñanzas esenciales de los momentos bajos de tu vida, cuando estás literalmente solo. Como dice Caetano, 'nunca el mero acto de escribir una canción fue tan desesperadamente necesario".

En '12 segundos de oscuridad' hay terapia, claro: "Ha sido un año muy lindo y muy complicado. Lo de separarse e intentar formar una nueva pareja son procesos dinámicos: aunque quisiera, no podría explicarte mi situación. Ni siquiera es un caso único, todo lo contrario. La idea del deseo como fuerza motriz del universo es algo que asumí desde chico. Nos creemos complicados, pero somos muy simples en las motivaciones. Más que con Freud o Jung, yo me quedo con Desmond Morris y su visión zoológica del ser humano, la importancia de la territorialidad y el apareamiento".

A lo largo de la conversación, Drexler ha controlado las llamadas a su móvil: está pendiente de recoger a su hijo. "Lo que me ha pasado es demasiado doloroso. No puedo frivolizar. A los que estamos en estos oficios nos gusta envolvernos en misterio, generar incógnitas. Eso no se aplica en mi caso. Yo creo que tomar el metro y hacer vida normal es un derecho, un privilegio que no pierdes por haber ganado un Oscar o cambiar de pareja". •


El Pais Semanal Número 1.564. Domingo 17 de septiembre de 2006



domingo, 21 de octubre de 2018

NEIL YOUNG & CRAZY HORSE "RUST NEVER SLEEPS" 1979 REPRISE




En su reunión con los Crazy Horse después de cuatro años sin grabar juntos ("Zuma" había sido lo último, en 1975), Neil Young dio otra lección. El final de los setenta fue convulso, y un tipo como él se negó a permanecer impasible. Tuvo que decir la suya y lanzó un punch aparentemente modesto que hoy se recuerda como un inquebrantable ejemplo de solvencia rockera e integridad creativa. Un álbum pensado como un cara a cara que, lógicamente, se grabó en directo a lo largo de la gira del mismo título en 1978.

Especial por naturaleza, "Rust Never Sleeps" se puede entender como un círculo que se abre con la acústica "My My, Hey Hey (Out Of The Blue)"y se cierra con "HeyHey, My My(Into The Black)", la misma canción pero en versión eléctrica y con un par de variantes en la letra. En el camino ha pasado de una sobriedad tajante a la visceralidad más incendiaria. También le ha dejado un recadito a Johnny Rotten, quien no había conseguido matar al rock'n'roll, y le ha enviado un recuerdo a Elvis Presley, cuya muerte todavía escocía.

Aunque breve, recorre un abanico estilístico personal exhaustivo y rubrica su validez a base de actitud y rigor artístico, incluso en lo poético con perlas como "Thrasher"que confirman al autor como un maestro de la metáfora moderna. Y como vinilo de los de antes que es, gira alrededor del concepto marcado por la canción central y define bien sus dos caras: acústica y eléctrica. Cuenta con el precedente del "Bring It All Back Home" (1965) de Bob Dylan. Como él, Young creció en el folk y abrazó con gusto la electricidad. Pero el canadiense siempre ha sido mucho más vehemente en su manera de ver el rock, especialmente cuando le acompañan Crazy Horse. Ahí subyace el alegato de "Rust Never Sleeps": el rock enfrentado a sí mismo, a la industria ya su público. Young directamente enfrentado al rock. Y gana un músico pletórico.
RAMÓN LLUBIÁ

lunes, 15 de octubre de 2018

Harrison por Harrison. Por Diego A. Manrique


Fotografía Popperfoto /Apple Corps Ltd.

Éste es un homenaje al "beatle" silencioso, el más discreto y místico. George Harrison, que murió de cancer el pasado 30 de noviembre en Los Angeles. Y nada mejor que recordar sus propias palabras sobre su infancia, el rock, el "punk", los Beatles, la fama, la India, la filosofía oriental, el cine, sus amigos...

