lunes, 24 de junio de 2013

ADIÓS A UN REFERENTE DEL SON Y EL JAZZ


Muere Bebo Valdés, el mago de los ritmos cubanos
El músico muere a los 94 años en Suecia
Protagonista de varios momentos de oro de la música cubana, fue precursor del jazz latino

MAURICIO VICENT 22 MAR 2013 - 19:26 CET117




Bebo Valdés, músico cubano, entrevistado en el el Teatro Real de Madrid. / RICARDO GUTIÉRREZ

Ya se sabe que en la música cubana hay abundancia de genios y nombres imborrables. Sin duda, entre los que hay que escribir con mayúsculas está el de Bebo Valdés, fallecido en Suecia a los 94 años de edad, después de pasar los últimos años de su vida residiendo en Benalmádena (Málaga) enfermo de Alzheimer. Bebo fue protagonista de momentos de oro de la música cubana, además de ser precursor de las famosas descargas de jazz afrocubano y creador de un ritmo propio, la batanga, que arrasó en la isla en los años cincuenta. Era padre de otro pianista y compositor genial, Chucho Valdés, quien se traslado a Málaga a cuidarle en los últimos momentos de su vida. Hace aproximadamente dos semanas, los hijos de de su última esposa, la sueca Rose-Marie Perhson, que falleció el verano pasado, se llevaron a Bebo de Málaga a Estocolmo en contra de la voluntad de Chucho, pero esa es otra historia.

El verdadero nombre de Bebo era Ramón Emilio Valdés Amaro y nació el 9 de octubre de 1918 en Quivicán, un pequeño pueblo de guajiros y tierras rojas a 40 minutos de La Habana. Desde que nació Bebo llevaba la música en el ADN. Antes de salir de Quivicán fundó con un amigo de la infancia su primera banda, la Orquesta Valdés-Hernández, y desde entonces compaginó el piano con su vocación de arreglista y compositor.


En los años cuarenta, estando ya en la orquesta de Julio Cueva, compuso uno de sus primeros mambos, La rareza del siglo, en momentos en que la música popular cubana se modernizaba a toda velocidad.

A partir de 1948 y hasta 1957 trabajó en Tropicana, donde acompañó e hizo arreglos para la vedete Rita Montaner. Su orquesta, Sabor de Cuba, y la de Armando Romeu actuaban cada noche en el show del famoso cabaret y allí compartieron escenario con grandes artistas norteamericanos, incluido Nat King Cole, con quien llegó a grabar algún tema.

Por aquella época el jazz arrasaba en Estados Unidos y los músicos norteamericanos viajaban a la isla para descargar con sus colegas cubanos. Bebo participó en no pocas de aquellas legendarias jam session, que tenían como animador principal al percusionista Guillermo Barreto. En medio de aquel hervidero, el 8 de junio de 1952, con una banda de veinte músicos dio a conocer en los estudios de RHC Cadena Azul su nuevo ritmo, la batanga. Entre los tres cantantes que integraban aquella orquesta estaba el gran Benny Moré.


El bolero de Trueba y Mariscal
A finales de los cincuenta Bebo colaboró con Lucho Gatica, en México. En 1960, en medio de una gira decidió exiliarse en Estocolmo (Suecia), donde se caso con Perhson y rehízo su vida. Durante más tres décadas estuvo alejado de la música. Sólo amenizaba las veladas en el piano-bar de un hotel de la capital sueca cuando, en 1994, lo llamó Paquito D´Rivera y le invitó a grabar un nuevo disco, Bebo Rides Again, una colección de clásicos cubanos junto a temas originales de Valdés.

En el año 2000 fue el cineasta Fernando Trueba quien le redescubrió y le invitó a participar en su película ‘Calle 54’. Bebo se reencontró entonces en un escenario con su hijo Chucho y también con sus viejos amigos Israel López Cachao y Patato Valdés. Tras terminar el documental, Trueba grabó a los tres el disco ‘El arte del sabor’, que obtuvo el Grammy al Mejor Album Tropical Tradicional en 2001, primero de los nueve que obtuvo Bebo en los años siguientes gracias a su colaboración con el cineasta español.

Poco después triunfó nuevamente con Lágrimas negras, un álbum de temas cubanos con alma gitana realizado con el cantaor Diego el Cigala, con el cual obtiene otro Grammy y tres discos de platino en España. Con Trueba hizo ocho discos y se convirtió en el protagonista de su documental El milagro de Candeal, rodado en la favela del mismo nombre en Salvador de Bahía con Carlinhos Brown. También hizo la música y sirvió de inspiración para ‘Chico y Rita’, la película de animación dibujada por Javier Mariscal que fue nominada al Oscar en 2012.

Su último disco fue Bebo y Chucho Valdés, Juntos para siempre’, un homenaje en el que padre e hijo repasaron juntos el repertorio y los ritmos de la música cubana que siempre tocaron juntos y que Bebo interpretó como nadie.

