martes, 19 de febrero de 2013

Rudy van Gelder, la Técnica como Arte


 El ingeniero de sonido da nombre a una colección de títulos esenciales del catálogo Blue Note


Miles Davis, Sonny Rollins y Herbie Hancock, entre los músicos representados.


FEDERICO GONZÁLEZ

Para que un técnico de grabación salte a las páginas del suplemento cultural de un diario de información general debe ser casi un brujo de la mesa de control. Rudy van Gelder, sin duda, lo es. A lo largo de sus 50 años largos de actividad profesional, ha acumulado una obra tan copiosa y fecunda que no podía pasar inadvertida. Su fama resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta que el ingeniero de sonido estadounidense ha guardado con celo hasta sus datos biográficos más inocentes y sólo concede entrevistas con cuentagotas y a regañadientes. Tal cautela ha provocado que su método de trabajo siga siendo un secreto y que incluso se desconozca la fecha en que vino al mundo, "nací un mes de noviembre en Nueva Jersey", es todo lo que se permite confesar.

Sin alejarse más que lo justo de su mundo privado, el técnico se estrenó en los créditos de las carpetas Blue Note con una sesión del olvidado saxofonista Gil Mellé. Desde aquel 31 de enero de 1953, se empezó a hablar de un "sonido Van Gelder", definido por una atmósfera realista basada en una aguda fidelidad tímbrica y una microscópica atención al detalle. Los discos Blue Note parecían nacidos para desafiar el paso del tiempo y la toma de sonido debía desempeñar un papel crucial en ese empeño. El objetivo se cumplió a plena satisfacción y ahora, bajo el emblema The Rudy van Gelder Edition, acaban de salir al mercado 41 títulos a precio medio y remasterizados por el propio ingeniero; todos ellos documentos esenciales de los años cincuenta y sesenta favorecidos por un sonido natural que desenmascara los trucos de tanto producto moderno inflado artificialmente. Van Gelder se resta protagonismo: "Alfred Lion [productor de Blue Note] estaba muy interesado en las cuestiones de sonido y yo aceptaba sus sugerencias; trabajábamos en equipo para conseguir un resultado óptimo. No creo que haya un sonido Van Gelder. Siempre he procurado grabar lo que salía de los instrumentos sin deformarlo, de modo que el sonido lo ponían los propios músicos. Un ingeniero no puede aportar un signo distintivo; el sonido siempre depende de la propia música".
La vocación temprana de Rudy van Gelder despertó con todos los ingredientes del reto artesanal asumido con pasión imparable. Su primer estudio encontró peculiar acomodo en la casa de sus padres y los aparatos que fueron ocupándolo eran modificaciones domésticas de ingenios radiofónicos. "En aquella época no había fabricantes de consolas de grabación como sucede hoy", recuerda. "Si querías algo te lo tenías que construir tú mismo, y eso es lo que hice con la ayuda de un amigo experto en circuitos electrónicos. Yo buscaba fiabilidad ante todo y las válvulas de entonces eran manifiestamente poco fiables".

Cada sesión se presentaba como una aventura incierta pero estimulante y Van Gelder no tardó en encontrar su agenda repleta de citas con lo más selecto de la escena jazzística. Miles Davis, Thelonious Monk, John Coltrane y un etcétera que produce vértigo pronunciar fueron pasando por su estudio, pero cuando se le pregunta por algún hecho particularmente memorable prefiere




El ingeniero de sonido Rudy van Gelder.

hablar en plural: "Tengo recuerdos del ambiente de las grabaciones, de los sentimientos de los músicos acerca de lo que estaban haciendo, de cómo reaccionaban ante mi trabajo y de cómo yo escuchaba el suyo. En definitiva, de cómo todo eso desembocaba en un producto acabado", dice. En 1959, Van Gelder inauguró su nuevo estudio en Englewood Cliffs equipado con material de élite muy por delante de su tiempo. Ya entonces había abandonado su profesión de óptico para concentrarse en la de ingeniero de sonido, y su cartera de clientes se había engrosado con otros pequeños sellos independientes, Prestige, Savoy, Verve e Impulse! (para el que grabó el A Love Supreme de Coltrane), entre otros. El aura de la leyenda empezaba a rondarle, pero su nombre permanecía ligado a Blue Note a través de discos tan cruciales como Speak no evil (Wayne Shorter), Maiden voyage (Herbie Hancock), Moanin (Art Blakey), Out to lunch (Eric Dolphy) o Songfor myfather (Horace Silver). Se asegura que estos cinco tesoros, más las otras 36 maravillas que componen en Europa The Rudy van Gelder Edition, tendrán compañía en un futuro próximo; ojalá se alcance lo antes posible la cifra de 250 discos que el ingeniero ha reprocesado ya para el privilegiado mercado japonés.
A Van Gelder le halaga particularmente escuchar que el sonido de sus flamantes compactos se parece mucho al de los antiguos elepés. Y a esa tarea de insuflar calidez analógica en el hielo digital dedica la mayor parte de su tiempo. "Ahora mismo estoy con las grabaciones que hizo Alfred Lion antes de fundar Blue Note", continúa. "Trabajo sobre los viejos discos de pizarra originales porque entonces todavía no existía la cinta magnetofónica. Espero que la restauración digital esté lista para publicar en julio de este año". Comprobado su impresionante historial, sólo resta preguntarle a Van Gelder qué le queda por hacer. La respuesta tiene cierto deje nostálgico: "Me hubiera gustado grabar a Charlie Parker, Lester Young, Teddy Wilson y a otros músicos desaparecidos", afirma. Por el contrario, no se arrepiente en absoluto de haber ignorado el mundo del rock. "Estoy sorprendido de las veces que me han llamado, pero la verdad es que no me hace ninguna ilusión trabajar con sus métodos técnicos". El jazz está de enhorabuena por haber acaparado todo el tiempo de un verdadero artista de la técnica.


El Pais Babelia 21.04.2001

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