Fotografía Popperfoto /Apple Corps Ltd.

 Intensos sesenta. Con el tiempo, Harrison vivió aquellos gloriosos años sesenta como una presión; a menudo sentía que no podía mostrarse tal como era.

 MÍSTICO Y DE BUEN HUMOR. Arriba, en los años sesenta, jugando con los ojos de las réplicas de los Beatles que se estaban haciendo para el museo de cera de Madame Tussaud.

 FOTOGRAFIA DE HULTON

Realmente hemos comprobado que era cierto el apelativo de "el beatle silencioso". A raíz de su muerte, durante las primeras horas ni siquiera el canal internacional de noticias de la BBC pudo localizar en sus archivos declaraciones de Harrison. John Lennon gustaba de la introspección en voz alta, y ya en vida contaba con espléndidos tomos de entrevistas; tras su asesinato, la avalancha de libros sobre su persona ha sido abrumadora. El cordial Paul McCartney se encuentra con la prensa regularmente y trabaja muy conscientemente en la corrección de su imagen. Pero George Harrison publicó su último disco de estudio con canciones propias en 1987 y sólo ocasionalmente entró en el juego de las entrevistas.

En 1980 lanzó una autobiografía, I me mine. Significativamente fue una tirada para bibliófilos: 2.000 ejemplares encuadernados en cuero, a un precio descabellado (años después se publicaría una edición más económica). El libro es decepcionante: sólo una quinta parte de las páginas recorre las andanzas de George; el resto son fotos, letras, manuscritos y comentarios sobre sus canciones. El autor en la sombra de I me mine fue Derek Taylor, el fiel publicista de los Beatles, que tiró la toalla -y así lo contaba- cuando Harrison se dedicó a analizar las prestaciones, el precio y todas las anécdotas posibles sobre cada uno de los coches que había tenido en su vida. No debe extrañar que circularan los más disparatados rumores sobre su vida privada: Harrison acudió a los tribunales en 1991, cuando un periódico sensacionalista aseguró que era un simpatizante de los nazis, y también logró una disculpa pública y una compensación económica en 1999 tras demandar a la editora de un libro que le acusaba de haber exigido favores sexuales a una mujer que le pidió ayuda para una ONG.

Sin embargo, existen suficientes entrevistas suyas para reconstruir en primera persona la mayor parte de sus 58 años. Para la siguiente selección se ha utilizado I me mine junto a The lost Beatles interviews, Ticket to ride y la biografía oficial, Anthology.

Un niño de suburbio. Nacido en un suburbio de Liverpool el 24 de febrero de 1943 e hijo de un áspero conductor de autobuses, George Harrison recuerda una infancia y una adolescencia marcadas por las privaciones: "Frío, mucho frío y sólo una estufa en toda la casa. Se racionaba el combustible y no había calefacción central. En invierno se helaban las ventanas, y te ponías una botella de agua caliente en la cama que movías durante una hora antes de quitarte la ropa a toda prisa y meterte bajo las mantas. Cuando te despertabas, estabas caliente, pero había que ir a la escuela. Sacabas la mano fuera de la cama y se te congelaba".

"Cuando fui a Hamburgo me encontré con una ciudad totalmente reconstruida. En Liverpool, yo crecí con filas de casas habitadas y, de repente, unas cuantas destruidas por un bombardeo. Los efectos de la guerra se prolongaron más en Inglaterra que en Alemania. Cuando se decidieron a borrar aquellos rastros, lo hicieron de la peor forma posible: derribando lo que las ciudades tenían de únicas y construyendo unos barrios anónimos, sin carácter. Fue prodigioso que los de Liverpool conserváramos nuestro humor".


Fotografía de Michael Putland/ Cordon Press

Salvado por el 'rock and roll'. Aunque Harrison entra en el grupo que se convertirá en los Beatles de la mano de su vecino Paul McCartney pronto desarrolla una relación intensa con John Lennon. El primer número propio grabado por el grupo es Cry for a shadow, un instrumental que viene firmado por Lennon-Harrison.

