lunes, 18 de junio de 2012

Veinticinco discos de Mani

 Un recorrido cosmopolita por algunas versiones de El manisero, la composición de Moisés Simons.
Interpretaron el tema Rita Montaner, Miguelito Valdés y Louis Amstrong, entre otros muchos.


 por G. CABRERA INFANTE



Moisés Simons compuso "El manisero", que estrenó la cantante Rita Montaner en 1929.




Borges en su Historia unversal de la infamia habla de "la deplorable rumba "El manisero". Borges no
sabe de lo que habla. El manisero no es una rumba y mu­cho menos deplorable. Es la apo­teosis del ritmo con una de las bases rítmicas más extraordina­rias que ha producido la música cubana. (O la música tout court). Con sólo oír las cinco distintivas notas de su bajo continuo se sabe que se está oyendo la obra maes­tra de los pregones habaneros. Había tantos pregones entonces como hay versiones de ese pregón que puede ser un son y que a los oídos de Borges y de otros es una rumba, pero que es a la música cubana lo que I Got Rhythm, de George Gershiwn, a la música americana: su célula rítmica es base y fuente de la melodía. Ahora mismo suena en este compacto con la jazz band de Stan Kenton con una dinámi­ca única que la sigue, persigue Pérez Prado en un piano percu­tante. Es, curiosamente, dos de las variaciones de la antología que ha producido Tumbao Re­cords desde Barcelona, con 25 versiones en que la melodía su­fre alteraciones, pero el ritmo es siempre fiel a sí mismo.

La compilación comienza co­mo debía ser con Rita Montaner, la gran intérprete de Lecuona y a la vez de los ritmos más popula­res. Ella estrenó la canción, el pregón o lo que sea, con la or­questa de Don Aspiazu en 1929. Aspiazu fue el introductor ese año de la música cubana en Esta­dos Unidos, pero ya en 1928 Rita cantaba y bordaba el ritmo de El manisero, base rítmica persistente que se oía como un son o como una rumba, pero era un pregón. Dice el diccionario: "Pregón. Anuncio que se hace de viva voz por la calle". Pero en Cuba es una forma musical que represen­tan Mango mangüé, de. Francisco Fellove (más, más tarde) y este El manisero, de Moisés Simons. Que fue un niño prodigio musical que a los 19 años ya dirigía una or­questa de valses y de arias de zar­zuela. Decidió irse de Cuba rum­bo a París, meca de su música, donde estrenó dos operetas con más facilidad que éxito.

Quiere la leyenda que estando tomando un café con leche cuba­no (su bebida favorita), le viene un pregón con la base rítmica que conocemos y la melodía que es la apoteosis de la música po­pular cubana. Empieza a buscar una letra adecuada y lo propo­ne a Alejo Carpentier, que fre­cuentaba a músicos y cantantes. Pero Carpentier rechaza la oferta y Simons decide escribir él mismo la letra con una intro­ducción que, como casi toda la música cubana, habla de comi­da y de sexo: "Si te quieres por el pico divertir". Teniendo en cuenta que pico es el nombre popular del pene, suma y sigue: "Cómprame un cucuruchito de •aní". En muchas partes, maní es el nombre cubano para el ca­cahuete, pero cucuruchito es una especie de barquillo de pa­pel que sirve de envase a dulces populares. El acierto de Simons es doble, pues encomienda su partitura a Rita Montaner. La Montaner, más conocida como Rita de Cuba, la canta y encan­ta. Rita, que fue alumna de Le­cuona y tenía una voz clara de tiple, es una cantante popular excepcional y se la puede oír en este disco. Pero mejor es verla en una película, El romance del pal­mar, donde hace de El manisero una doble creación, como can­tante y bailando toda llena de insinuaciones, gracia y sentido del ritmo cuando se levanta de una mesa y da un paso o dos que convierte en baile.

