viernes, 26 de diciembre de 2014

TIM BUCKLEY "STARSAILOR" 1970 STRAIGHT





Advertencia: escoger este disco como el mejor de TIm Buckley (1947-1975) no significa que estemos ante el más disfrutable. Esa etiqueta corresponde más a "Soodbye And Hello" (1967) o a "Dream Letter. Live In London 1968"(1990). En "Starsailor" encontramos a un artista ambicioso, harto de las limitaciones del folk hippy.

En pleno dominio de los alumnos de Bob Dylan, siempre tan volcados en las letras, Buckiey decide jugar a la contra. Dueño de una voz potente, respaldado por un grupo dispuesto a explorar, confió el rumbo de "Starsailor" a dos brújulas que no garantizaban llegar a buen puerto: la adoración por John Coltrane ("que sabe contar historias sin palabras') y el impacto estético del "In A Silent Way" de Miles Davis ("porque busco lo mismo que ese disco: inventar nuevas formas de escribir canciones').

Pero "Starsailor" no es jazz-folk, sino el ordago de un cantante voraz que busca fundir influencias en un todo moldeable, que luego maneja de la forma menos cerebral posible (entre sus intereses, hablaba de música oriental, percusiones latinas y compositores clásicos y de vanguardia). Comencemos por lo sencillo: la majestuosa "Song To The Siren". Con tono doliente, sobre un destello de guitarras, alcanza un sonido épico y a la vez intimista. Tremendos versos sobre océanos vacíos y amantes aislados. Para muchos, su cima creativa. Ya en otra dimensión, tenemos "Starsailor" (la canción), construida solamente con la voz de Buckiey desdoblada en dieciséis pistas. No hay desarrollo rítmico o melódico, sólo energía espectral que intenta flotar por la habitación. Extenuante y esquizofrénica. A su lado, la sencilla "Moulin Rouge"'(dos minutos para silbar) huele a broma naíf.

En los otros seis cortes domina la improvisación, con la voz en primer plano. No por exhibicionismo, sino por ser el instrumento más denso, más expresivo, más caliente. Al intentar describir cada pieza, se advierte que están unidas por más de lo que las separa. Todas avanzan a golpe de espasmo, poniendo la intensidad por encima de la forma. En algunos momentos, el cantante torrencial roza lo demencial.

¿Quiere Buckiey trascender géneros o rescatar impulsos pre-musicales? Sea como sea, ofrece delirio y disolución, con crescendos y parones imprevisibles (dicen que marcado por Cathy Berberian, heterodoxa cantante de ópera). Un disco desafiante, romántico, inaprensible, que el crítico Simón Reynolds situó como precusor del post-rock (por usar elementos convencionales de forma no convencional). Un mundo aparte en treinta y seis minutos. VÍCTOR LENORE

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