"En el colegio descubrí que me querían inculcar una normalidad que no era la mía. Todavía había servicio militar, y allí había cadetes que se preparaban para entrar en el Ejército. Lo único que yo sabía es que nunca, de ninguna manera, me pondría un uniforme y me sometería a una disciplina. Luego tuve un trabajo eventual en unos grandes almacenes, en los que aprendí a jugar a los dardos y a beber con los compañeros. Sólo me pagaban libra y media a la semana, así que no tuve ningún problema en despedirme cuando empezaron a salimos bolos fuera de Liverpool".

"Hamburgo era una aventura; sólo ganábamos para comer, dormir e ir tirando. Tocábamos en el barrio de las putas, y la policía alemana llegaba todas las noches al club, encendía las luces y cortaba la música para examinar la edad de los asistentes Pasaron tres meses antes de que comprobaran que yo sólo tenía 17 años y que carecía de permiso de trabajo. Me deportaron. Tren hasta Holanda, ferry hasta Inglaterra y otro tren hasta Liverpool, donde llegué con los bolsillos vacíos".

La 'beatlemanía'. Preocupado por la superación instrumental, Harrison lleva muy mal la vorágine de unas actuaciones donde el grupo ni siquiera se puede oír. Además debe luchar para hacerse un hue-co en los discos de los Beatles, casi monopolizados por Lennon y McCartney, ambos en estado de gracia: "El triunfar sólo se notó en que teníamos ropa, mientras que antes vestíamos como cerdos. ¡Y en el espacio! Tras años de desplazarnos en una furgoneta, dándonos codazos para acomodarnos, lo que queríamos era una limusina, a ser posible una por persona. Lo que nunca se ha contado es que vivíamos aterrados. En Filipinas, los gorilas de Marcos nos persiguieron hasta el aeropuerto, empujándonos y pegándonos. En Montreal quemaban banderas británicas y nos amenazaron de muerte. Muchos años después, el piloto que nos trasladó durante una gira por EE UU me contó que el avión terminó lleno de orificios. Aparentemente, la gente que nos odiaba iba al final de la pista y disparaba con rifles y pistolas, con la esperanza de derribarnos". "Durante nuestro último concierto dimos la espalda al público para sacarnos una foto. Era el final de las giras y queríamos inmortalizarlo. Lo único que sentíamos era alivio. Lo que vino luego... entre 1966 y 1970, a mí me parece que pasaron 50 años. Muy intensos (...). Finalmente, para mí, para todos, aquello fue demasiado. Ya no había emoción, habíamos crecido, estábamos casados. Era inevitable que nos separáramos. Sin amargura".




 DIOSES DEL ROCK. George Harrison, Paul McCartney, Ringo Starr y John Lennon. The Beatles, dioses de una década: 1961-1970.
 FOTOGRAFÍA DE HULTON

FOTOGRAFÍA CORDÓN PRESS
El "sitar" y el gurú. Harrison introduce la música clásica hindú en las venas del rock y el pop, popularizando el sitar. A diferencia de otros colegas, su interés por las religiones orientales no es pasajero: en los noventa apoya con dinero y música al Partido de la Ley Natural, la rama política de los seguidores británicos del Maharishi.

