lunes, 15 de julio de 2013

La “misión divina” de los Blues Brothers


La banda de veteranos de soul termina hoy lunes su gira por España
La legitimidad histórica del grupo reside en el guitarrista Steve Cropper
DIEGO A. MANRIQUE Madrid 14 JUL 2013




El guitarrista Steve Cropper, en una actuación en Madrid. / CLAUDIO ÁLVAREZ

Pocas veces un chiste ha resultado tan rentable. Hace 35 años, los humoristas John Belushi y Dan Aykroyd sintetizaron su amor por la música negra en una banda, los Blues Brothers, que combinaba jovialmente las poses de hipsters al viejo estilo con un alto nivel sonoro. Generaron un par de películas taquilleras y popularizaron un look mundialmente reconocible. Hoy, ya no necesitan disfraces ni gags: solo queda la música, defendida en directo.

La Original Blues Brothers Band está comandada por el saxofonista Lou Marini y el guitarrista Steve Cropper (Dora, Misuri, 1941). La legitimidad histórica, desde luego, reside en Cropper, alias El Coronel, que estuvo en el corazón de aquella fábrica de soul al estilo sureño que fue Stax Records. Todavía mantiene cierto espíritu misionero y le encanta comprobar la longevidad de la música que creaba en Memphis durante los años sesenta. Recuerda que entonces no tenían ni idea de su impacto internacional. Hasta que llegaron para tocar a Inglaterra y los Beatles mandaron sus limusinas para recogerlos.

Hoy, Cropper está reconocido como productor, autor e instrumentista. Todavía enrojece cuando recuerda aquella clasificación de la revista Mojo, que le situaba como segundo mejor guitarrista de la historia del rock, superado sólo por Hendrix. No tenía sentido compararse con Jimi, razona, que era un auténtico solista mientras que él toca lo mínimo, siempre al servicio de la canción.

Canciones tienen ahora unas 50 o 60, que las que suelen tocar cada noche una tercera parte. Lou Marini (Navarre, Ohio, 1945) explica el modus operandi de los Hermanos del Blues: “es una banda que puede pasarse medio año congelada, sin hacer nada. De repente, nos ofrecen una ristra de conciertos y nos juntamos para ensayar, para encajar a músicos nuevos. El punto está en que alguien encuentre un nuevo riff, un groove fresco: es como si la banda entera recibiera una descarga eléctrica, inmediatamente subes a un nivel superior”.


En Estados Unidos, fueron algo así como la orquesta oficial de la cadena House of Blues, “hasta que tuvieron una pelotera con Dan Akroyd, el superviviente del dúo original”. Ahora tocan con frecuencia en casinos, a veces en reservas indias. No, nada que ver con el establecimiento que aparece en la serie The killing: “en nuestra experiencia, no son lugares sórdidos, están bien equipados. Y el público resulta receptivo, debe ser que se quedan los que tuvieron suerte” (risas).

Suelen ir a tiro fijo, a tocar ante públicos que ya tienen el virus de la música negra. Aunque también saben hacer conversos, como ocurrió en un festival noruego, cuando Pearl Jam se cayó del cartel y les tocó ejercer de teloneros de Nirvana. “Se puede decir que somos lo opuesto del grunge pero aquella noche los espectadores se volvieron locos con nuestro repertorio”.

Son músicos old school y no les gusta lo que está ocurriendo con su arte. Cropper reside en Nashville y asegura que allí todavía es fácil comprar discos, incluso de vinilo. Por el contrario, Marini lamenta que en Manhattan ya no haya grandes almacenes de discos: “hay una rabia generalizada contra la desaparición de tiendas históricas, que son reemplazadas por franquicias que están por todo el mundo.”

La homogenización universal es aún más grave en la música popular. Ambos se declaran horrorizados por las prácticas dominantes en el mundo de grabación: “todo te suena altísimo, sin contraste. Y los cantantes no paran de gritar, están en el volumen 10 desde el comienzo. Nosotros crecimos escuchando a Ella Fitzgerald, que podía cantar suave o romper las copas de cristal.”

Músicos con medio siglo de carretera, lamentan que ya no haya variedad regional. “Antes, ibas a una zona y encontrabas emisoras que apoyaban al talento local. Literalmente, escuchabas cosas que eran desconocidas en el resto del mundo. Ahora, vayas a donde vayas, todas las radios ponen prácticamente lo mismo. Estamos en el mundo del Gran Hermano pero se guardan muy bien de reconocerlo. El resultado final es que desaparecen puestos de trabajo y baja la calidad de nuestras experiencias estéticas”.

Con todo, reconocen que se sienten privilegiados por lo que han vivido. Cropper evoca momentos compartidos con Otis Redding, Marini recuerda lo endiablado que resultaba trabajar con Frank Zappa. “Pienso en una sesión en la que también estaba (el trompetista) Randy Brecker y, a cada orden de Zappa, decía en voz baja: 'hijo de puta, hijo de puta'. Pero sabías que era NUESTRO hijo de puta. Cuando hubo aquel intento de implantar la censura discográfica, Frank fue a Washington y demolió los argumentos de los que querían recortar la libertad de expresión. Lo hizo, además, sin levantar la voz, punto por punto.”

Sus nombres aparecen, literalmente, en centenares de discos. Y aún así, todavía trabajan con sus instrumentos, tres horas diarias en el caso de Marini: “no soy un superdotado, debo ensayar. Estuve de gira con Barbra Streisand y descubrí que ella no tenía que preparar la voz, era algo que simplemente estaba dentro y sacaba cuando salía al escenario”.

Profesionalmente, les va bien. Pero se quejan, como todos los habitantes del Planeta Tierra. Cropper carga contra la degeneración de la industria musical, que solo se esfuerza en apoyar a grupos y solistas elegidos por su físico. Marini lamenta que tienda a desaparecer el concepto de “residencia” de un grupo. “En los sesenta, Miles Davis o Cannonball Adderley tocaban varios días en un club. Así que ibas el día tercero o cuarto y te encontrabas con una banda que dominaba la acústica del local, que conocía al público....¡y te hacía levitar!”.

The Blues Brothers tocan el lunes 15 en Madrid (Teatro Circo Price, 21.30).

El Pais 14.07.2013

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