lunes, 11 de agosto de 2014

Historia de una obsesión a dos voces


El dúo formado por Sílvia Pérez Cruz y Raúl Fernandez Miró dignifica el arte de la versión en ‘granada’, llamado a convertirse en uno de los grandes discos del año

ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS Madrid 10 MAY 2014




Sílvia Pérez Cruz y Raúl Fernandez Miró, fotografiados ayer en Madrid. / LUIS SEVILLANO

Si en Sílvia Pérez Cruz encontramos algo de la madre tierra —profunda, tenaz, intuitiva y volcánica—, en Raúl Fernandez Miró aguarda la agilidad propia de un duende del bosque, ese audaz y apacible catalizador de mil fantasías. Quizá esto explique el fértil matrimonio artístico que estos dos jóvenes catalanes representan y que ahora, de la mano de granada (así, en minúscula), un disco de versiones a dúo, llega a su máxima expresión. Versiones de canciones de músicos tan dispares como Lluís Llach, Violeta Parra, Édith Piaf, Leonard Cohen, Albert Pla, Schumann o Morente cuya autoría se regenera y unifica en un trabajo insólito de voz y guitarra que desde que se presentó a finales de abril en el teatro Tívoli de Barcelona no deja de asombrar.

“Después del concierto del Tívoli tardé una semana en encontrarme bien”, confiesa Raúl. “Interpretar este disco es un esfuerzo físico, mental y emocional enorme”, añade ella. Juntos emprenden un viaje extenuante a un territorio común: el de esa “verdad” musical sin la que aseguran jamás hubiesen seguido adelante con este proyecto. “Hemos encontrado un equilibro nuevo para nosotros y como sabemos que no lo tendremos toda la vida lo vamos a aprovechar”.

El equilibrio al que se refiere Raúl nunca fue fácil y ha requerido mucho trabajo común. Cuando se conocieron, hace ocho años, en el espectáculo Immigrasons, básicamente, no se soportaron. “Parecía imposible juntar nuestras visiones, veníamos de lugares opuestos, chocábamos en todo”, recuerdan. “Yo tengo una idea borrosa de todo aquello”, asegura Pérez Cruz, ganadora del goya a la mejor canción original por Blancanieves. “Solo recuerdo que me afectó mucho no entendernos”. El punto de inflexión llegó en directo: “Un día nos sentamos a hablar para dar por zanjada la colaboración. Pero esa misma noche, durante el concierto, ocurrió algo muy especial que nos hizo olvidar la conversación y continuar”, explica él, que, tras el alias de Refree, ha desarrollado una de las carreras más interesantes de la última década como músico y como arreglista o productor de Kiko Veneno, Nacho Umbert, La Mala Rodríguez, Christina Rosenvinge o Josh Rouse.

Lo que vino después fueron años de indagación individual y de observación mutua. En 2012, Sílvia Pérez Cruz publicaba 11 de novembre, coproducido con Fernandez Miró y compuesto casi en su totalidad por ella. El impacto de la intérprete en el panorama musical español fue sobrecogedor. Joven y guapa, cantaba con una autenticidad y desgarro casi primitivo. Su ancestral grito despertaba la llamada de una tierra que parecía adormecida. “Me limpié por dentro, fue un disco muy fuerte a nivel emocional. Pasé un luto con él. Saqué todo lo que llevaba dentro”. 11 de novembre estaba dedicado a Càstor Pérez, su padre, cantante de habaneras, el hombre a quien había acompañado en el escenario desde pequeña y cuya ausencia aún pivota en torno a su voz y su obra.

Sin aquel duelo jamás hubiera llegado el idilio de granada, ese territorio explosivo (el de la fruta y el de la bomba) en el que dos opuestos están destinados a encontrarse y cuidarse. “Entre nosotros hay un hilo invisible. Si Sílvia no está bien lo noto al momento. Y ella sabe cosas de mí que yo no le he explicado nunca”.

Ella, con una piel curtida desde la infancia (“yo cantaba con mi padre pero me educó mi madre, ella, muy hippie, montó una escuela de arte y me enseñó a ordenar la belleza, a expresarme”), no olvida que desde niña se ha “hartado” de interpretar versiones, que aprendió a hacerlas suyas. Y él (“yo vengo de una formación más clásica, recuerdo a mi abuela tocando el piano en casa”) confiesa que sentía el temor de perder su propia voz al entrar en el paisaje de otros. “No podía ser un disco menor. Y ese miedo ha sido una premisa importantísima para mí. Para hacer una mera relectura de las canciones de otros mejor no hacer nada. Ya hay demasiado plástico a nuestro alrededor”.

Entre uno y otro, en granada la intensidad crece según pasan los minutos y las canciones. Pero ya desde la primera, Abril 74, de Lluís Llach, unos ecos grabados al final nos abren una puerta íntima y secreta: estamos en una reunión familiar y las voces que se escuchan no son las de sus protagonistas. Son las de Glòria Cruz y Càstor Pérez. “Ese momento entre los padres de Sílvia fue inspirador para el disco”, asegura Raül antes de que ella entorne la puerta otra vez con su recuerdo: “Mis padres tocaban juntos, a dúo, hasta que se separaron, muy pronto. Pero una vez, poco antes de que mi padre muriera, nos reunimos. Mi hermana acababa de parir y fuimos a nuestra casa de Portugal, en el Alentejo. Aquel día, después de 20 años, mis padres volvieron a cantar. Aquello era la verdad, la simplicidad y el feeling. Por eso, en la grabación se me escucha decirles: ‘El dúo es la mejor formación del mundo”.

Repertorio singular

Despegando, de Enrique Morente, fue el disco que ayudó al dúo a romper el bloqueo creativo. De él, incluyen dos canciones. Compañero y Que me van aniquilando. Hay un tercer morente, Pequeño vals vienés, versión de Leonard Cohen.
Hay varios temas del cancionero catalán: Abril 74 y Corrandes d’exili de Llach; Mercè, de Bonet, un medley de tres canciones de Albert Pla llamado Albert y el tradicional El cant dels ocells.
De Latinoamérica traen a Violeta Parra, Carabelas nada de Fito Páez y el Acabou chorare de los tropicalistas brasileños Novos Baianos.
Édith Piaf, dos lieder de Schumann y un estándar de jazz completan el álbum.
Grabado hasta tres veces, ordenado de manera obsesiva por los dos, cuidado en el más mínimo detalle, el disco sale a la calle porque cumple la expectativa de ambos. “No hemos parado hasta estar satisfechos. Me gusta usar el símil del baile, estoy contenta con las coreografías, en ellas están los límites y también las virtudes de cada uno”. “En definitiva”, añade Raúl, “hemos descubierto que Schumann no está tan lejos de Albert Pla”.


El Pais, 10 mayo 2014


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