"Habían intentado hacer de mí un católico, pero eso no era para mí. Toda la actitud cristiana consiste en que creas lo que ellos creen. En la India leí que no puedes creer en nada hasta que hayas tenido la experiencia directa de ello. Decidí profundizar, y fue cuando tuve la sensación de haberme liberado de ser un beatle o un número. En nuestra sociedad tendemos a numerarnos y numerar a los demás, y el Gobierno también lo hace. Encontrarse de pronto en un sitio que parece estar viviendo en el año 5000 antes de Cristo es fabuloso". "Ravi Shankar pasó por Inglaterra y se ofreció a darme clases; John y Ringo vinieron a verle. Yo sabía lo raro que era que un maestro enseñara a un principiante, pero no me dio tratamiento especial. Sonó el teléfono, yo dejé el sitar en el suelo y pasé por encima para atender la llamada. Ravi me golpeó en la pierna y me dijo: 'Lo primero que debes aprender es a tener respeto por el instrumento'. El sitar es durísimo, para tocarlo tienes que contorsionar tu cuerpo, y las piernas me dolían horriblemente. Hasta que tomé lecciones de yoga en Bombay. Me despertaba, me bañaba, hacía los ejercicios de yoga, un rato de meditación y sólo entonces desayunaba. Esa disciplina fue vital para mí".

Artista en solitario. De los antiguos Beatles, Harrison es el primero en alcanzar un número 1 con la irresistible My sweet lord, himno religioso de 1970 que también le da muchos dolores de cabeza por su parecido con un éxito de The Chiffons. Igual ocurre con su Concertfor Bangla Desh de 1971, que sin quererlo establece el prototipo de la respuesta del rock ante catástrofes humanitarias: "Lo del concierto para Bangladesh abrió las puertas para todos los eventos benéficos que han venido después. Recordamos a los músicos que ellos, que tienen tanto, pueden dar a los que nada tienen. También pagamos el pato en muchos aspectos, la filmación resultó un desastre. Lo peor fue que el dinero conseguido quedó congelado en una cuenta durante años, entre ocho y diez millones de dólares que la Hacienda americana creía que eran para uso nuestro. Les resultaba inconcebible que las estrellas del rock se preocuparan por una región asiática. Aun así llamamos la atención sobre lo que ocurría allí, sobre los Hitler paquistaníes que estaban a punto de recibir armamento de Estados Unidos. Aún hoy me encuentro con gente de Bangladesh que me da las gracias: 'Señor Harrison, estábamos luchando en la selva contra el Ejército de Pakistán, y saber que usted pensaba en nosotros nos daba fuerzas para continuar".

"Mi juicio por plagio fue un absurdo que no llegó a quitarme el sueño. El juez determinó que yo no pretendía copiar He's so fine, pero que había infringido los derechos de su autor. Yo intenté llegar a un acuerdo y no fue posible, sólo querían sacarme más y más dinero. Hasta que Alien Klein, el último mánager de los Beatles, compró He's so fine exclusivamente para seguir en litigios conmigo. Decidí que ya estaba bien, que le cedía todas las ganancias de My sweet lord, y resultó que ¡tampoco eso era posible! No he visto ni un centavo de My sweet lord, y, sin embargo, creo que ha tenido efectos balsámicos en millones de personas. El hecho de que introdujera la espiritualidad en las listas de éxitos me compensa todos los celos, la avaricia, la maldad que despertó".

La crisis del 'punk'. Después del fulgurante inicio de su carrera en solitario, Harrison se va desentendiendo de la batalla por seguir en primera línea. Edita discos a veces no demasiado elaborados y renuncia a las giras, aunque acepta colaborar o improvisar con Bob Dylan, Carl Perkins, Duanne Eddy o ¡Deep Purple! "1974 fue mi año horrible. Mi mujer se marchaba de casa, y yo estaba produciendo un disco de Splinter, otro de Ravi Shankar y el mío propio. Tenía una gira mundial, y debía ensayar y terminar el disco para que coincidiera con la gira, tal como lo pide el negocio. 

Cuando llegué a Washington me recibió el presidente Ford en la Casa Blanca, y yo creí que era una buena manera de acabar. Pero todavía me faltaban ocho conciertos, e intenté escapar por mi cuenta, volar hacia Londres de incógnito. Cuando finalmente terminó la gira estaba al borde de una crisis nerviosa. Llegué a casa, me fui directo al jardín y tardé en entrar a mirarme en un espejo. Fue entonces cuando pensé que no estaba mal del todo".

