jueves, 5 de mayo de 2011

Curvas peligrosas


Creatividad a la altura de la pelvis. El francés Jean-Baptiste Mondino mezcla 'glamour', música y erotismo en sus retratos de la guitarra como fetiche. Repasa historias y obsesiones en torno a un instrumento tan masculino como femenino, de curvas sugerentes y connotaciones fálicas.

Por Diego A. Manrique Fotografía de Jean-Baptiste Mondino.

Una institución, en la música y en la autodestrucción. Tom Waits, oscuro, atormentado, con muchas cosas que ocultar. Como metáfora, aquí su guitarra envuelta.

Es la pregunta del mi­llón: ¿Tienen sexo los instrumentos mu­sicales? Si la respuesta es positiva, no cuesta mucho avanzar y proclamar que la guitarra es hembra. Algunos virtuosos han feminizado sus modelos favoritos al bautizarlos como Lucille (B. B. King), Lucy (Albert King) o Gerundina (Rai­mundo Amador). Incluso Chris Larsen, un apreciado luthier que vende sus ex­traordinarias guitarras a Elvis Costello o Henry Kaiser, ha registrado la palabra Girl (chica) como denominación de sus creaciones. En el folclor, también la gui­tarra se hace mujer. Una leyenda argen­tina cuenta la tragedia de Hilario, gau­cho casado con una bella criolla, Rosa. Codiciada por el cacique Amuray, Rosa fue raptada; en el rescate, murieron tan­to el jefe indio como la mujer. Desesperado de dolor, Hilario se durmió junto al cadáver de la amada; al amanecer, Rosa había desaparecido y el gaucho tenía en sus brazos una guitarra. Hilario dedicó el resto de su vida a recordar a la Rosa de carne y hueso con la Rosa de cuerdas y madera.

Por sus curvas o por su origen mu­sulmán, la guitarra fue vista con malos ojos por la Iglesia. Sebastián de Covarru­bias, el lexicógrafo que ejerció de capellán de Felipe II, intentó desacreditarla: "La guitarra no vale más que un cencerro; es tan fácil de tocar que no existe un solo campesino que no sea un guitarrista". Pero precisamente su accesibilidad y su facilidad para el transporte garantizaron que su difusión fuera universal. Y con ella, los mitos sobre sus formas. Sobre Antonio de Torres, el genial artesano almeriense del siglo XIX que fijó las proporciones de la guitarra española, se ha especulado si la inspiración fue su esposa legítima o una suripanta sevillana. Una mujer fogosa, de cualquier modo: su mejor instrumento, hoy perdido, era conocida como La Leona.



Se cree que La Leona pasó por las ma­nos de Francisco Tárrega e Isabel II. De haber sido una guitarra eléctrica, tal vez la reina se lo hubiera pensado: durante dé­cadas, parecía haber un verdadero tabú respecto a que las mujeres manejaran el nuevo instrumento. Podían aparecer abra­zadas a guitarras eléctricas en la publici­dad de las casas Fender, Epiphone o Gib­son, pero pocas se animaban a tocarlas. Al comprobar los grandes fabricantes que apenas tenían clientela femenina, incluso colocaron en el mercado guitarras pensa­das para la mujer, con su tamaño reducido a tres cuartas partes y modificaciones me­nores. No prosperaron, tal vez por el ma­chismo implícito, aunque ahora existen empresas políticamente correctas -Luna Guitars- que fabrican "instrumentos de calidad que encajan en el cuerpo, la men­te y el espíritu de las mujeres".

De hecho, sólo recientemente han re­cibido reconocimiento pioneras como Memphis Minnie, una blueswoman de larga trayectoria que murió en la miseria a pesar de que Led Zeppelin o Donovan plagiaran sus composiciones. Menos va­loradas son guitarristas como Lady Bo, The Duchess, Bonnie Guitar o Cordell Jackson, que se enchufaron en los años cincuenta. Pero resultaban invisibles en la era del rock and roll, cuyo padre fun­dador, Chuck Berry, gustaba de pararse en el escenario y realizar sus contunden­tes solos mientras apuntaba hacia el pú­blico con su Gibson ES ligeramente alza­da; ninguna dama haría gesto tan fálico. Con el advenimiento de los llamados "héroes de la guitarra", a finales de los años sesenta, incluso se cargó aún más de testosterona.

