viernes, 23 de septiembre de 2011

The Rolling Stones “Exile on main street” 1972 Rolling Stones







En 1972 The Rolling Stones llevaban diez años viviendo el rock´n´roll a jornada completa. Ya lo habían hablado todo, ya lo habian descubierto todo y tenían el mundo a sus pies. La música era un juego sin secretos y sólo tenían que ponerse unos dias a la faena para sacarse otro disco de la manga. Ya habían entregado Aftermath” (1966), “Between the buttons” (1967), “Their Satanic Majesties Request” (1967), “Beggars banquet” (1968) y “Let it bleed” (1969), entre otros. Y su último golpe había sido “Sticky fingers” (1971). Estaban en racha. Mejor dicho, en vena.
En 1972 los Stones eran un grupo en plenitud creativa y con absoluta libertad de movimientos. Dueños de su destino gracias a la creación de Rolling Stones Records, sólo tenían un problema: su país. Acosados por la justicia, que quería cobrarse en impuestos toda la inmundicia moral que estaban sembrando sus canciones, hicieron las maletas y se fugaron al sur de Francia. Por aquel entonces, su caudalosa inspiración y su absoluta soltura con el rock les permitía afrontar el más descabellado plan de grabación. Y justamente eso sería “Exile on the main street”. Un disco descabellado.
Exiliados del huracán mediático, Keith Richards, Mick Jagger, Mick Taylor, Bill Wyman y Charlie Watts construyeron su propio torbellino en Ville Nellcôte, una mansión cerca de Cannes alquilada por Keith y Anita Pallenberg. Los demás encontraron también sus respectivas guaridas de lujo y, hartos de buscar el estudio adecuado, convirtieron el sótano de los Richards en local de ensayo e instalaron el camión-estudio en el jardín. Villa Nellcôte, que había sido cuartel general de los nazis, tenía espacio para eso y más: salones estilo versallesco, decenas de habitaciones, playa privada, embarcadero y lancha para las escapadas a Montecarlo e Italia, casa para el servicio…
Se podrían escribir decenas de libros sobre los días en Villa Nellcôte. Anita Pallenberg salió embarazada; Bianca y Mick Jagger, casados; y Keith Richards, enganchado a la heroína. Mick Taylor asegura que una vez no pudo usar un micrófono porque un “invitado” de Keith se había atado el cable al brazo para inyectarse heroína. El cocinero de la casa hacía las veces de camello… La mayor parte del tiempo aquello fue un caos, una fiesta sin fin a la que todos los amigos de Richards estaban invitados. Raro fue el día en que los cinco Stones estuvieron solos para grabar o simplemente improvisar algo juntos. “Pensé que nunca acabaríamos el disco”, confesó Jagger.
Siendo Richards el anfitrión de la bacanal también se convirtió en cerebro y motor del disco. Él pasaba más tiempo que nadie en la casa y asistió a la mayoría de las improvisaciones y ensayos que acabaron dando forma a su primer disco doble. Porque en aquella ocasión, los Stones llegaron con las manos en los bolsillos. Nadie trajo canciones, a excepción de la sensacional “Sweet Virginia”, sobrante de “Sticky Fingers”. “Las canciones flotaban en el aire; y si estabas alerta o cerca en la hora adecuada y te sentabas con un instrumento podías cazar una o dos”, recordó Keith Richards en la revista “Mojo”.”Exile on the main street” es el disco prototípico para definir el concepto de duende. Un álbum donde el proceso y el entorno fueron tan importantes como el propio resultado. Cinco tipos encerados con todo lo necesario para componer: instrumentos, drogas y mujeres. De ahí sólo podían salir unas sesiones anárquicas e impublicables o uno de los documentos más realistas e útiles para definir el sentido y el olor del rock´n´roll. Costó darse cuenta de que era lo segundo: las críticas fueron entre tibias y feroces, las ventas discretas, pero hoy figura como una obra de lucidez absoluta.
Estamos ante un espontáneo y fiel documento de los días de gloria de los Stones. Un making of del rock´n´roll en tiempo real. Aunque, si hay que creer a Mick Jagger, más que un disco es una grabación. En su opinión, muchas canciones no estaban acabadas del todo o tanto como él desearía. Y es cierto; aparte de la inspirada “Tumbling dice” y la citada “Sweet Virginia”, pocas resaltan hoy en el catálogo de hits del grupo. Pero el valor del disco radica en su proceso y su concepto. Sin guión ni márgenes de acción, el quinteto grabó en un constante estado de sobreexcitación, siempre a dos palmos del suelo. De ahí salió más de una hora de rock putero, un disco doble y a la encía empapado de esa pura sangre rockera que Jon Spencer bebe cada mañana para empezar el día con energía.
Las tiranteces entre Richards y Jagger, entonces y ahora, tienen en “Exile on main street” uno de sus históricos caballos de batalla. El primero, instalado junto al local de ensayo y encantado de que el disco se gestase con tanta libertad, se adueñó del proyecto. El segundo, a punto de casarse con Bianca y descontento con el caótico método de trabajo, se distanció ligeramente. Para Keith es el mejor disco de los Stones. El “morrazos” no opina igual: “Un poco sobrevalorado, para ser honesto”. Pero hasta el más stoniano sabe que Mick Jagger es un cretino.
Nando Cruz

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