"Cuando surgió el punk rock casi se me quitaron las ganas de seguir en la música. Era basura, completa basura. Si escuchas los primeros discos de los Beatles ves esa misma simplicidad, pero hay mucha más profundidad, más contenido. Éramos inocentes, puede que incluso triviales, pero tenía más sentido que esos punkis tan deliberadamente agresivos y destructivos".

La fórmula 1 y el cine. Su pasión por los coches -que en 1971 le acarrea una multa y quedarse sin permiso de conducir durante un año- le convierte en acompañante de lujo en el circo de los coches de competición. En 1979 funda HandMade Films, una productora cinematográfica de gran actividad, pero que termina -y ésta sí que es la maldición de los Beatles- entré demandas y acusaciones mutuas.
"Ya sé que mi interés en las carreras de coches parece absurdo desde un punto de vista espiritual. Los coches contaminan, matan, mutilan, hacen ruido. Pero los pilotos de fórmula 1 tienen una percepción extraordinaria de sus competidores. Aparte de su enorme concentración, los buenos corredores deben alcanzar una expansión de su conciencia. De la misma forma que pude conocer a Ravi Shankar, Elvis Presley, Little Richard o Fats Domino, yo traté con Jackie Stewart, Emerson Fittipaldi, Niki Lauda y demás. Las variantes con las que trabajan son infinitamente más difíciles que las disponibles para un músico. Fue muy instructivo ver todo lo que hacen en sus máquinas para ganar ventaja sobre los demás, una experiencia muy profunda cuando convives con los mejores".

"En el cine, mi función ha consistido en proporcionar dinero. Ofrezco mis comentarios sobre el guión y el reparto, pero mi aportación posterior varía de película en película. En unas, como en La vida de Brian, hice poco, sencillamente conseguí que se rodara, a pesar de la oposición del establishment
cristiano; en otras, hasta me comprometí con la música. Fue lo que pasó con Shangai surprise, la de Madonna y Sean Penn, donde comprobé que el actual comportamiento de la prensa es peor que el del tiempo de los Beatles. Iba en un coche con ella y nos rodeaban como animales, parecían dispuestos a machacarnos y despedazarnos".

Mirando atrás sin nostalgia. Aparte del entretenimiento de los Travelling Willburys -grupo de 1988, con Dylan, Tom Petty Roy Orbison y Jeff Lynne- o la gira de 1991 por Japón con la banda de Eric Clapton, Harrison va reduciendo sus labores musicales. Se implica en los millonarios proyectos de explotación del legado de los Beatles sin ceder un ápice: se niega a que la biografía oficial del grupo -en vídeos, discos y libro descomunal- se titule El largo y tortuoso camino (es una canción de McCartney); prefiere el anodino nombre de Antología: "Cuando nos vinieron ofreciendo una fortuna para que volviéramos a tocar, yo propuse que nos juntáramos, pero para tomar el té. Les dije que lo emitieran vía satélite al mundo entero y que cobraran veinte dólares por cabeza. Nos sentaríamos y diríamos: 'Bueno, John, ¿qué ha sido de tu vida?'. En serio, incluso hacer eso sería difícil; todos estábamos viviendo nuestras propias vidas".

"Yo podría volver a formar ahora mismo una banda con John Lennon, no pondría ninguna pega. Sin embargo, no me uniría a Paul McCartney Nada personal, es que no tendría sentido musicalmente. Paul tiende a dominarlo todo con su bajo, y yo preferiría tener detrás de mí a un bajista como Willie Weeks".

