sábado, 16 de junio de 2012

Ni derrotados, ni arrepentidos

The Pretty Things reeditan su discografía y regraban S.F. Sorrow

Pudieron ser tan populares como los Stones, pero perdieron un tren tras otro. Sin embargo, mantienen el tipo y presumen de controlar todo su legado sonoro.

DIEGO A. MANRIQUE







Para los taquígrafos de la historia del rock, los Pretty Things no pasan de ser como "unos Ro­lling Stones más sucios". Aunque correcta, esa definición no cuenta la historia completa. Ambos grupos tenían un origen común: Little Boy Blue & The Blue Boys, conjunto amateur de principios de los sesenta donde el guitarrista Dick Taylor coin­cidió con Mick Jagger y Keith Richards. Puede resultar signi­ficativo que, cuando formaron su propio grupo, la pareja se inspirara en un torvo tema de Muddy Waters mientras que Taylor recurriera a Pretty thing, una lasciva pieza de Bo Didd­ley: el blues contra el ritmo.

En realidad, ambos proyectos compartían influencias –básica­mente, los artistas del sello Chess– y vocación provocadora. Taylor y su melenudo can­tante, Phil May, componían en 1966 el primer himno al LSD,disimulado bajo las iniciales de £SD (libras, chelines y peni­ques). El año anterior habían conseguido ser prohibidos en Nueva Zelanda, por supuestos intentos de "corromper la mo­ral de la juventud neozelande­sa". Eran el grupo-escándalo de aquella época, invocados en la Cámara de los Lores a la hora de rasgarse las vestiduras, "has­ta donde vamos a llegar". Una especie de prototipo de los Sex Pistols, como John Lydon reco­noció en su autobiografía.

Desdichadamente grababan para Fontana, una compañía poco audaz que desconfiaba de sus canciones propias y que les emparejó con un orquestados que desfiguró Emotions, el disco de 1967 con el que pretendían ampliar –al igual que Stones o Beatles– su paleta sonora. Al poco fichaban por EMI y edita­ban S. E Sorrow, ahora recono­cido como la primera ópera rock, si por tal término se entiende un ciclo de canciones que narra una historia (la vida de Se­bastian F. Sorrow, cuyas peripe­cias tienen ciertos paralelismos con Tommy, la obra posterior de The Who).

A diferencia de Sgt. Pepper (Beatles) y The piper at the gates of dawn (Pink Floyd), discos que se grabaron por aquel entonces en los mismos estudios de Ab­bey Road, S. F. Sorrow pasó desapercibido. Idéntico destino su­frido por el siguiente trabajo de los Pretty Things, Parachute, a pesar de ser proclamado "mejor disco del año 1970" por la revis­ta Rolling Stone. Es muy posible que May y compañía perdieran a su público original, el que apreciaba su salvajismo blues y de garaje, sin conquistar a las tropas contraculturales. El soni­do de su época EMI era leve­mente psicodélico –pero de pul­cra psicodelia inglesa– a la vez que melódico, rico en voces y guitarras punzantes.

No eran estos los Pretty Things que muchos recordaban. Por ejemplo, David Bowie re­creó dos de sus alborotados éxi­tos primerizos –mismo número que temas de The Who– en Pin ups, su evocación del swinging London. Otros fueron más com­prensivos: Jimmy Page, que había trabajado con ellos en 1965, decidió rescatarlos en 1974 para Swan Song, la discográfica particular de Led Zeppelin, don­de facturaron Silk torpedo y Sa­vage eye, rock-para-FM-esta­dounidense envasado al vacío con portadas de Hipgnosis.

A partir de 1976, la crónica de Pretty Things se parece de­masiado a la de tantos gruposque pierden el estado de gracia. Monumentales pifias, colosales delirios (se dice que la denomi­nación de la cocaína como char­lie, ahora común en el Reino Unido, procede de su jerga in­terna). La marcha de Phil May a Holanda –donde se pone al frente de The Fallen Angels– y el intento del resto por reciclarse como Metropolis. Las reapari­ciones esporádicas. Y la resu­rrección definitiva del grupo, ya con el status de Grandes Super­vivientes y Artistas de Culto.

Tal vez por la abundancia de ocasiones en que estuvieron a punto de ascender a la primera división, los Pretty Things en­cienden el espíritu justiciero en muchos de sus admiradores. Al­gunos de ellos prepararon las campañas legales contra EMI y Fontana / Polygram, gigantes discográficos que se beneficia­ron de su mejor música, pero que nunca manifestaron excesi­va diligencia a la hora de pagar regalías. Finalmente consiguie­ron indemnizaciones más o me­nos simbólicas y recuperar la propiedad de sus masters más codiciados (los editados por Warner o Swan Song ya eran suyos, sin necesidad de negocia­ciones a cara de perro). Esto es psicológicamente importante para los Pretty Things actuales: hasta los Rolling Stones perdie­ron sus derechos sobre los discos que registraron en Decca, ahora en manos de su implacable re­presentante de otros tiempos, Allen Klein. "Después de todo, quizá no seamos tan necios...".

Los Pretty Things se han em­barcado en la reedición de todo su catálogo clásico, discos aho­ra enriquecidos con notas histó­ricas, temas extra o pistas de CD-ROM. Para los no iniciados se editó un espléndido estuche –Unrepentant– con abundantes textos y 43 canciones. Phil May puede parecer ahora uno de tantos ingleses que tuestan sus arrugas otoñales en Málaga, pe­ro rehusa jubilarse: reciente­mente salió triunfante de una polémica en las páginas de The Guardian sobre la influencia de la edad en la capacidad para ha­cer rock. De hecho, él y sus cómplices se juntaron el pasado 6 de septiembre en Abbey Road con Arthur Brown y Dave Gil­mour para volver a tocar todo el S. F. Sorrow, un concierto que fue transmitido por Inter­net. "Si los Stones, que lo tienen todo, no se retiran, nosotros no lo haremos hasta conseguir una fracción del reconocimiento que ellos han logrado". Lógica de luchadores.


El Pais, 17 de octubre de 1998

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