 
Antonio Machín llevó su versión de "El manisero" a Madrid.



no lo volví a ver hasta que Cyd Charisse inició la invitación al baile en el parque en The Band Wagon treinta años después. La melodía la utiliza Don Aspiazu para que la cante Antonio Machín, que la lleva a Madrid.
Mientras tanto, en París, el compositor de genio trata de ha­cerse un ingenio y se cambia el nombre para Moisés Simons. Po­co sospechaba que ese nombre más su aire rubianco le costaría caro. Estaban los nazis en París y su nuevo nombre les sonaba a judío. Cita­do a una comisaría le costó trabajo a nues­tro Moisés Simons demostrar que era cubano y su nombre nuevo era lo que los franceses llaman un nom de plume –o un nombre para el ar­te–. Tuvo el consula­do cubano que em­barcarlo para Cuba. Allí, en La Habana, lo vi en el café Sena­do frente al Capito­lio, tomando su de­sayuno que era el mismo café con le­che inspirador. Estaba gordo y con su extraña calvicie, pero rodeado de un aura reverente, deferente de camareros. "Ese que ves ahí", me dijo mi padre, "es el autor del manisero". Murió poco después.La canción por su parte hizo inmortal con un verso a Simons y, como se ve en esta antología, a los que la canten: "Maní, ma­nisero se va". Se va y viene co­mo un ritornello fatal. Es decir, que nos convoca a una cita que no podemos eludir.
La primera versión es, como tenía que ser, de Rita Montaner con la orquesta de La Calle. La siguen el trío Matamoros, can­tando al unísono con su arte de siempre. Luego viene Antonio Machín, con Don Aspiazu, po­pular en España. Pero Louis Armstrong ya en 1930 hacía su versión en scat o romanza sin palabras. El Sexteto Okeh prece­de, ¡asombro!, a Imperio Argen­tina con, todavía mayor sorpre­sa, una orquesta típica cubana –en 1932–. Voy a saltar a Enric Madriguera para ofrecerles el arte de otro catalán, Xavier Cu­gat. En su versión tiene él un verso cubano: "Tanta lujuria por un medio de maní". Ahora llega Miguelito Valdés, uno de mis cantantes cubanos favoritos. Sobre todo porque tuvo un final glorioso. Cantando en la pista del hotel Bacatá de Bogotá se sintió mal y supo que se moría de un ataque al corazón. Retro­cediendo hacia las sombras no hacía más que repetir: "Perdón, mil perdones, perdón" –y no hi­zo encore–.
Los Lecuona Cuban Boys ya eran famosos como la orquesta cubana mejor. John Kirby es un jazzista conocido, ahora con su sexteto. Stant Kenton, bullicioso y lleno de ritmo, con su gran hit de los años cincuenta, donde Kenton es el maestro de Pérez Prado –que viene inmediata­mente después con un mambo en que su piano es el maestro–. Noro Morales es de esa familia de músicos cubanos de Puerto Rico. En esta misma colección aparece Obdulio Morales, que de director musical de Radioca­dena Suaritos introdujo a la es­pecialista en música ritual Mer­ceditas Valdés. No falta más que Esy Morales con su mambo agorero para que bailen en Crisscross Ivonne de Carlo y Tony Curtis.
Abelardo Barroso tenía el 'arte de escabullirse: triunfaba en La Habana y desaparecía para vol­ver a aparecer con su voz rajada y guajira como: en La guantana­mera para hacer la mejor ver­sión. Jerry Fielding tiene una vi­brante versión, mientras que Johnny Pacheco con su flauta y Charlie Palmieri ofrecen una ver­sión de salsa de maní. Chico 0'- Farrill, cubano a pesar de su nombre, es de una maestría or­questal donde El manisero casi se pierde en la estridencia. Bebo Valdés, creador del ritmo batan­ga, repite su versión de los años cincuenta en el año sesenta. Pepe Delgado y Pete Terrace pueden desaparecer, pero no Charlie Pal­mieri, portorro de Nueva York y salsoso de maní. Bola de Nieve, al final, ofrece su pianismo y su voz de tiple, cantando todos los versos de El manisero. Es el últi­mo maestro.
Como en toda antología siem­pre falta algo. Falta Duke Elling­ton, que hizo decir a un crítico de jazz francés que con su versión había inventado la bossa nova treinta años antes. Falta también una juvenil Judy Garland cantándole a Mickey Rooney en una de sus apariciones en la serie Andy Hardy. Pero con lo que hay me formo, me conformo. Moisés Simons, hecho inmortal en la música, debe estar rebosante su ego con esta antología única.
Antología quiere decir flores escogidas. O una flor varias veces repetida. Ésta de ahora es una sola canción. Moisés Simons queda vindicado, revindicado mientras que Borges en El espan­toso Lazarus Morell queda redu­cido a un sólo detractor. El mani­sero no se va: su solo título ha devenido folclore. La frase popu­lar en Cuba para morirse es cantar El manisero.

 G. Cabrera Infante. 1998

El Pais, 7 de noviembre de 1998

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