domingo, 1 de abril de 2018

La movida de Ariel Rot

Triunfó con Tequila y Los Rodríguez, dos de los grupos que mejor han demostrado que se puede hacer rock en español. Este argentino, hermano de Cecilia Roth, ha sufrido los altibajos de las drogas y el éxito. Ahora demuestra en solitario que tiene pasta de artista y de superviviente. 

Por Diego A. Manrique.







FOTOGRAFÍA DE GUILLERMO PASCUAL

FOTOGRAFÍA DE FLOWERS Y PACO PORRUA

01 En Madrid, junio de 2001. 02 En Buenos Aires, a los cinco años, con la guitarra de su madre. 03 Tequila, triunfando en un concierto en Madrid, en 1980. 04 Con su hermana, la actriz Cecilia Roth, en Buenos Aires. Año 1986. OS Tequila representaba sexo, juventud y "rock and roll". Aquí, en 1979, junto al 'manager' Santiago Cano y Sergio Makaroff. C6 Ariel y Julián Infante. 07 Con Alejo Stivel, en 1979.


Al fondo suena el piano de Dr. John. En el sofá de Ariel Rot, montañas de álbumes y sobres de fotografías: se le ha pedido que localice imágenes inéditas de su vida y la experiencia ha sido abrumadora: "He revivido tantas historias olvidadas que me he quedado bastante afectado". Ahí se despliega la epopeya de los Rotenberg, que parte de Ucrania. "El abuelo se fue a Argentina por casualidad, subiendo al primer barco que salía del puerto. Era un gran comerciante, pero tardó ocho años en poder traerse a su familia. Mi padre creció bajo el estalinismo y aprendió a odiar los totalitarismos, por muy populistas que fueran. Caso del peronismo, que tantos problemas le darían". Abrasha Rotenberg era "un economista con una impresionante avidez cultural; creo que tenía ideología sionista, pero la original, la que abogaba por un Israel donde convivieran judíos y árabes; pasó un año en Jerusalén y a la vuelta conoció a mamá". Dina venía del campo, de los llamados gauchos judíos, y ejercía de cantante. Así que el joven Ariel, nacido en 1960, creció rodeado de música. "Mamá ensayaba en casa con su guitarrista. Mi hermana Cecilia iba para actriz, pero yo me sentía atraído por el rock. Tenía acceso a muchas músicas: aparte de los amigos cantautores de mamá, mi padre llegó a producir al Cuarteto Cedrón, tanguistas intelectuales que trabajaron con Julio Cortázar. Tuve lecciones de piano clásico, pero había un rock argentino muy fuerte, muy imaginativo, grupos como Manal o Almendra".

A los 10 años, Ariel acudió con Dina Rot a un concierto de Paco Ibáñez en Buenos Aires, donde conoció a Alejo Stivel, también escoltado por su madre. "Nos hicimos colegas, apasionados por el rock nacional. Yo era muy ambicioso: compuse y grabé en casa una ópera-rock que titulé Vida, con unas letras buenísimas de Cecilia. Alejo fue quien me devolvió al rock and roll cuando yo andaba medio desconcertado por los sonidos sinfonistas: se comprometió a cantar mis canciones. Teníamos unos 14 años, imagina la audacia". Encontró comprensión en sus padres: "Son judíos liberales, alejados de la religión. Muy racionalistas. Si había conflictos, se contrataba a un terapeuta de familia para resolverlos. Aceptaron que fuera músico siempre que estudiara jazz, composición, armonía, inglés..., todo lo que imaginaban que necesitaría".

