Plegarias del Santo Perdedor

The best of John Hiatt presenta un muestrario de la obra personal de uno de los autores más respetados del rock con raíces estadounidenses.
DIEGO A. MANRIQUE
Un repaso a la obra de John Hiatt (Indianápolis, 1952) revela que no ha dejado de publicar discos —unos catorce, sin contar recopilaciones— desde mediados de los setenta. También, que ha pasado por cinco compañías, lo que se traduce como que la industria de la música cree en su talento, pero no ha logrado contagiar ese entusiasmo al público comprador. El más reciente intento es este The best que tiene la particularidad de juntar material registrado para A & M, MCA, Geffen y su actual discográfica, Capitol. Que ha incluido dos temas nuevos —siempre hay que repescar a los fieles— y tres actualizaciones de sus clásicas, incluyendo Have a little faith en una versión confeccionada por un productor dorado, Glen Ballard.
Es un esfuerzo que se agradece. Aparte de cubrir casi veinte años de grabaciones, The best (Hispavox) lleva los textos de las canciones y breves explicaciones sobre sus orígenes. Unos comentarios que complementan nuestra visión de Hiatt. Hablando de Have a little faith, cuenta que infinidad de personas le han comentado que fue su canción de boda, pero se pregunta a continuación: "Lo que quiero saber es cuántos de ellos siguen casados o, mejor aún, si la han usado más de una
vez". De Tennessee plates, que podría ser el argumento de una interesante road movie, reconoce que
el final —el protagonista, ladrón de coches clásicos, termina en prisión confeccionando placas de matrícula— fue una genialidad de un amigo, "aunque en las canciones que hago con otros siempre digo que lo que gusta es mío y el resto de mi colaborador". De Perfectly good guitar, que castiga a los músicos que rompen sus instrumentos, confiesa que la inspiración fue un concierto de Nirvana en que Krist Novoselic lanzó su bajo al aire..., y le cayó en la cabeza: "Me recordó eso de que siempre haces daño a quien amas".
Mordaz, compasivo, orgulloso de su trabajo..., y una voz áspera, entre la profundidad de un cantante negro y la lija de un rocker airado. Más una caldera donde se funden blues y gospel, rock y country; rara vez falta guitarra slide en sus discos. Su temática, las historias de carretera y los exámenes de conciencia, le han hecho un compositor respetado en Nashville, en cuyos alrededores vive. Aunque a veces tiene que escaparse, como explicó en Memphis in the meantime: "Claro que me gusta la música
country / me gusta la mandolina / pero ahora mismo necesito una Telecaster / sonando a través de un Vibro-Lux puesto en el diez". Aparte de Rosanne Cash, Suzy Bogguss o Delbert McClinton, sus canciones han sido grabadas por artistas tan poco vaqueros como Iggy Pop, Bonnie Raitt, Aaron Neville, Jeff Healey o Buddy Guy. De hecho, existe un recopilatorio —Love gets strange: the songs of John Hiatt— dedicado a versiones de sus temas que muestra su polivalencia.
En momentos de penuria, Hiatt ha salido a flote gracias a los derechos de autor. Tampoco se sintió infrautilizado cuando Ry Cooder le contrató como guitarrista rítmico o a la hora de funcionar comomúsico de sesión para Richard Thopson, Ben Vaughn, Flaco Jiménez; todos ellos son miembros de su club de admiradores, al igual que esos peculiares ingleses con querencias sureñas como Elvis Costello, Nick Lowe o Graham Parker. Muchos de ellos demostraron su solidaridad cuando cayó en el alcoholismo, se suicidó su primera esposa o necesitó ayuda estelar para reanimar su carrera (con algunos, formaría el fugaz supergrupo Little Village).
Hiatt no quiere venderse como un genio atormentado, figura demasiado frecuente en la creación estadounidense. Intentó romper su imagen gravedosa cuando le llamaron de un programa del canal musical VHL, donde se juntan artistas afines y él propuso hacerlo con The Ramones; naturalmente, no se lo permitieron. Igualmente, bautizó su directo de 1994 como Hiatt comes alive at Budokan, uniendo los títulos de populares discos live de Peter Frampton y Cheap Trick. Un chiste que no pretendía realmente abrirle la autopista de las listas de ventas, donde rara vez ha entrado.
Tiene, eso sí, momentos en que supo captar sentimientos colectivos. Recuerda aquella mañana de agosto de 1977 cuando estaba conduciendo por las montañas de Wyoming y en la radio empezaron a encadenar canciones de Elvis Presley: "Comprendí que el Rey se había ido, paré en la cuneta y un alce me vio llorar y llorar". De aquella experiencia surgió uno de sus temas más poderosos, Riding with the
King, donde conjuga la percepción pública de Elvis con su realidad íntima: "Volando en TWA hacia la tierra prometida / cada mujer, niño y hombre / recibirá un Cadillac y un anillo de diamantes / ¿no sabes que estamos viajando con el Rey? / El está en una misión de socorro en la Nueva Frontera / nos va a sacar a todos de aquí / nos llevará a esa mansión en la colina / donde te dan la medicina que necesitas". El Sueño Americano no existe, pero incluso sus negadores se sienten reconfortados al evocarlo.
El Pais, 24 de Octubre de 1998
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