lunes, 23 de mayo de 2011

David Bowie “The rise and the fall of ziggy stardust and the spiders from mars” 1972 RCA




El mundo tardó en reconocerle el cacho de talento de David Bowie. Ya debería haberlo hecho en 1969 con “Space Oddity”, una pieza original y triste que traspasaba la frontera de la aventurita espacial pellizcando sentimientos de peso. Después vendrían dos años de penumbra y consolidación ideológica. “The man who sold the World” (1970), agrio y duro pero con momentos estelares, da fe de su parte desquiciada y a la vez hace incursiones muy melódicas, aunque es “Hunky dory” (1971) el disco que se aprovechaba de ello. Este embrión del Bowie genial presenta las características definitivas de su autor. A su fijación por lo espacial y por Bob Dylan hay que añadir ahora el look asexual donde la ambigüedad suma en vez de restar, combinando momentos tiernos con apuntes reflexivos sin cerrar la puerta al humor. Y por primera vez fluye, a través de la médula de estas canciones, un elemento celular común, único e indivisible. “Hunky Dory” no es un álbum conceptual aunque contenga ideas múltiples para elaborar unos cuantos. Es simplemente el sello Bowie. Y, al igual que Pulp dos décadas después con “His´n´Hers” –a su manera y sin los aspavientos de Brett Anderson en Suede, Jarvis Cocker recuperó el instinto de Bowie en los noventa-, el entorno ha quedado en condiciones idóneas para un siguiente gran álbum.

Como todas las obras maestras, los lazos que unen “The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars” con su época son un diagnóstico difícil. ¿Es un álbum precursor o se aprovecha del entorno? La eclosión del glam rock en 1972 igualmente se habría producido sin este disco, pero… ¿no se llamaría entonces glam pop? Como demostrará después a lo largo de su carrera, Bowie tenía la virtud de catalizar las tendencias emergentes y regurgitarlas. Las semillas del glam estaban en un proceso de germinación irreversible: el “Hot love” de T. Rex marca el pistoletazo de salida tras “Ride a White swan”, y Slade ya se tiñen el pelo y llevan zapatos de plataforma antes de publicarse “Hunky Dory”. Es sólo- y todos lo sabemos- que sin él nada hubiese sido igual.

Lo primero que asombra del disco es su transparencia sintética. Suena limpio, suena bien, y a la vez tiene un poso guarro fascinante, como una patena sacando brillo a los postulados más falsos del rock´n´roll. Bowie necesita ambientar el concepto, dotar a Ziggy de unas bases sonoras para definirlo como personaje. Lo hace lentamente, canción a canción, esbozando sutilmente al principio para llegar a una segunda cara completamente glam. El mensaje de fondo, la esencia, ha sido no obstante esculpido antes.

A remolque de una batería empieza el disco con “Five years”, retrato futurista apocalíptico. Estamos en 1972. “He escuchado teléfonos, operas, melodías favoritas; he visto chicos, juguetes, cables eléctricos y TVs…”. La interpretación es de un dramatismo sobrecogedor. “Una chica de mi edad perdió la cabeza, golpeó a unos niños pequeños. Si el negro no la aparta, creo que los habría matado. Un soldado con el brazo roto fijó su mirada en las ruedas de un Cadillac. Un policía se arrodilló y besó los pies de un cura, y un marica vomitó ante esta visión”. La canción sigue subiendo arrastrada por la interpretación desbocada de Bowie, que la lleva al punto deseado para hacerla explotar: “Tu cara, tu raza, tu manera de hablar; te beso, eres bonita, te quiero para pasear”. Y tal como entró, a golpes de batería perezosa, se desvanece entroncándose con la sensualidad en estado puro de “Soul love”: los coros, las palmas, una guitarra juguetona y a la vez punzante, eléctrica, ELÉCTRICA, sorteando unos arreglos de viento que más que sonar empujados por soplidos parece que les susurren. Completa la trilogía “Moonage Daydream”, fantasía sideral con buen estribillo, remachada en su tramo final por un decorado de sintetizadores saltando de un altavoz a otro, entre los que empieza a despuntar la guitarra de Mick Ronson. Parece un solo tonto en sus albores, hasta que de pronto se ha convertido en un huracán sonoro descontrolado. Sólo un estribillo de la candidez de “Starman” es capaz de salvarnos de la espiral y transportarnos a un planeta más rosado.

Las claves del glam quedan al descubierto en las seis canciones finales: ambigüedad sexual (“Lady Stardust”, “Ziggy Stardust”), rock´n´roll (“Star”, “Hang on to yourself”, “Suffragette city”) y drama (“Rock´n´roll suicide). Entre lo inocente y lo venéreo, la chispa y la depresión, las sonrisas y las lágrimas, a veces todas revueltas en un mismo instante, y superado por los años el estigma de instigador bisexual, este disco sigue representando las razones por las cuales David Bowie debe seguir figurando entre los diez nombres fundamentales del rock. Audacia, inteligencia, actitud, transgresión, estética, humor, instinto, visión y, agazapado tras esta inmensa maraña de cualidades a través de al menos la mitad de su discografía, un buen cacho de talento.

Actualmente, disponible la edición conmemorativa del 30º aniversario: doble CD con canciones extra.

David S. Mordoh

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