Mientras tanto, Abrasha Rotenberg se había convertido en una figura poderosa del periodismo bonaerense: fundador del diario La Opinión, llegó a director tras la espantada del legendario Jacobo Timerman. Una etapa turbia que cuenta en el espléndido La Opinión amordazada (Taller de Mario Muchnik, 2000). "Mi padre estaba tan en el ojo del huracán que se sentía inviolable, mientras a su alrededor estallaban bombas, se secuestraba, se asesinaba, se preparaba el golpe militar. Sufrimos un asalto, un comando de Montoneros entró en casa y consiguió todo el efectivo que había en la caja de La Opinión. Aguantó hasta que supo que figuraba en una lista de personas mal vistas por los militares, tremendamente antisemitas. Antes, yo pasé una noche de pesadilla: Alejo y yo íbamos a un concierto cuando la policía nos paró, llevar melena era casi delito. Nos tuvieron horas caminando por el puerto mientras iban deteniendo a más gente. Finalmente, en la comisaría nos dijeron: 'Son muy chicos, salgan corriendo de aquí'. Es lo que hicimos, sin darnos cuenta de que podía ser una excusa para tirotearnos. Esas barbaridades eran normales".

Los Rotenberg decidieron exiliarse en Madrid. "Ya habíamos estado en 1971, la típica gira argentina de recorrer Europa en unas semanas. España estaba en la transición y nos parecía apetecible. Alejo y yo conseguimos uno de los primeros ejemplares de EL PAlS y vimos que no sólo se hablaba de política, sino que ponían buenas películas, que los precios de los alquileres eran razonables. Llegamos el 2 de agosto de 1976; es lo que cuento en El vals de los recuerdos. Durmiendo todos juntos en una habitación del hotel Mayorazgo, en la Gran Vía, con Cecilia llorando. Ella era la mayor y tenía la vida más hecha; yo estaba harto de Argentina y de tanta paranoia. A algún amigo mío, por las pintas, le habían hecho un simulacro de fusilamiento. Mi fantasía era llegar a España y montar con Alejo un grupo que triunfara".
No sabía que había caído en un desierto para el rock. "Cuando aparece Alejo, nos sentimos gilipollas por no ser capaces de conectar con la escena del rock. Y resulta que no había nada de nada, aparte de las sesiones del viernes por la noche en el M&M. Aun así, es un tiempo feliz. Nuestros padres se olvidan de que debemos ir al colegio. Mi padre volvía regularmente a Buenos Aires, hasta que los militares se incautan de La Opinión y nuestro nivel de vida baja drásticamente. El cataclismo nos hace a todos más humanos, los Rotenberg nos convertimos en una piña. Mi padre monta una editorial, y mi madre, que había sido bastante famosa en Suramérica, se recicla en profesora de canto". España no llegó a intimidarle. "Viniendo del rock argentino, que era jipioso y marihuanero, nos asombraba la cultura del alcohol. Nuestra educación musical nos permitía jugar con ventaja: Argentina estaba en el fin del mundo y pudo crear un rock con identidad propia. Veníamos de un país donde los grupos llenaban canchas tocando canciones propias, y nos asombraba que aquí nos dijeran que no se podía hacer rock en español. En unos meses nos habíamos pateado todo Madrid, y terminamos ensayando en Arturo Soria lo que pronto sería Tequila. Vino a vernos Jesús Ordovás y sacó una nota en Disco Exprés donde me destacaba. Decía que yo tocaba locamente la guitarra".
Tequila demostró la viabilidad del rock en castellano. Sus canciones, de temática y lenguaje juveniles, pusieron fondo a una etapa de liberación. "Imagina llegar a la mayoría de edad en un país nuevo y tener a tu disposición todo el sexo y las drogas que te apetezcan. ¡Eso nos ocurrió! Recuerdo que éramos muy aficionados al sexo en grupo, nos parecía que una estrella del rock tenía que ser muy viciosa. ¿Lo hicieron los Stones, Hendrix? Pues nosotros nos apuntábamos, sin pensarlo. Coqueteábamos con las drogas duras. Yo tuve tan mala suerte que en 1979 pillé una hepatitis. Lo asombroso es que dejé de actuar con Tequila un tiempo y ¡nadie notó la diferencia!".

