martes, 26 de abril de 2011

Aretha Franklin “Lady Soul” 1968 Atlantic






Un cambio de compañía discográfica, y de pronto se hizo la luz. Se consumía la década de los sesenta y la carrera de la ex niña prodigio de Menphis que a los 14 años ya había grabado su primer gospel no acababa de despegar en Columbia por falta de una dirección definida, indecisa entre el rhythm´n´blues o el pop más estándar. Tuvo que llevársela el productor Jerry Wexler a Atlantic para que todo empezara a encajar.

También es verdad que en el momento del traspaso, 1967, el soul había alcanzado ya tal repercusión que las barreras segregadoras del público (y las mentes de la industria) se habían empezado a resquebrajar, pero no cabe duda de que entre Aretha y Wexler encontraron inmediatamente la fórmula para sacar todo el partido a la personalidad interpretativa de la diva – reinstaurando el rol mujer fuerte, contestaria, nada sumisa que se había dado en el blues de décadas anteriores, pero que estaba ausente en la música popular de la época- y aglutinar bajo un sonido electrizante sus diversas inquietudes estilísticas.

Lady Soul”, un título que nadie ha osado retirarle desde entonces, es su tercer álbum para Atlantic y el que la muestra en su máximo esplendor. Tras haber descerrajado por fin las listas de éxitos con “Respect” el año anterior, aquí abre con el “Chain of Tools” de Don Convay, otra bomba de similar calibre que, junto a “Think”, incluido en el posterior “Aretha now” (1968), forma la terna mágica que inscribió su nombre en los libros de historia. La hija del reverendo Franklin, en cuya capilla de Detroit cantaba con sus dos hermanas pequeñas, sigue presente en esa capacidad para exudar carnalidad, sufrimiento, espiritualidad, pasión y sensualidad en un mismo grito.

Su forma de abordar el soul parte de los lamentos del blues y la redención liberadora del gospel, en contraposición al optimismo juvenil de la Motown.Como una evolución en femenino de Ray Charles, de quien aquí aborda un excitante “Come back baby”, la línea que separa la exaltación religiosa de la celebración pagana apenas puede delimitarse por los textos. Además de los coros femeninos contestadores de su hermana Carolyn y las Sweet Inspirations, a él también remiten tanto el arrebato incontenible de los números más agitados –“Money won´t change you”, de James Brown; “Niki Hoeky”- como el sentimiento a flor de piel de los medios tiempos: la esperanzada “People get Reddy”, de los Impressions de Curtis Mayfield; el “Groovin´” que habían hecho famoso los Young Rascals, con la elegante guitarra de Bobby Womack; el nocturno “Ain´t no way” de Carolyn; o una de las canciones de amor más universales del siglo XX, el “(You make me feel like) A Natural Woman” que le escribieron Carole King, Gerry Goffin y Jerry Wexler. Ninguna versión posterior ha superado su grado de implicación para mostrarse tan vulnerable incluso en un estado de suma felicidad.

La misma dualidad se encuentra en las dos canciones escritas por la propia Aretha con su por entonces (problemático) marido Ted White: una eufórica, a pesar de cantar un doloroso abandono, “Since you´ve been cone (sweet sweet baby)”; y “Good to me as i am to you”, un estremecedor blues sobre penas compartidas (“los dos necesitamos un trago para seguir vivos”) puntuado por los fraseos de guitarra de un joven Eric Clapton en su etapa Cream.

Aretha Franklin dejó Atlantic en 1980, cuando ya los mayores brillos de su carrera ya hacía tiempo que habían remitido. Aunque sus intentos de mantenerse en la actualidad del planeta pop han sido generalmente dignos, y hasta han amagado con algún destello recuperador, suele ocurrir que trayectorias tan largas sepulten bajo sus últimos movimientos el auténtico valor de sus protagonistas. En este caso no hay problema; con tan sólo media hora de señorío soul se recupera la perspectiva.

Félix Suárez

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