Jimi Hendrix sabía lo que se hacía al arrinconar a su guitarra contra el muro de bafles y sacudirla con movimientos pélvicos: remachaba su imagen de super-macho, de la que luego quiso desprender­se al comprender que eclipsaba sus pro­digiosas dotes musicales. Hendrix re­cogía la herencia de Buddy Guy y otros showmen afroamericanos, que habían desarrollado trucos que generaban risitas femeninas, como aproximar la cabeza a las cuerdas y hacer como si tocaran con dientes, labios y lengua. David Bowie asi­miló la lección a su manera: en su es­plendor glam, se arrodillaba ante Mick Ronson y simulaba una felación del gui­tarrista a través de su Gibson Les Paul. Como verdaderos enamorados, los guitar heros incluso comenzaron a acicalar sus instrumentos, como hizo Eric Clapton al dejar que los diseñadores The Fool psico­delizaran su Gibson SG.

ONANISMO CREATIVO. `Country', 'blues', rock, `heavy metal', punk. Los movimientos musicales se han ido encadenando con un referente de idolatría hacia un instrumento tan masculino como femenino. Los adolescentes que se pasan días enteros encerra­dos en su habitación tocan­do su guitarra no quieren prescindir de ese exhibicio­nismo sexual cuando por fin pueden descargar en un escenario todo lo que llevan dentro. Mondino se ha ser­vido de la efervescencia de jóvenes anónimos para su erotismo ambiguo de for­mas redondeadas y mástil.

Clapton no era hombre de mentiras piadosas: siempre reconoció que concibió convertirse en guitarrista como un reme­dio contra su timidez, un atajo para llegar al sexo opuesto. No estaba solo. En los años sesenta, los guitarristas con fama de aventureros sexuales se publicitaban con instrumentos de perfiles insólitos: Brian Jones, de los Rolling Stones, tocaba una Vox ovalada, conocida como "modelo lá­grima"; Dave Davies, de los Kinks, se in­clinaba por la V Volante de Gibson; Jim­my Page, de The Yardbirds, escenificaba su dandismo erótico al tocar con un arco de violín y, ya con Led Zeppelin, una Gib­son de doble mástil. Muchos años después, Prince alardearía de sibaritismo sexual con guitarras de formas caprichosas.

Aquí resalta una evidente contradic­ción. La guitarra eléctrica tiene curvas se supone que femeninas -olvidemos ahora los modelos rectangulares de Bo Diddley-, pero se considera un símbolo fálico. Es el resultado de su apropiación por un determinado tipo de adolescentes; el que se pasa horas encerrado en su ha­bitación aprendiendo los rudimentos de su instrumento y, posteriormente, cohabitando con otros infestados por el mis­mo virus en proyectos de grupos. Des­pués de comprarse su primer modelo profesional, el aspirante pasará horas de­lante del espejo, calibrando la mejor ma­nera de abrazarla y ajustando la correa. Muy probablemente, cuando se aventure en el mundo real, ese adolescente sólo pueda expresarse elocuentemente a tra­vés de su guitarra. Y su guitarra hablará de emociones reprimidas, de impulsos se­xuales agresivos.

El blues eléctrico y su hijo bastardo, el heavy metal, entronizaron a legiones de volcánicos guitarristas de dedos ágiles. Se especializaron en desarrollos instrumen­tales que culminaban en una explosión de notas, un clímax espectacular; respalda­dos por toda una gama de gestos ad hoc. No exigía mucha imaginación ver en aquellos solos el equivalente sonoro de prácticas masturbatorias que se resolvían con la eyaculación. Quizá no fuera casual que los insurgentes del punki rock se refi­rieran a los exhibicionistas del detestado rock progresivo como wankers (literal­mente, pajilleros).

