martes, 25 de agosto de 2015

SUICIDE "SUICIDE" 1977 RED STAR




"Suicide" es el resultado de casi un lustro de irrefrenable acción y reacción, de búsqueda en el submundo de la vanguardia y la agitación neoyorquina de un lenguaje que, quizá sin pretender un plan maestro pero sí la diferencia con sus contemporáneos -hasta cierto punto, uno de los impulsos que movieron a los primeros punks no punks-, Alan Vega (voz, letras, actitud peligrosa y desafiante sobre el escenario) y Martin Rev (instrumentos; concretando más, un desvencijado sintetizador de primera generación especialmente tratado para repartir ruido) necesitaban sacar al exterior para reafirmarse como individualidades.

Suyo fue el vía crucis de los malditos: tardaron varios años en poder editar lo que durante meses y meses habían mostrado en el circuito de locales underground, muchas veces soportando estoicamente la lapidación verbal y el rechazo de un público que no entendía, o no quería entender, su propuesta. Pero a ojos de la historia ha sido el triunfo de los pioneros, los genios y, por ende, los vencedores: hoy, Rev y Vega, todavía en activo y con capacidad de molestar, ven cómo sus primeros pasos los aprovecharon bien desde los fundadores del synth-pop británico hasta miniaturistas del minimalismo electrónico como Pan Sonic, y está claro que sus canciones y, sobre todo, sus sonidos fueron cimiento preciso para una casa que nunca ha dejado de crecer.

¿Y qué es "Suicide" esencialmente? Para empezar, este impresionante debut es una buena síntesis del art-rock, el art-punk y el art-todo de aquellos convulsos setenta en la Gran Manzana; es decir, una detallada exposición de agitaciones intelectuales tipo The Velvet Underground, militancia minimalista, vestimenta a rebufo del declive del glam, como unos New York Dolls desarrapados, así como amplia cultura amasada en bibliotecas, museos y librerías de segunda mano. También es el primer disco donde la sencillez, la velocidad (como mínimo, velocidad de pensamiento, que acaba siempre siendo más válida y útil que la de manos y pies) y el angst adolescente se manifestaba con el único instrumento en que nadie había pensado: el sintetizador.

Paralelo al desarrollo de la escena industrial, previo al pop electrónico europeo que a los pocos meses harían arrancar The Normal y The Human League y, aunque dispuesto a vivir por el futuro, profundamente conocedor del pasado -en temas como "Johnny", que más que otra cosa parece rockabilly, "Cheree"y "Ghost Rider" resuenan los espíritus de Buddy Holly, Joe Meek y Elvis Presley, a quien Vega siempre se le quiso parecer en imagen y aura-, el debut de Suicide apabulla por lo radicalmente nuevo que suena, incluso hoy y aquí, monocorde y agresivo ("Frankie Teardrop", diez minutos de espasmos y alaridos salpicados por lo que parece el torno de un dentista), dulce y acogedor ("Girl", pequeño y velado "momento Kraftwerk"), serio y consciente de que las bromas, la pompa o los golpes en el vacío habla que dejarlos para otros.

Con el tiempo, y visto que su lenguaje -refrendado a lo grande con un excelente segundo disco- empezaba a crear escuela, algunos han querido tomar el testigo, recoger la antorcha de Suicide. Pero eso, por mucho que haya quien se empeñe (Alee Empire, por ejemplo), emularles ya no será posible-, aquélla fue una época irrepetible y Rev y Vega fueron el reflejo de un vértigo que no se sabía hacia adonde podía llevar (algo que, por otra parte, acentuaba su singularidad como banda): y por ende, su primer disco permanece como una de esas raras joyas que, al fin y al cabo, no se sabe lo que son aparte de que son mucho, muchísimo, demasiado. Un puñetazo certero en el bajo vientre de una sociedad que no quería ver la realidad tan agriamente retratada ni que se les proyectara el futuro de una manera tan cruda, palpitante, descarnada. El futuro tal como iba a ser.

JAVIER BLÁNQUEZ

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