sábado, 13 de octubre de 2018

JOAQUIN SABINA 19 Días y 500 Noches Ariola



Por Carlos Boyero

 EL SEDUCTOR VOCACIONAL y canallita profesional que una vez se equivocó de presa encontrándose con una maquiavélica zorra, que además de causar irreparables jirones en el ego, alma, piel y cerebro de su arrogante y derrotado cazador, le obligó a confesar "Tanto la quería, que tardé en aprender a olvidarla 19 días y 500 noches", en el fondo tuvo suerte al disponer de tanto tiempo para curarse.

Yo sólo poseo 45 insuficientes líneas para comentar la impresión que me ha donado el último vómito, sátira, rumba, tango, bolero, psicoanálisis, recuerdo, invención, poema de un desgarrado hijo español de Brassens, de un golfo militante por ética y por estética, de un ácrata millonario que no ha perdido sus mejores señas de identidad, de un transgresor permanente, de un solitario que necesita estar rodeado de gente, de un mentiroso que inventa verdades hermosas, de un fulano auténtico en lo bueno y en lo malo. Se llama Joaquín Sabina y acaba de sacar un nuevo, conmovedor e intemporal disco de sus entrañas, con la ayuda del entrañable Toni Oliver.

La impostura de los modernos acusa a este cantante, de tan ininterrumpido como justificado éxito, de estereotipo facilón y repetitivo, y los amantes de la ópera estrictamente académica, de que sólo le queda un hilo de voz. Joaquín podría responderles con la certidumbre del divino chulazo Sinatra: "Yo no vendo voz, vendo estilo". Al chico descarriado de Úbeda le sobra estilo, también heterodoxa capacidad expresiva y comunicativa, vitalismo, cinismo del bueno, sentimiento. Su voz siente y contagia lo que canta en un disco que posee canciones para todos los gustos, que puede hacerte reír, llorar, bailar, sentirte menos solo, alterar varias veces en su audición tus sensaciones y estados de ánimo. Hay madurez juvenil, alegría y sufrimiento en él. Hay vida, muerte y memoria sentimental.
Habla de lo de siempre, de lo que no aparece jamás en las primeras planas de la información trascendente. O sea, de la engañosa estabilidad social y sentimental de las genéticas estrellas errantes; del brutal desencanto entre la magia de los extraños que se encuentran en la noche, beben, follan, se aman provisionalmente, y el intolerable enfrentamiento con el odioso realismo del amanecer, de los esplendorosos putones lumpen que soñaron con el paraíso pero sólo fueron reinas de un día, de las putas generosas que secan lágrimas y no preguntan, de los 50 años y el futuro crepúsculo de un exhibicionista que se dispone a vivir de sobrevivir con recuerdos. Los dos sabemos, Joaquín, que aunque llegues a tener apariencia de momia te mantendrás siempre en los 15 años, en el hambre de vida y sensaciones que marca a esa jodida y fantástica edad, de las incertidumbres y anhelos sobre el futuro sentimental de esas hijas que engendró el aparente irresponsable, de los épicos utópicos que gritaban "No pasarán" y, lógicamente, perdieron su apuesta con el fascismo. También su existencia. De la colección de tópicos favoritos que utilizan los históricos y forgianos mañanas y conchas, de la pérdida; la fiebre; el desamor; el sí pero no y el no pero sí; de la imposiblemente eterna noche de bodas; de los últimos versos que se escriben a quien ya no quieres; de la soledad elegida y de la obligada, de su anverso luminoso y su reverso tenebroso.

Gracias por todo ello, colega. Tu disco es bueno para el cuerpo y para el alma.


Revista Rolling Stone Número 1, Noviembre de 1999

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