jueves, 7 de junio de 2012

The Beach Boys "PET SOUNDS" 1966 CAPITOL






Si un solo disco puede simbolizar el tránsito del pop a la edad adulta en los años sesenta, ése bien puede ser "Pet Sounds". La "sinfonía para Dios" con que Brian Wilson se inmortalizó al tiempo que dio un paso hacia su deshaucio mental y físico. Una oda a esa California derrochadora y panorámica que apuraba la fantasía hedonista ("dos chicas para cada chico") antes de despertar a la realidad del cataclismo hippy que Charles Manson bañó en sangre. La banda sonora de la pérdida de la inocencia en trece canciones dotadas de una majestuosa sensibilidad.

En Brian Wilson se suman, como en muy pocos otros casos de la historia del pop, dos talentos: la composición y la producción. Esteta de la melodía y espeleólogo del sonido, como su ídolo Phil Spector, a quien en 1964 emula al componer la memorable "Don't Worry Baby" con "Be My Baby" en mente. Pero mientras Spector persigue la plenitud plástica del wall of sound (montañas de instrumentos precipitados en un alud wagneriano), Wilson fantasea con un sutil cinemascope cromático donde las armonías vocales dialogan con el violín, el ukelele, elharpsichord. Ampliando más que solapando. Y buscando el encuentro de dos mundos: la accesibilidad armónica de The Four Freshmen y la ambición sinfónica de George Gershwin.

Él es el muchacho tullido y acomplejado que, sin grandes aspavientos, se impone una misión. Tiene el oído derecho dañado como resultado de una agresión de su padre cuando Brian tenía 3 años. Lleva tiempo soportando un abuso psicológico de quienes le rodean, que minimizan su talento pese a que él es quien ha firmado "Surfer Girl", "Fun Fun Fun", "I Get Around", "In My Room", "California Girls", "Please Let Me Wonder"... Pero a principios de 1966, Brian Wilson está listo para un golpe de estado tranquilo. Relega a sus compañeros de grupo a simple mano de obra vocal, contrata a músicos de sesión capaces de atender cualquier petición sonora y busca un letrista que vea algo más en la vida que bikinis y tablas de surf. Y Tony Asher se acoplará a su desconcertante método de trabajo como un año después Van Dyke Parks en las sesiones de "Smile" (1967), su manifiesto inconcluso. En la sala de máquinas, músicos curtidos junto a Count Basie, Frank Sinatra y Nat King Cole.

En el estudio reina la intriga: el mayor de los Wilson no dispone de formación académica, pero escucha voces en su interior que desea, necesita, reproducir, y sorprende a los atónitosmúsicos de cuerda y viento con peticiones de "sonidos de sonajeros" o de "llantos de niño". Todo en "Pet Sounds" tiene un aire matemáticamente instintivo. Quizá Carl y Dennis Wilson (sus hermanos menores), Mike Love (su primo) y Al Jardine no saben muy bien hacia adónde les conduce Brian, pero, aunque sea de forma algo autómata, siguen sus órdenes intuyendo que la deriva creativa de éste les lleva lejos de donde rompen las olas en el paraíso surfer. Antes de cada toma se reúnen, apagan las luces del estudio y rezan. "Cuando estaba trabajando en 'Pet Sounds, sobé que un halo rodeaba mi cabeza, aunque la gente no pudiera percibirlo. Ahora que lo pienso, tenía ese halo. Dios estuvo con nosotros durante todo el tiempo al hacer el disco. Dios estaba conmigo. Podía verlo, podía sentirlo", declararía Wilson en las notas de la caja de cuatro CDs "The Pet Sounds Sessions"(1996), monumental manual de ruta por el laberinto wilsoniano.

"Pet Sounds" es, también, un disco desarrollado bajo el influjo de las drogas. El LSD es el caramelo envenenado que estimula a Wilson y lo empuja hacia la caída libre. "Hang On To Your Ego", con referencias a los alucinógenos, se acaba convirtiendo en "/ Know There's An Answer"(una réplica a Bob Dylan) por presiones de un Mike Love día a día más desconcertado con el tono de la nuevagrabación. Él tan sólo quiere más clones de "Surfin' USA". pero Wilson dirige su batuta hacia una colección de canciones sombrías, desengañadas, íntimas. "¿Quién va a escuchar esta mierda? ¿Alguien con oídos de perro?", le suelta un día Luye a Wilson. No es el único que se muestra hostil: en Capitol no correrá precisamente el champán cuando lo escuchen, y es uno de los discos de The Beach Boys menos vendidos hasta la fecha.

Pero, treinta y seis años después, es difícil discutir su delicado capital emocional. El rastro melancólico de "Wouldn't It Be Nice"o "l'm Waiting For The Day", la vulnerabilidad de "Don't Talé (Put Your Head On My Shoulder)"y "God Only Knows"("la mejor canción nunca escrita", según Paul McCartney, que siempre ha admitido la influencia del disco en "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band"), el conflicto de identidad de "That's Not Me'", el giro tropical de la pieza tradicional de las Bahamas "Sloop John B.", el templado anticlímax de "Caroline No"y el turbador y casi extravagante acabado de las instrumentales "Let's Get Away For A While"y "Pet Sounds". Minisinfonías que la tropa dirigida por Wilson acata quizá sin comprender. Aunque no es un viaje a ciegas. Como diría el batería Hal Blaine: "Sabíamos que éramos parte de algo extraordinario". 

JORDI BAINCIOTTO


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