domingo, 15 de mayo de 2011

Atila se va de gira

Lo cuenta Bill Wyman, bajista que fue de los Rolling Stones. Un día de 1965, en medio de una gira, él y sus compañeros combatieron el aburrimiento haciendo recuento de las chicas con las que se habían acostado a lo largo de los dos años de existencia como grupo. Según Wyman, un obseso catalogador de información sexual, él encabezaba la lista con 278 compañeras de cama, casi el doble de las que habían intimado con Brian Jones, y muy poi encima de Mick Jagger (30), Keith Richards (6) o Charlie Watts (0). Así que es cierto. Incluso en aquellos tiempos relativamente inocentes, una gira de rock era lo más parecido a un bacanal en movimiento. Al menos er el caso de los Rolling Stones. El pequeño secreto se hizo público en los años setenta, cuando salieron a la luz libros que contaban las interioridades de los recorridos de loa Stones por Estados Unidos. De hecho se han convertido en un subgénero del periodismo de rock, con una docena de títulos, firmados a veces por novelistas como Terry Sotuhern Richard Ellman; hasta Truman Capote se apuntó a la gira de 1972, aunque su libro no llegó a materializarse. En el séquito de los Stones ni siquiera había que pagar por los vicios. Los traficantes se sentían orgullosos de compartir sus mejores productos, y la primera división de la groupies estadounidenses acudía en bloque con avidez. En realidad, las superestrellas viajan dentro de una burbuja protectora que les proporciona todas las comodidades posibles y una impunidad razonable. Su sistema de seguridad evita sorpresas desagradables. Hace mucho tiempo que las policías del mundo civilizado aprendieron que no es práctico arrestar a esas figuras: lo desaconsejan los inmensos intereses económicos y hasta políticos, por no hablar de los aguerridos abogados apuntados en las agendas de los artistas, promotores locales y multinacionales patrocinadoras. Obviamente, ese tratamiento tiene sus costes. Los psicológicos son difíciles de evaluar; Mark Knopfler, recién salido de la etapa de Dire Straits, confesaba que carecía de conocimientos prácticos para desenvolverse por su cuenta como ciudadano de a pie: "No sabía facturar en un avión ni registrarme en un hotel". Pero ninguno de los afectados toleraría volver a los buenos viejos tiempos. En la memoria colectiva están giras como la del Winter Dance Party de 1959, cuando los artistas viajaban en autobús por el nevado norte de Estados Unidos. Tan penosas eran las condiciones que tres de los participantes decidieron alquilar una avioneta para poder dormir en una cama y mandar su ropa a la lavandería. Despegaron de noche y entre nieve; unos minutos después se estrellaba el aparato y morían Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper. Accidentes mortales y arrestos serios son incidentes raros. El músico en gira tiene que enfrentarse esencialmente con enemigos invisibles. John Lydon, fundador de Sex Pistols y Pil, lo expresaba así: "Lo que ningún libro o documental puede reflejar es el tedio total de la mayor parte de las horas de una gira". Un aburrimiento que se intenta superar con bromas prácticas y gamberradas de mayor o menor calibre. En la leyenda del rock destacan las ocurrencias vandálicas de The Who y otros grupos británicos en sus extenuantes zigzagueos por Estados Unidos. El baterista Keith Moon superó a todos cuando, tras destrozar habitaciones y tirar televisores por las ventanas, celebró sus 21 años de edad aparcando un Lincoln Continental en la piscina de un hotel (Oasis evoca a su manera esta anécdota en la portada de su último disco, Be here now). Que se sepa: todo rockero británico ha imitado a Keith Moon en algún momento de su carrera. Aunque esos destrozos parecen tener más que ver con el deseo de cumplir con la tradición que con su posible valor catártico. Incluso ahora hay cadenas de hoteles más comprensivas: lo, que antes suponía un veto de por vida y que los culpables visitaran la comisaría, ahora se arregla pagando los destrozos; el único que pone mala cara es el manager, al advertir la generosidad con que los empleados de, digamos, Holiday Inn han estimado el coste de las reparaciones. En medio del caos o del hastío, la figura del road manager. Una combinación de padre, proxeneta, preceptor, protector, psiquiatra, practicante, palanganero. Dispuesto a poner cara de perro si las cervezas del camerino no son de la marca exigida. Preparado para reaccionar ante cualquier susto, sea una diarrea o una sobredosis. Dispuesto a investigar los restaurantes vegetarianos de la zona o un after hours en el que los chicos puedan relajarse tras la actuación. El negocio del rock hoy está altamente profesionalizado y se procura minimizar los sobresaltos. Según se asciende en el escalafón, los salvajes se disciplinan y los excesos se hacen raros. En el improbable caso de que los Stones concedieran estos días acceso completo a un periodista, a éste le costaría reconocer en el grupo actual a los insaciables bárbaros de los años setenta. En su gira de 1989, los británicos contaron con Guns N.'Roses como teloneros en ciertas fechas. Las mujeres de los Stones se incorporaron a la gira y quedaron aterradas ante el comportamiento de los californianos. Y madrugaron para que sus niños no vieran las botellas vacías, los espejos manchados de polvos blancos, los rastros inequívocos de los hunos del rock. Ningún ejecutivo de la industria de la música se burlaría del repentino pudor de las baqueteadas esposas de los antiguos diablos. Después de todo, Guns N'Roses han desaparecido de la circulación en los últimos cuatro años. Y los Stones continúan como la más eficiente máquina de hacer dinero del Planeta Rock.

Diego A. Manrique

No hay comentarios:

Publicar un comentario