"Vi a John una vez que pasé por Nueva York y estuvo muy agradable. Estaba lleno de entusiasmo, era la época en que se fabricaba su propio pan y aquellas cosas domésticas. Como siempre, me transmitió sentimientos poderosos, como si quisiera decirme más cosas de las que era capaz; era algo que veías en sus ojos, como un deseo de reanudar la amistad. Pero nuestra relación era difícil. Salían todos aquellos artículos, que no han dejado de aparecer, diciendo que los Beatles no fueron nada, que John era el único que tenía una idea de lo que estaba ocurriendo". •

El Pais Semanal Número 1.317, Domingo 23 de diciembre de 2001



sábado, 13 de octubre de 2018

JOAQUIN SABINA 19 Días y 500 Noches Ariola



Por Carlos Boyero

 EL SEDUCTOR VOCACIONAL y canallita profesional que una vez se equivocó de presa encontrándose con una maquiavélica zorra, que además de causar irreparables jirones en el ego, alma, piel y cerebro de su arrogante y derrotado cazador, le obligó a confesar "Tanto la quería, que tardé en aprender a olvidarla 19 días y 500 noches", en el fondo tuvo suerte al disponer de tanto tiempo para curarse.

Yo sólo poseo 45 insuficientes líneas para comentar la impresión que me ha donado el último vómito, sátira, rumba, tango, bolero, psicoanálisis, recuerdo, invención, poema de un desgarrado hijo español de Brassens, de un golfo militante por ética y por estética, de un ácrata millonario que no ha perdido sus mejores señas de identidad, de un transgresor permanente, de un solitario que necesita estar rodeado de gente, de un mentiroso que inventa verdades hermosas, de un fulano auténtico en lo bueno y en lo malo. Se llama Joaquín Sabina y acaba de sacar un nuevo, conmovedor e intemporal disco de sus entrañas, con la ayuda del entrañable Toni Oliver.

La impostura de los modernos acusa a este cantante, de tan ininterrumpido como justificado éxito, de estereotipo facilón y repetitivo, y los amantes de la ópera estrictamente académica, de que sólo le queda un hilo de voz. Joaquín podría responderles con la certidumbre del divino chulazo Sinatra: "Yo no vendo voz, vendo estilo". Al chico descarriado de Úbeda le sobra estilo, también heterodoxa capacidad expresiva y comunicativa, vitalismo, cinismo del bueno, sentimiento. Su voz siente y contagia lo que canta en un disco que posee canciones para todos los gustos, que puede hacerte reír, llorar, bailar, sentirte menos solo, alterar varias veces en su audición tus sensaciones y estados de ánimo. Hay madurez juvenil, alegría y sufrimiento en él. Hay vida, muerte y memoria sentimental.
Habla de lo de siempre, de lo que no aparece jamás en las primeras planas de la información trascendente. O sea, de la engañosa estabilidad social y sentimental de las genéticas estrellas errantes; del brutal desencanto entre la magia de los extraños que se encuentran en la noche, beben, follan, se aman provisionalmente, y el intolerable enfrentamiento con el odioso realismo del amanecer, de los esplendorosos putones lumpen que soñaron con el paraíso pero sólo fueron reinas de un día, de las putas generosas que secan lágrimas y no preguntan, de los 50 años y el futuro crepúsculo de un exhibicionista que se dispone a vivir de sobrevivir con recuerdos. Los dos sabemos, Joaquín, que aunque llegues a tener apariencia de momia te mantendrás siempre en los 15 años, en el hambre de vida y sensaciones que marca a esa jodida y fantástica edad, de las incertidumbres y anhelos sobre el futuro sentimental de esas hijas que engendró el aparente irresponsable, de los épicos utópicos que gritaban "No pasarán" y, lógicamente, perdieron su apuesta con el fascismo. También su existencia. De la colección de tópicos favoritos que utilizan los históricos y forgianos mañanas y conchas, de la pérdida; la fiebre; el desamor; el sí pero no y el no pero sí; de la imposiblemente eterna noche de bodas; de los últimos versos que se escriben a quien ya no quieres; de la soledad elegida y de la obligada, de su anverso luminoso y su reverso tenebroso.

