jueves, 5 de mayo de 2011

Tom Waits “Swordfishtrombones” 1983 Island


Tom Waits, cronista de la noche norteamericana más canalla, encuentra algo parecido a la felicidad junto a su mujer y compañera artística, Kathleen Brennan. A ella le canta “Johnsburg, Illinois”, y a todos nos regala “Swordfishtrombones”, una explosión de creatividad que inspirará los siguientes episodios de su carrera hasta hoy. Tras diez años de su vida personal disipada –sus estragos en Hollywood junto a su exnovia, Rickie Lee Jones, son legendarios- y una carrera a medio camino entre el piano bar y la vanguardia, Waits renace en un disco donde los géneros y, por encima de todo, los sonidos se mezclan formando un precioso montón de chatarra.

Es en este álbum donde, por fin, música y texto alcanzan una sinergia perfecta. Waits, que por primera vez en su carrera asume la tarea de productor, diseña con mimo una banda sonora hecha a medida para cada uno de los protagonistas, las historias y los escenarios del desfile de perdedores, de narraciones tristes y paisajes desolados que es “Swordfishtrombones”. Hasta “Heartattack and vine”1980, su disco anterior – sin contar el álbum “One from the heart”, banda sonora de la película “Corazonada” de Francis Ford Coppola, firmado a medias con Crystal Gayle en 1982-, Waits era una rareza en el panorama musical de la época por lo anacrónico de su propuesta, inspirado en los córners de los años cuarenta, en el jazz y el blues antiguos y en la música europea de entreguerras.

En “Swordfishtrombones” su sonido parece abrir un agujero en el tiempo: su música ya no pertenece a ninguna época, sólo a un estado mental. A los instrumentos tradicionales de sus trabajos anteriores – guitarras, baterías, pianos, teclados Hammond, contrabajos-, Waits añade una inagotable colección de nuevas fuentes de sonido, sólo comparable en rareza a los protagonistas de sus canciones: gaitas, marimbas, trombones, instrumentos de percusión africanos, banjos, sintetizadores y sillas arrastradas por el suelo del estudio. Todo vale en su festín de nuevos sonidos que echa mano incluso de instrumentos experimentales –armónicas de cristal, entre otros-, una fijación que le llevará más adelante a coleccionar viejos megáfonos y otros desechos.

Bajo la inspirada dirección de Waits y las manos expertas de sus músicos, instrumentos de viejo y nuevo cuño conviven en infinitas combinaciones, siempre distintas entre sí pero con el denominador común de la originalidad. Hay dúos de órgano y trompeta, de voz y contrabajo, pequeñas ensembles de las más extrañas percusiones y hasta la marching band de “In the Neighbourhood”, un retrato de la vida en el suburbio que parte el corazón. “Swordfishtrombones”, obra de arte del trabajo en estudio, fue demasiado para la que había sido su discográfica hasta entonces, Asylum. Tanto, que el disco fue rechazado y Tom Waits tuvo que buscar otra compañía que lo quisiera publicar.

Además de revelarse como un organizador de sonidos, Waits utiliza una pluma más afilada que nunca. Hombre de mundo, observador excepcional de lo cotidiano y tremendo fabulador, no le faltan ni los argumentos ni las maneras del narrador de primera.

“Swordfishtrombones” es el retrato de un tal Frank, protagonista de la canción “Frank´s wild years”, una historia de frustración doméstica digna de figurar junto a lo mejor de Raymond Carver y que en 1987 dio título a otro álbum de Waits. A lo largo de episodios sin conexión aparente, se descubre que el personaje central de este disco se hartó de la vida en el barrio, pasó tiempo en alta mar, volvió del ejercito en precarias condiciones mentales, anduvo en tratos con el crimen y hasta con el Diablo.

Con ternura, con rabia, con locura y con la voz tomada, Tom Waits, el que fue digno cantor de lo sórdido, se convierte, por obra y gracia del amor, en el perfecto cronista de los desclasados. “Y si crees que puedes contar una historia mejor/ juro por Dios que tendrá que ser una mentira”.

Roger Roca.

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