martes, 17 de mayo de 2011

Sam Cooke “Live at Harlem Square Club, 1963” 1985 RCA



Jerry Wexler, que trató de ficharlo para Atlantic, dijo de Sam Cooke (1931-1964) que era, “sin discusión , el mejor cantante que haya existido nunca”. Y sin escucharle en plenitud de facultades en este directo grabado el 12 de enero de 1963, apenas dos años antes de su temprana muerte (falleció asesinado por el conserje de un motel de Hollywood en diciembre del 64, alos 33 años), no queda más remedio que darle la razón. James W. Alexander, amigo y socio del cantante, llegó a afirmar que, cuando se encontraba a gusto en el escenario, Cooke era capaz de “llevar a las mujeres hasta un estado de auténtico frenesí, casi como si se tratara de un acto sexual, excitándolas hasta que alcanzaban el orgasmo”. La noche en se grabó “Live at the Harlem Square Club, 1963, que originalmente debía haberse llamado “One Night Stand” y haber sido otro disco oficial del cantante, fue una de esas noches memorables en que la tensión sexual entre el escenario y la pista de baile podía palparse en el ambiente. No hay más que escuchar cómo responde el público a sus “yeah!” en “Bring it on home to me”, máxime teniendo en cuenta que el grupo que le acompaña ni siquiera es su banda de apoyo habitual: sólo el guitarrista Cliff White y el bateria Albert “June” Gardner viajaron con Cooke hasta el club de Miami, mientras que al resto los suplieron el saxofonista King Curtis y su grupo.

Y es que si el soul es, como dijo Ray Charles, un espíritu, un impulso, un poder, Sam Cooke personificó el género como nadie antes lo había hecho. Incluso se le puede considerar el primer soulman, por haber inaugurado la larga lista de cantantes de masas que interpretaron melodías populares con estilo gospel. De ahí el carácter revelador de un disco que permaneció inédito veintidós años (se publicó en 1985) y que muestra a un Cooke alejado de la imagen que le hizo famoso, cimentada en sus hits de corte más pop. Aquí el cantante destila soul en cada inflexión vocal, en cada nota, en cada incitante pregunta lanzada al vuelo a las dos mil personas que abarrotan el local.

Jugaba con ventaja, claro, ya que había tenido tiempo de desarrollar sus aptitudes vocales con The Soul Stirrers, un grupo de gospel en cuyo seno terminó de modelar una voz con evidentes posibilidades de romper barreras comerciales y raciales. Así fue. En cuanto emprendió carrera como solista se convirtió casi de la noche a la mañana en ídolo de blancos gracias a un estilo que se dio en bautizar sweet soul music y a su arrollador magnetismo en escena, pero siguió manteniendo su predicamento entre la población negra, que veía al cantante y compositor como un triunfador intachable en un terreno tradicionalmente difícil para los de su raza.

Del mismo modo, su muerte parecía ejemplificar la imposibilidad de mantener una actitud independiente en una industria que sólo quería a los negros para utilizarlos en su beneficio. Sam Cooke poseía su propia editorial musical /Kags) y un sello discográfico (SAR, donde grabaron, entre otros, The Sims Twins), tenía éxito con las mujeres, situaba todos sus singles en lo alto de las listas de ventas. Demasiado. Como ha señalado el escritor Peter Guralnick, “su asesinato simbolizaba la imposible contradicción entre las aspiraciones negras y la realidad”.

Casi cuarenta años después, cuando “Live at the Harlem Square Club,1963” da la auténtica medida de sus posibilidades sobre un escenario –muy por encima del hasta entonces disponible “Sam Cooke at the Copa” (1964)-, el triunfo póstumo de Sam Cooke aparece plasmado en una grabación que pone de manifiesto las razones por las que la industria tenía miedo de un intérprete como él. En una década convulsa, con Estados Unidos convertido en un hervidero de conflictos raciales, cualquier negro con poder equivalía a un líder en potencia. Y Mr. Soul lo era.

Eduardo Guillot

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