Gracias por todo ello, colega. Tu disco es bueno para el cuerpo y para el alma.


Revista Rolling Stone Número 1, Noviembre de 1999

domingo, 7 de octubre de 2018

Keith Richards, el testamento del pirata

Sin salirse de su mitología, el guitarrista de los Rolling Stones demuestra eficacia al enfrentarse con sus estilos favoritos. El suyo es un romanticismo como de ‘femme fatale’

DIEGO A. MANRIQUE
16 OCT 2015


Keith Richards, en un concierto en Berlín en 2014. THOMAS PETER REUTERS

No nos dejemos engañar: por mucho que despotrique contra su cantante, Keith Richards tiene asumido que su trabajo principal son los Rolling Stones; eso supone subordinar todos los proyectos particulares al calendario y las exigencias del grupo madre. Este álbum, su tercero en solitario, parece haberse quedado en el congelador durante varios años, como revela la presencia del difunto Bobby Keys.

No pasa nada: Richards nunca ha sido hombre de seguir modas, así que no hay miedo de que sus ocurrencias hayan envejecido. Un doble mensaje transmite Crosseyed Heart. En lo positivo, que todavía es capaz de crear música con eficiencia (algo que rara vez ocurre con los Stones). Imposibilitado de reunir a su banda paralela, los X-Pensive Winos, aceptó la propuesta del baterista Steve Jordan: que entraran a grabar solitos y que luego añadirían los adornos.

Así se ha hecho: Keith canta, pero también toca bajo, piano y todo tipo de guitarras. Al no poder recurrir a ese incierto Método Richards de convocar a la inspiración mediante jam sessions con colegas bien intoxicados, las canciones lucen como modestas ideas nacidas fuera del estudio, que han sido pulidas allí con mimo: hay abundancia (13 temas propios más dos préstamos), brilla la variedad estilística y rara vez superan los cuatro minutos.

Aquí tenemos los palos favoritos de Keith: el blues rural (la canción que da título al disco), el reggae (una temblorosa versión de Gregory Isaacs), el country a lo Gram Parsons (‘Robbed Blind’), el arrollador rhythm and blues de principios de los cincuenta (‘Blues In The Morning’), las baladas rompecorazones (‘Illusion’, con Norah Jones), el soul (‘Lover’s Plea’), el folk (una arrastrada lectura de ‘Goodnight Irene’, de Leadbelly), algo de pop (‘Suspicious’) y —no sufran— dosis razonables de rock rollingstoniano, bien embridado.

Aparte de alguna impostación, Richards saca provecho a sus cuerdas vocales, esas que suelen quebrarse en los directos. Iba a decir que “canta con convicción”, pero eso se da por descontado… y resulta parte del problema. El hombre está tan profundamente enamorado de su imagen de Gran Filibustero que termina reiterando unos tópicos que creíamos enterrados con su libro autobiográfico.

Casi cuarenta años después de sortear su mayor problema con la justicia (la detención en Toronto), en ‘Nothing On Me’ todavía cacarea que no pudieron encarcelarle, como si no supiéramos que Rolling Stones Inc. es una empresa casi tan protegida como J. P. Morgan & Co. Felizmente casado desde 1983, para el cancionero recurre automáticamente a las mujeres engañosas, esas que van a por su cartera. El suyo es un romanticismo al estilo del cine negro clásico: sabe que ella es una femme fatale, pero prefiere no desengancharse.

Aunque forme parte del establishment, su tozuda perspectiva sigue siendo la del bandolero orgulloso de lograr el indulto. Le salva, quizá, su sentido del humor (‘Ammesia’ bromea con la famosa caída del cocotero) y las invocaciones rituales a la Hermandad de los Forajidos, como cuando se ofrece a ayudar al amigo en horas bajas (‘Trouble’). Keith languidece en ese universo enrarecido de los multimillonarios, pero todavía conserva cierta nobleza naïve y reconfortante.

