Imágenes del Jazz
Una exposición de cerca de doscientas portadas de discos, de discos de jazz, de entre 1940 y 1968: el asunto parece más específico y singularizado que si se tratase de la retrospectiva de un autor individual. Pero la verdad es que el comisario, Jorge García, ha delimitado muy bien su objetivo. De lo que se trata s de invocar las imágenes a que dio lugar ese cruce irrepetible que una vez se produjo entre el diseño gráfico y la fotografía, por un lado, y una peculiar forma música, el jazz (él mismo producto del cruce de infinidad de cosas), por otro, y todo ello al compás de unos avances técnicos en materia de fonografía que se revelarían decisivos y, en última instancia, fatales.
Las portadas de discos no comenzaron a asistir hasta finales de los años treinta, cuando la casa Columbia decidió contratar como director artístico a Alex Steinweiss, discípulo del diseñador Joseph Binder. Poca gente se cuerda hoy de que, hasta ese momento, los discos, de 10 pulgadas y 78 revoluciones por minuto, se vendían envueltos en austeros y monótonos sobres de papel de color marrón.
Su fragilidad, su destino –el viejo gramófono, de sonido plano y chisporroteante– y su relativamente escaso público, reclutado entre la clase media bienpensante y musicalmente poco exigente, no parecía demandar otra cosa.
Con Steinweiss y, poco después, con sus colaboradores Jim Flora y Bob Jones, así como con los trabajos de David Stone Martin, las cubiertas cobrarían un valor publicitario y estético a través del cual penetraron en la industria discográfica los logros alcanzados por la nueva tipografía y el diseño, ambos emparentados con las vanguardias europeas de entreguerras: grafísmos arriesgados, radicales construcciones geométricas, alusiones a la pintura moderna (Mondrian, Miró,Picasso) comenzaron a hacerse frecuentes al tiempo que el desarrollo de la alta fidelidad expandía las posibilidades de acceso a la música grabada y multiplicaba vertiginosamente su público.
A mediados de los años cincuenta apareció el disco de vinilo de 12 pulgadas (el famoso elepé, hoy extinguido). El espacio de aquellas portadas inexorablemente cuadradas se convirtió en un fructífero campo de experimentación plástica y publicitaria. En lo que al jazz se refiere, en el diseño de portadas tendió a imponerse el uso de la fotografía. Los aficionados deseaban conocer las caras y el aspecto de sus ídolos. Pero no por ello quedó reducida la fotografía a su rendimiento informativo. William Claxton, ya en los cincuenta, destacó por el tratamiento irónicamente teatral y la atmósfera vital en que hacía aparecer a los protagonistas. Lee Friediander fotografió a Charles Mingus; Eugen Smith, Richard Avedon, Roy de Cavara y Herman Leonard hicieron también portadas de discos de jazz. Pero fue Burt Goldblatt –diseñador, fotógrafo, gran amante del jazz y escritor– quien alcanzó en aquellos años las más altas cotas de reconocimiento a su virtuosismo.
Hoy estas cosas pertenecen a la historia: por eso se han ganado el derecho a ser mostradas en un museo de arte moderno. De hecho, hay también en esta muestra portadas diseñadas por Albers o Warhol. Pero no son ellos quienes dan el tono. La atmósfera que recrea esta exposición la captará mejor quien busque en ella no arte elevado (¿como el de Warhol?), sino imágenes de una época en donde ciertas experiencias tenían un valor. Aunque, desde luego, la entenderá mejor quien no sólo se interese por las portadas de esos discos, sino por la música que envolvían y trataban de representar.
DEL COLORIDO A LA LUPA
Las portadas de los discos de jazz no son como las demás. No es extraño que en ellas tendiese a predominar el riesgo, el humor y la caricatura: se trataba, en parte, de reivindicar un lugar para una música que no era culta ni dejaba de serlo; una música inclasificable, hecha por negros, pero también por blancos de todos los colores; gentes de mala vida y gente de orden. Vitalidad frente a solemnidad, espontaneidad frente a rigorismo cultural, generosidad frente a mezquindad. Por eso la atmósfera vanguardista siempre se sintió próxima a ese universo, y éste solidario con aquélla. Más allá del Boggie Woogie de Mondrian, el jazz Le la música de muchos expresionistas abstractos. Aunque no de Warhol.Pero en esta exposición no se trata sólo de jazz, sino de diseño y de fonografía. Stravinski, autor de un ragtime, llegó a pensar en escribir música exclusivamente para ser reproducida en disco, y no interpretada en vivo. El filósofo Adorno creía que había que componer música sólo para ser transmitida por radio. Le daban a la técnica de reproducción tanta importancia como pobres eran entonces sus resultados.
El Pais, 9 de enero de 1999
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