viernes, 23 de septiembre de 2011

John Coltrane “A Love Supreme” 1965 Impulse!






Si el jazz llegó a considerarse un medio de expresión espiritual, eso se lo debe a “A Love Supreme”, un disco que desempeña un papel protagonista en la historia, no sólo del jazz o de la música negra, sino de toda la música del siglo XX. Además, marcó el comienzo de la etapa más intrigante del saxofonista, del John Coltrane violento, sellado especialmente en “Ascension” (1965). Un Coltrane maniatado por una urgencia vital de alcanzar un estado que sólo él sentía y que su muerte en 1967, a los 40 años, nos hizo ignorar al resto.
La historia de “A Love Supreme” se remonta a 1957. En ese año, y tras ser expulsado temporalmente del quinteto de Miles Davis (fue sustituido por Sonny Rollins) por abusar de la heroína, sufre una profunda depresión que le lleva a recluirse en su casa paterna de Filadelfia con la intención de abandonar las drogas. Pero aquella experiencia le supuso algo más, lo que él definía como “un despertar espiritual”. Desde entonces, empieza a interesarse por el culto al espíritu de las culturas orientales; interés que desemboca en la concepción del hipnótico “A Love Supreme”: ni más ni menos que la revisión musical de aquella experiencia “mística” vivida años atrás.
La relación de Coltrane con Dios, tan relevante en tantos textos escritos sobre el disco, debería perder su sentido meramente religioso y significarse como el perfecto ejemplo del existencialismo en la música popular. Todo él define perfectamente la urgencia y la pasión sin frenos de los años sesenta. Hasta “A Love Supreme”, el jazz moderno estaba motivado por el ritmo y la improvisación, pero a partir de aquí se convierte también en un medio para la exploración del interior, lo que le coloca mucho más cerca de la santería o los mantras orientales que del avant-garde tam en boga en los sesenta.
Pero la dimensión de John Coltrane supera sus propios límites hasta convertirse en un documento válido para abanderar el avance de la comunidad afroamericana que empezaba a ver las posibilidad de recuperar sus raíces y con ellas su identidad cultural. Con “A Love Supreme” Coltrane supera un severo handicap que quizás sólo Charles Mimgus había podido vencer desde que Charlie Parker revolucionara el jazz confirmando a su vez una élite intelectual: derribar las resistencias cultas y conectar con la calle.
Pero la onda expansiva de “A Love Supreme” no se pararía ahí. Sus seguidores más fanáticos fundaron en San Francisco la Iglesia de John Coltrane. Según sus fieles, cuando Trane (así se le conocía, como una locomotora expulsando notas) se encerró para vencer el “mono”, Dios se le presentó y le ofreció hacer un pacto, por el cual el saxofonista vencería sus adicciones a cambio de componerle un homenaje en forma de disco. Coltrane nunca desmintió tal negocio, pero para el resto de los mortales y escépticos más que una oración plena de inspiración, “A Love Supreme” supone una vuelta a Nueva Orleans, a la cuna del jazz, a su sentimiento de libertad y a la música de la calle.
Aun siendo un disco absolutamente personal, el carácter nada autoritario de Coltrane quiso dar protagonismo al cuarteto formado junto a McCoy Tyner (piano), Jimmy Garrison (bajo) y Elvin Jones (batería). Era el 9 de diciembre de 1964 y el ingeniero de sonido Rudy Van Gelder bajó las luces del estudio para crear una atmósfera de club. Como si de un proceso místico se tratara, la grabación se dividió en cuatro partes: “Acknowledgment”(confesión), “Resolution”(propósito), “Pursuance”(cumplimiento) y “Psalm”(oración). La primera parte envuelve al oyente en el mantra más famoso del jazz, primero con el saxo y luego con la voz, mientras que las tres últimas forman el grueso de la aspiración religiosa del músico.
Coltrane fijaba una tonalidad y sobre ella cada uno de sus músicos tenía la libertad de improvisar sobre sus notas. Si uno arrancaba, el otro lo respetaba hasta encontrar un hueco donde introducir sus improvisaciones sobre las variaciones del saxo tenor. Pretendía que sus músicos, puntuando sus notas, le ayudaran a alcanzar su climax personal. Pero Coltrane no volvería a trabajar de este modo, al menos con tanta disciplina.
Asegura Lewis Porter, el autor de su biografía, que poco después de componer “A Love Supreme” y hasta su muerte, Coltrane consumió regularmente LSD, lo que resultaría clave para que su busqueda interior se volviera hermética, violenta y caótica. Frente al “Gracias a Dios” que envuelve todo “A Love Supreme”, sentencias como “Dios es fuego en mi cerebro” marcarían el fin de su vida y la línea expresiva de otros músicos “incendiados” como Pharoah Sanders, Archie Shepp, Albert Ayler, Cecil Taylor o Charles Gayle.
El disco que nos ocupa, el extraordinario fluir de notas de otro disco básico como “Giant Steps”(1959) y toda la producción posterior de “A Love Supreme” (su etapa punk) concretan el cuadro básico de uno de los músicos más grandes, cuya visión de la música no sólo ha marcado la historia del jazz sino que ha fijado para la misma música un criterio de validez: la profundidad personal.
César Estabiel


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