viernes, 23 de septiembre de 2011

Miles Davis “Bitches Brew” 1970 Columbia







La mejor manera de cambiar la historia o, mejor, de mantenerte en disposición de cambiarla es evitar que te atrape. Y nadie más escurridizo que Miles Davis (1926-1991), la superestrella del jazz con mayúsculas, el protagonista de sus principales mutaciones, el único que supo transformar su carrera en la metonimia de un género al que nunca se adscribió. Perfilando el estilo cool de la Costa Oeste que Gil Evans diseñó para “Birth of the cool” (1957), reescribiendo el ideario modal acuñado por George Orwell el maestro “Kind of blue” (1959) y siempre progresando gracias al impulso de sus colaboradores, capitalizó evolución de un sonido que entre finales de los cuarenta y principios de los noventa se convirtió en un espectáculo. Su espectáculo. Porque a sus enormes dimensiones compositiva e interpretativa hay que añadir su extraordinario talento para subvertir las expectativas de sus más fervientes admiradores y sus más furibundos detractores. Y cuando ni unos ni otros se habían repuesto del impacto que supuso la publicación de “In a silent way” (1969), inspirado manifiesto proto-ambient llamado a despertar una lengua moribunda mediante la incorporación de modismos procedentes del soul, el folk y el pop, el trompetista de Illinois desencadenó el big Bang de la fusión. Revolucionario en formato (doble LP), diseño gráfico –en la portada, un cuadro de “Abdul” Mati Klarwein, también reclamado por Santana para su “Abraxas”- y concepto, “Bitches Brew” no sólo sublimó el crossover jazz-rock latente desde los albores de los sesenta sino que patentó un nuevo modus operandi por el que las fases de pre y post-producción se erigían en estadios fundamentales del proceso creativo.
Muy influido por el funk de James Brown y Sly Stone, probablemente atormentado por su relación con Betty Mabry/Davis –ex novia de su amado y odiado Jimi Hendrix- y sin duda espoleado por Clive Davis, presidente de Columbia, Miles Davis desencadena el Apocalipsis. Convoca a los titulares de su banda de estudio: Don Alias y Jim “Jumma Santos” Riley (percusión, Lenny White (batería), Harvey Brooks (bajo) y Bennie Maupin (clarinete). Los concentra en un estudio de Nueva York junto a los habituales de su primer quinteto estable es años: Chick Corea (teclados), Wayne Shorter (saxo soprano), Dave Holland (bajo) y Jack DeJohnette (batería). Y en un alarde , nombra capitanes a los dos músicos que, enrolados a tiempo parcial en el Cannonball Adderley Quintet y Tony Williams Lifetime, más admiraba: el teclista Joe Zawinul y el guitarrista John McLaughlin. Celebradas entre el 19 y el 21 de agosto de 1969, aquellas tres sesiones, una serie de jams auspiciadas por el groove de uno o dos pianos eléctricos, bajo y guitarra, muestran una asombrosa capacidad para extraer de sus instrumentistas el máximo rendimiento, sometiendo su ego y capturando el zeitgeist que se resistían a liberar. Ahora bien, sin la mediación del visionario Teo Macero – un esteta del cut´n´paste que dirigió sus grabaciones entre 1959 y 1983-, la cetrina energía de “Pharaoh´s Dance” y “Bitches Brew”, los borboteos funk de la hipnótica “Spanish key” o la mayestática belleza de su reworking del “Sanctuary” de Wayne Shorter nunca hubieran consumado ese matrimonio entre sincretismo electrónico y abstracción free que alumbró proyectos, interesantes a corto aunque perniciosos a medio y largo plazo, como Whether Report, Mahavisnu Orchestra o Return To Forever.
De acuerdo con el abundante material adicional incluido en “The Completes Bithces Brew Sessions” (1988), este álbum es, en el peor de los casos, un experimento crucial. Dinamitando toda la frontera estilística y alienando a la crítica adocenada. Miles Davies regresó –quinientas mil copias vendidas y un Grammy- al centro de una escena que en aquel entonces comenzaba a olvidarle y que hoy, once años después de su muerte, no ha podido cubrir su vacío.
Gerardo Sanz

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