domingo, 23 de agosto de 2015

SCOTT WALKER "SCOTT 3" 1969 PHILIPS





La imagen es un hombre de mutismo incipiente, un hombre abatido, de mirada oscura, un hombre incomunicado y tranquilo dentro de su burbuja demasiado pequeña, de esa habitación que está cercada por los recuerdos. De puertas adentro medita una continuación de la vida, pero se cansa. De un lado está Scott Walker y su reserva gris, caótica, perfecta; del otro, la realidad extraña, distante.
Con su tercer largo Walker parecía alojarse definitivamente en las suites de la melancolía y la depresión, escribiendo baladas de muerte para el regocijo de las almas que viven mundos paralelos, demasiado paralelos, que sólo saben hablar a través de los libros o las canciones. Noel Scott Engel (su nombre real) terminaba de oscurecer su exacerbado romanticismo, ralentizaba sus valses y teñía de incógnito la narrativa de "Scott" (1967) y "Scott2"(1968) para enterrar del todo su imagen de ídolo adolescente-Philips no pudo encontrar singles para el disco; se preveía el ostracismo que llegaría con la salida de "Scott 4"(1969), la obra que terminó de distanciarlo de las grandes audiencias- y perfilar con perfidia su arte de llorar, el toque de cristal en las mejillas, que diría Belén Gopegui. Devenía perturbadora, siempre, su amargura.

Acudiendo de nuevo al cancionero de Jacques Brel (ese vals mortuorio en "Sons Of"; ese "Funeral Tango" para cabaret fantasma; aquella "If You Go Away" de pegada sentimental infalible), superponiendo sus propias composiciones sobre el material ajeno, Walker exploraba sensitivamente en este disco -si salvamos la épica western a lo Ennio Morricone de "We Came Through"-el peso
fatal de la nostalgia y escribía elegías pesimistas con los temas del desamor, el envejecimiento, la llegada del desencanto.

Así se marchita un alma: en "Two Weeks Since You've Gone" uno de los dos se marcha ("Han pasado dos semanas desde que te fuiste /Y me parezco al vagabundo /que rebusca entre los cubos de basura'); en "Copenhagen"ya sólo queda una sombra de lo que ese amor fue ("Nuestro amor es una vieja canción/para carruseles de niños'); y, sin fe, en "Rosemary"el autor reconoce oblicuamente su flojedad -su incapacidad, su falta de valentía- para tomar fuerzas y empezar con el reto de la vida desde cero ("Esto es lo que deseo/un nuevo arrebato de vida/Pero mi abrigo es demasiado fino/mis pies no volarán /y observo el viento /y veo otro sueño volando').

De la pena al vacío en un disco amenazador y mortal que, contra lo volátil, nunca perderá sangre aunque pasen cien años.

JUAN MANUEL FREIRÉ

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