sábado, 23 de abril de 2011

James Brown "Live at the Apollo" 1963 King




Nunca se olvida una actuación de James Brown. Durante toda su vida, el escenario ha sido su espacio natural. Donde se expone, gime, agoniza, suda, baila, sonrie enseñando su dentadura perfecta y, sobre todo, manda. Manda sobre su banda, que siempre ha de estar presta a seguirle por donde él diga.
Y manda sobre la audiencia, a la que hará siempre partícipe del estado de su humor pero en cualquier caso acabará llevando a su terreno con esas rutinas que ahora tan sólo se puede permitir amagar. Sus splits (ese temerario salto cayendo con las piernas abiertas y subida de rebote), sus giros sobre sí mismo, sus flirteos con el cable y el pie de micro y sus sufrientes caídas de rodillas han sido asumidas por cualquiera que se haya subido a un escenario desde entonces (Prince, Michael Jackson, los grupos masculinos de la Motown, Mick Jagger y de ahí la lista continúa para abajo), aunque nadie ha osado repetir el famoso número de la capa que le pone su eterno maestro de ceremonias "Fats" Gonder y que él se quita una y otra vez dispuesto a sacrificarse (figuradamente, claro) hasta la extenuación por sus expectadores.
En 1962, James Brown ya era de sobras conocido como "the hardest working man in show business". Sus actuaciones, más de trescientas al año, eran absolutamente catarsis colectivas, una sesión de vudú donde el artista y público se realimentaban mutuamente, crecido uno por la energía que le llegaba a traves de los aullidos de los otros (y otras), rendidos a su magnetismo. Sin embargo, hacía ya seis años que había debutado con el single "Please, please, please" y esa comunión con su creciente audiencia no tenía su equivalencia en ventas de discos ni en presencia en listas y emisoras de radio.
Decidido a cambiar era situación, y tomando como ejemplo el álbum  "In Person" (1960) de Ray Charles, Brown pensó que la grabación de un disco en directo podría ser la manera perfecta de mostrar a todos su auténtico poderío. Que su discográfica, King, rechazara la propuesta no iba a detener al padrino de su propósito. El 24 de octubre contrató por su cuenta el equipo de grabación necesario, registró el último de sus cinco pases y lo volvió a presentar a la compañía, que finalmente accedió a publicarlo en una tirada precavida de tan sólo cinco mil copias que enseguida se antojó ridícula.
Porque este primer " Live at the Apollo" - hay otros dos volúmenes grabados en el 68, y otro más en el 95- es considerado el mejor disco en directo de la historia y desde su aparición ha sido el modelo de todos los que han venido detrás.
La calidad del sonido, en los estándares que permitía la tecnología de la época, es lo de menos. Lo que cuenta es la sustancia, la capacidad de transmitir, de traspasar el soporte para hacernos partícipes de lo que se cocía esa noche en Harlem. La ya mítica presentación, citando Gonder los títulos de las canciones como si Mr. Dynamite se fuera a enfrentar a ellas en un combate de boxeo; las fanfarrias puenteando las interpretaciones para que no hubiera lugar al respiro; y el cierre con idas y venidas de "Night Train" culmina con media hora entre eléctricos golpes de soul peleón que esbozan su próxima definición del funk ("I´ll Go Crazy", "Think") y suplicantes baladas ("Try me", "I don´t mind").
Siempre subrayado por los coros sin pulir de los Famous Lames, el equilibrio entre ambas facetas funciona como preámbulo que prepara el camino hacia la apoteósis final: los desgarrados diez minutos de un "Lost Someone" mirado en el blues que alcanza tintes agonísticos, recreándose en interactivas llamadas y respuestas contestadas con furor desde la platea; y los seis de desaforado medley final con repaso trompicado de "Please, please, please", "You got the power", "I Found Someone" y otras sublimaciones de la chica que se quiere enamorar, del llanto por su abandono, del despecho o de las peticiones de perdón y reconciliación.
Puede que en su inetrior haya tanta entrega y sinceridad, valores que siempre han cotizado en la esfera de la música popular, como calculada teatralidad procedente de la tradición de los espectáculos de variedades de los que , en ciertas modo, todavía formaban parte las maratones del Apollo. Pero, en todo caso, en directo, en este directo, James Brown entrega valor por dinero y, como los buenos actores, hace olvidar el estudio previo del papel sacando el máximo partido al material de que dispone. Aunque sus mejores canciones estaban todavía por componer, su implicada interpretación, mostrando la versión más visceral de sí mismo, las eleva a la categoría de clásicos.
Y si los jerifaltes de la industria discográfica de entonces creían que nadie pagaría por algo que ya había visto u oído antes (¿para qué son los discos entonces?), "Live at the Apollo" les hizo ver inmediatamente su error. Pues más que el disco en directo como recuerdo de una actuación o sustitutivo de la que no se pudo ver, lo que éste instauró fue el deseo de haber estado allí.
Felix Suarez

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