Crosseyed Heart. Keith Richards. Mindless / Universal

El Pais Babelia Nº 1.246 10 de octubre 2015

sábado, 6 de octubre de 2018

Música para ser libres por Santiago Roncagliolo


11 AGO 2013



PEP MONTSERRAT


En los años noventa, el rock latinoamericano se independizó. Las nuevas bandas ya no querían tener aspecto de británicos paliduchos o moteros de Los Ángeles. Al contrario, en grupos como Café Tacuba, Aterciopelados o Los Fabulosos Cadillacs militaban gorditos y mestizos que mezclaban rock con tango, guarachas o salsa. Hasta entonces, la música popular había sido detestada por el purismo occidental de los rockeros. Esta vez, de repente, fue un gran éxito.

El único grupo europeo que impactó en esos años en América Latina fue Mano Negra. Entre tanto charango y tanta percusión, nadie se había percatado de que eran franceses. En cambio el pop español, cuyos sonidos plásticos habían reinado en los ochenta, desapareció de las radios de ultramar, desalojado por bandas más eclécticas, bullangueras y altamente politizadas.

Sólo un grupo ibérico siguió influyendo en todo el mundo hispano: Radio Futura.

Tiene mérito porque precisamente ellos, desde 1992, ya ni siquiera existían.

Raro, pero cierto: durante la última década del siglo XX, mientras España alcanzaba el top ten de las economías globales, la actitud de Radio Futura estaba más viva del otro lado del Atlántico. Los nuevos Enamorados de la moda juvenil eran los peruanos que dejaban de vivir entre toques de queda y bombas, los chilenos que estrenaban democracia, los mexicanos que se preparaban para desalojar al PRI. Tras el derrumbe del muro de Berlín, el consumo se imponía. Buenos Aires era más cara que Madrid. Y corrían tiempos malos, muy malos, para la nueva trova cubana.

La música siempre termina por encontrar a quien la necesita desesperadamente

Los adolescentes latinoamericanos nos enganchamos a temas como Dance usted 15 años después de que los oyeran los españoles, porque ahora esas canciones nos hablaban de nuestro propio sueño de ser modernos, rockeros y bien vestidos. E inmediatamente después nos enganchamos a otras de aroma caribeño como Semilla negra porque encarnaban nuestro sueño de ser… nosotros. Radio Futura ya estaba cantando rock latino antes de que lo hiciesen los latinos (e influyendo en españoles como Seguridad Social o Danza Invisible, que lo harían después).

Este verano –del hemisferio norte– se cumplen precisamente 25 años del disco más latino –y más exitoso– de Radio Futura: La canción de Juan Perro, que vendió 250.000 copias y llegó a competir por las estanterías de los hipermercados con el ­Joshua tree de U2. Para celebrarlo, ha llegado al mercado una edición especial que, aparte del álbum original, incluye las maquetas originales de los temas y un directo. Todo con una edición disco-libro perfecta para hacer salivar a reincidentes y aspirantes.

Como buen fan, he disfrutado cada segundo de esta joya. Y como buen ejemplar humano de la mediana edad, he reconstruido mi propia vida con ella: los conciertos de grupos peruanos de los noventa como Liga del Sueño o El Ghetto, que tocaban versiones de Radio Futura. O el día en que topé con las prostitutas del Raval de Barcelona y comprendí que ése era el escenario de la letra de La negra flor. Nunca he sido tan feliz de pasear por una calle llena de burdeles.

Pero, sobre todo, me ha emocionado descubrir cómo esas canciones, que reflejaban la España de los ochenta, viajaron a América Latina una década después. La música, a fin de cuentas, es como una botella arrojada al mar: puede pasar años a la deriva, recorrer miles de kilómetros, pero siempre termina por encontrar a quien la necesitaba desesperadamente.


El Pais Semanal Número 1.924, Domingo 11 de agosto de 2013