A todo esto, el rock mantenía su mi­soginia tradicional. Abundaron en los se­senta los conjuntos femeninos, pero fue­ron considerados una novedad; se dudaba incluso de que ellas fueran las que tocaban en sus discos. Salvador Domínguez, historiador y maestro de la guitarra, todavía evoca el impacto de ver en Caracas, hacia 1964, a Las Aves Tronadoras, unas esta­dounidenses residentes en Venezuela que recreaban temas de los Beatles. Salvador también menciona como pioneras de la guitarra eléctrica a Mary Ford, esposa del gran Les Paul, "se supone que enseñó a tocar a Steve Miller", y Sylvia Vandepool, mitad del dúo Mickey & Sylvia, que cu­riosamente pasará a la historia por gra­bar, en su sello Sugarhill, los primeros discos de una música que aparentemente prescinde de los instrumentos: el rap. Sal­vador Domínguez, que conste, considera que la guitarra tiene sexo masculino, "es­pecialmente si lleva palanca de vibrato", aunque se horrorizó con un luthier que coronaba los mástiles con una pala en for­ma de pene.

REFINADAS. Dos versiones muy estilizadas de la pasión musical. Mondino no podía prescindir de otro de sus fetiches: Madonna; sobre estas líneas, en el espíritu "cowgirl" de su antepenúltimo disco y tan de moda ahora. En su libro también aparecen ligados a la autenticidad que sugiere la guitarra artistas como Benjamin Biolay, Chris lsaak, Keith Richards, Lenny Kravitz, Manu Chao, Mirwais, Seal y Vanessa Paradis.

No ayudó a la causa feminista el lan­zamiento, en 1976, de las Runaways, quin­teto californiano que parecía obedecer a los sueños húmedos de su Doctor Fran­kenstein, el productor Kim Fowley, aun­que de sus cenizas surgieran solistas roc­keras como Joan Jett y Lita Ford. La pri­mera guitarrista que conquistó un huecoen el mercado y apreciación general -más allá del "toca bien para ser mujer"-fue Bonnie Raitt y lo hizo dentro del cam­po del blues, donde ya había una tra­dición de hembras fuertes (a veces con guitarras, caso de la citada Memphis Minnie). Poco después llegó Heart, grupo canadiense que tenía al frente a Nancy Nelson, que dominaba las guitarras eléc­tricas y acústicas. Simultáneamente, el público británico del heavy metal debía reconsiderar sus prejuicios al enfrentar­se con la contundencia de Girlschool.

El punki rock, que se pretendía ase­xual y enfatizaba la expresión sobre la di­gitación, permitió el acceso a numerosas instrumentistas. Esa apertura fue decisi­va, sin olvidar el aliento difuso del femi­nismo. Punkis de origen eran las califor­nianas Go-Gos, el primer grupo femeni­no que alcanzó el número uno (1982). Después de ellas surgieron bandas de mujeres como Vixen, Luna Chicks, L7, Bikini Kill o Dickless (traducido final­mente como "Las sin Pene"). Ayudó la aparición de un movimiento política­mente bien pertrechado, las llamadas riot grrrls, que alentaban la expresión musical de las mujeres fuera de todo es­tereotipo, combatiendo incluso el tópico de la cantautora lesbiana.

Ajeno a esos conflictos ideológicos, Jean-Baptiste Mondino celebra ahora la sensualidad de la guitarra en Guitar Eros (una afortunada variación sobre guitar heros). Mondino, que ha ejercido de disc joc­key y ha hecho sus pinitos en la música, vive hoy de la publicidad. Así que no tiene inconveniente en unir lo supuestamente artificial (las modelos) con lo auténtico (las guitarras), sugiriendo escenas de abandono. Ante su cámara, hasta Madon­na reivindica su afinidad por la guitarra, y un excéntrico como Tom Waits muestra su arte para empaquetar instrumentos.

Es un recordatorio de cuál es el gran icono sexual de la música popular; impo­sible imaginar un libro así alrededor de los sintetizadores. •



Fotografías de Jean-Baptiste Mondino, por cortesía de Schirmer/ Mosel. Múnich (www.schirmer-mosel.com). Extraídas del libro Mondino: Guitar Eros, a la venta en España a finales de este mes.

El Pais Semanal número 1537 Domingo 12 de marzo de 2006






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