Anoche, la muerte de Valdés fue recibida por Mariscal con dolor pero a la vez con el recuerdo azul de su alegría y sobre todo de su elegancia. “Bebo era la esencia de lo mejor de Cuba: todo en él era especial, su forma de tocar, su manera de caminar, su risa, su elegancia para todo”. El diseñador recordó las charlas y momentos musicales que pasaron juntos con Trueba durante la preparación de Chico y Rita y cómo, a través de los recuerdos de Bebo, él descubrió de nuevo Cuba. “Yo estaba enamorado de Cuba desde pequeño, y conocía el país y sus gentes, pero redescubrirla a través de los ojos y de la sensibilidad de Bebo fue algo especial”, afirma. “Bebo representaba la esencia de Cuba y de lo mejor de su música”.

El músico de Quivicán fue una de las inspiraciones del personaje protagonista de Chico y Rita, un pianista de la época de oro de la música cubana atrapado por el amor de una mulata y aquella Habana mágica. Mariscal, que piensa en imágenes, asegura que Bebo tocaba como “si de pequeño hubiera metido en una lavadora todas las partituras de Lecuona y de los mejores compositores de la música cubana”, atrapando fragmentos deshilachados y notas de cada uno e “incorporándolos a su espíritu”.

El contrabajista Javier Colina, que en 2007 ganó un Grammy con Valdés por Live in Vllage Vanguard, disco que grabaron a cuatro manos durante una semana en el mítico club de Nueva York, asegura que “aquella semana fue “la más feliz de su vida”. “Bebo no tenía igual”, aseguró. Chucho Valdés, que se mudo a Benalmádena a pasar junto a su padre los últimos años de su vida y se opuso a su reciente traslado a Suecia, se despidió de su padre como el “más grande” y con la felicidad de haber hecho antes de morir el disco Juntos para siempre.

Lejos del paraíso

DIEGO A. MANRIQUE
Bebo Valdés sufrió el sino de tantos músicos cubanos. Tierra fabulosamente fértil en ritmos y melodías, sus artistas se ven obligados a emigrar, por conmociones políticas o, más frecuentemente, por la pura necesidad de ganarse un sustento decente, algo a veces imposible en un mercado tan áspero como el de Cuba.
Así nos encontramos con biografías guadianescas, pasmosas, como la de Bebo. Figura esencial de la explosión de la música habanera durante los rutilantes años cuarenta y cincuenta, funcionó como pianista, compositor, arreglador y líder de bandas. Habitual del Tropicana, fue convocado cuando llegó Nat King Cole para grabar en español.

Como tantos otros instrumentistas de su generación, andaba fascinado por las posibilidades del jazz, desarrollando su versión de las jam sessions con las descargas. También intentó dar la respuesta al mambo que popularizó Pérez Prado, con su batanga. Pero, insisto, no se pierdan los exuberantes discos de populares artistas de aquella era dorada que llevan sus huellas digitales.
De repente, el tajo de la Revolución y la primera oleada del exilio. Bebo dejó a su numerosa familia en La Habana y se buscó la vida en México, con el espléndido Rolando Laserie. Hubo luego estancias en Estados Unidos y España. Parecía carecer de todo tipo de divismo: acompañaba a triviales cantantes de música ligera pero también a boleristas de nivel como Lucho Gatica. Había trabajo para alguien de sus habilidades pero pocas posibilidades para expresarse creativamente. Más aún, cuando los azares del corazón le llevaron a Estocolmo, donde ejerció de pianista de hotel, siempre sonriente y dispuesto a complacer peticiones.
Pero Bebo no se había perdido. Le podían borrar de los registros históricos del castrismo pero estaba localizado en la red global de músicos cubanos dispersos por Europa y América. A principios de los noventa, cuando la discográfica alemana Messidor apostó por el jazz afrocubano, a Paquito D'Rivera no le costó convencerlo de que protagonizara el disco Bebo rides again (1994), preparado y elaborado en pocos días. Nadie lo diría escuchando la finura de los arreglos, la energía de las composiciones y el deleite con que tocaban unidos exiliados y músicos residentes en Cuba.
El proyecto de Messidor no prosperó pero entonces aparecieron Fernando Trueba y Nat Chediak,- que le embarcaron en discos y documentales que demostraban sus variados recursos. El público se enamoraba de aquel saber estar, de los dedos esqueléticos que iluminaban las imágenes de Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004). Su vida inspiró Chico y Rita (2010), la película de dibujos animados de Trueba y Mariscal. Pero la realidad fue más asombrosa que cualquier guión cinematográfico: un octogenario Bebo se convirtió en estrella internacional gracias a su primorosa labor en Lágrimas negras (2002), la colaboración con el cantaor Diego El Cigala. En el frenesí de las giras, Bebo demostró su alta calidad humana. Y sí, terminó por reencontrarse con el más famoso de sus hijos, también pianista: Chucho Valdés. Las vidas cubanas, ya saben, son atípicas.


Bebo Valdes & Javier Colina: Lagrimas Negras


El Pais sabado 23 marzo 2013


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