Cecilia Roth y Ariel Rot destacaban en el esplendoroso Madrid de finales de los setenta y primeros ochenta. Ella, actriz en películas de culto como Arrebato; él, una pepona de estética glam al estilo New York Dolls. Ambos, con be-llos ojos verdes. Ambos, objeto de todo tipo de deseos. "Leí Madrid ha muerto, la novela de Luis Antonio de Villena, y me hizo gracia que uno de los chicos protagonistas me tiraba los tejos y yo le daba un corte brutal. Lo curioso es que Villena me aseguró que ese incidente se lo había inventado, ¡pero a mí me sonaba! Puede que sí, que mi hermana y yo despertáramos mucho morbo cruzado. Recuerda que el rock dejó de ser barrial y entró en contacto con el mundo del glamour, con modelos, actores, ricos bohemios. De repente, alguien quería lanzar a Cecilia como cantante, y grabamos maquetas, hasta que el personaje en cuestión manifestó que la vía al éxito pasaba por su cama. Las canciones que hicimos juntos terminaron interpretadas por Rubi, en su fase erótica".

Lo que no menciona Madrid ha muerto es que la irrupción de la movida supuso el fin de Tequila. "Nuestra caída fue tan abrupta como la ascensión. A los 21 años ¡nos consideraban carrozas! Los de la nueva ola apenas sabían tocar y nos miraban por encima del hombro. Aunque socialmente sí éramos apetecibles: se nos acercaban, sabían que Tequila significaba vicio. Pero los entendidos nos percibían como un grupito para fans. Hubo un concierto terrible en Barcelona donde parte del público nos tiró de todo, un odio bestial. Al mismo tiempo, nuestra discográfica nos menospreciaba, prefería heavy metal. Éramos tan caóticos en nuestros asuntos que ni siquiera se nos ocurrió rescindir el contrato y nos ataron por otros cinco años. Una compañía quiso lanzarnos en Japón y nos encontramos grabando un elepé para aquel mercado, éxitos de Tequila con unas infumables letras en inglés. Aceptamos, rezando para que semejante horror no llegara a escucharse en España".

En la mitología del rock no figura el fracaso como segundo acto. ¿Cómo se sufre semejante experiencia? "Fue brutal, anunciamos que Tequila se separaba y ¡nadie nos intentó disuadir! El dinero se había evaporado: un mes después, alguno malvivía en una pensión, trapicheando para mantener el hábito. Yo rompí con Alejo durante muchos años. Como se supone que era el guapo del grupo, a mí me grabaron dos elepés que no vendieron. Cuando quise la carta de libertad me obligaron a renunciar a todas las futuras royalties de Tequila, esas tácticas mafiosas de entonces. Me instalé en la casa paterna, sobreviví produciendo a Pistones y aguanté hasta que volver a Argentina resultó atractivo. Mi hermana regresó mucho antes, para distanciarse de los malos rollos tóxicos, y pudo ayudar a mantenerme. Claro, allí era un desconocido: no sacaron discos de Tequila, nadie lo hubiera entendido en medio de una dictadura. Conecté con Andrés Calamaro, me produjo una maqueta y entré en su banda con jerarquía de subjefe. íbamos a actuar al interior, viajes de 20 o 30 horas, puro Apocalypse now, puestos hasta el culo. Era un hobby de fin de semana, no ganábamos un duro; yo me mantenía haciendo jingles publicitarios. Hasta que llega la hiperinflación y Argentina entra en barrena. Ni discos, ni bolos".

Se oían cantos de sirena desde España. Con Julián Infante, el Keith Richards de Tequila, se preparó en 1990 un supergrupo donde entraron Ariel y Calamaro: Los Rodríguez. "¡La primera vez que me planifiqué en términos profesionales! De repente, España me pareció Europa. Había dinero, infraestructura y muchas promesas. Que no se cumplieron, claro. Andrés y yo teníamos un piso cojonudo, pero había días que no teníamos para comer". Hoy, Los Rodríguez son página de oro del rock español, modelo mil veces imitado; convenientemente, se olvida que su carrera fue durísima. "Nuestros tres primeros discos salieron en tres compañías diferentes, aquello no marchaba. Andrés se lo planteaba de forma muy calculada, se marcó un plazo antes de regresar. Pero se integró sin problemas, y encima se casó con una española".

