sábado, 24 de agosto de 2013

El disco más odiado del pop


Dylan ajusta cuentas con ‘Self portrait’, el mayor fracaso de su carrera

DIEGO A. MANRIQUE Madrid 21 AGO 2013

Bob Dylan publicó 'Self portrait' en 1970. / EL PAÍS

Posiblemente, se trata del disco más vilipendiado de la historia del pop. Self portrait, doble álbum publicado en junio de 1970, causó consternación entre los ejércitos de Bob Dylan. El mismo autor, en contra de lo habitual, ha intentado justificarse en entrevistas y en su libro Crónicas. Ahora, se publica una versión alternativa, Another self portrait (Sony), que viene a argumentar que fue una idea correcta pero mal ejecutada. Que lo mejor no se usó, como en otros momentos de su carrera.


A estas alturas, convertido Dylan en incombustible icono cultural, resulta difícil hacerse una idea de la intensidad de la tormenta que desató Self portrait. Imaginen que Gabriel García Márquez, tras Cien años de soledad, hubiera editado un best seller tipo Love story. En términos cinematográficos, sería como si Ingmar Bergman, tras lanzar El séptimo sello, hubiera intentado imitar una de las comedias de Doris Day y Rock Hudson. Con total seriedad.

En realidad, convenientemente depurado y explicado, Self portrait habría resultado un elepé sencillo aceptable. Un bajón evidente tras los nueve discos anteriores de Dylan, desde luego, pero la percepción general no sería la de una traición generacional.

Sin embargo, sus rellenos y sus oropeles tenían sentido para Dylan. Tras los vertiginosos años 1965-1966, se había retirado a las montañas de Nueva York, en los alrededores de un pueblo con tradición bohemia, Woodstock. Secretamente, había decidido consagrarse a su familia y, esencial, huir de su papel de portavoz de la juventud insurgente. “El Gran Buda de la Revuelta, el Sumo Sacerdote de la Protesta, Zar de la Disidencia” se burla en Crónicas. Le espantaba ese papel, en un país acostumbrado a los asesinatos políticos: los Kennedy, Malcolm X, Martin Luther King. Demasiado joven para morir: todavía era un veinteañero.

Así que rompió con el rock anfetamínico que le encumbró sacando dos elepés atípicos: el ascético John Wesley Harding (1968) y el vaquero Nashville skyline (1969). Pero aun así, le siguieron hasta su escondite. Hubo tantos allanamientos de morada que se hizo con armas de fuego (y preguntó qué pasaría si disparaba a dar). De hecho, la contracultura estuvo a punto de presentarse en masa, en la forma del Festival de Woodstock (que finalmente se celebró en una localidad cercana).

Quiso espantar definitivamente a los moscones. ¿Cómo? Grabando un disco que se alejara radicalmente de la cultura rock. Con arreglos countrypolitanos y coros femeninos. Usando una voz cálida, despojada del veneno hipster. El repertorio sumaba canciones folkóricas, hits de todas las épocas, composiciones de cantautores, livianos temas originales.

Una teoría poco explorada es que Dylan pretendía reciclarse en crooner, un cantante sin complicaciones ni grandes ambiciones sociales. En su discográfica, Columbia, abundaban los ejemplos: Robert Goulet, Andy Williams, Tony Bennett, Johnny Mathis. Su matiz particular sería que venía delfolk. Pero, ah, estos vocalistas no sacaban discos dobles. Y, desde luego, no utilizaban portadas como la suya: un autorretrato elemental.

La tercera clave es su carácter de cajón de sastre: el modelo de Dylan-canta-los-éxitos-de-ayer-y-hoy se rompía con la inclusión de temas instrumentales o procedentes de su actuación en el festival de Wight de 1969, con el fondo circense de The Band. Ahí, me temo, le perdió la ira: se había quedado boquiabierto —e indignado— ante el descomunal éxito de Great white wonder, un doble bootleg que abrió el mercado a los piratas. ¿Queréis discos desgalichados, grabados aquí y allá, sin coherencia estilística? Pues también os voy a dar eso.

Tanto rencor no podía ser bueno. Self portrait tuvo ventas aceptables pero la reacción crítica resultó brutal. Greil Marcus iniciaba su reseña en Rolling Stone con contundencia: “¿Qué es esta mierda?”. Dylan recibió el mensaje. En la boca del estómago. Y se apresuró a rectificar, sacando al poco New morning: canciones propias, sonido unificado, letras enigmáticas. Un año después, incluso volvía al debate político con George Jackson, oda al militante negro muerto en un intento de fuga.

Con el tiempo, Dylan consiguió que se disculpara aquel desliz. Reconocía andar entonces muy despistado. Tanto que, tras huir de Woodstock, decidió residir en el Village neoyorquino, lo que le puso al alcance de seguidores aún más peligrosos. Como A. J. Weberman, que revisaba su cubo de basuras y construía su teoría del “Dylan vendido al establishment”, convocando manifestaciones ante su domicilio.

Asumiendo tan desdichados antecedentes, sorprende que la nueva edición de sus bootlegs oficiales tenga como objetivo rehabilitar Self portrait. Según su responsable, Steve Berkovitz, trataban de remasterizar el doble elepé cuando descubrieron montones de descartes que lanzaban nueva luz sobre aquel Dylan desnortado. Lo que se publica como The bootleg series vol. 10. Another self portrait (1969-1971) cubre también restos de Nashville skyline y tomas alternativas de New morning, aparte de muestras de una relajada sesión con George Harrison y otros cabos sueltos.



El cantante y compositor Bob Dylan.

El argumento para la rehabilitación, reforzado ahora por un Greil Marcus arrepentido, insiste en que Dylan estaba en buena forma. La pifia ocurrió en Nashville: las prístinas grabaciones de Nueva York —voz y guitarras— fueron desvirtuadas en la capital del country, cuando se añadieron otros instrumentos, arreglos orquestales y coros. Se evade, sin embargo, la pregunta del millón: ¿cómo Dylan aprobó ese Frankenstein? Dos posibles respuestas, a cual más incómoda: era más o menos lo que quería o, uy, ni se molestó en escucharlo.

Los testigos para la defensa, en el documental que respalda el lanzamiento, son David Bromberg, Al Kooper y Bob Johnston. Bromberg, un prodigio en los instrumentos de cuerda, presenta a un Dylan apasionado por recrear el cancionero folk; recurría a Sing out!, revista que publicaba material ancestral y la producción de cantautores. A la hora de New morning, asegura Kooper, estaba resabiado: rechazó dos temas a los que se añadieron orquestaciones, ahora recuperados.

Johnston se aprovechó del extraordinario respeto hacia Dylan. Los músicos no rechistaban y se creaba un vacío a su alrededor. El productor era un tejano cordial y exuberante, que llenaba el hueco con su entusiasmo. No entendía lo que se esperaba de Dylan pero creía que coincidían en espíritu irreverente. Según Crónicas, parecía deleitarse en la idea de presentar a Columbia un producto que rompería sus esquemas.

Se intuye el Dylan que han aprendido a querer (¡y temer!) músicos y productores. Un falso autista, que desconfía de cualquier preparación y prefiere la espontaneidad. Aburrido de las especulaciones con su legado, ahora deja hacer a sus empleados: no hay noticias de que haya intervenido en la presente operación.


El Pais 21.08.2013


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