Aquí conviene mencionar que la mujer de Calamaro es hermana de la actual compañera de Ariel; los posteriores conflictos sentimentales y las reivindicaciones individuales de Calamaro le dejaron en una posición incómoda. "Andrés se revaloriza, y un día exige cobrar más que los demás rodríguez justo antes de entrar en el estudio. Lo suelta desde una posición sólida: ya tenía ofertas para cantar en solitario y era cierto que trabajaba más. Finalmente, se establece una escala de porcentajes entre los cuatro, algo quizá justo, pero ingrato, feo. Nos hace ver que Los Rodríguez no van a ser eternos, que hay agendas ocultas. El éxito nos llega cuando el grupo ya está tocado. Hacemos una gira multitudinaria con Sabina y nos convertimos en supervendedores con el disco de despedida, una sugerencia de sobremesa de Alfonso Pérez, nuestro contacto en DRO".

Extraño sino el de Ariel: partir desde abajo, volver a comenzar como solista cuando muchos de sus compañeros de viaje están instalados en la gloria. Alejo Stivel es un productor reclamado a ambos lados del Atlántico. Andrés Calamaro se ha transformado en leyenda viva. Su hermana Cecilia paladea las mieles de ganar un Oscar en Hollywood; está unida a Fito Páez, máximo astro argentino durante los noventa. "¿Quejarme? He tenido fantásticos maestros. Yo me considero más que afortunado: dos de los miembros de Tequila murieron, digámoslo groseramente, a causa del estilo de vida del rock, y aquí sigo yo. Fito ha sido un apoyo constante, ofreciéndose incluso a aparecer como invitado especial en conciertos que di en Buenos Aires. ¡El cuñado se porta! Y Andrés, bueno, ahora no está en el altarcito de santos que monto cuando tengo que grabar, pero volveremos a hacer música juntos, hay magia cuando nos reunimos. Pero igual me ocurre cuando colaboro con Sergio Makaroff y Andy Chango".

En su segunda carrera en solitario, Ariel ha oscilado entre el pesimismo y la exuberancia. "El grupo con el que me puse a punto se llamó The Rota [pronúnciese: derrota], pero luego grabé el disco de 1997, Hablando solo, con The Attractions, la banda de Elvis Costello. Fue un subidón, uno de los momentos más felices que recuerdo: un pibe de Buenos Aires mandando a esos musicazos. Claro, que luego tuve que meter las voces y hacer las mezclas, y ¡estaba solo! La situación me aterraba, pero también me ponía".

Hubo otro disco cargado de historias de maravillosos perdedores y crónicas autobiográficas a principios de 2000, Cenizas en el aire, que no logró la repercusión esperada. Así que ahora Ariel se lo juega todo a una carta: En vivo mucho mejor es un trabajo en di-recto que suma éxitos de Tequila y Los Rodríguez al repertorio propio, 20 canciones desarrolladas con el respaldo de una banda musculosa. "Tampoco pretendí hacer el típico live con una docena de invitados de lujo. Es simplemente una forma de ofrecer un buen paquete al respetable que sabe quién soy, pero no ha comprado mis discos. Resulta además que una de las canciones suena a todas horas en un anuncio de televisión. No, no lo veo degradante; cuando casi han desaparecido los programas en los que puedes actuar de verdad, cualquier vía de promoción es aceptable. Llevo 24 años tocando, y para una vez que el viento del marketing sopla a mi favor no puedo permitirme el lujo de ponerme purista a lo Neil Young y decir que detesto la publicidad".

Dandi de risa fácil, Ariel mantiene un aire de perpetua adolescencia. Este Dorian Gray porteño, ¿tiene una trastienda secreta? "Soy un experto en disimular dudas e inseguridades. Nunca me he planteado tirar la toalla, deben de ser los genes Rotenberg. A veces me siento como Woody Alien: con el mismo nivel de autoestima que Kafka. Pero yo me estrellé siendo muy joven y eso te vacuna. Nunca me voy a morir de hambre". •

El nuevo disco de Ariel Rot, 'En vivo mucho mejor', ha sido editado recientemente por DRO East West.


El Pais Semanal Número 1.290 Domingo 17 de junio de 2001


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